LA NINFOMANÍA PUEDE ACABAR EN INFIDELIDAD (2)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por TitaLaPutita.
En la primera entrega (ver http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-26348.html) describí a los protagonistas principales: Saúl, mi esposo, siempre fue bien parecido, aunque delgado (pero hacía mucho ejercicio), 1.75 m de altura, pelo negro intenso, ojos marrón oscuros, boca antojable, pene tamaño normal (13 cm), testículos grandes, trabajador e inteligente.
Yo, Tita, era una muchacha de piernas delgadas, pero torneadas y nalgas algo flacas, pero con las curvas adecuadas (hasta la fecha con mi casi medio siglo encima), pero una cara bonita, pelo largo lacio de color negro y unas tetas que han sido mi llave y anzuelo para obtener al hombre que se me antoja (ni uno se me ha escapado). Además, para retenerlos y saber que volverán por más, tengo una vagina con suficiente vello negro que permite difundir el aroma de mi deseo y un “perrito” que los vuelve más locos que mis tetas. Llegué a medir 1.65 m pero ya voy hacia abajo.
También están dos más: Roberto (un primo de mis primos, un año mayor que yo, pelo largo castaño oscuro, ojos un poco saltones, constitución atlética y 1.75 de estatura); Eduardo era un auxiliar de contador (divorciado, cinco años mayor que yo, esbelto de 1.80 m de altura, pelo castaño oscuro y colocho) de porte varonil con voz cautivadora.
Después de que Saúl me descubrió con Roberto, decidí huir de la casa llevándome a mi hija. Mi esposo procedió a buscarme.
¿Cuántos libros y personas habrá consultado Saúl en esos días? No lo sé. Pero supe que le habló a Roberto y le explicó lo sucedido (el teléfono estaba en el recibo con varias llamadas hechas y recibidas, pero como yo era quien se encargaba de hacer los pagos, él sólo lo supo hasta que se puso a investigar desde cuándo se había dado esa relación). Seguramente también descubrió alguna carta que no había quemado yo después de leerla y varias fotos, todo ello cuando supimos que estaba embarazada por tercera vez (recuerden que la primera terminó en aborto). Le preguntó si estaría con él. “No, pero, por favor, en cuanto sepas algo dímelo”, le contestó Roberto con real preocupación. Por lo que lo descartó de los posibles lugares donde me ocultaba.
Decidí irme con una antigua amiga del trabajo quien después de casarse fue a vivir a Acapulco. Le hablé, le expliqué que requería ocultarme de mi marido y ella aceptó. Mi llamada a Acapulco llegaría un mes después en el registro telefónico, así que yo tenía ese tiempo para pensar qué haría.
Al llegar le conté lo que me pasaba y lo que yo necesitaba era calma para pensar qué me pasaba. Esa noche llegaron varios amigos a una reunión semanal donde jugaban cartas, platicaban y cantaban. Después de dormir a mi hija, me integré a la reunión. Armando, un caballero diez años o más que yo, quien no traía pareja, no me quitaba la vista y su mirada era recurrente a mi cara y a mi escote. Me calenté de inmediato y fui a quitarme el sostén para que se notara cómo se me ponían erguidos los pezones. Se quedó con la boca abierta y yo le sonreí. Ahora eran más las miradas de los hombres y una molestia para las mujeres, incluida mi amiga. Cuando hubo que ir a comprar más hielos y refrescos, que estaban a punto de acabarse, Armando se ofreció para traerlos y yo para acompañarlo. Me tomó del brazo y salimos. Una vez que nos alejamos en su auto empezamos a besarnos, se estacionó en una cerrada, me bajó la blusa sin mangas que yo traía y se prendió de mis tetas como becerro hambriento. Yo le abrí la bragueta y lo empecé a pajear.
—¡Espera, detente! —me suplicó.
Nos pasamos al asiento de atrás, yo traía las pantaletas en la mano cuando entré pues me las quité cuando abrí la puerta. Me acosté colgando los pies fuera del auto. Armando me subió la falda, me recorrió el pelambre con su nariz y su lengua, las cuales se llenaron de mi flujo porque mi pucha ya estaba inundada. Se acomodó para penetrarme y trató de seguir mamando, pero no era fácil por lo que optó por besarme sin soltar mis tetas.
—¡Fóllame mucho, soy muy puta! —le grité extrañándome de mí misma pues una cosa era reconocerme como la puta de Roberto y otra con este tipo a quien tenía unas cuantas horas de haberlo visto por primera vez.
—¡No, no hueles a puta!, hueles y sabes a mujer en celo —terminó diciéndome con ternura antes de venirse.
