Las delicias de Cornelio al ser voyerista de su esposa
Mi amigo Cornelio me cuenta por qué le gustó ser voyerista cuando cogía su mujer con otro sin que ella se diera cuenta de su presencia..
Ya había concluido la reunión mensual que los amigos teníamos en sábado. Como era costumbre al retirarse todos, sólo quedábamos Cornelio y yo. También como costumbre, hablábamos de las intimidades de su exesposa.
Los lectores recordarán que mi amigo Cornelio me contó sobre la vez que vio cómo se cogían a su entonces esposa Stella (esto está en “ECHAR LECHE DESPUÉS DEL AMANTE”), pero recordé que ella, la exesposa de Cornelio, me contó que “él también se ha recreado como mirón, ¡y sin mi autorización!” y decidí preguntárselo directamente.
–Además de la primera ocasión que me contaste que estuviste oculto, de voyerista, viendo las acciones de infidelidad de Stella, tu mujer, ¿la viste otra vez, sin que ella se diera cuenta?
–Corrección: Stella era mi esposa, pero ella era la mujer de otros. Ahora es mi puta –señaló categóricamente–. Y sí, más de una vez la vi. Algunas veces con Carlos y otras con Guillermo.
–¿Querías mostrarle tu enojo? O quizá ¿enfrentarte a sus amantes?
–Sí me enojaba yo, pero pronto me gustó ser cornudo voyerista y cogérmela después que alguno de sus machos la había cogido –y confesó que también se aficionó a saborear la vagina babosa de atole–. A veces se daba por casualidad, pero, de otras me enteraba antes, o yo las propiciaba.
–Es decir, tú ya sabías que ella cogería con otro y ¿te preparabas para verlo sin que ellos lo supieran? ¡Cuenta cómo lo hacías!
A partir de esta línea, en este escrito, Cornelio tomará la primera persona y la voz del relator.
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Lo más común era que ellos querían aprovechar todo el tiempo posible. Así, desde que llegaba el amante ella ya estaba de “entrega inmediata”, sin calzones no brasier. Al lado de la puerta de servicio hay una pequeña bodega donde guardamos enceres de limpieza y herramientas, dentro de la cual se puede apreciar tras las rendijas de su puerta, con facilidad, lo que sucede del otro lado. Era obvio que esa puerta la usara el amante, en lugar de la principal, para no despertar sospechas de los vecinos. Así, habiendo escuchado desde la extensión telefónica cuándo iría el amante a la casa, pude esconderme cómodamente en la bodeguita para ver el encuentro.
Otro sitio recurrente era mi estudio, casi siempre con las cortinas abiertas del amplio ventanal que daba a una zotehuela donde era fácil ver, escondido en múltiples trebejos, lo que pasaba adentro. O por alguna rendija de la cortina, si esta estaba cerrada; casi siempre mal cerrada.
Carlos llegó a ver a Stella, más bien, fue a cogérsela. Él tocó el vidrio de la puerta de servicio para no hacer ruido con el timbre de la entrada usual, sabiendo que Stella lo esperaba. Ella le abrió la puerta de inmediato. Carlos se introdujo rápidamente y con la misma celeridad cerró sin hacer ruido que pudiese alertar a los vecinos.
Frente a frente se abrazaron con ardor, restregándose el frente de sus cuerpos. Stella deseaba lo mismo que Carlos: coger. Las manos de él fueron a su pecho, introdujo una bajo la bata y ésta se abrió completamente cuando Stella desató el listón de un solo tirón. El miembro se me puso rígido y, a los primeros apretones que me di, se comenzó a humedecer el prepucio. La boca de Carlos chupó el pezón de la teta que amasaba y la otra mano fue hacia el suave y aromático vello de su vulva. Stella comenzó a desvestirlo, él seguía chupándole las chiches y sólo separaba alguna mano para que Stella sacara el brazo de su caliente amante de las mangas de la camisa. La bata de mi esposa cayó simultáneamente con los pantalones y la trusa de Carlos. él se encargó de zafarse los zapatos a sí mismo empleando los pies. Sin soltarse de las manos separaron sus cuerpos para admirarse. La escena era espectacular. El pene del taimado se miraba ostentoso y las chiches de mi señora, con los pezones erectos por las mamadas y su mismo deseo, se veían voluminosas y con una caída perfecta. No pude evitar bajarme los pantalones para jalarme silenciosamente mi babeante verga.
Era excitante ver cómo reaccionaba mi esposa. Además del deseo sexual de ambos, se percibía una relación de amor. Esa mezcla de violencia por fornicar y de ternura al acariciar, me calentaba más al sentirme cornudo.
