La Sumisión de Laura (3)
Tercera parte de este relato.
La Sumisión de Laura(3)
Capítulo 9: La Erupción de Agosto
Agosto trajo la temporada de lluvias intensas, riachuelos de agua cayendo por las pirámides de Cholula como lágrimas de dioses enfurecidos. Laura, ahogada en su sumisión, planeó un «retiro espiritual» de tres días. Raúl la recogió en un camino secundario, vendándole los ojos para el viaje. «Hoy te llevo al corazón del Popo, esclava. Prepárate para ser sacrificada».
La cabaña se convirtió en altar: incienso de copal quemándose, velas parpadeando sombras en las paredes. La desnudó ritualísticamente, pintando su cuerpo con ceniza volcánica —líneas en tetas, vientre, coño—. «Eres la ofrenda, puta. El volcán te acepta». La ató en una cruz de madera, brazos extendidos, piernas en escorpión para exponer todo. Empezó con flagelación: un látigo de nueve colas que silbaba, dejando rayas rojas en espalda, nalgas, muslos. «¡Cuenta, sumisa! Y agradece cada marca como mi propiedad». «¡Veinte, gracias amo! ¡Marca a tu puta para siempre!».
El dolor la llevó al subespacio, un trance donde el placer era infinito. Raúl lamió las heridas, lengua salada en sangre ligera, bajando a su coño: «Hueles a sacrificio, mojada por el castigo». Chupó su clítoris como un poseído, dedos en ano fisting ligero —cuatro nudillos estirándola—. «¡Me rompes el culo con la mano, cabrón! ¡Hazme tu agujero elástico!». Squirt en su rostro, ella gritando oraciones nahuas inventadas.
Luego, la penetración múltiple: polla en coño, dildo en ano, vibrador en boca. «Lléname todos los agujeros, amo. Soy tu muñeca inflable». Embestidas coordinadas, su cuerpo un instrumento de éxtasis. Eyaculó en coño, semen mezclándose con squirt en chorros. «Bebe del volcán, puta».
La segunda noche, roleplay extremo: ella «prisionera del Popo», encadenada en la ladera bajo lluvia, follada contra rocas. «¡Siente la ira del dios en tu raja!», gruñó él, sodomizándola al aire libre, truenos sincronizados con sus gemidos. Semen en ano, lluvia lavándolo.
El tercer día, recuperación y edging: atada, negada una docena de veces, suplicando: «¡Córrete en mí, amo! No aguanto». Finalmente, un orgasmo que la dejó inconsciente, despertando con su polla en boca.
Regresó transformada, moretones ocultos, alma en llamas. La familia: Miguel «extrañado pero feliz de verte»; Sofía distante; Ana efusiva. Pero Laura ardía por más.
Capítulo 10: Las Confesiones Silenciosas
Septiembre, vuelta a clases, trajo exámenes y rutinas. Laura enseñaba historia con un brillo nuevo, pero los virtuales con Raúl eran su secreto: «Mastúrbate en el baño de la escuela, sumisa. Graba tu squirt en el lavabo». Lo hizo, coño chorreando en porcelana, texto: «Tu puta obedece, amo».
Sofía tuvo su primer «juguete» —comprado en secreto—, y preguntó: «Mamá, ¿duele al principio?». Laura guió: «Empieza suave, mija. Encuentra tu sumisión». Ironía que la excitó; esa noche, con Raúl: «Entréname para enseñar, amo. Azótame por mis mentiras».
El encuentro de septiembre: Raúl la llevó a una cueva termal cerca del Popo, aguas calientes burbujeando. Atada a rocas resbaladizas, follada en el vapor: «Tu coño hierve como la magma, puta». Agua en pulmones, placer ahogado.
Miguel, sospechando, instaló un localizador en su teléfono —por «seguridad»—. Laura lo descubrió, pánico. «Amo, me vigilan. Castígame virtual». Él ordenó: «Inserta hielo en tu ano durante cena familiar. Siente mi frío dominio».
La tensión crece; Laura planea el escape de octubre…
Capítulo 11: El Velo de Octubre
Octubre de 2026 se desplegó como un manto de niebla espesa sobre el Valle de Puebla, envolviendo la ciudad en un velo que parecía conspirar con los secretos de Laura. El Popocatépetl, caprichoso como siempre, alternaba entre silencios ominosos y rugidos subterráneos que hacían vibrar los vidrios de las ventanas en la casa Mendoza. Para Laura, cada temblor era un recordatorio pulsátil de su amo, un eco en su clítoris que la dejaba mojadísima durante las clases de historia, donde sus alumnos adolescentes charlaban sobre la Conquista sin sospechar que su maestra fantaseaba con ser conquistada de nuevo, atada y azotada hasta que su piel sangrara en ofrenda.
