MAS QUE DOS
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por dulcehombre.
De solo recordarlo se me encienden los motores.
Hace unos 20 años era un formal padre de familia y conocido profesional de esta, todavía hoy, olvidada aldea del interior.
Ella, una trabajadora del servicio doméstico, era madre y esposa.
Por entonces, ambos pisábamos los cuarenta y pese a la común vida social, propia de los pueblos chicos, de jóvenes nunca nos habíamos cruzado en algún evento o esparcimiento en común.
La conocía, como entre todos nos conocemos en los lugares pequeños.
Recuerdo su gracia y la belleza suave que adornada con su caminar cadencioso.
Cuando trabajó en mi casa era mujer adulta, de cuerpo sólidamente formado y, aunque sin formas juveniles, mantenía la sensualidad en las curvas de sus caderas redondas y anchas, pechos grandes y cara iluminada.
Noté sus apenas veladas insinuaciones que respondí con provocaciones.
Al poco tiempo todo nos lo decíamos con nuestros gestos.
Por entonces, debido a las obligaciones laborales del resto de mi familia, me quedaba solo en casa hasta mucho después del mediodía.
Ese día vestía polleras amplias que cubrían hasta la mitad de las rodillas.
Interpretaba cada balanceo de caderas como una invitación a tocarla por debajo de la falda.
La encontré doblada limpiando una bañera.
Me acerqué por detrás sin hacer ruidos y puse mis manos sobre sus caderas.
Respiró profundo con los ojos cerrados al tiempo que expiraba levantando su cara mostrando que su consentimiento.
Mantuvo la postura aceptando mi mano por debajo de la ropa.
Nos enchufamos afiebrados y mal desvestidos.
Hundí mi palo hasta el fondo de su cueva caliente y mojada.
Los roces de ropas, jadeos y unos pocos gemidos contenidos denunciaban el fragor de nuestro choque.
Descargue toda mi carga en el mismo momento en el que ella se desmoronó desde el extremo del placer.
Sentimos que nos prodigamos un polvo perfecto.
Durante largo tiempo lo repetimos de esa manera sobre-entendida en el mismo lugar, posición y con economía de palabras, lo que amplificaba la noción de complicidad clandestina y agregaba una cuota de misterio.
De esos días iniciales recuerdo el golpe repetido de mis piernas contra sus nalgas blancas, redondas, abultadas, el volumen de sus pechos duros en mis manos, la temperatura de su piel y nuestro olor a sexo vivo elevándose hasta mi cara.
Con el tiempo fuimos rompiendo la rutina que nos unió en silencio y buscamos las palabras y otros lugares para renovar el tenor de los encuentros.
Lográbamos la seguridad cerrando con traba la puerta principal y descubrimos que el refugio ideal para desnudarnos era el altillo.
Fue un tiempo en el que no nos alcanzaron las manos, la boca ni la lengua.
Tengo la memoria exacta del sabor de su sexo líquido.
Nos lamimos y sorbimos sin ponernos límites.
Una mañana encontró que mi verga tenía el sabor de una noche de sexo con mi esposa.
No lavarme fue un gesto premeditado.
No recibí reproche alguno sino un profundo beso de lengua con el que nos lavamos las bocas.
Al día siguiente comenzamos envolviéndonos en una recíproca mamada.
Montó sobre mi cara y cayó un moco de semen en la boca.
Lo repartimos enredándonos de lenguas.
Fue el segundo día en el que fuimos tres en una cama.
Ninguno de los otros dos lo supo nunca.
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