Al volver a abrazarse para que sus bocas se unieran trenzando sus lenguas, Stella tomó el falo de Carlos, y levantando una pierna para abrir un poco sus labios interiores, restregó el glande de su amado en la humedad del coño. La otra mano le servía de apoyo al pasarla por la nuca, bajo el pelo relativamente largo del fornicador. Talló el clítoris de arriba a abajo con la cabeza que goteaba tanto presemen como el que a mí me escurría y se dispersaba por el tronco en cada viaje que le daba a mi pellejo. Después Stella hizo movimientos de flexión en su rodilla para ir sumergiéndose y sacándose lentamente el pene sumamente dilatado de Carlos, que se veía ya lustroso por los jugos de ambos. De pronto, se colgó con ambas manos del cuello del amante y el pene entró como una verdadera estocada de carne tiesa. Carlos la soportó con una mano en cada nalga. El abrazo apachurraba las tetas de mi esposa como si de una masa para tortilla se tratara. Se besaron apasionadamente al tiempo que el cuerpo de ella parecía una muñeca de juguete subiendo y bajando en un ciclo de alta frecuencia, similar a la que yo me la jalaba. “¡Así, papito, asíiii…!” chilló ella al iniciar el orgasmo. “¡Te amo puta, puta, putáaaa!, gritó Carlos al eyacular, y yo solté un tremendo trallazo que fue a parar a una caja de detergente. Seguramente también hice ruido, y solté algún estertor, pero ellos estaban en el cielo del placer y no me oyeron.
Stella desató el nudo de sus piernas, dejando libre la cintura de Carlos, quien fue bajándola delicadamente para que los pies de mi cónyuge descansaran en el piso. De pie, abrazados y cariñosos, mezclaron el sudor de sus rostros y esperaron a que la verga flácida saliera de esa oquedad paradisiaca. Hasta entonces se sentaron tomados de la mano y normalizaron amorosamente sus respiraciones. Yo, sin poder descansar sentado y con las piernas abiertas como ellos, los envidiaba y, con la mano izquierda me limpiaba de la cara las gotas de sudor que me escurrían, y con la derecha me untaba, en las piernas y las nalgas, la lefa que me quedó del ejercicio masturbatorio.
Soporté de pie el intercambio de caricias que ellos se hacían, la limpieza de verga que mi golosa mujer hizo en el pene de su querido, que le cupo completo en la boca, pero que poco a poco fue tomando tamaño hasta salirse de su boca. Entonces, poniéndose Stella de pie, sin soltarle la verga a su amado, le dijo “Vamos al estudio” y hacia allá se encaminaron después de hacer escala en la cocina para sacar de la nevera una cerveza. Cuando creí prudente, me acomodé la ropa y salí de la bodega para deslizarme hacia la zotehuela después de tomar una botella de Cooler para calmar mi sed mientras que miraba el porno en el amplio ventanal, escondido en unas hojas de plástico apiladas verticalmente.
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Mientras Cornelio me contaba, yo metí mi mano, desde la cintura, bajo el pantalón y me daba pequeños jalones de verga.
–Si quieres, sácala y jálatela, que yo también estoy caliente de recordarla, ya sabes que Stella es muy puta, bonita y bien buena, y también tú te la has cogido varias veces –dijo Cornelio abriéndose la bragueta para sacarse la verga.
–Bueno, si me vas a contar qué pasó en el estudio, sí me la acaricio –dije haciendo lo que él–. Continúa, ¿Qué más pasó? –supliqué al sacarme el tolete, pero, al acomodarlo con la mano la piel, brilló una gota de presemen.
Continúa el relato de mi amigo:
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Ellos, sin soltarse de la mano, sentados en el sofá-cama, compartían los sorbos de cerveza, y también la compartían con sus besos, hasta que la acabaron, como una ventana estaba abierta, pude escuchar la plática salpicada de mimos y requiebros, hasta que él dijo “Te amo, Stella; divórciate para que vivamos juntos, te quiero solamente para mí”, le suplicó a Stella dándole un jalón cariñoso en el pezón. “Pobre pendejo, no tiene idea de lo que dice”, pensaba para mí, viendo cómo se congelaba la sonrisa de mi esposa y de un manotazo ésta le retiraba la mano. “¡Qué te pasa! Yo no seré exclusiva de nadie.” contestó airada.
Satisfecho de la respuesta, festejé dando un gran trago a mi bebida. “Pero, ¿no me amas…?”, preguntó el galán desconcertado. El rostro de mi esposa se suavizó y sus manos fueron a acariciarle el miembro desmayado y el escroto. “Sí, me gusta lo que haces, pero no eres el único a quien quiero”, explicó Stella y después lo besó como ella sabe hacerlo. –A ti también te consta… –concluyó Cornelio mirando cómo se erguía brillante mi pene húmedo entre mis manos– A Carlos también se le paró.