La confrontación con el localizador de Miguel había sido un golpe de realidad, un sismo que casi la hace tambalear. «Lo borré anoche, amo», le confesó a Raúl en un chat encriptado durante el recreo, sentada en el baño de la escuela con las piernas abiertas sobre el inodoro, dedos rozando su raja depilada mientras tecleaba. «Pero él sospecha. Me miró raro esta mañana, como si oliera tu semen en mi aliento». Raúl, desde su cabaña donde el humo del volcán se colaba por las chimeneas, respondió con una voz grabada que la hizo gemir: «Buena puta. El miedo es tu nuevo collar. Hoy, para castigarte por dejar que un cornudo te espíe, insértate el plug más grande en el trabajo. Camina a clases con tu ano lleno, sintiendo mi dominio en cada paso. Y graba un audio suplicando perdón mientras te tocas en el pasillo».
Laura obedeció, el plug —un monstruo negro de ocho centímetros de diámetro, con una base que rozaba sus nalgas como una promesa de sodomía— deslizándose en su recto lubricado con saliva en el cubículo. El estiramiento la dejó jadeante, el dolor dulce irradiando a su coño, que chorreaba jugos por sus muslos morenos. Salió al pasillo, el ano palpitando con cada taconeo, alumnos pasando ajenos mientras ella susurraba al teléfono escondido: «Amo, perdona a tu esclava infiel. Mi culo es tuyo, no de miradas ajenas. Castígame follándome hasta que sangre». El audio llegó a Raúl, quien respondió con una foto de su polla erecta, venas hinchadas como raíces de obsidiana: «Buena sumisa. El sábado, en la ladera del Popo, te romperé por esta traición. Prepárate para sangre y semen».
El sábado de octubre fue un ritual profano bajo un cielo plomizo que amenazaba tormenta. Miguel, engañado con una «excursión escolar al museo de Cholula», besó su frente esa mañana: «Cuídate, Lau. Te veo pálida». Sofía, ahora en una fase de rebeldía post-ruptura, gruñó desde su cuarto: «Diviértete, mamá. Ojalá encuentres algo que te despierte». Ana, con ojos inocentes, le regaló una pulsera tejida: «Para que el volcán te proteja». Laura salió con el corazón en un puño, el plug aún dentro como un secreto ardiente, y tomó un autobús a Amecameca, donde Raúl la esperaba en su jeep viejo, motor rugiendo como el volcán.
La subió a la parte trasera, vendándole los ojos con un pañuelo negro que olía a su sudor terroso. «No hables, puta. Solo siente el camino a tu sacrificio». El trayecto fue tortura: el jeep traqueteando por caminos empedrados, cada bache empujando el plug más profundo en su ano, su coño frotándose contra el asiento áspero hasta que mojó el cuero. Llegaron a una pasarela abandonada en la ladera media del Popo, un lugar donde excursionistas temerarios rara vez se aventuraban, con vistas al cráter humeante que parecía un ojo divino observándolos. Raúl la sacó, la desvistió con manos brutales —blusa rasgada, falda bajada de un tirón—, dejándola desnuda en el viento frío que erizaba sus pezones y hacía temblar sus tetas pesadas.
«Arrodíllate en la grava, esclava. El Popo te ve; suplica por mi castigo». Laura cayó de rodillas, piedras mordiendo su piel, manos atadas a la espalda con esposas de metal frío. «¡Amo, castígame por mis mentiras! Azota mi culo traidor hasta que sangre, fóllame como a una ofrenda indigna». Él sacó la fusta —cuero trenzado con puntas de alambre fino—, y el primer golpe silbó como un viento volcánico, abriendo una línea roja en sus nalgas. «¡Uno, gracias amo! ¡Rompe tu propiedad!». Diez, quince azotes, cada uno más cruel, hasta que gotas de sangre perlaron su piel, el dolor un fuego que la hacía chorrear squirt sobre las rocas.
Raúl la volteó, exponiendo su coño hinchado. «Ahora tu raja, puta. Por dejar que tu cornudo te toque». La fusta mordió sus labios mayores, un chasquido que la hizo gritar, clítoris palpitando en agonía dulce. «¡Dos, amo! ¡Mi coño es tuyo, no de caricias flojas!». Sangre ligera mezclada con jugos, el aire oliendo a hierro y azufre. Él se arrodilló entonces, lengua lamiendo las heridas como un lobo herido, sorbiendo sangre y squirt con gruñidos guturales. «Sabes a culpa deliciosa, sumisa. Tu cuerpo sangra por mí». Dos dedos en su ano, estirando alrededor del plug removido, mientras lamía su clítoris magullado. «¡Joder, amo! Me comes las heridas… ¡hazme correrme en dolor!».
