LA NINFOMANÍA PUEDE ACABAR EN INFIDELIDAD (10)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por TitaLaPutita.
Después del último día que hablamos con el médico, Saúl me cogió más, y yo le dejé hacerlo, además, siempre me preguntaba qué tal la había pasado con fulano o zutano pues, no sé cómo, siempre estaba al tanto de todo lo que yo hacía, pero yo ignoraba completamente qué hacía él y seguía sospechando que andaba con alguna o algunas más. Por ello, a veces quería mostrarme muy “independiente” y libre en el amor.
Una vez, salimos de compras a un centro comercial de la zona sur de la ciudad y al salir de allí, en lugar de tomar el camino en dirección a la casa se fue hacia el Sur y se metió a un hotel de paso de los que hay en la carretera federal a Cuernavaca.
—Quiero hacerte el amor sin que nos preocupemos por nuestros hijos, Nena —me dijo cuando entramos al garaje de una de las villas.
—¡Qué oscuro está esto! —exclamé antes de dar media vuelta para recoger mi bolso, el cual había dejado en el piso del auto.
En tanto que lo tomaba yo pensaba que seguramente a ese lugar Saúl había llevado a sus amantes. Mi vestido liso se levantó y miró mis muslos delgados y blancos. Su mirada era más de ternura que de deseo, me sentí como novia, ilusionada, pero mis celos me apagaron ese sentimiento al volver a preguntarme a quiénes habría llevado Saúl a ese lugar. Se acercó para tomarme de la mano y vi sus ojos de enamorado. Sonreí y volvió a tomarme de la mano—. Vamos arriba, amor; si no, aquí nos vamos a quedar —me dijo iniciando la marcha. “Seguramente así las trata a ellas” me dije regresando a mis sospechas.
—¿Puedo dejar la cortina abierta o tendrás problemas si alguien te ve? —dije alegre y retadoramente. Pues imaginé cerca a alguna de sus “amigas”. “Déjala como quieras”, contestó—. ¿Estará limpia la cama?, porque con eso de las enfermedades nuevas no se sabe.
—Limpian el cuarto cada vez que se desocupa, incluyendo el cambio de sábanas y colchas —me aseguró mostrando mucha experiencia en este tipo de sitios.
—Sí, se ve que está limpio, pero a veces nada más se ve, porque te encuentras pelos por todos lados cuando examinas bien —le rebatí para no quedarme atrás y demostrar que yo también había estado en lugares así.
—Está bien así, Nena —me dijo al oído en voz baja y me abrazó—. Sólo estamos tú y yo, eso es lo que debe importarnos ahorita.
Me tranquilicé de inmediato olvidando las malas vibras y también lo abracé. Levanté la cara para mirarlo con ternura. Con sus ojos y su voz me dijo un dulce “te amo”. Y nos fundimos en un beso apasionado. Nuestras bocas se separan pero nuestros brazos nos unían con más fuerza. Mejilla con mejilla nos dijimos las cosas tiernas que sabemos verdaderas. Afuera está el mundo, pero en ese cuarto está nuestro universo, lo único que en ese momento nos importa. Se separó de mí para ayudarme a desvestir y me transformé inmediatamente pues volvieron mis celos. Perdí la ternura y recobré mi apariencia retadora. Me quité el vestido y admiró mi cuerpo, se acercó por atrás para desabrocharme el sujetador, pero me volteé sin dejar de ver el espejo. Miró mi pecho, al cual no pudo liberar, fijó su atención en la copa suave y donde se dibujaban mis pezones en el beige de la tela.
—¡Cada día estoy peor! —dije pasando mi mano por la cintura y la bajé hasta el muslo, sin dejar de mirarme en el espejo—. Me crece la llanta y me enflacan las piernas.
Me volvió a abrazar para que sus manos desabrocharan rápidamente el sostén.
—No es cierto, sigues tan bella como siempre —me dijo sin quitar la vista de mis tetas y al terminar de hablar las besó, al tiempo que bajó los tirantes por mis brazos.
—Bueno, creo que el pecho es lo único que siempre he tenido bien —acepté y giré para verme otra vez en el espejo—. Sí, sigo igual que siempre, pero ¡por qué no puedo dejar de estar flaca de las piernas! —exclamé, mientras me quitaba las pantaletas, las cuales examiné detectando una leve humedad en ellas.
