La Sumisión de Laura
Prólogo: El Vacío en la Grieta Laura Mendoza tenía cuarenta años, pero su cuerpo parecía gritar por más de lo que recibía. Casada con Miguel desde los veintidós, madre de dos hijas que ya rozaban la adultez —Sofía, de dieciocho, una rebelde con tatuajes frescos y una mirada que desafiaba al mundo, .
y Ana, de dieciséis, la tímida lectora de romances prohibidos que soñaba con príncipes oscuros—, Laura se sentía atrapada en una rutina que la asfixiaba. Vivían en un barrio modesto de Puebla, donde el volcán Popocatépetl vigilaba desde la distancia, un recordatorio constante de pasiones enterradas que podían estallar en cualquier momento. Su casa era un nido ordenado: paredes pintadas de blanco sucio por la ceniza, un piano en la sala donde Ana vertía sus anhelos, y el dormitorio matrimonial donde el sexo con Miguel era un trámite.
Miguel, a sus cuarenta y dos, era un hombre estable, predecible como los sismos menores del Popo. Ingeniero en una maquiladora, llegaba a casa con el olor a metal y sudor, besaba a Laura en la frente y se desplomaba en el sofá con una cerveza. «Te amo, Lau», decía, pero sus palabras eran huecas. En la cama, era peor: sus caricias eran torpes, su polla —ni gruesa ni dura lo suficiente— entraba en ella como un deber, embistiendo tres minutos antes de derramarse en un chorrito tibio que no llegaba a tocar su alma. Laura fingía orgasmos, mordiéndose el labio, pero su coño se quedaba seco, anhelando ser poseído, dominado, usada como una puta sumisa que suplicaba por más. «Más fuerte, amor», murmuraba a veces, pero él solo jadeaba y terminaba, rodando para dormir. Ella se quedaba despierta, dedos deslizándose entre sus muslos en secreto, frotando su clítoris hinchado mientras imaginaba manos ásperas, una voz ronca ordenándole: «Abre las piernas, zorra. Eres mía para follar».
Su insatisfacción era un volcán dormido en su vientre. Deseaba ser dominada, atada, azotada hasta que su piel ardiera, que un hombre la poseyera como propiedad, llenándola de semen caliente hasta que goteara por sus muslos temblorosos. Pero Miguel era gentil, vanilla, y las fantasías de Laura se pudrían en silencio. Las hijas lo notaban a medias: Sofía, con su novio punk que la follaba en moteles sucios, le decía: «Mamá, pareces un fantasma. ¿Papá no te hace feliz?». Ana, más inocente, la abrazaba: «Te quiero, mamá. No estés triste». Laura sonreía, pero por las noches, en el baño, se masturbaba furiosamente, insertando dedos en su coño y ano, gimiendo bajito: «Fóllame como a una puta, domíname…».
Todo cambió una noche de julio, cuando el Popo escupió ceniza fina sobre Puebla. Insomne, Laura abrió YouTube en su laptop vieja, buscando videos del volcán. Encontró «Voces del Popo», un canal modesto de un aficionado que narraba erupciones con pasión poética. En los comentarios, un usuario —VicFuego58— escribió: «El Popo no espera; folla la tierra con su lava cuando quiere. ¿Quién se ofrece como ofrenda?». Su foto: un hombre canoso de cincuenta y ocho, ojos penetrantes, sonrisa lobuna frente al cráter.
Laura, impulsiva, respondió: «Yo me ofrezco. He vivido a sus pies y nunca he sentido su dominio real». No esperó réplica, pero al día siguiente, en el recreo de la secundaria donde enseñaba, vibró su teléfono: «VicFuego58: ¿Sientes su pulso en tu coño, ofrenda? Soy Raúl. Cuéntame tu grieta».