El orgasmo fue violento, un chorro que salpicó su rostro barbudo, su cuerpo convulsionando contra las esposas. Pero Raúl no era misericordioso. La levantó, la empaló en su polla de pie, glande grueso rompiendo su coño ensangrentado. «Siente cómo te poseo en sangre, zorra. Tu útero beberá mi venganza». Embestidas brutales, cada una rozando el cervix, bolas golpeando sus nalgas laceradas. Ella suplicó: «¡Más profundo, cabrón! Lléname de semen para lavar mi traición». Él aceleró, mano en garganta apretando justo lo suficiente para nublar su visión, y eyaculó rugiendo: chorros espesos inundando su interior, goteando rojo y blanco por sus muslos.
La sodomía vino después, contra una roca volcánica, su pecho aplastado contra la superficie áspera que arañaba sus tetas. «Tu culo sangrará por mí ahora». Lubricó con su propia sangre y semen, entrando con un pop que la partió. «¡Ah, mierda, amo! Me rompes el ano… ¡pero soy tuya para destrozar!». Embestidas feroces, el plug olvidado a un lado como testigo, su recto contrayéndose en espasmos. Otro orgasmo la sacudió, squirt desde coño vacío, mientras él llenaba su interior con leche caliente, retirándose para ver el chorro rojo-blanco escurrir.
Pasaron la noche en una tienda improvisada, lluvia golpeando la lona como aplausos del volcán. Raúl la ató en sleeping bag, negándole sueño con edging: vibrador en clítoris, parado al borde. «Suplica, puta. Di que abandonarías a tu familia por esta polla». «¡Sí, amo! Dejaría a Miguel, a mis hijas… todo por ser tu esclava sangrante». Finalmente, la dejó correrse al amanecer, un clímax que la dejó temblando, cuerpo marcado como un mapa de posesión.
Regresó el domingo, vendajes improvisados bajo la ropa, cojeando como si hubiera escalado el volcán. Miguel la abrazó: «Te ves exhausta, Lau. ¿El museo fue duro?». Sofía notó los ojos hinchados: «Mamá, ¿lloraste? Cuéntame». Ana dibujó un volcán con sangre: «Como tus historias, ¿no?». Laura sonrió, besos robados, pero su ano palpitaba con el eco de Raúl.
Capítulo 12: Las Raíces de Noviembre
Noviembre irrumpió con vientos fríos que arrastraban hojas secas por las calles de Puebla, un presagio de Día de Muertos que Laura sentía en sus huesos como un llamado a resurrección carnal. El Popo, en su fase de quietud aparente, ocultaba fumarolas que burbujeaban bajo la nieve incipiente, similar a cómo Laura ocultaba sus heridas —físicas y emocionales— bajo capas de maquillaje y excusas. Los virtuales con Raúl se habían vuelto un bálsamo adictivo: mañanas en el autobús al trabajo, donde insertaba auriculares y escuchaba sus órdenes grabadas —»Métete un dedo en el coño ahora, sumisa, y graba el chapoteo para mí»— mientras fingía leer un libro de texto.
La familia, ese lazo que la ataba y ahogaba, se tensaba como una cuerda de guitarra desafinada. Sofía, inmersa en una nueva relación con una chica de su escuela de arte —una tatuadora con ojos verdes y manos seguras—, confió en Laura una noche de confidencias en la cocina, mientras hervía chocolate para las tres. «Mamá, ella me ata las manos durante el sexo. Duele, pero… me hace sentir viva. ¿Tú has sentido eso?». Laura se atragantó con el vapor dulce, su coño contrayéndose al recordar las esposas de octubre. «Sí, mija. La sumisión es un fuego que quema y calienta. Solo asegúrate de que sea consensual». Sofía sonrió, ignorante: «Eres la mejor, mamá. No como papá, que parece un osito de peluche». Ana, escuchando desde la puerta, intervino con inocencia: «Yo quiero un amor como en los libros, donde el príncipe domina pero ama». Laura las abrazó, lágrimas picando, y se excusó al baño para masturbarse furiosamente, dedos en ano sangrante aún: «Amo, mis hijas sueñan con lo que tú me das. Enséñame a no romperlas».