—Sí, sigues estando tan bella como hace quince años —aseguró, siguiendo con sus ojos las sortijas de mi negro vello púbico.
—No te importa que fume, ¿verdad? —pregunté abriendo mi bolso, del cual extraje una caja de cerillos y un cigarro.
De inmediato me tendí en la cama, boca abajo. Seductora, me estiré para alcanzar el cenicero que estaba en el buró opuesto y de su lado dejé caer mis zapatillas cafés en el piso. Miró cómo se presionaban mis chiches sobresaliendo de las axilas. Bajó la mirada cuando escuchó caer mi calzado en la alfombra. Volvió a subir la mirada sobre mis piernas que estaban ligeramente abiertas y se deleitó con lo poco que sobresalía de la mata azabache que oculta la fuente de mi perfume, enloquecedor para los hombres que me atraen. Cuando me apoyé en los codos para prender el cerillo se entretuvo con el resorteo de mis tetas. ¡Quería seducirlo para mostrarle cómo despliego mis encantos! ¡Que me comparara con alguna de sus amantes para que se convenciera que soy mejor!
Se sentó en la cama, pero después de que exhalé el humo se dio cuenta que no era tabaco lo que yo fumaba. Su cara manifestaba asombro.
—¿Qué, te vas a poner de puritano? ¿Tú nunca la has fumado? —pregunté poniéndome de costado y alzando una pierna dejándole ver bien todo mi cuerpo—. Es lo mismo que el alcohol, ambos te emborrachan igual. ¿Quieres? —pregunté extendiéndole el carrujo.
—No, gracias —contestó, volteando hacia la ventana para cerciorarse de que seguía abierta.
Debo aclarar que casi no recordaba nada de lo que contaré enseguida. Es una transcripción de lo que me contó Saúl que le dije; y debió ser así porque nunca antes le había platicado lo que dije y todo es cierto, ¿de qué otra manera hubiera sabido tantos detalles? Me preguntó desde cuando fumaba marihuana.
—Hace poco, tiene menos de un año. Sólo lo he hecho con algunas de mis amigas que me la dieron a probar y me gustó. Pero una de ellas me dijo que hacer el amor así era la experiencia más hermosa que ella había tenido, y quise hacerlo —dije con palabras que ya salían cada vez más lentas.
—Pero, ¿por qué hoy y conmigo? —me preguntó molesto.
—Porque tú me vas a coger —dije de manera necia—. Hace un mes lo quise hacer con Othón y el marica me apagó el cigarro —dije en tono de enojo refiriéndome al amante que tenía en ese momento—. ¡Ya lo mande al carajo! —aclaré y reí con el rostro sombrío.
—Pinche güey, le di lo que a nadie le había dado nunca: mi culo.
Volví a reír, poniendo el cigarro en el cenicero. Volteé a verlo, mostrando desinterés por su desnudez.
—Ahora que me acuerdo, a ti te lo ofrecí antes y no quisiste.
—Pero…
—¡Cállate! porque todavía no ter…termino —dije arrastrando las palabras—. Fue hace diez años. ¡No!, Fue hace cinco, ¿o tres? ¿Tú te acuerdas?
Me contestó afirmativamente con la cabeza.
—Sí, una amiga… Otra, no las que me dieron a probar esto —aclaré, volviendo a tomar mi cigarro—. Mi amiga Martha me dijo que por atrás se sentía muy rico. Le dije a Eduardo que me lo metiera por allí, pero no quiso el muy pendejo. Seguramente te acuerdas de ese día. Aunque él me había cogido aún estaba caliente, me regresé a la casa, esa vez fue cuando te lo pedí.
—Cogimos muy rico, ¿te acuerdas? ¡Ay maldito!, me dijiste cosas tan bonitas que me juraba a mí misma que ya solamente sería tuya. Pero no, la calentura se impuso, a pesar de que no te quiero hacer daño, porque a ti sí te amo —mi dicción era cada vez más pastosa, pero no dejaba de hablar.
Seguí fumando, haciendo un recuento de nuestra relación plagada de infidelidades antes de que volviera al tema. Me contó Saúl que ya tenía los ojos, vidriosos, y se me cerraban a pesar del esfuerzo que hacía para mantenerlos abiertos, en mi sopor lanzaba la mirada hacia la nada, cerrando los párpados lentamente.
