¿Me llevas de cacería?
Mi marido y yo disfrutamos de tener sexo juntos con otro matrimonio. Mi esposo, disfruta cuando le pongo cuernos. Se me ocurrió mostrarle cómo seducía a otros y se lo dije, lo cual aceptó gustoso..
Desde hace dos años, decidí ponerle cuernos a Miguel, mi marido, pues yo lo veía con deseos de que me acostara con otro. Para ello, elegí a un compañero de trabajo que llevaba años insinuándose conmigo, ya que éste estaba obsesionado con mis tetas. Después convencimos a Laura, la esposa de mi amante, para que se uniera con nosotros. Total, Miguel y Laura se hicieron amantes, aunque su atracción fue tan fuerte que mi amante y yo creímos que podríamos perder a nuestros cónyuges, pero no fue así.
Luego cogí con otros tipos diferentes, de lo cual casi siempre mantuve informado a mi cornudo enviándole fotos y videos de lo que estaba haciendo yo en ese momento. Ya se imaginarán cómo me recibía mi cornudo en la cama a mi regreso…
Ya llevaba varios meses que no tenía una aventurilla con alguien fuera de mis amiguitos cogelones. También, Miguel me hizo notar que dejaba babeando a muchos hombres con mis chiches cuando traía escote amplio y sin sostén. Él me preguntó por qué razón me vestía así si no los dejaba avanzar, eso no era entendible para mi marido. Estos comentarios me hicieron pensar que mi esposo quería verme en acción utilizando esos anzuelos evidentes.
–¿Por qué te preocupa eso? –pregunté– Parece que te gustaría ver toda la película de cómo te pongo los cuernos.
–Bueno, en realidad sí. Me gustaría ver a mi esposa cuando ejerce su putez para tirarse a sus admiradores –confesó. Sonreí ante su revelación y lo besé.
–¿Quieres acompañarme el sábado en la cacería? –le pregunté mirándolo como cómplice y él sonrió moviendo afirmativamente la cabeza, y besó mi mano.
El día esperado, se subió en mí al despertar, me penetró lentamente mientras me mamaba las tetas y jugaba con ellas. Le apreté las nalgas pidiéndole que me metiera el falo hasta el fondo. Después de moverse como acostumbra, se vino rico. Nos bañamos juntos enjabonándonos mutuamente entre besos y caricias. Salimos a desayunar y platicamos sobre el sitio donde me gustaría ir a cazar. Decidimos un restaurante muy concurrido por los oficinistas donde abundaban las bebidas en la sobremesa.
Para ir al restaurante, me puse un vestido color rojo intenso con escote generoso, sin sostén y como 15 centímetros sobre la rodilla. Me coloqué en el pie la pulsera con el dije de corazón negro que compré el día en que cometí mi primera infidelidad y usaba cuando me sentía muy puta.
–No sé si te vestiste de hotwife o de puta, que para el caso es lo mismo –me dijo al abrazarme desde atrás apretándome una teta en cada mano y me besó el cuello.
–Espera, a ti te toca mover atole, la vestimenta es para poder elegir a quién voy a ordeñar… –le dije separándome de Miguel.
–Bien, salgamos –ordenó poniéndome el abrigo sobre los hombros.
Al llegar al restaurante, nos recibieron y Miguel me preguntó dónde queríamos sentarnos. Yo elegí una mesa cercana a un amplio grupo de un poco más de una docena de hombres que festejaban algo. Me senté frente al grupo y mi marido al lado. Al sentarme, incliné el cuerpo lo suficiente para que se notara la caída de mi pecho y el escote provocador. La maniobra fue un éxito, pues de golpe disminuyó el cotilleo que traía el grupo ya que quienes me veían callaron abruptamente y quienes me daban la espalda observaron a los restantes callados admirándome. “Puta…”, susurró Miguel dándose cuenta de mi ardid. Una parte de los que me daban la espalda voltearon a ver lo que les llamaba la atención a los comensales restantes. Incluso uno de ellos hizo una señal con las dos manos y las palmas un poco encogidas hacia él para informarles a quienes no habían visto mi maniobra el volumen de mi pecho.
Pedimos unos martinis para empezar, y un platillo “especialidad de la casa”. Como si nada ocurriera, mi esposo y yo nos pusimos a platicar. Hubo un hombre, de unos cinco años menor que yo, que me llamó la atención. Guapo, de cuerpo un poco fornido, que no me quitaba la vista de encima, y le sonreí.
–Creo que ya elegí quién va a resbalar en mí, pues me estoy mojando mucho. No voltees ahorita –le advertí a mi marido sin dejar de cruzar la mirada con el prospecto.
–¿Cómo piensas abordarlo? –me preguntó Miguel.
–¡¿Yo…?! –exclamé poniéndome la mano en el pecho–. No soy puta. Él es quien tiene que venir, pide más tragos Pero dile al mesero que sean sólo “pintaditos” para que parezca que te emborrachas.