Otra vez, yo había tenido ya varios orgasmos, el primero cuando me empezó a mamar y los últimos al recibir un gran chorro de esperma en la vagina. “Esto no es natural”, pensé, “Armando es un desconocido, además ya no estoy triste”. Regresamos pronto pues cerca estaba una tienda de 24 horas abierta donde nos abastecimos. Todos se sorprendieron de lo pronto que llegamos, pues muchos esperaban que pasaría lo que pasó y eso no es tan rápido… Se escuchó el llanto de mi hija y subí a atenderla, mi reputación quedó a salvo pues ya no regresé a la fiesta.
Al día siguiente yo no estaba triste, por más que pensaba en mi hijo y mi esposo, pues traía una luz de mi cura.
Dos días me bastaron para tomar una decisión. Regresaría a casa, le pediría perdón a mi esposo y me dedicaría solamente a mi familia. Todo se dio como pensaba que ocurriría. “Hazme el amor todos los días, le pedí, aunque esté menstruando”. Y así ocurrió. Al día siguiente de mi llegada, Roberto me habló —una prima le dijo que ya había regresado a la casa—. “No señorita, está equivocada”, contesté con la clave que teníamos por si había alguien cerca del teléfono, a pesar de que no había nadie. Y así fue todo el mes. Yo evitaba contestar y, si Roberto no escuchaba mi voz, colgaba.
De Armando sólo me volví a acordar con alegría por haberme dado la luz en mi caletre, pero no más… llamó varias veces pues consiguió el teléfono con el esposo de mi amiga. Me porté muy cortés y le dije que yo le hablaría o le enviaría un mensaje con alguien, le pedí su teléfono para hacerlo creíble y colgamos.
No importó que mi esposo me cubriera dos o tres veces al día, la depresión volvió al mes. Roberto volvió a pasar por mi ciudad y acepté verlo. Estuvimos dos horas en su hotel cogiendo sin descanso, me sentí feliz de ser poseída por él y de ofrecerle mi cuerpo. Me chupó las tetas, mi lamió el ano me puso en muchas posiciones e hizo que me viniera tantas veces que perdí la cuenta y, cuando por fin él eyaculó dentro de mí, quedó yerto sobre mi cuerpo.
—Te amo, mi putita —dijo al reponerse.
—Yo también, mi caliente…
—Te compré un regalo… —dijo al darme un paquete con un moño, el cual había sacado de la maleta.
Al abrirlo me dio mucha alegría pues era un consolador con tamaño, forma y consistencia al pene de él.
—Cuando lo vi en la sex shop de New York, no me lo creí. No pregunté el precio, sólo dije “Envuélvamelo para regalo”. Ahora te acordarás mejor de mí.
Cuando se regresó a su ciudad volvimos a tener llamadas, y volví a visitar a mis padres… Saúl no pudo negarse pues se casaba mi hermana y él no podía acompañarme.
No tenía ni dos días de haber llegado y Saúl le habló a mi padre. Lo puso al tanto de mis citas clandestinas. Mi padre se enojó tanto que en el discurso para la novia, su hija, fue muy duro. Se centró en la fidelidad que se debían y los perjuicios que causaba lo contrario, éstos coincidían con mi vida. Sentí las miradas de todos los presentes sobre mí y me sentí la mujer más pecadora del universo, y lo sentía con vergüenza desestimándome a mí misma como persona. Sólo el primer día de mi visita había podido ver a Roberto; después estuve vigilada a toda hora. Cuando se apareció Roberto a la boda, mi hermano le dijo discretamente que se retirara so pena de expulsarlo pues mi padre estaba muy enojado con él. Roberto lo entendió de inmediato y se fue. Esa noche, dormí con Bob (el consolador) dentro de mí.
A mí regreso le reclamé a Saúl. No por el regaño que recibí de mi padre ni por la pena que les había provocado, sobre todo a mi madre, sino por el discurso que le dio a mi hermana en su fiesta.
—Además, yo no veo a Roberto desde que regresé a casa —mentí con atrevimiento para finalizar mi airada perorata.
—Tuve que pagar el recibo del teléfono y encontré fotos polaroid recientes, así como una carta de él que te trajo tu madre cuando vinieron a entregar las invitaciones para la boda de tu hermana.
Me ocultó lo que averiguó de Armando, también gracias al recibo telefónico, y un detective privado “cruzado con psicólogo”, que lo localizo telefónicamente diciéndole que tenía un recado para mí y lo engatusó para sacarle mi aventura con él. A Saúl le quedaba claro que yo era una ninfómana y me propuso una idea que rechacé.
—Vivamos juntos los tres: Roberto, tú y yo, con mis hijos. Vayámonos a donde nadie nos conozca y volvamos a empezar.
—¡Estás loco! Ya no lo volveré a ver, le dije.
