Mas de 30 años pasaron
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Ana bajó del automóvil de su esposo que la dejó en la entrada del elegante hotel donde sería la convención.
Al subir la rampa al acceso principal, escuchó que alguien le dirigió el clásico piropo silbado.
Ella volteó y vió a un hombre mayor que trabajaba en las plantas de ornato de la entrada.
No había nadie cerca excepto taxistas en sus vehículos y a distancia, un botones, pero el silbido era muy cercano.
¡Adiós mamacita!, escuchó que el anciano le decía.
A pesar de su supuesta indiferencia, su feminidad la hizo sentirse halagada.
Volteó de nuevo y vió que él la miraba fijamente.
Su cara se le hizo conocida y caminó hacia él.
A sus 54 años, Ana había conocido a muchísimas personas de todas las clases sociales y pensó que lo menos que podía hacer es ver de quien se trataba.
A medida se acercaba, Ana empezó a sentir una leve descarga de adrenalina….
– ¿Ramón?-, preguntó.
-El mismo que viste y calza, hermosa-, contestó el, emocionado.
– Te han sentado bien los años, mi reina-, la halagó el vetusto albañil.
Quizá la última vez que supo de Ramón fue en alguna de las esporádicas veces que se vieron después de sostener un tórrido y largo romance de casi 4 años, hacía poco más de 30, cuando ella tenía poco tiempo de casada con Eduardo.
Como una corriente eléctrica, los recuerdos se vinieron a su mente.
-Te sientan bien esos, que serán, ¿10 o 15 kilitos que traes encima? – le dijo Ramón.
– Tus nalguitas se ven más sabrosas, mas rellenas-, prosiguió.
Ella simplemente le sonrió.
Entre Ana y Ramón existió siempre un vínculo de franqueza cuando ella fue su puta casada.
A ambos les encantaba dominarse y tenían relaciones de alto riesgo que disfrutaban enormemente.
Eduardo nunca supo, o por lo menos eso pensaban.
Lupita, la esposa de Ramón, era para Ana un misterio si supo o no.
Ana vio su reloj, y le dijo –tengo que entrar a la reunión.
Durará como hora y media o dos.
¿Estarás por aquí? –
– ¡Claro! -, contestó Ramón emocionado, -salgo a las 11.
Trabajo medio tiempo aquí-, agregó.
En la convención, Ana no hizo sino recordar sus ardientes años con Ramón.
La relación se enfrió algo cuando temió haber quedado embarazada de Ramón, pero se siguieron viendo.
Ana se preguntaba como estaría su pene.
Era enorme, ella recordaba fácilmente más de 10 pulgadas, dura, venosa…obscura.
Empezó a salivar con el solo recuerdo y sintió su vulva humedecerse.
Recordó cada detalle, y la convención le pasó en blanco y se le hizo eterna.
Habrían pasado algunos años desde que lo vio por última vez.
Se llamaban rara vez por teléfono, ella le pedía trabajos, él se la culeaba cuando podía, Ramón trabajaba como albañil en casa de Ana y Eduardo.
Frecuentemente era solo dinero lo que él quería, y ella con gusto se lo depositaba en un Oxxo.
Quedaban de verse, pero rara vez se lograba.
Cuando finalmente pudo salir del salón, Ana bajó apresuradamente y no lo encontró.
Algo decepcionada, se dirigió al área de la alberca en la parte posterior del edificio, y a lo lejos lo vió y alzó su mano.
Ramón estaba empacando sus herramientas y ya se había cambiado.
Le hizo señas para que se acercara.
-Siempre podrás decir que me conoces, que me estás pidiendo un trabajo o algo así-, le susurró Ramón.
–Así, tus amistades que nos vean no creo que sospechen, además tú estás hermosa y yo bien madreado-, agregó.
-Eduardo saldrá el sábado a pescar con sus amigos.
Me quedan solo dos hijos solteros que seguramente saldrán, no tengo nietos que cuidar-, le dijo ella.
– ¿Ya eres abuela?-, preguntó Ramón.
–Si-, contestó Ana, -tengo tres nietos y una nieta-.
-Eres la abuela más sabrosa que jamás he visto-, le dijo Ramón.
Ana sonrió.