–Puta… –volvió a decirme mi marido.
Los comensales se fueron yendo poco a poco, en cuanto el festejado partió, hasta que quedaron cuatro. Miguel hizo la parodia de estarse emborrachando. El joven y yo nos mirábamos continuamente y sonreíamos. Miguel se levantó para ir al baño, obviamente la vejiga tenía mucho líquido. Aproveché para corresponder al gesto del elegido cuando levantó su vaso en señal de que me hacía un brindis. Pero no aprovechó la oportunidad para abordarme.
Regresó mi marido cuando se estaban despidiendo los tres sujetos que quedaban. “Vas a tener que ayudarme con el paquete”, le dije a mi esposo quien hizo un gesto de extrañeza, y pedí la cuenta, mostrándole mi tarjeta al mesero. “Vas a resbalarte sobre la mesa”. Yo no dejaba de ver a mi presa y sonreírle e hice un gesto de desaprobación inclinando mi cabeza hacia mi marido, pero mirando al joven, quien entendió que era su turno para intervenir cuando mi marido “resbaló” al ponerse de pie para sacar su cartera.
–¡Cuidado! –grité y el joven se acercó a ayudar al mesero para sentar a mi marido.
Una vez restablecida la clama, sus dos amigos se acercaron para preguntarle si no quería un “aventón”. Yo lo miré frunciendo el ceño y le hice un movimiento negativo con la cabeza que él entendió de inmediato. “No gracias, me voy solo” les dijo, y ellos entendieron poniendo una sonrisa cómplice despidiéndose de él.
–Por lo visto usted no trae carro, ¿no le perjudica quedarse? –le pregunto con sorna y viéndolo a la cara.
–Obviamente, no –contesta, de pie ante mi que estoy sentada, paseando descaradamente la vista en mi pecho.
–Aunque ya cerraron la cuenta, gusta tomar algo… –lo invito.
–No, gracias, prefiero estar sobrio –dijo mirando a mi esposo.
–Ojalá entendiera eso mi marido, yo me quedaré otra vez encendida –le dije al oído.
–Ya vámonos –dijo mi marido, fingiendo la voz pastosa, dándome el comprobante del auto al ponerse de pie y trastabillando.
Entre los dos ayudamos a que mi esposo subiera al auto.
–Me caes bien, ¿cómo te llamas?” –le preguntó Miguel.
–José Carlos Narváez, señor –contestó solícito.
–¡Nada de “señor”, hablémonos de tú Pepe! –exigió mi marido–. ¿Te parece bien que te diga Pepe?
–Desde luego, así me dicen mis amigos –asintió antes de hacer el movimiento para cerrar la puerta.
–¡Aún no termino! –gritó mi marido deteniendo la puerta– Yo soy Miguel, y esta belleza es mi esposa Gloria.
–Mucho gusto –dijo extendiendo la mano, la cual tomó mi esposo y sólo la soltó hasta que decidieron seguirla en casa.
–¿Nos acompañas para seguirla en casa? –preguntó Miguel y yo le hice un gesto afirmativo a Miguel cuando volteó a verme antes de contestar.
–Si a tu esposa no le incomoda, te acompaño con gusto –contestó alegremente José.
–¿Verdad que no te molesta, mi vida? –preguntó volteando a verme y cerrando un ojo.
–No, como tú digas, parece muy buena persona –contesté sonriente.
Pepe se subió atrás después de cerrarle la puerta a mi esposo. Llegamos pronto a casa. Miguel entró asistido por nosotros dos y se sentó en el sillón. Yo me fui a la cocina a preparar café. Le señalé el baño a José para que se lavara las manos y yo me las lavé en la tarja del fregadero. Cuando salió José yo lleve dos tazas de café.
–¿Café? Invité a Pepe a seguirla, sírvenos coñac, trátanos bien –dijo Miguel.
Serví dos copas de coñac y se las di, tomando después una de las tazas de café y dije “Salud por las nuevas amistades”. Ellos brindaron con el coñac. Puse música suave e invité a mi marido a bailar. Miguel trato de ponerse de pie, pero “no pudo”.
–Mejor baila con Pepe para que no te quedes vestida y alborotada –exigió y saque a bailar a José.
–La verdad si estoy alborotada, pero me gustaría estar desvestida –Le dije al oído a José abrazándolo al bailar.
Bailamos de “cachetito” sintiendo en mis piernas la turgencia del macho ansioso cada vez que se pegaba a mí. Miguel se hacía el borracho cada vez que José volteaba a verlo y a mí me sonreía levantando el pulgar cuando no lo veía el amigo. La siguiente pieza, mi marido ponía la vista perdida y cabeceaba cerrando los ojos, lo que el chico aprovechaba para acariciarme furtivamente las nalgas y el pecho.
–Que no te vea, tampoco hay que ser tan obvios –le dije a José apretándole la garrocha enorme que no se le bajaba.