—Entonces me iré yo con mi hijo, me contestó tomando una chamarra y una maleta que ya tenía preparada —me quedé helada con la respuesta y me prendí de él llorando—. ¡No sé qué me pasa! —grité sin soltarlo para evitar que se fuera.
Él sabía que yo no podía controlarme, que necesitaba sexo a toda hora y mi cuerpo y feromonas atraían a quienes necesitaba. Se quedó. Esa noche me desvistió y besó todo mi cuerpo, me hizo lo que él dedujo, de la información que tenía, que Roberto me había hecho. Le correspondí contándole todo y haciéndolo con él. “Ahora lame mi ano”, le pedí al tiempo que hacíamos el 69, “Recorre con tu lengua mi vagina, mis labios, chúpame el clítoris méteme la lengua en el ano, después en la vagina, altérnalos. Se prendió de mi clítoris y tomó a Bob para introducírmelo en la vagina con delicadeza, sabiendo que era una réplica del pene de mi amante. Fue una noche deliciosa en la cual no dejamos de llorar, los orgasmos fueron catárticos. Después le tocó a Saúl ocupar mi vagina, me puso en cuatro mientras con mi boca atendía a Bob. Se vino dos veces seguidas y mi perrito no lo soltó hasta que se vino una vez más. Amanecimos desnudos, cara a cara y Bob dentro de mí…
Más tardé tratando de curar las heridas a puras cogidas que en caer con otro desconocido: un joven vendedor de artesanías, llamado Alfredo (supe su nombre varios minutos después), en el mercado dominguero de La Lagunilla que me miraba el pecho con tanto deleite y se sobaba un crecido bulto en el pantalón que mojé el calzón de inmediato. A pesar de mi genuino interés por examinar el trabajo artesanal para intentar reproducirlo haciendo adornos para la casa y para regalar a mis familiares y amistades, me retiré de inmediato, pues sabía lo que podía pasar así que me acerqué a mi marido para tomarlo de la mano. El mercader miró a mi esposo con ojos de envidia. Saúl continuaba examinando la mercancía (timbres postales) del puesto aledaño.
—Venga señora, véalos sin compromiso —insistió mostrándome los adornos en los que yo me había fijado originalmente. Cedí por ambas razones, examinar las obras y continuar exitándome.
—¿Usted los hace? —pregunté agachándome a verlos (pues el puesto estaba en una mesa muy baja) a sabiendas que le mostraría una buena ración de tetas y quizá un pedazo de aureola.
—Sí señora.
—¿Y podría enseñarme cómo?
—Sí, pero se requiere de un sitio calmado y de algunas horas solos —precisó dándome a entender su disposición para lo que ambos deseábamos.
A los pocos minutos ya tenía él mi teléfono para ponernos de acuerdo una vez que consiguiera los materiales necesarios.
—¿Cuánto le dejo de anticipo para comprometernos formalmente? —pregunté para que le quedaran claras mis intenciones.
—No es necesario, al contrario, para que vea que va en serio llévese éste que le gustó y me lo paga cuando le enseñe a hacerlos —me dijo dándome el de mi gusto, colocándolo pegado a mi pecho y no pude evitar un suspiro que fue correspondido de la misma forma cuando Alfredo sintió el pezón erecto tras de las copas del sostén.
Tres días después recibí la llamada de Alfredo y acordamos vernos al día siguiente. Me levantó en un centro comercial y me llevó a un hotel cercano donde el sonido ambiental de la habitación invitaba a bailar y eso fue lo primero que hicimos. En tanto que bailábamos abrazados, me besó y desabotonó mi blusa, yo me encargué de su camisa. A pesar de su inexperiencia me quitó el sostén y me abrazó siguiendo con suavidad la melodía. Mi exuberante pecho quedó al descubierto, la admiración lo inmovilizó; le quité la camiseta, nos abrazamos fuertemente y le acaricié la espalda. Ya no bailábamos, sólo seguíamos el ritmo con los hombros.
Ya dije que era muy joven, pero también me percaté de que esto era nuevo para él, así que decidí llevar el ritmo de la fiesta. Me separé para quitarme la falda, él se quedó inmóvil; le sonreí, pero con un ligero y sutil cambio de mirada le ordené silenciosamente que también él se desvistiera.
Lo hizo con rapidez sin apartar la vista de mi cuerpo. La delgadez de mis piernas se compensa con el ensortijado vello oscuro de mi triángulo. Acomodé mi ropa con cuidado, verificando en el espejo que la inclinación de mi cuerpo fuera la exacta para que subiera su mirada hacia esa parte que le atrajo enormemente. La ropa de él quedó regada.
