Las Hermanas de mi Novia IV
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Xander_racer2014.
Las Hermanas de mi Novia IV: Necesidades
Con el paso del tiempo, la aventura con la hermana de mi novia se fue normalizando.
No había reglas ni planificación.
Nuestros encuentros sexuales, aunque no eran escasos en número, solían ser relativamente breves.
Generalmente se reducían a sexo oral por parte de los dos.
Raramente surgía la oportunidad de poder penetrarla y hacerla gritar de placer.
Que hable de regularidad en nuestras relaciones no quiere decir que me estuviera cansando de ella, sino al contrario.
Cada encuentro me permitía descubrir partes nuevas de su voluptuoso cuerpo.
Le encantaba recibir mi semilla cada vez en un lugar distinto.
Paradójicamente, la relación de Ana con su novio fue mejorando.
Quizá ella, al estar más saciada, estaba despreocupándose de quedar satisfecha en el sexo con su pareja, Daniel.
Esto hacía que su novio se sintiera mejor consigo mismo y dejara de buscar bronca de vez en cuando.
A pesar de ello, a Ana le encantaba jugar con él.
Le enviaba fotos provocativas cuando no estaban juntos para que él se masturbara, le pidiera más fotos o incluso le suplicara que fuera a su casa para follar.
La ironía era que muchas de esas fotos las tomaba justo a mi lado, después de habernos acostado.
Aquello me la ponía dura incluso después de haberme corrido.
No tenía muy claro si era porque me ponía que le pusiera los cuernos conmigo, o si me gustaba que otro hombre se derritiera por ella.
Por otra parte, tras el furor de los primeros meses tirándome de vez en cuando a Ana, volví a interesarme por Carla, la hermana pequeña, que se había quedado en un segundo plano después de todo lo que había ocurrido.
La chica mejoraba cada mes que pasaba.
A pocos días de cumplir los 19, Carla seguía esbelta y menuda, pero los años estaban dándole a su cuerpo un poco más de carne, se estaba convirtiendo en mujer.
Cuando era más joven apenas tenía pecho, pero las últimas etapas de crecimiento le estaban sentando genial a esa parte de su cuerpo, dotándola de una figura muy proporcionada, y aumentando mi interés por ella.
Todos estos pensamientos recorrían mi cabeza mientras estaba en casa, frente al ordenador, revisando las fotos del facebook de Carla.
Inconscientemente tenía una de mis manos en la entrepierna, por debajo del pantalón, al mismo tiempo que pasaba las instantáneas, buscando sus mejores fotos.
Estaba absorto en lo que veía, así que me sobresalté al oír vibrar mi móvil sobre la mesa.
Era un número que no tenía guardado en la memoria.
Descolgué:
-¿Sí? – Dije, expectante por saber quién era.
En tres segundos mi mente ya había construido la fantasía de Carla, llamándome diciendo que tenía cualquier problema como excusa para juntarnos y follar.
– Soy yo.
– Respondió la voz de su hermana Ana.
Dudé un instante ya que era la primera vez que escuchaba su voz al teléfono.
– Ábreme.
-¿Cómo? ¿Estás en el portal de mi casa? – Aquello era impropio de ella.
Por mucho que me deseara en ciertos momentos, nunca me había buscado.
Siempre esperaba a que el momento se presentara.
– Espera un momento.
Cerré el navegador con las fotos de Carla, y dejando mi erección a mitad me acerqué a la puerta y abrí.
Parecía que tenía prisa.
Venía con el pelo algo alborotado, la blusa por fuera de los pantalones y.
No pude ver más, en cuanto me tuvo al alcance me plantó un beso intenso, con lengua, conocía ese tipo de beso, sabía lo que significaba, lo que quería de mí.
En cuanto pude se lo devolví.
Era difícil seguirla, había empezado muy fuerte sin calentar.
Se empezó a desabrochar la blusa sin parar de besarme.
Sin ningún botón abrochado, pero con la blusa todavía puesta, me miró a los ojos y me dijo:
-Quiero desnudarme mientras me miras y te haces una paja.
Era difícil mantenerle la mirada.
Por aquella blusa entreabierta querían dejarse ver esas tetas que tanto me gustaban.
Las conocía bien, demasiado bien.
-.
Quiero tu polla en cada parte de mi cuerpo.
Decía mientras juntaba sus brazos al torso, inflando su canalillo, que se convirtió en el sitio más apetecible para poner mi polla, que empezaba a despertar.
Ana conocía bien sus encantos, sabía cómo usarlos.
-.
Quiero que me hagas gritar como solo tú sabes.