Miguel, el osito de peluche, escaló su sospecha a un pico incómodo. Una cena familiar —calabaza en tacha y pan de muerto, velas parpadeando en honor a los difuntos— terminó en un susurro en el dormitorio: «Lau, encontré un mensaje borrado en tu teléfono. ¿Quién es ‘ViejoFuego’? ¿Un affaire?». Laura palideció, corazón martilleando como un temblores. «Es… un contacto del canal de YouTube sobre el volcán. Nada más, amor». Él la besó, dudoso: «Te creo, pero… hagamos el amor como antes». La llevó a la cama, lamiéndole el coño con esfuerzo torpe, lengua plana y sin hambre. «Déjame dominarte un poco», murmuró, azotando su nalga con una palmada floja que ni erizó la piel. Su polla entró floja, embestidas vanas que la dejaron más vacía. «Córrete conmigo, Lau». Ella fingió, gimiendo, pero al rodar él dormido, lágrimas calientes rodaron: se levantó, fue al sótano y llamó a Raúl por video, desnuda bajo la bombilla. «Amo, él casi me pilla. Castígame por casi confesar».
Raúl, en su cabaña decorada con calaveras de azúcar por el Día de Muertos, gruñó: «Ven este fin de semana, puta. Te ofrendaré al Popo como a una muerta resucitada». El viernes de Todos los Santos, con Miguel en una vigilia parroquial y las chicas en una fiesta de disfraces —Sofía como Frida Kahlo rebelde, Ana como una catrina inocente—, Laura se escabulló disfrazada de «fantasma del volcán», capa negra cubriendo moretones. Raúl la recogió en las afueras, la vendó y la llevó a un sitio sagrado: una pirámide menor en las faldas del Popo, ruinas prehispánicas donde el viento susurraba leyendas de sacrificios.
Allí, bajo la luna llena que bañaba las piedras en plata, la desvistió como a una virgen para el altar. «Eres mi muerta viva, esclava. Hoy resucitas en mi polla». La ató a una losa antigua, brazos extendidos como en cruz azteca, piernas abiertas con cuerdas a pilares erosionados. El frío de la piedra mordía su espalda, pezones duros como ofrendas. Sacó un cuchillo ceremonial —obsidiana pulida, no afilada para cortar, pero para trazar— y rayó símbolos nahuas en su vientre: «Xochitl» (flor) sobre su útero, «Tonalli» (destino) sobre sus tetas. «¡Marca tu piel, amo! Hazme sangrar por los dioses». La hoja rasgó superficial, gotas rojas perlando su piel morena.
Luego, la flagelación con un látigo de maguey, fibras ásperas que silbaban y laceraban. «¡Cuenta las ofrendas, puta! Cada una por un secreto guardado». «¡Una, gracias amo! Por mentir a Miguel… ¡Dos, por desearte frente a mis hijas!». Veinte latigazos, espalda y nalgas un lienzo rojo, dolor que la hacía mojar la piedra. Raúl lamió la sangre, lengua trazando runas en su coño: «Hueles a muerte y deseo, sumisa. Tu clítoris palpita como un corazón sacrificado». Tres dedos en su raja, curvados, mientras chupaba labios hinchados. «¡Come mi sangre, amo! Trágatela como elixir».
El orgasmo fue un éxtasis místico, squirt arqueándose como una fuente al Popo, su grito eco en las ruinas. Raúl la penetró entonces, misionero sobre la losa fría, polla profunda rozando cervix. «Siente cómo te resucito, zorra. Mi semen es tu vida eterna». Embestidas lentas al inicio, luego furiosas, manos en moretones frescos. «¡Fóllame como a una diosa caída, cabrón! Lléname de tu esencia divina». Eyaculó en chorros que la inundaron, goteando por la piedra como ofrenda al suelo.
La sodomía vino en posición de ofrenda: de rodillas, cabeza gacha sobre la losa, culo alzado al cielo estrellado. «Tu ano muere y nace hoy». Entró lubricado con su squirt y sangre, estirándola hasta el límite. «¡Me sodomizas como a una virgen profanada, amo! ¡Rompe mi recto para renacer!». Bolas golpeando coño, mano en cabello tirando como riendas. Otro clímax la sacudió, ano contrayéndose milk su leche, semen rebosando caliente.
Pasaron la noche en las ruinas, atada a su lado, edging con plumas de quetzal en clítoris. «Suplica resurrección, puta». «¡Resucítame con tu polla cada amanecer, amo!». Al alba, la folló oral: de rodillas en grava, garganta profunda hasta arcadas, semen en boca como eucaristía. «Trágatelo, esclava. Llévalo a tu familia como fantasma».
Regresó el sábado, disfraz arruinado, cuerpo un tapiz de marcas ocultas. La vigilia de Miguel fue un infierno de sonrisas falsas; Sofía y Ana contaron anécdotas de fantasmas, riendo. Pero Laura ardía, planeando diciembre…
Continuará…
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