—Esa noche te pedí que me penetraras por el ano, te lo ofrecí enamorada, pues a nadie le había pedido eso, bueno, esa mañana a Eduardo, pero antes a nadie, ni tampoco se lo había permitido a otros que sí querían. Me dijiste que no, que me podías lastimar y quién sabe cuántas mamadas más —intentaba mirarte a los ojos pero mi mirada rápidamente se perdía; el estrabismo involuntario hacía oscilar mis ojos, los cuales tardaban en enfocar las imágenes, lo mismo que mis labios en formar las sílabas y las palabras—. A propósito de mamadas, el 69 con el que terminamos aquella vez antes de quedarnos dormidos fue lindo, al menos la puntita de la lengua sí me la metiste por allí.
—Sí amor, fue hermoso y tú sabías a gloria, aunque trajeras leche de otro —me contestaste sin ninguna molestia.
—Sí, tú fuiste el primero que me lo dijo y has sido el primero en todo… Bueno, casi en todo, porque Othón sí quiso. Claro que yo puse mi parte. Andábamos en Puebla, en una camioneta grande, así que casi todo el tiempo que manejaba, lo traje con el pito de fuera. Traía mi palanca de velocidades. ¿Te acuerdas cuando me enseñaste a manejar? Acuérdate que siempre quería ir con la palanca de velocidades en la mano… Te gustaba mucho, hasta decías que me ibas a enseñar a manejar un tráiler para que practicara con el dual.
Dejé otra vez el cigarro en el cenicero para seguir hablando de la palanca y haciendo ruidos imitando al motor y… me agarré de su “palanca”…
—¡Ay amor, que rápido se te puso tiesa! —dije sacudiéndole el pene varias veces, antes de metérmelo a la boca. Lo chupé un poco y seguí hablando y riéndome, él no sabía si era porque sentía como crecía un poco más o porque eran efectos de la droga. De pronto me separé de él para seguir fumando y hablando.
—Ya tenía a Othón muy caliente y aunque esa tarde regresábamos a México, enfiló su camioneta hacia un motel. Él andaba tan ganoso que casi se baja de la camioneta con la bragueta abierta y el badajo colgando. “Primero pasaremos aquí” me dijo ese día. ¡Ah! Él estaba ardiendo. Ji, ji, ji —reí al acordarme de eso—. Pidió un cuarto y nos metimos de inmediato a la recámara. Me desvistió rapidísimo y él se quitó toda la ropa como un relámpago.
Tomé una vez más mi cigarro, le di una profunda fumada antes de apagar la colilla en el cenicero y me levanté, parándome en la cama. Saúl vio hacia arriba mi vello negro y mis tetas (“hermosas”, precisó cuando me lo contó). Extendí las manos hacia arriba y después me empiné, tocando con las manos la cama, sin flexionar las rodillas ¡Siempre tan ágil!
—No lo dejé hacer nada, simplemente me puse así y me metió su tronco en la vagina —expliqué cuando mis cabellos negros terminaron de formar una cortina brillante que se arrastraba por la colcha—. Entró facilísimo ¡Agh, estaba riquísimo! Todavía se me hace agua la pepa cuando me acuerdo —dije entrecerrando los ojos, en los cuales se notaba la magnitud de mi lujuria.
Saúl estaba confundido, pero mi lujuria también lo contagió, sobre todo al ver mis tetas colgando y los pezones como el punto más bajo de ellas.