No necesité más para agarrarla del brazo y llevarla a la habitación.
Durante el trayecto caí en la cuenta de que, por su aspecto, acababa de tener sexo con su novio.
Al principio me causó rechazo, pero me di cuenta de que si estaba allí era porque no había quedado satisfecha, y yo estaba dispuesto a darlo todo para que sí lo estuviera.
Ya en la habitación me empujó hacia mi sillón, me desnudó rápidamente, dejando mi miembro a la vista y retrocedió unos pasos.
Comenzó a desnudarse, muy poco a poco, acariciándose las partes donde ya no había ropa.
No perdía de vista mi pene, quería ver cómo crecía y se ponía duro admirando su cuerpo.
Aquella visión la motivaba para seguir contoneándose.
Cuando estuvo en sujetador y braguitas no pude resistirme más y me lancé hacia ella.
Le besé la parte visible de sus pechos mientras le quitaba los tirantes del sujetador, colocando mi cuerpo muy cerca del suyo, para que sintiera mi polla dura en su vientre.
-Eso que me has dicho al entrar te lo habías preparado, ¿no? -Le dije al oído, divertido.
Ella asintió, riéndose algo avergonzada.
Sin tirantes, pero con el sujetador aun puesto ocultando sus pezones, la forcé a ponerse de rodillas, junto al armario, para que me hiciera una felación.
A través de mis gestos entendió que quería que no usará las manos, y que sería yo el que la metería.
Le follé la boca lentamente hasta donde le permitía su garganta.
Se puso tan cachonda que empezó a gemir como si la estuviera masturbando y empezó a salivar.
Cuando su boca no pudo contenerla, la saliva se deslizaba por su mentón y caía en sus pechos.
En tres ocasiones la dejé respirar, tres ocasiones en las que me mantuvo la mirada, su conocida mirada inocente, temiendo el momento en el que volvería a llenarle la boca.
Al cuarto descanso, se incorporó, me condujo de nuevo al sillón.
Ana aprovechó para quitarse el sujetador y las braguitas, únicamente se dejó puesta su pequeña cadena de oro.
Volvió a dejarse caer de rodillas ante mí y con una mano puso mi polla entre sus tetas.
Su canalillo se encontraba muy mojado por su saliva, así que enseguida empezó frotar mi polla con sus pechos.
Eran tan generosos que no le hacía falta utilizar sus manos para juntarlos, con apretar sus brazos contra su torso era suficiente para mantenerla en su sitio.
Estuve a punto de correrme, pero era el momento de embestirla bien fuerte, como a ella le gustaba.
Se subió al sillón encima de mí y usó su mano para guiarla dentro de ella.
Como de costumbre, su coño estaba cálido y muy lubricado.
Siguiendo la tónica que había llevado hasta el momento, Ana empezó a cabalgar fuertemente, haciendo que sus pechos y su culo, el cual sujetaba yo fuertemente con mis manos, se movieran de forma acompasada.
Sinceramente, fue uno de los polvos que más me ha costado aguantarme y no correrme en toda mi vida.
Si hubiera sido por mí habría terminado en treinta segundos, pero sabía que ella quería y sobretodo, se merecía más.
Así que como pude intenté ignorar las gotas de sudor que corrían por su canalillo, sus pezones duros, todo aquello que deseaba de su cuerpazo.
Tras varias posturas volvimos a la inicial, pero en esta ocasión me daba la espalda, y no pude evitar deleitarme con la sensual curva que seguía la forma de su columna.
Sabía por qué ella había elegido esa posición.
Le estiré el pelo, cosa que le encanta, la atraje a mí y usé mi mano para masturbar su clítoris.
En menos de diez segundos ya estaba lista para correrse, y yo con ella.
Ya conocía sus gemidos y sabía cuando se encontraba preparada.
En cuanto comenzó a correrse, no pude aguantar más y me dejé llevar, llegando al orgasmo con ella.
Pocas veces me corría dentro de ella, pero la ocasión lo merecía.
No lo habíamos hablado, pero ambos sabíamos que nos encantaba corrernos así.
A mí me ponía muy cachondo sentir sus contracciones sobre mi polla al correrme, y ella disfrutaba sintiendo mi cálida semilla dentro de su cuerpo.
Fue una corrida larga e intensa por ambas partes, no dejamos de movernos de forma acompasada hasta que el orgasmo hubo terminado completamente.
Se dejó caer de espaldas sobre mí, aliviada.
Giró su cabeza, sus pecas me miraron y me dijo:
-Gracias.
No sabes cuanto necesitaba esto.
(Continuará)
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