Capítulo 1: Los Susurros Iniciales
Las charlas empezaron inocentes, pero el magma subía rápido. Raúl, viudo y jubilado geólogo en Amecameca, tecleaba desde su cabaña al pie del volcán. «El Popo enseña sumisión: la tierra se abre para él, tiembla, se corre en lava. ¿Tú tiemblas así?». Laura, bajo «SumisaLava40», respondía desde el sótano de su casa —un antro polvoriento donde se escondía después de acostar a las chicas—. Miguel roncaba arriba, ajeno; Sofía chateaba con su novio; Ana dormía con un libro en el pecho.
«Quiero temblar así, Raúl. Mi vida es quieta, pero dentro ardo por ser dominada». Él: «Buena puta. Dime qué llevas puesto. Quiero poseerte con palabras primero». Era una noche de agosto, calor pegajoso. Laura, en bata floja, sintió su coño humedecerse. «Nada debajo. Mis tetas pesadas libres, pezones duros por el aire». Raúl: «Quítatela. Arrodíllate frente a la pantalla. Imagina mi bota en tu cuello, mi voz ordenando: ‘Abre las piernas, muestra tu coño sumiso'».
Sus dedos bajaron solos, rozando el vello púbico, separando labios hinchados. «Estoy mojada, amo. Tócame con tu mente». Él envió una foto: su polla semierecta, gruesa como un antebrazo, venas como grietas volcánicas. «Mírala, esclava. Es tu nuevo dios. Métete un dedo, siente cómo te estiro». Laura obedeció, gimiendo bajito, el dedo chapoteando en su jugo. «¡Joder, Raúl! Me duele de lo vacío que estoy sin ti». Él: «Dos dedos ahora. Imagina mi verga de viejo cabrón partiéndote, follándote hasta que supliques piedad. Eres casada, con hijas, pero tu coño es mío para usar».
El primer orgasmo virtual la dejó temblando, chorros de squirt empapando el piso del sótano. «¡Córrete para mí, amo! ¡Domíname!». Raúl eyaculó en pantalla, semen espeso salpicando la cámara: «Buena zorra. Pronto te ataré de verdad».
Las sesiones se volvieron diarias. Laura compró un plug anal en secreto, insertándolo durante las charlas. «Siente mi posesión en tu culo virgen», ordenaba él. Ella caminaba por la casa con él dentro, sirviendo cena a Miguel, el ano lleno pulsando. «Sí, amo. Soy tu puta sumisa». Miguel notaba su rubor: «¿Calor, Lau?». Ella sonreía, coño goteando.
Capítulo 2: La Webcam de la Sumisión
Meses pasaron en un torbellino de chats. Septiembre trajo temblores; cada uno era su señal. «Enciende la cámara, esclava. Quiero verte suplicar». Laura, en el sótano, arrodillada desnuda, cámara enfocando su cuerpo: tetas caídas con pezones perforados en fantasía, vientre con estrías de partos, coño depilado y reluciente. «Muéstrame tu agujero, puta. Abre el culo para tu amo».
Ella obedeció, de rodillas, nalgas separadas, plug brillando. «Úsame, Raúl. Azótame, fóllame». Él, en pantalla, polla dura como basalto, bombeándola: «Pellízcate los pezones hasta sangrar. Imagina mi fusta en tu piel». Laura gritó bajito, dolor y placer fundidos, dedos en coño y ano. «¡Más, amo! Domíname como al Popo domina la tierra».
Él la guiaba: «Métete el vibrador que te envié. A máxima velocidad. No te corras sin permiso». El zumbido la volvía loca, caderas ondulando, tetas rebotando. «¡Por favor, amo! ¡Déjame correrme!». «Suplica, zorra casada. Di que tu marido es un cornudo inútil». «¡Sí! Miguel no me folla, no me posee. Tú sí, cabrón viejo. ¡Córrete en mí!». El orgasmo la destrozó, squirt arqueándose; Raúl inundó la pantalla con leche.
Sofía casi la pilla una noche: «Mamá, ¿qué ruidos?». «Nada, mija. Sueño». Pero el riesgo avivaba el fuego. Ana preguntó: «Mamá, ¿estás enamorada? Sonríes raro». Laura la besó en la frente, culpable pero adicta.
