La infidelidad de Carla
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Me daba una buena vida. En esa altura llevábamos cuatro años casados. Su familia conocía a la mía y estudiábamos en la misma universidad, así que las cosas se fueron dando solas. Teníamos una acogedora casa y estábamos reformando la terraza para renovar el jardín e instalar un velador para pasar las tardes de verano.
Yo no quería hacerme muy consciente de mi situación, pero hacía tiempo que me fijaba en otros hombres. Se me pasaba por la cabeza lo bueno que sería que me follase alguno de aquellos desconocidos. Antes de casarme sólo había estado con cuatro o cinco, así que empecé a tener ganas de probar cosas diferentes. Me excitaba pensarlo y poco a poco me fui dando cuenta de que quería ponerle los cuernos a mi marido.
Ese día yo estaba sola en casa. Mi esposo estaba trabajando en otra ciudad y no volvía hasta mañana. Yo me había quedado sin otra responsabilidad que abrir y cerrar la puerta al maestro que tenía que rematar los acabados de la obra de la terraza. Era ya casi verano, tenía puesta una falda corta, unas chalas de cuero y una blusa delgada me cubría el corpiño negro.
A las cuatro de la tarde sonó el timbre y abrí la puerta. Juan saludó y entró con una caja de herramientas, unos jeans y una camiseta de algodón. Se veía bastante guapo, estaba en buen estado físico y, debo confesarlo, en la semana que llevaba trabajando en casa ya me había calentado un par de veces sólo con mirarlo. Pasó a la terraza y se puso a trabajar. Yo me preparaba el segundo café del día en la cocina mientras lo miraba a través de la ventana. Entonces empecé a imaginar en que ese hombre que estaba arrodillado en el piso de mi terraza viniese a la cocina y empezase a follarme por detrás sin decirme nada. Pensé que era su último día de trabajo en casa. Después pensé que eso no iba a suceder. Justo después pensé que haría algo para que sucediese.
Sentí que estaba mojada y con ganas de masturbarme. En ese momento Juan se dio la vuelta hacia la ventana, de rodillas, levantó la cabeza para mirarme y me preguntó si podría cortar la luz media hora para instalar en último enchufe.
Eran las cuatro y media de la tarde. Le dije que cortase el automático. Se levantó del suelo, entró por la puerta acristalada de la cocina y cuando pasó a mi lado para ir a cortar la electricidad me dijo: “¿tampoco hoy está su marido?” Noté que me sonrojaba. Él se dio cuenta y bajo su mirada hacia mis pechos. Me di cuenta de que tenía los pezones duros y se me marcaban en la licra de mi corpiño. Entonces se lo dije: “mi marido no me hace mucho caso últimamente”. El miró un poco más abajo, hacia mis piernas, y yo las abrí un poco para que entendiese que podía follarme si quería.
Mientras decía esto, me agarró fuerte el hombro con una mano mientras con la otra me tomó por la cadera. Me dio la vuelta mientras me agarraba firme y me dejo ofreciéndole mi culo a la altura de su paquete. Me puso las manos sobre el lavaplatos, agarro mi pelo y me lo puso sobre un lado del cuello.
Con su otra mano me agarro las braguitas por debajo de la falda, metió los dedos por las dos costuras del coño y tiró hacia bajo hasta que quedaron a la altura de mis rodillas. Abrí las piernas un poco, todo lo que me permitían las braguitas en mitad de mis piernas.
Recuerdo que en ese momento estaba mojada como si ya me hubiese corrido dos veces. Sabía lo que iba a recibir dentro de un momento y chorreaba. Escuché como se bajaba la cremallera de su pantalón y me dijo: “ábrete para mi”. Me bajó el corpiño hasta que mis tetas quedaron fuera y mis pezones rozando la piedra del lavaplatos.
Acercó su pene con la mano a mi coño mojado, me lo apretó contra la raja para que sintiese lo duro que estaba. En ese momento se lo pedí: “Fóllame! Bajó la cabeza de su pene desde mi clítoris hacia detrás, abriéndome como una flor mientras lo hacía. Entonces empujó fuerte y me metió su polla bien dura y bien adentro. Di un pequeño grito (entre la satisfacción y el dolor) sentí que iba a correrme en cuanto la sacase un poco y me la volviese a meter tan adentro. Así lo hizo. Me la quitó hasta la mitad, y cuando me la volvió a meter hasta el fondo noté como al correrme le mojaba su polla mientras me la metía y sacaba. Juan se sorprendió de que yo me corriese tan rápido, y al notar que ya me había ido y que tenía su pene mojado con mis jugos se acercó al oído para decirme: “eres una cerda caliente”
En ese momento supe que yo ya no tenía el control. Iba a follarme hasta quedase a gusto. Me puso la cara contra la piedra del lavaplatos, echó su cadera hace atrás para salirse de mi coño, me alzó el culo con una mano, se mojó los dedos con su lengua y me abrió las nalgas mientras me acariciaba el ano con sus dedos mojados. Se sujetó el pico para darme un golpe bien duro en el trasero. Yo me agarré fuerte contra el lavaplatos y apreté los dientes mientras sentía como me estaba abriendo el agujero del culo con la punta de su pico. Al principio intenté apretar y cerrar el culo, pero él ya tenía su pene bien enfilado, así que abrí bien las piernas, me abrí la nalga con una mano y le dejé el culo bien abierto para que pudiese meterla con facilidad.
Sentí cómo se me iba abriendo a medida que me lo metía. Empezó a follarme bien duro mientras me apretaba las caderas y me abría el trasero para llegar más adentro. A la quinta o la sexta embestida yo empecé a correrme de la manera más fuerte que me haya corrido. Empecé a gotear por delante mientras él me follaba el culo. Me puse la mano en el clítoris y me masturbé el coño empapado hasta que empecé a cochear en el suelo. Cuando notó que mis jugos estaban ya por el piso de la cocina, dio dos fuertes empujones que mientras me agarraba el pelo y noté como me estaba rellenando el culo con su corrida. Empujó otra vez bien adentro, y me la fue sacando mientras yo gemía como una perrita.
“Mañana me pagas lo que tu creas cuando venga a cobrar la reforma”. En ese momento supe que no era la primera vez que Juan se follaba a una de las propietarias a las que arreglaba sus terrazas. Guardó su miembro en el pantalón, subió la cremallera, y volvió a su trabajo sin decir nada.
Al día siguiente, cuando se acercó por la casa a cobrar por su trabajo, le dije a mi marido que le pagase un extra por lo rápido y bien que había hecho las cosas. Cuando lo vi darle los billetes en la mano a Juan, volví a mojarme las braguitas.
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