– ¿Vives donde mismo? – preguntó Ramón.
-No-, contestó ella, -esta es mi nueva dirección-, le dijo al tiempo que le dio un papel con su número celular.
Por prudencia y cuidado, Ana no lo besó de despedida.
Ramón le aseguró que estaría el sábado como a las 10 a visitarla.
Ambos coincidieron que había mucho que platicar, y lo invitó incluso a comer con ella.
Ana se detuvo y se regresó, y tímidamente le preguntó a Ramón, -todavía se te para? -.
Ramón se rio.
– Digamos que rara vez me falla, pero casi siempre hace un buen papel todavía-, le aseguró.
– ¿Cuántos años tienes Ramón? – preguntó ella.
– Voy para los 65-, le contestó orgullosamente, -y veme: amoladón pero fuerte -, dijo el, haciendo una concha con su brazo.
– Eduardo tiene 59 y no se le para muy bien que digamos-, confesó ella.
-Pobre de ti-, contestó el.
–Dile que ya perdida te compre una verga de hule -, le dijo riéndose.
-Te veo pasado mañana.
¿Sabrás llegar? -, preguntó Ana.
-Veré la manera.
Tu cuenta conmigo -, le aseguró Ramón.
Se dirigió a la entrada y llegó Eduardo por ella.
Ramón los vio alejarse, tomó sus cosas y se dirigió a la parada del camión al otro lado del boulevard.
*******
Casi a las 10 en punto de la mañana, Ramón llegó al nuevo domicilio de Ana y Eduardo.
Ana sabía bien que por ningún motivo Ramón rechazaría la invitación a su casa para tener una larga conversación y después quedarse a comer, y quizá, tal vez, algo más.
No hacía mucho calor, el clima era soleado y agradable.
Ana se vistió con unos pants deportivos negros, no muy ajustados, que dejaban entrever su aún atractiva figura y hacer que sus kilos de más le dieran una apariencia de un pasado agraciado; pequeñas llantitas en su estómago, su cara un poco más rellena, sin perder su belleza, sus nalgas más rellenas y torneadas por los años, y sus senos, algo más caídos pero muy apetitosos.
En esta ocasión no se puso ropa interior.
A su edad, Ana no había sido objeto de cirugías como la mayoría de sus amigas.
Conservó su belleza lo más intacta posible a lo largo de más de 30 años.
Ramón, vestido lo mejor que pudo dentro de su humilde condición, entró a la casa y esta vez, Ana lo besó brevemente en la mejilla.
Se abrazaron y se besaron apasionadamente en la boca, ansiosos de revivir aquellos años llenos de calentura y atrevimiento.
Ramón, con casi 65 años, se veía mucho más maltratado para su edad.
El extenso y arduo trabajo en el sol.
Su otrora rizado cabello estaba completamente blanco.
Nunca fue hombre de mucho vello.
Su desaliñada barba y su falta de dientes lo hacía verse descuidado, pero aún fuerte y erguido.
Sus músculos estaban firmes y se notaba que aún tenía condición.
Ana le ofreció algo para desayunar.
Ramón aceptó gustoso.
-Cuéntame Ramón-, dijo Ana, -cuéntame de tu familia-, – ¿Cómo está Lupita, los hijos…7 son verdad? –
-Todos bien-, empezó Ramón, – Lupita gordísima, ya estamos solos, tu ahijada se casó hace como 5 años y nos quedamos solos-, continuó.
– ¿Y mi Choro?- (así apodaban al hijo mayor de Ramón)-, preguntó Ana.
-Ah ese pinche Choro-, contestó Ramón, -me salió más vago que la chingada-, prosiguió.
-Ya debe de andar sobre los 40.
Lleva dos o tres mujeres.
Cuando nos visita, ya no quiero ni preguntar-, dijo Ramón mientras Ana le servía su desayuno.
Ana se sentó enseguida de él, a su derecha.
-Salió caliente como su padre, pues-, dijo Ana, mientras Ramón comía.
Ana empezó a acariciar en antebrazo de Ramón con sus dedos….
-Nunca te dije-, empezó Ana, -pero me hubiera gustado que me culeara el Choro-.
Ramón casi se ahogó con el café.
Ella se rió.
