LA RELIGIOSA ME SACA MI DIABLO INTERIOR
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Éramos vecinos desde hace algunos meses, pero mi mujer la conocía de tiempo atrás. Se llamaba Gertrudis y era Pastora de una Iglesia local. Tendría nuestra edad, unos 28 años, bien conservada, caderona, baja de estatura, bastante atractiva. Eso sí, su manera de vestir muy conservador, vestido hasta casi cubrirle el talón, blusa manga larga con botones hasta el cuello y un manto cubriendo su cabeza. Casi siempre vestía de blanco.
Como buena cristiana siempre que había oportunidad nos invitaba a su Iglesia, mi mujer le había estado acompañando últimamente. Faltaba yo – decía -.
Fue la misma Miriam (mi mujer) quien me contó que la Pastora en su tiempo de inconversa le anduvo disputando un novio; que finalmente se quedó con él. El caso es, que fue en sus años mozos y hoy era una diligente religiosa dedicada a su obra a tiempo completo.
Gertrudis empezó a visitar a mi mujer a la casa, unas para hablar cosas de su religión, otras para simplemente conversar como vecinas. No faltó el típico comentario de que hacíamos buena pareja, que nos ciudadanos el uno a otro, que no todos los días se podía hallar un hombre guapo y trabajador, mi mujer nomas sonreía, aunque creo jamás se le pasó nada sospechoso partiendo de quien era ahora la vecina.
Miriam y yo estábamos recién casados y la verdad nos la pasábamos cogiendo, lo hacíamos donde se nos antojaba. En la cama, el sofá, en la cocina, en el baño, en el piso. Donde sea, todo por darnos placer. En más de una ocasión habíamos estado en plena acción cuando nuestra vecina había llegado a visitarnos. Mi mujer muchas veces había salido con tan sólo una toalla cubriéndose para excusarse con Gertrudis.
Una tarde Miriam me dijo que en la noche iban a llegar a nuestra casa los hermanos cristianos, que realizarían su servicio religioso donde nosotros para hacer llegar su mensaje religioso a todos aquellos que no profesábamos su fe. Acepté a regañadientes, más por complacer a mi mujer que por el gusto a sus creencias.
Llego la hora y ahí estaban, la Pastora y unos diez seguidores entre los que se contaba mi mujer, una cuñada y mi suegra. Hicieron lo suyo, yo adentro de mi cuarto viendo la televisión esperando, como dije no compartía sus creencias religiosas.
Escuché cuando acabaron sus cantos y según dijeron iba a orar por la conversión de las almas. El ruido de sus voces se escuchaba hasta mi habitación. Hermana Miriam – escuché decir a la Pastora – Voy a orar por su marido para ver si se convierte. En un santiamén estaba frente a mí, las voces de los demás se escuchaban todavía afuera.
– Buenas noches vecino. Voy a orar por usted.
Y sin más ya estaba con su mano sobre mi cabeza pidiendo a gritos que se saliera Satanás de mí. En sus plegarias decía cosas como que estaba poseído, que me liberaba del mal y cosas parecidas. Al son de su oración saltaba como danzando, sus manos me tocaban por todos lados. Sin entender cuando pasó cuando vine a percatarme me había despojado de mi camisa, me empujó dejándome sentado al borde de la cama. Sus grandes tetas aún escondidas en su blusa se movían sensualmente. Pareció percatarse y como respuesta me jaló hacía ella enterrando mi cara entre sus pechos, sus manos volaron en busca de tratar de desabrochar mis pantalones y en segundos tenía ni verga agarrada por el tronco. No dejaba de decir que sacaría al demonio que llevaba adentro.
Su segunda acción fue hincarse entre mis piernas y empezar a darme una mamada de loca. Engullía lo más que podía de mi polla hasta que sentía que le llegaba a la garganta, sus manos jugueteaban con mis huevos. Cada vez que podía dejaba caer un hilo de saliva y de nuevo intentaba tragarse toda mi verga pero no le cabía.
Como pudo se desabrocho su blusa dejando al aire unos bonitos melones con su pezón grande de color oscuro. Se los tomo con sus manos y poniendo mi mástil entre ellas empeño a pajearme de arriba a abajo. Igual que antes dejaba escapar un poco de saliva y la echaba entre sus tetas para que resbalara mi tranca.
– Que rica vergota – Casi susurró –
Afuera las voces se escuchaban con más fuerza, la oración estaba en su apogeo. Gertrudis ya no decía nada, sus ojos cerrados, su boca descompuesta y su cabeza ligeramente inclinada hacia atrás me decían que estaba más dispuesta a actuar que decir más oraciones en pro de sacar mi demonio interior. Leves chillidos se escapaban de su boca.
Como si tuviera sincronizado el tiempo, cuando se percató que mi verga estaba en su extensión se levantó la falda dejándome ver que no llevaba calzones, un chocho peludo y de gruesos labios vaginales que se antojaba de lo más exquisito quedó a mi alcance, nos cambiamos te posición ella sentada y yo hincado le empecé a lamer toda su panocha. Gertrudis gemía de placer, se masajeaba sus pechos y ligeramente me empezó a marcar el ritmo con sus piernas ya que me había atrapado si creyera que iba a escapármele.
Pasados varios minutos y después de algunos mini orgasmos se levantó para irse a sentar sobre una mesa que tenemos mi mujer y yo en el cuarto, se volvió a arrollar su falda y dejándose caer de espaldas quedó con sus piernas levantadas. Yo con mis pantalones a los talones me coloqué en medio y sin pérdida de tiempo le enterré de un sólo empujón mis 17 cm de verga, la Pastora chillo de gusto. Sus piernas las acomodo sobre mis hombros e iniciamos una cogida de endemoniados que los hermanos cristianos afuera no debieron escuchar porque si no hubiesen llegado a exorcizarnos.
Las voces de sus oraciones opacaban los gemidos de Gertrudis. Fueron minutos de infarto, la culeaba a todo lo que podía, su panocha empezó a sufrir espasmos, a ponerse seca y apretarme como si quisiera ordeñar mi pito en busca de mi leche. Fue al unísono, nuestros cuerpos se pusieron tensos, nuestra respiración agitada, nos topamos como si quisiéramos fundir en uno sólo y acabamos. Sentí como grandes chorros de semen se escaparon de mi verga. Gertrudis la Pastora pareció quedar inconsciente al recibir en su panocha a mi demonio, quizá hubiera quedado así de no ser que escuchamos que la oración había terminado.
Nos desenchufamos, se acomodó su blusa, dejó caer su larga falda que nunca se quitó y poniendo su mano sobre mi cabeza hizo como si continuará orando por sacar mi ser diabólico, yo lo más rápido que podía acomode mis pantalones. Fue en ese instante cuando llego mi mujer en quien pude detectar un cierto gesto de incomodidad en su rostro.
– Ya acabamos hermana – dijo –
– Nosotros también – respondió Gertrudis
– Si dije – para mí mismo conocedor del polvo que acabábamos de echar –
La Pastora salió con su acostumbrada pose espiritual no sin antes despedirse de mi mujer. A pesar de la atmósfera y alguna sospecha que pudiera tener Miriam no pasó nada.
Vale decir que no fue la única vez que la Pastora y yo sacamos a mi demonio interior.
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