LA NINFOMANÍA PUEDE ACABAR EN INFIDELIDAD (5)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por TitaLaPutita.
Vinieron las vacaciones de fin de año. Yo me iría con mis hijos a pasarla con mis padres. Saúl me pidió que me quedara a su lado, pues trataba de reconstruir el hogar. Le dije que no podía, que tenía que ir a ver a mis padres, pero aunque cuidé de ocultarle que allá vería Roberto, él lo sabía ya que había escuchado una conversación telefónica en la cual, según lo percibido de las respuestas que yo daba, no podía ser de alguien más. Antes de que yo me fuera, Saúl me cogió mucho, lo mismo hizo Eduardo.
La tarde de la partida, habló Eduardo por teléfono para despedirse de mí. Saúl contestó y le dijo que no me pasaría el teléfono. Lo mismo hizo las tres veces consecutivas que Eduardo insistió, sin dejar que yo tomara la bocina cuando sonaba el timbre. Saúl se vengó de Eduardo cuando éste lo amenazó con ir a la casa a despedirse de mí y armar un “san quintín” Pues mi esposo le dijo: “¿Sabes quién la espera allá?”, en clara alusión a que se vería con Roberto. “Eres cruel”, dije cuando escuché el comentario y me retiré. Saúl dijo a Eduardo “Ya se enojó porque te dije que se verá con otro, ¿tú no lo sabías?” y Eduardo colgó. El teléfono no volvió a sonar.
Y sí, en ese viaje que hice, me di mañas y pude estar con Roberto… Pero eso no tuvo más trascendencia que alimentar mi confusión y pueden imaginárselo fácilmente, por ello no lo describo ya que no arrojaría nueva luz a la historia que expongo.
Con todo esto, mi esposo y yo fuimos creando distancia entre nosotros, lejos de acercarnos. Si yo quería ir al cine o teatro, me mandaba con sus hermanos o simplemente me quedaba con las ganas; si quería que fuéramos juntos a una fiesta no íbamos porque a él sólo le gustaba comer y platicar y a mí me gustaba bailar. En fin, el acercamiento con Eduardo se dio, Saúl permitía que saliera con Eduardo acompañada de mis hijos. Ellos en la parte trasera de la combi y nosotros adelante. Obviamente mi mano entre las piernas de Eduardo y él acariciando mi pecho bajo la blusa. Ninguno de los dos llevaba ropa interior, en cambio sí muy holgado el resto de la vestimenta, para aprovechar cualquier instante en caricias. “¿De verdad te gustan?, ya están algo caídas”, pregunté en un alto del semáforo que aprovechó para darme una lamida. “Están que se caen, pero de buenas” me contestó con ese lugar común, que luego repetiría con frecuencia. “Somos unos golfos, mi mujer, en cualquier lugar nos amamos”, precisó. Pero también, la palabra “golfa” sería frecuente, toda vez que le pedía que me hiciera el amor o lo forzaba a que siguiéramos haciéndolo cuando él ya estaba satisfecho. Me pareció más elegante “golfa” en lugar de “puta”, aunque esa era la palabra que usaban sus padres para puta ya que eran originarios de España. Todo se dio fácil, le conté mi historia de desamor con Saúl, y mi oasis donde eventualmente aparecía Roberto ya alejado ahora (le hice creer). No le mencioné, para nada, a las otras personas con las que me desfogué.
Los niños querían conocer el mar y mis suegros nos invitaron una semana a Acapulco. Saúl me lo comunicó feliz para que hiciéramos las previsiones necesarias. A cambio obtuvo mi rechazo, el cual mostré muy airada.
—No me siento bien con tu mamá, ella me desprecia y ningunea, al igual que tú, pero a ti te aguanto porque eres el padre de mis hijos. ¡No vamos con ellos! —dije enfáticamente.
—Sí, ambos son mis hijos, yo los registré como su padre —dijo primero—, pero tú no mandas sobre mí. Llevaré a los niños, mis hijos, “ambos”. Tú puedes quedarte aquí o hacer lo que te dé la gana —remató.
Saúl y mis hijos en Acapulco con mis suegros; Eduardo y yo en San Miguel Regla. Para todos los que atendían ese lugar, era evidente que nosotros estábamos de luna de miel y no de simples vacaciones de Semana Santa. Quienes pasaban cerca del lugar, sólo escuchaban gemidos y palabras ahogadas que rompían el silencio de vez en cuando.