Esperaba esa reacción.
-Me acuerdo cuando lo traías de ayudante-, continuó Ana, -tendría, qué, ¿unos 17 o 18 años? .
Me acuerdo que veía sus pantalones y se notaba que había heredado tu pitote.
Si tu tenías treinta y tantos y parecías de 20…ya me imagino el Choro, pudiera darme unas 20 veces al día-, agregó Ana mientras ambos se carcajeaban.
-Es que de verdad Ramón, eras increíble-, prosiguió ella.
-Nunca se me va a olvidar aquella vez que lo hicimos como cinco veces en un día-, dijo.
– Seis-, corrigió Ramón, -fueron 6-.
– ¡Que bárbaros éramos! – , recordó Ana.
-Aquellos viajes largos de Eduardo, cuando te quedabas a dormir y le avisabas a Lupita que era porque tenías que velar la construcción…nunca lo olvidaré-, prosiguió.
Entre pláticas sobre sus familias, lo que habían hecho de sus vidas y sus candentes recuerdos, Ramón terminó su desayuno.
– ¿Te importa si fumo?-, preguntó Ramón.
– Claro que no-, contesto ella.
-Si Eduardo dice algo, le diré que viniste a ver unos trabajos pendientes, y si quisiera que veas algo en el cuarto de arriba que no usamos-, agregó.
-Ahorita lo vemos-, dijo el, -ando necesitado de lana-, prosiguió.
Pasaron a la sala.
Transcurrió un grato momento lleno de recuerdos y anécdotas.
Ana se sentó frente a Ramón, aunque moría por estar enseguida en el mismo sillón, aguardando el momento preciso para desenterrar la calentura que ambos, seguramente, llevaban dentro.
Los años arrancaron de Ramón aquel arrojo que él tenía cuando la saludaba por las mañanas.
No esperaba ni un minuto para lanzarse sobre ella y devorarla.
Hoy se veía prudente y mesurado, más retraído, se notaba más la falta de energía.
– ¿Qué te parece si vemos el trabajo que quiero hacer?- dijo Ana.
Ramón se levantó sin dificultad y salieron al jardín.
-Es allá arriba-, señaló ella.
Una escalera metálica de espiral daba acceso al cuarto.
Ella iba frente a él.
Cuando empezó a subir, Ana empezó a exagerar el movimiento de sus nalgas, segura de que Ramón no les quitaba la vista.
A la mitad de las escaleras, Ana se llevó las manos a la cintura y de un rápido movimiento, se bajó sus pants, mostrando a Ramón sus desnudas, blancas y deliciosas nalgas.
¿Las has extrañado? -, preguntó ella sensualmente.
Ramón quedó inmóvil, en silencio.
Ana abrió sus nalgas con ambas manos, mostrándole sus encantos.
Ramón sintió aquella ardiente familiaridad al ver el espectáculo.
Sin decir palabra alguna, Ramón acercó su cara, la besó, mordisqueó suavemente una de sus nalgas, y empezó a lengüetear su ano mientras acariciaba su vulva con la mano.
Ella curveó sus nalgas hacia él, retiró sus manos mientras que las de él tomaban su lugar, y empezó a introducir su lengua en el ano vigorosamente saboreando y recordando su ligeramente amargo y salado sabor , mientras ella levantó su camiseta y empezó a acariciarse las tetas, retorciéndose de placer.
Ana se volteó y se sentó incómodamente en el peldaño, abriendo los muslos lo más que pudo.
Ramón retrocedió un poco y empezó a lamerle la vulva, mientras ella empujaba su cabeza y acariciaba su blanca cabellera.
– ¡Sabe mejor, huele igual, igual de caliente! -, exclamó Ramón.
Ana gemía y jadeaba.
Se escuchaban las lengüetadas de Ramón en su húmeda intimidad.
Finalmente, Ramón se separó.
La tomó de la mano y bajaron la escalera, dirigiéndose a la sala de nuevo.
Ana se detuvo, se quitó el pant y la camiseta, y caminó completamente desnuda al lado de Ramón.
-¡Mmmmh, me muero de ganas de ti!, exclamó Ana presa de intenso placer.
-Yo también-, contestó Ramón.