–Creo que ya se durmió. ¿Lo llevamos a su cama? –me preguntó el majo cuando vio que Miguel se había recostado en el sillón.
–Sí, pero cuando ya te vayas. Mientras aprovechémos nosotros la cama. Déjame ver si ya está bien dormido –dije antes de acercarme a mi marido.
Moví a Miguel pronunciando su nombre y él sólo contestó con un gruñido. Me alejé despacio llevando a José de la mano hacia la recámara y dejé la puerta abierta. Adentro, José me besó y me desvistió con gran maestría. Al quitarme el vestido, se quedó embelesado mirando mi pecho y comenzó a mamar como becerrito hambriento. Aproveché para bajarle el pantalón y quitarle la camisa. Quítate la ropa, le pedí haciendo yo lo mismo. “¡Qué belleza!”, exclamé al tenerlo encuerado frente a mí y me hinqué para mamar yo, era mi turno. Me acarició el cabello. Miguel veía desde su asiento, alejado a poco más de diez metros, entrecerrando los ojos cómo me fornicaba José por la boca. “Ahora tú le dije poniéndome de pie abriendo las piernas. José lo entendió de inmediato y se hincó dándole la espalda a mi marido quien nos miraba con un gesto de lujuria y, aunque no se alcanzaba a ver, se apachurraba la verga.
Cuando lo consideré suficiente, lo levanté y tomando su pene del tronco, meneé el glande en mis labios interiores y clítoris antes de meterme la cabeza en la vagina. Lo abracé del cuello y me colgué para que me entrara completamente su miembro. Me tomó de las nalgas, lo encerré entre mis piernas y comenzamos a movernos.
–¡Dame más rápido en mi pepa, Pepito! –grité y José concedió.
–¡Estás muy buena, Gloria! –contestó gritando al venirse en mí sin recordar o sin importarle que mi marido estaba en la sala.
Me dejé caer en la cama diciéndole “¡No te salgas!” y el cayó sobre mí. Nuestras piernas estaban fuera de la cama, pero Miguel tenía a la vista mi panocha, con el pene de José aún incrustado en mi anatomía. Nos besamos y acariciamos acomodándonos sobre la cama. Lo rodé bajo de mí y me senté para cabalgarlo. Poco a poco fue creciendo su falo en mi interior, haciendo que me viniera varias veces.
–¡Ahora voy yo! –dijo sin sacar el crecido falo y me hizo quedar abajo.
Con una mano en mis nalgas y la otra en mi pecho, se movió frenéticamente mientras me chupaba los pezones. ¡Otro tren de orgasmos mío y otra eyaculación muy abundante de su parte! Quedamos jadeando y sudorosos. Mi esposo ya se había venido bastante sin sacarse el pito, sólo con los apretones que se daba. Los tres dormimos un poco. Me desperté y chupé uno a uno los huevos, luego me metí el falo exangüe a la boca y José despertó, pero no su verga que siguió flácida.
–Creo que ya es hora de traer a Miguel a la cama –le dije a José, pero pensando en que necesitaba a mi marido porque yo seguía caliente.
Me puse una bata y José se vistió completamente. Fuimos a la sala y llevamos a mi marido a la cama, casi arrastrándolo. Yo sentía que con el zangoloteo me escurría el atole entre las piernas.
–Me voy, gracias por esta tarde-noche –dijo José al darme un beso.
La situación era muy cachonda para todos. José besándome al pie de la cama donde ahora yacía Miguel, bocabajo, en el colchón y las sábanas que aún estaban con la humedad del sudor y los vellos arrancados por la fricción a los pubis que apasionados se tallaron; en el abrazo los brazos de José bajo mi bata acariciando todo mi cuerpo mientras yo sorbía su lengua; Miguel aspirando el aroma a sexo que dejamos los cogelones.
–Gracias a ti, que me diste estos momentos de felicidad que necesitaba para completar el día –le contesté antes de acompañarlo a la puerta para que se fuera.
Cuando regresé, Miguel ya estaba encuerado y con el pito bien parado. Prácticamente me arrancó la bata y me tiró a la cama abriéndome las piernas para limpiarles los escurrimientos antes de chuparme la panocha y meter la lengua hasta donde alcanzaba.
–Te amo, putita mía; la puta de las chiches conquistadoras. ¡Te amo! –gritó mi marido.
Yo le jalé el miembro y escurrió presemen mezclado con leche que saboreé antes de subirme en él para que gozara el rebote de mis tetas al cabalgarlo. Apenas nos vinimos, quedamos dormidos, aún enchufados.
El domingo recibimos un arreglo floral con rosas rosas y crisantemos y una tarjeta con los datos profesionales de José que lo acompañaba, la cual, en el reverso decía “Gracias por su hospitalidad tan grata” Firmada con “José”.
–Ya tienes sus datos, por si quieres repetir… –dijo mi esposo dándome una nalgada.
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