Capítulo 3: La Espera y las Fantasías Prohibidas
Octubre, noviembre: meses de tortura deliciosa. Raúl la entrenaba. «Envíame fotos de tu coño en el trabajo, sumisa. Durante clases». Ella lo hacía, en el baño de la escuela, falda subida, dedos separando labios: «Tu propiedad, amo». Él respondía con videos: azotándose la polla, gruñendo: «Pronto te marcaré con mi semen».
Miguel intentó sexo: la lamió torpemente, penetrándola flojo. «Te deseo». Pero ella fingió, anhelando órdenes. Después, sola, se ató las manos con una bufanda, masturbándose: «Raúl, átame, fóllame el alma».
Diciembre trajo nieve al Popo; Laura suplicó: «Ven a Puebla, amo. O déjame ir a ti». «Enero. Después de las fiestas. Prepárate: ven sin bragas, coño listo para mi dominio».
Navidad fue un infierno. Cena familiar, regalos, risas. Sofía abrió un collar: «Gracias, mamá». Ana, un libro erótico disfrazado: «¡Es perfecto!». Miguel la besó bajo el muérdago, mano en su cintura. Esa noche, él la folló con velas de fondo, pero su polla flácida no bastó. Laura se corrió pensando en Raúl, susurrando en su mente: «Posee mi culo, amo».
Capítulo 4: El Encuentro: La Primera Posesión
Enero 2026, un sábado gris. Miguel en un congreso de ingenieros; Sofía en una fiesta; Ana en casa de una amiga. Laura mintió: «Visita a la tía en Cholula». Tomó un taxi a Amecameca, corazón latiendo como erupción. La cabaña de Raúl era un templo pagano: adobe, vistas al Popo humeante, cadenas en la pared.
Él abrió la puerta desnudo, polla semierecta colgando como amenaza. Sesenta años de fuerza bruta: torso peludo, brazos tatuados con mapas geológicos, ojos que la desnudaron. «Arrodíllate, esclava. Has tardado meses en suplicar esto». Laura cayó de rodillas en el umbral, bata cayendo, tetas expuestas. «Sí, amo. Posee a tu puta casada».
La arrastró adentro por el cabello, puerta cerrándose. «Inspección». La hizo gatear a la sala, nalgas al aire. Mano áspera separando sus labios: «Mojada como una perra en celo. Tu coño virgen de verdad me espera». Lengua atacando: lamió su clítoris como un lobo, dientes mordiendo labios, dedos en ano. «¡Ah, joder, amo! Come mi coño sumiso, trágatelo». Ella tembló, squirt en su rostro.
La ató a una viga: muñecas arriba, piernas abiertas. Fusta en mano —cuero viejo de botas—. «Cuenta los azotes, zorra. Uno por cada mes de espera». El primer golpe en nalgas: «¡Uno, gracias amo!». Piel roja, ardor dulce. Diez azotes, coño chorreando. «Buena sumisa. Ahora mi polla».
La penetró de pie, atada, glande grueso rompiendo su entrada. «¡Mierda, me partes! ¡Domíname!». Embestidas brutales, bolas golpeando clítoris, manos en garganta. «Eres mía, puta. Tu útero beberá mi semen viejo». Ella suplicó: «¡Sí! Lléname, hazme tu esclava». Orgasmos múltiples, coño contrayéndose; él eyaculó profundo, leche caliente goteando.
No pararon. La desató, la puso a cuatro: anal lubricado con su squirt. «Tu culo virgen es mío». Entró lento, luego feroz: «¡Grita, sumisa! Siente cómo te sodomizo». Dolor-placer, ella rogando: «¡Más, cabrón! Úsame como trapo». Eyaculó en su recto, semen saliendo al retirar.
Noche entera: en la cama, misionero con mordidas en tetas; en la cocina, de rodillas chupando polla hasta garganta profunda, semen en boca: «Trágatelo todo, esclava». Al alba, exhausta, marcada, Laura susurró: «Otra vez, amo. No pares».
CONTINÚARA…



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