–Te cargaría, pero creo que ya no te puedo-, dijo él, al tiempo que la abrazaba por el estómago, acariciando sus flácidos pero escasos kilos de más.
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Ana se rió, -¡deja mis lonjas!-, le decía, pero Ramón insistente le acariciaba sus excesos y la nalgueaba mientras caminaban.
-¿Cuánto engordaste?-, finalmente preguntó él, siendo una pregunta que no toleraría de su esposo.
-Mmmhh, ¿Qué serán, unos 12 o 15 kilos? -, contestó.
– ¡Te sientan a la perfección!-, le aseguró el, -lo mejor son tus nalgas-, agregó.
Se sentaron en el sofá y empezaron a acariciarse como en aquellos felices años.
Ramón seguía vestido mientras ella acariciaba su abultada orqueta, tratando de adivinar como encontraría aquel bello monstruo que la había llevado a los límites del éxtasis, , aquella enorme verga que la deleitó y hasta la asustó.
Posesionada de Ramón, Ana empezó a desvestirlo.
El se puso de pie frente a ella.
Aflojó su cinturón, bajó su cremallera sin perder tiempo, ansiosa como es, dejó caer sus pantalones, bajó sus calzoncillos, y vió por primera vez en muchos años aquel aún enorme miembro, semi-flácido, colgando hacia abajo que antes la aguardaba en total erección.
El pelo púbico de Ramón era ya entrecano.
-¿Qué pasa?-, preguntó ella.
– ¿Ya no se te para como a Eduardo?-
-Tranquila preciosa-, la calmó Ramón.
– Es casi lo mismo, pero tarda un poquitín más.
Acuérdate que es grandota y requiere mucha sangre-, agregó él.
Ana se arrodilló entre los muslos de Ramón y empezó a besar y lamer su verga y empezó a ganar tamaño conforme ella se deleitaba.
En menos de un minuto, Ana pudo devorarla desde el glande hacia abajo, como solía hacerlo, pero para su sorpresa, la verga de Ramón no alcanzó su legendaria longitud, pero si su grosor.
Las venas que le corrían por el lado y que a ella le fascinaba lamer ya no eran tan pronunciadas…pero aún las tenía marcadas.
Extrañó mucho aquella viril dureza, aún así, como siempre lo fue, era muchísimo mejor que las 4 o 5 pulgadas que le quedaban a Eduardo.
Ana interrumpió su mamada, miró a Ramón a los ojos, y le confesó: – ¿Sabes que Eduardo ya no me puede culear? Tengo como dos años que no me la mete por detrás, no puede, y eso que siempre me dijo que mi culo no era apretado.
Por enfrente, apenas la siento-, agregó ella, frustrada.
– ¡Pobre de ti!, exclamó Ramón.
–Siendo tan caliente.
¿Cómo le hacen pues? –
– ¿Cómo le hacemos?, preguntó de nuevo ella, -pues…-, tímidamente respondió.
– Hace como un año compramos en Los Angeles un dildo, tu sabes, un pene, un consolador artificial y me coge con ella-, confesó.
Se rieron al recordar la propuesta de Ramón en el jardín del hotel, dos días antes.
-Es muy real, negra, -se rió ella-, al rato te la enseño.
Me trae recuerdos de tu vergota.
Es algo parecida, pero haz de cuenta la de un negro.
Se la pone con un cinturón.
Tiene en los huevos un depósito para llenarla de algo que parezca semen, como un shampoo o cualquier cosa parecida y la puedes hacer “eyacular” con una bombita, como los aparatos con que te toman la presión.
Le puedes quitar el cinturón y jugar con ella…costó un dineral, pero eso ha salvado mi matrimonio-, concluyó.
– ¿Pero cómo está el asunto? -preguntó Ramón-.
La verga de Ramón empezó a perder su erección mientras Ana le contaba sus desventuras.
Ella vio entonces con tristeza que era cosa normal en los hombres que su pene empezara a servirles para orinar únicamente a medida se acercan a los 60, salvo que tomaran una pastillita mágica…era un castigo para las mujeres de su edad sentir el fuego por dentro y que sus esposos o amantes maduros no pudieran satisfacerlas.
Se sintió impotente y se sentó a su lado.