Stella aprovechó la turgencia para sentarse en ella y cobijarla dentro de su ardiente vagina. Ella movió en círculos su cadera incrementando la velocidad, cerró los ojos al levantar su cara que delataba sus orgasmos; Carlos abrió la boca y mamó las tetas para amplificar el placer de la puta que se lo estaba cogiendo y, casi un minuto después, ella lanzó un quejido grave antes de recargar su cabeza en la del amante. Volvieron los movimientos suaves de su cuerpo, pues seguramente Carlos continuaba con el palo tieso, y ella lo besó al tiempo que le remolineaba los huevos con sus nalgas. Él la dejó moverse en tanto que en el mimo acariciaba la espalda con una mano y el pecho con la otra. Dejaron de besarse, vino la calma y continuaron en la misma posición. “Sí entiendo que ames a tu esposo, pero compréndeme, preciosa, quiero dormir en las noches a tu lado”, le insistió. Ella comenzó a llorar, diciéndole “No lo entiendes, mi amor. Sí amo a mi esposo y cojo rico con él, pero él y tú no son los únicos con quienes hago el amor”. Carlos se molestó y se levantó, dejándola caer en el sofá.
El pene le colgaba flácido, escurriendo los jugos de Stella que lentamente bajaban hacia los testículos. Ella aprovechó la posición y, seguramente porque se le antojó esa delicia, se puso a lamerle la verga y los huevos. Carlos Cerró los ojos y disfrutó la lengua que lo acariciaba; de los lengüetazos pasó a las mamadas logrando que el pene reviviera.
Ella le pidió al amante que la ayudara a transformar en cama el sofá. En cuanto lo lograron ella se acostó. “Ven, acuéstate, quiero seguir chupando tu caramelo. Te ofrezco esto para que hagas lo mismo”, le dijo abriendo las piernas mostrando la pucha con el vello revuelto y en algunos sitios pegados por lo pringoso del amor consumado. La vista era una tentación que no podía rechazarse y Carlos se acomodó para hacer el perfecto 69. Las piernas de Stella se levantaron y con los muslos cubrió la cabeza de su libidinoso amante. Minutos después, Carlos lanzó jadeos y Stella dobló las rodillas para presionar más fuerte su cabeza. Era claro que ambos se estaban viniendo simultáneamente. Stella bajó las piernas y vino el sosiego, acompañado del coro inspiraciones y expiraciones. –Yo también me vine jalándomela como lo hago ahora… –dijo Cornelio y ambos soltamos un chisguete de semen que cayó en nuestras respectivas ropas. Entre jadeos de ambos Cornelio siguió contando.
Ya repuestos se sentaron y se abrazaron. Al poco tiempo, Carlos se atrevió a preguntar “¿Con quién más haces el amor?”. Stella lo miró y contestó lapidariamente “No los conoces”. Los ojos del amante se abrieron inquisitoriamente debido al plural, seguramente él esperaba que sólo se trataba de uno más, y salió casi corriendo del estudio, gritando “¡Qué puta saliste!” y ella tras él gritando “¡Espera!”, entre sollozos.
Yo también estaba asombrado y en mi mente repetía a dúo con Carlos “¡Qué puta saliste!”, pues sólo sabía de uno más, Guillermo, a quien también pude ver una vez en acción sobre Stella y otra cargándola en la cochera con un “rapidito”. Aprovechando la confusión, y los entré sigiloso al cuarto por donde me había colado a la zotehuela y desde allí pude escuchar la discusión: “Espera, mi amor, no te vayas, no te vistas”. “Pensé que me amabas y entiendo que también ames a tu marido, pero que cojas con otros… ¡Qué puta eres!”. Asomé un poco la cabeza para ver por la rendija de la puerta entreabierta y vi cómo se retiraba Carlos zafándose dando una zancada y dejó a Stella en el piso quien se había hincado para detenerlo de las piernas. Me dio lástima verla llorar. Ella se levantó, tomó su bata, se la puso gimiendo su dolor y se fue al estudio nuevamente.