—Lo dejé que me diera unas cuantas embestidas y le pedí a Othón que me lo metiera por el ano. Él sacó la verga completamente mojada de mi raja y fue metiéndomela despacito. Sentía un pequeño dolor, pero le urgí a que continuara “hasta que sienta que tus huevos me golpean” le supliqué. Por fin entró todo y empezó el bombeo…
—¡Ay! — exclamé dejándome caer sobre la cama y no supo si mi "ay" era por haberme resbalado o porque estaba sintiendo nuevamente aquello—. Fue riquísimo, yo me puse a llorar de felicidad —también se me escurrían las lágrimas en ese momento— y cuando me vine le grité que también quería que a él se lo estuvieran cogiendo así para que sintiera tan hermoso como yo. —Abrí los ojos— y mi sonrisa se transformó en carcajada— ¡Qué magnánima soy! ¿Verdad? Ja, ja, ja, ja…
Seguí riendo un buen rato y después mi risa se transformó en llanto. Lloré desconsolada. Saúl acomodó la cama para meternos bajo las cobijas. Me abrazo y mi llanto se fue calmando poco a poco hasta que sólo quedaron sollozos y quedé dormida entre los brazos de mi esposo. Saúl, al sentir mi cuerpo tibio, acarició mis tetas con suavidad. Bajó la mano sobre mi vientre hasta que llego a mi monte. Se le enredaron mis vellos en sus dedos mientras me acariciaba el clítoris. Yo seguía dormida y Saúl con muchas ganas de tomarme…
Cuando dormía profundamente, mi esposo me chupó los pezones, después, cuando trató de lamer mi vagina yo abrí las piernas; Saúl creyó que yo ya estaba despierta pero se dio cuenta que el movimiento había sido instintivo, ¿qué estaría soñando? Saúl seguía con muchas ganas pero no se atrevió a cogerme. Se conformó con navegar su lengua en mi raja y probar el sabor de mi flujo abundante. Después, abrazado a mí, él durmió un poco antes de levantarse para darse un duchazo, en tanto, yo desperté. Cuando Saúl salió del baño yo ya estaba de pie y había dejado algunos pañuelos desechables arrugados sobre el buró pues me sequé la panocha, ¡la tenía inundada! Mi mirada aún estaba un poco perdida y tenía los ojos muy irritados.
—¿Te viniste mucho?— le pregunté.
El sonrío, para no caer en la provocación de lo que creyó que era un sarcasmo. Me terminé de poner las pantaletas y al tomar los pañuelos para llevarlos al basurero que está en el baño, hice otro comentario que le aclaró el porqué de mi pregunta.
—Yo estaba escurriendo, hasta la cama quedó mojada. ¡Mira como la tienes ¿Quieres más? —pregunté antes de meterme a la regadera sin detener el paso.
El tiempo del que disponíamos había terminado, debíamos ir por los hijos.
—¡Claro que quiero! —Gritó y se lamentó de no haberme cogido dormida, — Al menos tú sí habías disfrutado tu sueño acompañada de las caricias de mis labios y lengua. Seguramente, de todos los que nos hemos acostado contigo, ¡también he sido el primero en quedarme con las ganas…!
Ya en la casa, después de dormir a los hijos y sin los influjos de la marihuana, nos fuimos a la cama. Saúl estaba muy caliente y me acostó con las piernas abiertas para mamarme la panocha.
—¿Quién más, además de Othón, te ha penetrado analmente? —me preguntó mi esposo, dejando de lamerme el culo y la raja.
Yo estaba gozando de lo lindo, porque su boca siempre me hace venir, sus caricias linguales son todo un arte y yo no quería que se detuviera.
—¡Sigue, mi amor, no me dejes a medias! —le supliqué— Sólo Roberto y Eduardo, a nadie más se lo permití.
—Cuéntame cómo fue con ellos la primera vez, mientras sigo saboreando tus jugos, mi Nenita —me pidió y regresó afanándose más en la tarea.
—Ya sabes, Othón me estrenó por ahí, yo tenía muchas ganas de probar y lo gocé mucho. Una semana después de eso, Eduardo me dijo que quería ser el primero que me cogiera por allí. Me reí y le dije “Ya te ganaron, pues cuando te lo pedí no quisiste y al llegar a mi casa se lo pedí a Saúl…” Él supuso que fuiste tú, pero no le dije lo que pasó después, que tú tampoco habías querido. Por toda respuesta, me puso boca abajo con dos almohadas en el vientre y me dijo “Pues ahora me toca a mí” y me lamió el ano, no tan rico como tú lo haces, pero a mí me fascinó cómo me lo trataba de dilatar usando su lengua y sus dedos, para penetrarme sin obstáculos. Si él hubiera sabido que yo ya estaba cogida varias veces por Othón y se podía entrar por allí sin dificultad, me lo hubiera metido de inmediato.
—¿Te gustó con Eduardo? —me preguntó Saúl mientras me volteaba boca arriba y colocaba un par de almohadas en mi cintura; parece que le di una buena idea y me siguió mamando después de preguntarme.