La enorme verga cayó derrotada, impresionante, pero sin rigidez a pesar de que la había mamado.
Ana le sonrió y lo acarició, -tienes dos opciones-, le dijo a Ramón: -o le llamas al “Choro”, o vamos a comprar la pastilla mágica-.
Ambos se carcajearon.
– Vamos, te enseñare a tu rival-, dijo ella, sin darle mucha importancia a su frustración.
Subieron a la recámara principal, Ramón se quedó fascinado con la decoración, ella entró a su vestidor, y regresó con una caja rectangular de madera.
–Mira, mi regalo de cumpleaños del año pasado-, le dijo ella, y abrió la caja, poniéndola sobre la cama.
Ramón la tomó en sus manos.
Eran un enorme pene artificial emulando el miembro de un negro, detallado a la perfección, con asombrosa esponjosidad muy similar a uno real.
Ramón lo olió para ver si podía detectar el olor de los orificios de Ana.
–Huele ligeramente a tu culo-, le dijo riéndose.
Se la puso enseguida de su pene.
Era algo más larga que la de Ramón flácida.
– Supuestamente es la réplica de la verga de un negro semental muy famoso, mira -, dijo Ana al tiempo que le extendió un panfleto que venía en el interior de la caja.
– Lexington Steel -, leyó Ramón.
–Ni idea quien será -, agregó.
– Es un actor porno, negro -, le dijo ella, mientras el veía al enorme negro calvo en una foto.
Ana lo empujó y cayó de espaldas en la cama.
Ella se tiró sobre él y se empezaron a besar apasionadamente.
-Cógeme con ella-, le ordenó Ana a Ramón.
Ramón, sorprendido, se incorporó.
Ella le instaló en la cadera el sofisticado consolador, le pidió que se acostara de nuevo, se montó en el albañil, se lo insertó en la vagina, y comenzó a gemir y gritar de placer.
Ramón puso sus manos detrás de su cabeza mientras ella se retorcía penetrada de placer hasta que tuvo su primer orgasmo del día.
Eso no hizo que Ramón tuviera una erección total, pero si alcanzó a sentir las nalgas de Ana.
-Gracias Ramón.
Lo necesitaba con urgencia…se siente padrísimo, pero algo fría al principio-, agregó.
-Con Eduardo es muy fácil.
Le hago a un lado su cosita después de mamársela, se le medio para, y luego le pongo el aparato.
Me da muchísimo placer, me vengo padrísimo, pero nunca como contigo, claro está, dijo ella.
Después se la vuelvo a mamar y se viene en segundos, terminó.
Bajaron de nuevo a la sala.
Ella le preguntó de nuevo: – ¿Viagra o Choro? –
-La Viagra la he usado-, Ramón confesó, -y es maravillosa-, pero es carísima.
Aparte, ¿Dónde voy a encontrar al cabrón del Choro? ¿Y si lo encuentro que le diría? ¿Ven, vamos a que te culees a Ana porque no se me para? -.
Ambos se carcajearon.
-Vamos por la pinche pastilla-, la urgió Ramón.
-Vamos a Benavides, dijo Ana-, mientras se vestían.
–Te daré el dinero para que compres un par, pero te dejaré una cuadra antes y te esperaré en la siguiente.
Me conoce todo el mundo por aquí-.
Cuando regresaron de la farmacia, Ana tomó la caja y empezó a leerla.
– ¡Echa para acá! -, dijo Ramón, al tiempo que se la arrebató de las manos.
–Es una chulada, no perdamos tiempo-, agregó-, solo dame unos 15 o 20 minutos.
Mientras eso pasa, ve y tráeme una cerveza-, le ordenó en aquel extrañado tono dominante.
Cuando Ana se dirigía a la cocina, Ramón la detuvo, la besó apasionadamente.
Ramón acarició su estómago, la nalgueó, ella se rio y fue por la cerveza.
Ramón tomó la píldora y se la pasó con un trago de cerveza.
Pasaron de nuevo a la sala.
Ramón se desnudó, y se sentaron abrazados, besándose apasionadamente, mientras ella acariciaba su adormecido monstruo el jugueteaba con sus tetas y su babeante vulva.