Cumplíamos tres días con sus noches en esas acogedoras cabañas; de donde sólo salíamos para comer en un horario sumamente desfasado, una o dos veces al día, vistiéndose solamente con un pantalón, playera y huaraches, yo sin sostén ni pantaletas, y él sin trusa ni camiseta. Apenas él había despertado cuando empezó a mamarme las tetas. “Mi mujer está que se cae de buena” seguramente fue lo único que pensó cuando abrió los ojos y vio mis pezones juntos al estar yo acostada de lado. Sentí su lengua e instintivamente, aún sin despertar del todo, lo tomé de la cabeza con una mano y con la otra le ofrecí el pecho, creyendo, en esa somnolencia, que amamantaba a alguno de mis hijos. Me excité cuando me tomó de la cintura y sentí el roce de su verga entre mis rodillas. La tenía muy crecida y empezaban a escurrirle las ganas a gotas; hasta ese momento tomé conciencia del lugar en el que estaba y me acomodé para coger su falo y restregarlo en mi clítoris y labios. Mi libido creció más, exigiéndome la penetración; Lo besé y, sin separar las bocas, me subí en él y me ensarté.
—¡Me gustan estos buenos días acostadita en la cama! —grité empezando a cabalgar.
—¡Salta lo que quieras, mi mujer golfa, ése es sólo para ti! —me dijo antes de tomar mis tetas y meterse una de ellas en la boca.
Con las caricias de sus manos y su lengua y la música que hacía el “splash” de mi vagina sobre sus bolas cada vez que bajaba de golpe, me vine pronto, le gané a él, lo que me permitió tener dos orgasmos más antes de quedar exhausta. Jadeando resbalé desde el cuerpo yerto de mi amante hacia la cama, su miembro seguía erecto y cuando se me salió, la presión que hizo su glande sobre mi clítoris me dio un motivo más de éxtasis. Quedé boca arriba, separé las piernas y le pedí que me penetrara.
—Ahora tú muévete, papito. Dame más semen —le dije tomándolo del pene para agitárselo de arriba hacia abajo (y de abajo hacia arriba, también).
—Te lo voy a dar, pero en la boca… —dijo despegando mi mano para colocar una rodilla a cada lado de mi torso.
Me reí soltando unas alegres carcajadas. Al abrir los ojos hice bizco, pues Eduardo tenía el pito frente a ellos. Golpearon sus huevos en mi barba cuando se estaba acomodando. Él estiró una de sus manos para sostenerse de la cabecera de la cama, y con la otra acomodó las almohadas bajo mi cabeza. Me bajé un poco más, metiendo mis brazos bajo sus piernas. Ensayamos diferentes acomodos hasta que logró tener el mejor ángulo para que se lo chupara. Con una mano tomé sus testículos para controlar lo que me entraba. Chupé muy rico limpiando nuestros jugos, pero sus ganas no le permitieron someterse más al ritmo que yo le imponía y me lo dejó ir hasta adentro. Su glande presionó la campanilla y me vino una intensa sensación de nausea. Tosí atragantada y me separé como pude. Él se hizo a un lado para liberarme. Me senté creyendo que iba a vomitar, pero no sucedió así porque llevaban más de doce horas sin probar alimento; el único lugar por donde había recibido proteínas, y por chorros, literalmente, había sido en la vagina.
Tomé un poco de agua y me fui calmando. Él me acariciaba la espalda tratando de contribuir a mi bienestar.
—¿Cómo te sientes, mi amor? —me preguntó preocupado.
—Ya mejor, lo que pasa es que me la metiste hasta la garganta. ¡Está grandísima!
—Perdóname, me calenté mucho y no aguanté las ganas de metértelo todo.
—¿Qué nunca lo habías metido en la boca de alguien? —pregunté mezclando el tono de regaño con una carraspera.
—Bueno, en verdad, no. Sólo en la tuya, cuando iba manejando —confesó.
—Sí, pero así no podías hacer lo que ahorita me hiciste.
—Y tú, ¿cuántos falos has tenido en la boca? —preguntó con curiosidad y temor a mi franqueza.
—Ya lo sabes, amorcito, tres con el tuyo —contesté mintiendo y acariciándole el pene antes de besarlo en la boca.
—¿Y te gusta?
—Me gusta el tuyo, de los otros no quiero acordarme, sobre todo del de mi marido, que una vez me hizo como tú. Desde entonces me negué a chupárselo.
—¿Y el de Roberto? —preguntó serio, refiriéndose al amante que tuve antes que él, dejando asomar un destello de celos y rabia en su mirada, además del temor a correr la misma suerte que mi marido.
—Fue de otra manera, pero no me preguntes eso. Ahora es tiempo de nuestro amor —dije bajando la mirada hacia su verga y jugué con ella.
—Tienes razón, en esta semana nada se interpondrá entre nosotros —auguró antes de darme un beso.
Mientras lo besaba, pasabas mi lengua por su paladar y lo empujé con la cara para que se acostara. Así, con los besos y las caricias que con mis manos le hacía abajo, se le volvió a poner erecto el miembro.