—Sí, aunque me dolió un poco al principio, pero una vez que entró y dio dos viajes, ¡me encantó! Se vino muy pronto gritándome que mi culito apretaba muy rico. Sentí como le salieron tres chorros de semen calientísimos y nos quedamos acostados, sin separarnos, como perritos que acababan de coger pues seguía con el pene duro. Descansó un poco, se irguió sobre los brazos, levantó las rodillas y siguió moviéndose. Me clavó unas cien veces antes de volver a darme unas gotas más de su amor. Yo veía las estrellas de pura felicidad, no conté los orgasmos, fueron consecutivos y Othón nunca me había hecho así, la sensación de ser follada por el culo lleno de leche era nueva para mí —le expliqué a Saúl, quien cada vez me mamaba más rico manteniendo en alto y abiertas las piernas.
—Detén las piernas para poder tomar tu pecho con mis manos —me pidió mi esposo soltándomelas y volvió a mamar mi panocha sorbiendo mis labios interiores y clítoris llenos de flujo al tiempo que me apretaba una teta en cada mano—. ¿Cuantas veces más te cogió así? —me preguntó antes de volver a mamar.
—Casi todas las veces que hacemos el amor, al menos uno de mis orgasmos es así, por sodomía, pero nunca fue… fue tan grata como esa prime… primera vez que me lo hizooo ¡oh…!, pues no me lo ha vuelto a hacer, sin sacármelo.. lo…lo, después de venirse —contesté con muchos espacios pues cuando Saúl me sorbe los labios y el clítoris irremediablemente me vengo con chorros de flujo.
Me quedé callada gozando un riquísimo orgasmo, producto de lo que Saúl sabe hacer y los recuerdos de esa gran cogida que me dio Eduardo. Esta vez, sentí a mi esposo muy caliente cuando le contaba lo anterior, ¡me metió un buen pedazo de lengua por el recto cuando le dije que Eduardo me echó tres chorros de esperma por el ano! Seguí con los ojos cerrados mientras Saúl terminaba de tragarse todo lo que mi orgasmo le dio. Pero cuando los abrí él ya tenía el pito crecidísimo y listo para penetrarme.
—¡Así te voy a dar yo también, mi Nena! —me dijo y lo metió primero en mi vagina, lo sacó y luego fue a mi esfínter.
—¡Primero hazle despacio, poco a poco para que no me duela! —le pedí, pero ya tenía la mitad adentro y sentí ardor y dolor. Aguanté un poco y me sentí feliz de que mi esposo hubiera querido penetrarme así.
—¿Así es como te gusta, putita? —dijo al comenzar su frenético ritmo.
¡Lo que son las cosas!, durante años no me gustó que Saúl me dijera puta porque sentía que me denigraba, pero sí me gustaba que me lo dijera Roberto o que Eduardo me llamara golfa cuando me ponía muy cachonda y lo apremiaba a que me cogiera.
—¡Sí mi cornudo, así me gusta! —contesté con el primer orgasmo. Inconscientemente me vengué llamándolo cornudo y no pensé más en su posible reacción porque en ese momento sentí un chorro de semen en mi ano cuyo calor me dio un orgasmo más.
—Sí, soy cornudo gracias a ti, pero me gustas puta porque me haces cosas nuevas que aprendes con tus amantes —me contestó jadeando mientras sudoroso y de rodillas reposaba su pecho sobre mí sin sacarme el pito. Aunque mi posición era incómoda, llorando de amor, le acaricié la cara y los cabellos a mi esposo. Al poco tiempo se enderezó para seguir culeándome así, llena de leche. ¡Tuve dos orgasmos más y seguí llorando de felicidad!
—¡Te amo, mi amor, te amo! —le gritaba mezclando las palabras con los gritos de mi llanto. No pudo más y exangüe su pene se salió.
Quedamos tendidos uno al lado de otro y dormitamos un poco tomados de la mano. Me desperté cuando me besó.
—¿Y cómo fue con Roberto? —preguntó antes de tomar un pezón con su boca.
—A él se lo pedí después, sólo por morbo, pues quería ver si soportaba su glande enorme. Aunque lo hizo con mucho cuidado, siguiendo mis instrucciones para dilatarme y ponerme lubricante, ¡me dolió muchísimo! No me resultó tan placentero y ya no se lo volví a pedir. Tampoco él insistió —dije abrazando a Saúl de la cabeza para que me mamara las tetas —. Ya quiero dormir, toma teta, mi bebé…
(Continuará)
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