Si bien Ramón ya no tenía los músculos del estómago marcados como a ella le fascinaban, se sentía duro y fuerte.
Ana se arrodilló en medio de sus muslos de nuevo, y empezó a lamer la verga de Ramón, de abajo hacia arriba jugueteando con su lengua el enorme glande, en espera de los ansiados resultados.
– ¿Todavía te sale mucho semen? -, preguntó ella en tono juguetón, mientras seguía lamiéndole golosamente la verga.
-Eso no es problema preciosa-, le aseguró Ramón.
–Ahí sí, sigo con el mismo volumen-, agregó.
Pasaron unos minutos más, y ante el asombro de Ana, la verga de Ramón empezó a tomar sus familiares proporciones, como si el tiempo se hubiera detenido.
En poco tiempo, las familiares venas aparecieron tal y como ella las recordaba acentuando la virilidad de Ramón que tanto la enloquecía, superando notablemente la verga artificial de Lex.
Ana empezó a mamar con el mismo furor que tanto apasionaba a Ramón, pero con el característico ritmo de una desesperante urgencia.
– ¿Todavía aguantas igual? -, le pregunto sutilmente ella mientras miraba a sus ojos.
-Aún-, contestó Ramón.
Ana se puso de pie, volteó sus nalgas hacia él, las abrió con sus manos, y suavemente se dejó caer para que la enorme verga del albañil, ya en todo su vigor, la penetrara en el primer orificio que encontrara.
Ella sintió el glande en el ano, y graciosamente dijo: -le tocaba-, además de que Ramón la acababa de coger con el consolador.
Ramón la penetró suavemente, pero ella se dejó caer hasta sentirla totalmente dentro, mientras el llevó su mano a acariciar y jugar con sus dedos su húmeda vulva.
“¡Ahhhhh, que cosa tan ricaaaa!, gimió Ana, mientras frotaba sus nalgas en el regazo de Ramón.
“¡Ah cabrón! -, dijo Ramón, – ¡definitivamente es lo mismo desarrugar que romper! -, balbuceó en éxtasis.
– ¡Tu culo se siente nuevecito, hasta aprieta más que cuando eras joven!, exclamó con sorpresa.
Ana subía y bajaba por sí sola, deleitándose con cada milímetro del pene de Ramón, juraría que sentía sus venas en el esfínter, mientras el contemplaba aquella belleza de espectáculo.
Ana experimentó un tremendo orgasmo en muy poco tiempo, su segundo, reflejando la urgencia que tenía de una buena culeada, mientras Ramón acariciaba y cogía con sus largos dedos su vagina.
Después de varios minutos de la apasionada sesión anal, Ana se incorporó, se arrodilló entre los muslos de Ramón, y empezó a deleitarse mamándole con locura de nuevo la verga al extrañado albañil.
– ¿Qué tal -, sugirió Ramón, -si te traes tu consolador y te lo meto por el culo mientras te cojo por la panocha? –
– ¿Será? – pregunto Ana.
Se desacopló lentamente y se dirigió a su recámara de nuevo mientras Ramón observaba su bella desnudez, y en un momento bajó con la cajita del consolador.
-Nunca hemos jugado a esto-, dijo ella.
– Haz de cuenta-, interrumpió el, que tienes al Choro metido en el culo mientras el papá del Choro te arrima por enfrente-, ambos carcajearon.
Ana dudó.
– ¿Me irá a doler? -, preguntó.
– Mmmh, seguramente con ese culote holgado que tienes ni la vas a sentir-, bromeó Ramón.
Ambos volvieron a reír, mientras ella se sentaba en sus muslos.
Ramón la levantó un poco y con su mano guió su tremenda erección hacia la vagina de Ana.
La penetró con suavidad arrancándole sus ya familiares gemidos al tiempo que ella tomaba su ritmo, sintiendo sus entrañas penetradas hasta el fondo por la enorme verga del albañil.
Mientras Ana frotaba gozando el enlace de sus órganos, Ramón empezó a lubricar su recién penetrado ano con la misma baba de su vulva.
Sin poder ver, posicionó el consolador en su culo y lo empezó a insertar lentamente, no con mucha facilidad, porque el espacio estaba comprometido con su pene, pero prosiguió.