Le pedí que se acostara y me arrodillé para darle unas mamadas, tal y como se las habías hecho a Roberto, quien me pidió eso cuando veíamos una escena similar en un video. Aquella vez aprendí muy bien, pues Roberto me llenó pronto la boca con su semen. “Sabe agridulce”, dije entonces, después de saborear y pasar por la garganta esa venida por estar tan excitada, tanto que le escurrí la verga para tomar también aquellas gotas que no le habían salido.
Esta vez también haría gozar con eso a mi nuevo amante. Lo tomé del tronco, y metí su glande en mi boca. Hincada y agachada, en esa posición mis tetas colgaban. Cuando empecé a masturbarlo con el movimiento de mi mano, con mis pezones le rozaba sus piernas. Él se extasiaba con mi movimiento, y le excitaba tanto el balanceo de mi pecho como las caricias que le hacía con la lengua y las dos manos, pues con una lo chaqueteaba en el tronco y con la otra jugabas con sus testículos. Empalmó las dos almohadas bajo su cabeza para no cansarse el cuello ni perder detalles de mis gestos: mis pómulos resaltaban más, en parte por la fuerza de gravedad como por la succión que yo hacía, ello, lo sabía, pronunciaba la belleza de mi rostro. Aunque él disfrutaba, no hubo eyaculación en los más de quince minutos que duró mi trabajo.
Cambié a un 69 y en pocos minutos más yo fui quien se vino y, mientras él seguía afanado en mi clítoris, además de recoger con su lengua los jugos que me escurrían, yo desfallecía en una cadena de pequeños orgasmos secundarios. No logré lo que me proponía hacerle, y sin embargo había sido muy fácil con Roberto… Me separé para descansar acostada boca abajo sobre la cama. Abrí las piernas dejando ver el brillo incitante de mi raja, y él se incorporó para tomarme así. Sentí cómo metió su brazo izquierdo bajo mi pecho y la mano derecha bajo mi triángulo, acariciándome el clítoris, además de los golpes que daba su pubis en mis nalgas: se vino de inmediato, casi al momento en que nuestras lenguas comenzaron el impetuoso beso, algo incómodo en esa posición, pero muy ardiente por la cantidad de contactos simultáneos con mis zonas erógenas.
En los cinco días que estuvimos allí, intenté otras tres veces más extraer su semen en mi boca, antes de poder conseguirlo. Años después, cuando la lista de contactos sexuales llegó a una centena, estuve convencida de que, con unas cuantas excepciones, no era fácil lograr que ellos eyacularan pronto en mi boca, siempre tardé más de media hora.
Una mañana de esas, sentados frente al espejo, me senté sobre su verga y me mecí sobre su turgencia. El movimiento creció hasta convertirse en franco jineteo. Eduardo miraba la imagen en el espejo y se excitaba más al ver cómo ponías yo los ojos en blanco.
–Te ves muy bien en el espejo dándote de sentones en mí –me dijo para llamar mi atención, lo cual desincronizó mi movimiento y se me salió su verga.
–Ya se me salió. ¡Métemelo otra vez, amorcito! –le supliqué entre pucheros porque ya me faltaban unos instantes para que alcanzar el orgasmo.
Me acomodó el falo en el interior y continuamos con el mismo frenesí. Mi pucha peluda actuaba como diseminador del aroma que a los hombres les hacía perder el juicio. Él se recreó con la imagen de cuerpo completo que le mostraba en mi orgasmo y eyaculó simultáneamente cuando yo me vine.
Lloré de gusto y volteé la cara para besarlo. Él sintió la humedad en su regazo, eran su esperma y mi flujo, que abundantes escurrieron al ponérsele flácido el miembro. Después lamí sus huevos y sus piernas para limpiarlo.
—¿Verdad que tú y yo juntos tenemos buen sabor? — le dije después de convidarle con mi lengua lo de la segunda lamida que le di, y así nos fuimos hasta que quedó limpiecito…
—¡Hey, esto ya no sabe a ti! —me dijo cuando le di lo que exprimí para sacarle lo que estaba en su tronco.
—Posiblemente no, pero es lo más rico —dije volviendo a meter mi lengua en su boca.
De los tres hombres con quienes entonces había tenido relaciones duraderas, pues había que exceptuar a los encuentros ocasionales (una vez con cada uno), sólo con mi esposo no había disfrutado del sexo con tanta plenitud, “debía de haber algo que no hicimos bien”, pensaba; con el tiempo supe que fue la inexperiencia de ambos, pues nuestro disfrute fue creciendo conforme sobre de mi pasaban los años, y los amantes. Sin embargo, el entrenamiento intensivo que en esos días tuve, y los espacios de reflexión que me daba al admirar el cuerpo desnudo de Eduardo cuando éste dormía, reponiendo fuerzas antes de volver a la divina fatiga, fueron determinantes para mi desarrollo erótico. No hubo duda de que esa semana, generalmente usada para la meditación y el recogimiento, fue la mayor de mi vida. Ya aprovecharía mejor estas experiencias…
(Continuará)
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