Reforcé la picardía en mi sonrisa para cerciorarme de que su sangre fluyera rápidamente y templara aún más en su cuerpo ese deseo compartido, mis labios y mi lengua sobre su boca concluyeron la faena. Él se dejó llevar por mí. Mis dedos suavemente dirigieron la turgencia hacia mi pubis, que ya estaba muy aromático, el clítoris y mis labios morenos y serrados se encargaron de mezclar las humedades y difundir la fragancia del amor que emitían nuestros ardientes cuerpos. De este modo, sólo tres brazos sujetaron el beso doble de amores desatados que definen el paraíso de cualquier enamorado; en ese momento de ternura no hay más cielo que la carne.
La piel firme de Alfredo contrastaba ligeramente con la mía. Aunque la maternidad y los años han acentuado lo maleable de mis senos, sé que son, así, una invitación para cualquiera que esté esperando que el amor se haga lujuria. Lo obligué a que cayera sobre el lecho llevándome en su descenso, apartando apenas levemente los labios, pero sin que mi lengua saliera de su boca en la que jugueteaba. Como último acomodo, exhaló un quejido de placer y escuchó mi inspiración que confirmaba tener en mi interior toda la erección provocada.
Retozamos al ritmo de los gemidos y aullidos de mi boca, la cual no pudo imitar el entrecerrar de mis pestañas. Así, entre gimoteos y sollozos, me perdí en el placer de un sinnúmero de espasmos. Seguramente fue que vio mi mueca de placer pues aumentó su excitación y ésta le dio más movimiento.
En un último grito que lancé, él también se convulsionó y aflojó los brazos. Al tratar de incorporarme, por mis pezones cayeron las gotas de sudor conjunto. Por fin, me desvanecí exhausta y satisfecha.
Aunque su miembro estaba flácido aún lo atesoraba dentro de mí, volví a la carga. En el breve instante que logró entreabrir sus ojos con gesto de clemencia, cedió al ver mi sonrisa maliciosa, resignándose a que yo disfrutara el placer en puntos más externos. Logré el clímax otro par de veces y cuando él estaba a punto de voltearse lo abracé diciéndole "ahí viene otro chiquito". Lo constató al escuchar el leve ulular de placer que lancé antes de rodar a su lado. Me acarició con fineza y abrió la boca para que entraran en ella los dos pezones que, al yacer yo de costado, quedaban muy cercanos. Hubiera querido dormir, pero empecé a disfrutar del viaje que habían iniciado sus labios, el cual terminó al degustar en mí su propio sabor, en tanto que yo acariciaba sus cabellos. Quizá Alfredo nunca pensó que haría eso, ya que se detuvo, pero el olfato acicateó más su gusto y exploró con su lengua cada una de las puntas de la sierra de mis labios. Jugó con mi clítoris y se aplicó más al escuchar mis jadeos que melodiosos seguían el ritmo de su lengua. Se incorporó excitado y me besó. Al cubrirme nuevamente, vinieron más de mis orgasmos, y coincidimos en uno que lo dejó extenuado, pero volvió a pagar el mismo precio pues antes de que lograra separarse me volteé sobre él y cogiéndolo de los hombros me moví al ritmo que el frenesí requería, escuché un casi inaudible “no”: ¡Súplica muy débil!
Dormimos un rato. Al despertar me mostré insistente. Sí, es joven, pero fue demasiado para él. Me recordó que debíamos trabajar en lo que pedí el domingo en el mercado y trató de vestirse, pero lo detuve, lo besé y le dije "no, así estoy más a gusto". Alfredo adivinaba que deseaba convencerlo después de la clase, o interrumpiéndola, y él seguramente creyó que sí podría responder, de modo que accedió a enseñarme su arte mientras nos admirábamos y acariciábamos.
Entre instrucción e instrucción menudearon los besos, pero poco a poco me interesé más en lo que estaba aprendiendo que en su cuerpo. Hice preguntas sobre las ventajas de usar tal o cual material en lugar de otro; cuáles serían los mejores tintes; le sugerí que ensayara con otros materiales; al poco rato yo estaba requiriendo que me contestara sobre la factibilidad de técnicas que él nunca imaginó. Había aprendido todo, nada más me podía enseñar Alfredo. Ya era la hora de irme y como mero formulismo lo besé y acaricié, pero él no logró la erección, así que fingí asombrarme al ver la hora. Nos vestimos y concluyó esa mañana de pasión y aprendizaje.
Esa noche Saúl se dio cuenta de mi notoria alegría. Me sonrió mirándome a los ojos y de golpe, su rostro se entristeció. Sabía bien qué me había ocurrido. Cuando nos acostamos me hizo el amor muy excitado. Exclamaba “Quién” en algunas de las embestidas, aunque no tan claramente pues podría haber sido “Bien”… (Continuará)
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