– ¡Ay…ay ¡-, exclamó Ana…-se siente raro, pero riiiico-, gimió.
– Te diré que si me gustaría que fuera el Choro-, agregó sonriendo.
– ¡Y dale con el pinche Choro! -, contestó Ramón.
– ¿Qué lo tendré que traer para que te culee también preciosa? -, agregó.
Ana sonrió de nuevo.
– ¡Pueeeees! -, dijo.
– Quizá no es tan mala la idea -, continuó.
– ¡Ay Ramón, siento como que me cago!-, dijo Ana.
-¡Nnnnnooooo! -, gritó Ramón, carcajeándose, recordando aquella vez que Ana se defecó en su pene en sus años de locura.
– ¡Fue tu culpa!-, exclamó ella, recordando perfectamente el incidente.
– ¡Te dije que tenía que ir al baño!, pero ¡no, no, no! El señor tenía urgencia de culear.
Se carcajearon una vez más.
– ¡Y la muy puta no pudo aguantaaaar! -, profirió Ramón.
-Tan hermoso el Choro…ha de estar igual de vergón que su padre -, dijo ella, al rítmico movimiento.
– Si la tiene muy grande -, aseguró Ramón.
– A lo mejor algún día al calor de unas cervezas se lo planteo y hacemos un trío.
No creas que lo veo mucho -, le dijo.
Ana empezó a acelerar su ritmo, mientras Ramón aumentaba sus jadeos.
Ella había experimentado al menos dos orgasmos mientras que el hacía gala de su habilidad de aguantar.
Ella se arqueó hacia atrás, Ramón empezó a frotar sus tetas al tiempo que sentía el sabroso cosquilleo anticipado de una tremenda eyaculación.
– ¡Me vengo mamacita, me vengo! – gritó Ramón, haciéndole entender que hiciera lo propio: quitarse, arrodillarse frente a él, poner su cara, abrir su boca y disfrutar de la espléndida descarga.
La rutina fue la misma de aquel entonces: Ana se levantó rápidamente con el consolador metido en el culo y este cayó al piso.
Tomó la verga de Ramón con su mano derecha, empezó a lamerla por debajo cuando salió la primera pulsación.
Rápidamente, Ana arropó con su boca la verga del albañil, mientras un abundante torrente de semen la empezó a llenar.
Era tanta la cantidad como Ramón había anticipado, que no podía tragarlo.
Se ahogaba, le salía por la boca, tosía e incluso ¡le salió por la nariz!.
Extasiado, Ramón veía aquella revoltura burbujosa de semen y saliva correr hacia abajo por sus muslos, mientras ella devoraba lo que le era posible, lamiendo sus testículos y atrapando con su lengua el ya débil torrente.
El orgasmo llegó a su fin.
Ana continuó lamiendo el pene de Ramón, pero notó que, curiosamente, su erección no cedía.
– Así es la Viagra.
Tendré que andar con el pito parado un rato -, le advirtió al notar su inquietud.
– Pero no te preocupes -, le dijo.
– Será inofensiva por un buen rato, o sea, no te emociones preciosa-.
– Pero yo quiero que sea ofensiva-, contestó Ana.
– ¿Te acuerdas aquella vez que tardaste como 15 minutos después de que te la mamé y me tragué toda tu cosa y me culeaste parada en la cocina? -, preguntó ella con cierto tono de nostalgia.
-Inolvidable-, respondió Ramón.
-Fue aquella vez de las seis veces-, recordó el.
A mediodía, Ana y Ramón pidieron comida china.
Tomaron una siesta juntos en su recámara, tuvieron intenso sexo vespertino ahí mismo, se bañaron juntos, hizo la valoración del trabajo y se retiró ya tarde.
El trabajo, si bien era fácil, daría pie a que pronto se volvieran a ver.
Ana le regaló un billete de $500.
00 que él aceptó gustosamente y le agradeció con un beso más.
– Es a cuenta del trabajo, no por haberme regalado este día -, le dijo ella al tiempo que Ramón finalmente se retiró.
Su erección por fin cedió.
Totalmente satisfecha, Ana fue a la sala, recogió su dildo.
Lo olió, lo lavó y lo guardó para esperar a Eduardo.
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