Esperé como diez minutos y salí de la casa por la misma puerta de servicio que Carlos, para entrar por la puerta principal donde suenan las pequeñas campanas de viento avisando de la llegada de alguien. Aún escuché un sollozo y un suspiro y me dirigí al estudio que olía a sexo. Al ver a mi esposa con la bata semiabierta, se me puso la verga como piedra. “¡Qué te hizo ese malandro de Carlos! Lo vi salir por la puerta de servicio cuando venía a casa.” Le dije abrazándola y soltó el llanto. “Nada, se enojó porque le dije que no hacía el amor solamente con él, ¡buaa!”. “Cálmate, Nena, ¿le confesaste lo de Guillermo?” “No es sólo Guillermo…”, confesó y lloró más fuerte. “¿Hay más enamorados que te chupamoslas tetas mientras te cogemos?”, le dije abriendo completamente la bata para mamarle las chiches, mientras me quitaba yo la ropa. “Sí, pero no son tan importantes como ustedes tres”, dijo y me ayudó a quitarme las prendas que aún faltaban.
La acosté en el mismo sofá-cama que minutos antes había disfrutado con su amante Carlos. Besándonos, me la cogí y descargué en ella el semen que todavía me quedaba. Al terminar hicimos el 69 y le saqué muchos orgasmos con mi lengua, la comprobación fueron los ríos de su flujo que arrastraron mi semen y el de su amante hacia mi paladar…
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–¡Uff! –exclamé cuando terminó Cornelio y me di un último jalón de verga para escurrir el tronco. Lamí el poco semen que salió y me quedó en la mano.
–Estuvo rico, ¿verdad? –dijo Cornelio, guardándose la verga después de haber hecho lo mismo que yo–. Echémonos otros tragos mientras te cuento lo que ella me confesó –exigió mi amigo levantándose a preparar otros tragos.
Continuará…
¡Sí, es Stella!, pero se parece mucho a Tita.
¡Qué te pasa!… Bueno, acepto que sí, pero la diferencia es que… ¡no soy yo! Quizá ella también sea ninfómana, así parece cuando le dice a Cornelio “Sí, pero no son tan importantes como ustedes tres”, pues deja ver que a los tres los quiere, o los ama. Entiendo a esa chica, así me pasaba cuando tenía su edad, amé a mis primeras parejas al grado de conservarlos hasta mis 70 años.
Hay otra diferencia, Cornelio y Stella ya están divorciados y Saúl y yo seguimos casados.
Guardando las distancias temporales, sí se parecen, aunque Tita ya señaló unas diferencias. Otra diferencia es que Stella es más libre, quizá porque no está casada.
Desde pronto, Stella tenía quien le hiciera compañía. Seguramente todos sus amantes creían ser el único macho, pero al parecer, solamente Cornelio sabía de sus múltiples amoríos, y ¡vaya que éste disfrutaba sus cuernos! Ahí sí hay diferencia con el esposo de Tita, pues Saúl sí se molestaba mucho al principio, pero después…
Cierto, ellos creían ser los únicos amantes, pero con el tiempo ella les hizo saber que no. Ellos aceptaron tratarla así y no pudieron cambiarla aunque sí lo intentaron. También Cornelio se molestó, pero desde el inicio aceptó sus cuernos y los disfrutó. Todo hubiese tenido un final feliz para Stella si ella hubiese aceptado ser más recatada ante la sociedad; seguiría cogiendo a quien quisiera y tendría a su cornudo consentidor junto a ella.
¡Qué caliente! Imagine a mi marido jalándosela al verme cogiendo con mi amante; así desea mi cornudo vernos e insiste en que lo lleve a casa. Yo, encantada de hacer un trío, pero mi esposo quiere que también vaya la bella esposa de Mario, mi amante, y éste no está convencido de ello. Bueno, a ver qué pasa. Pero de que a mi marido también le gusta tener cuernos, le fascina, igual que a Cornelio, y me chupa mucho la panocha cuando regreso a casa llena de leche. (Mmh…, qué cacófona estuvo la oración anterior, muchas «ch».)
¡Ja, ja, ja…! Sí, esa oración parece sacada de la canción «Chilanga Banda».
Pues si la esposa de Mario no quiere, hagan un trío HMH y luego le pagas a tu marido con uno MHM, claro, que él la escoja.
Se pasan de calientes tu amigo y tú, ¡hasta se la jalaron! ¿Qué tal si uno se la hacía al otro?
Si, Stella es igual que Tita, aunque ella quiera negarlo. Además, yo creo que Stella, Tita, yo, Vaquita e Ishtar somos ninfómanas en mayor o menor medida. La más recatada, o acomplejada y timorata es Ishtar y el otro extremo es Stella.
Conste que yo no lo dije…
Entonces, Stella es igual que Tita, las más ninfómanas; Ishtar es la última; pero aún quedan por definir los lugares de Vaquita y tú. Tú coges más seguido con 3 y nos has tirado a 4, pero Vaquita, quien sólo ha cogido con dos, se quiere tirar a todos (yo, encantado por coger con ella, y en espera).