mi esposa me engañaba segunda parte
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Las historias eróticas, según parece, solo son historias de gente con cuerpos de dioses o con ciertas características físicas, como nalgas de concurso, pechos firmes, abdomen de lavadero o penes enormes. Pero en la vida real, en esa vida que todos nosotros vivimos, fuera de las revistas y los relatos fantasiosos que leemos en el internet, la verdad es otra y los protagonistas, somos personas que a lo mejor podríamos pasar desapercibidos en las redes sociales o en un casting para una revista. Esposos o esposas con cuerpos imperfectos, pero con historias que sobrepasan con mucho a la fantasía.
Les conté antes de lo que sucedió cuando descubrí por mala suerte, que mi mujer me engañaba y les prometí, seguir relatándoles la historia. Pues bien aquí continúo.
Luego del incidente en la discoteca con aquel muchacho tan joven, que podía haber sido hijo de mi esposa, las cosas estuvieron muy tensas. El enojo de mi esposa era tan grande y creo que no era por otra cosa, sino porque la dejé en el día de nuestro aniversario, en una disco, abandonada. Aunque en verdad ella lo gozó y si he de ser sincero, yo disfruté mucho verla gozar, ella parecía creer que necesitaba mantener esa postura en la que ella era la víctima. Tantas veces había utilizado ese recurso para hacerme sentir mal, que ahora yo me sentía bien de saber que ella quería hacerme sentir mal. Dos noches después del incidente ese, mi mujer entro a bañarse, entro desnuda y sus pechos, a los cuales la gravedad y las faenas de sexo ya los estaba agobiando pero mantenían su sensualidad, los llevaba a la vista.
Ella no se percató que yo estaba en el baño y se asombro un poco al verme allí adentro. Tenía en sus pechos, moretones derivados según yo, de los estrujones que le dio aquel chamaco en la discoteca. Le pregunté que qué le había pasado en los pechos y ella se sonrojo y se cubrió con la toalla. Me dijo que no sabía y que iba a ir con el médico, porque ese tipo de moretones se dan cuando hay problemas circulatorios. –Ok—le dije y acoté, –deberías de ir pronto, eso puede ser peligroso. Si querés te llevo hoy…– Claro, ella no quiso que la llevara y me dijo que otro día iba a ir pero sola. De verdad ¡Que mentirosa era! Y sabía hacerlo. Mientras los días pasaron, su furia se fue opacando, pero mi venganza placentera, iba tomando un matiz diferente, pues ya mi mente estaba aceptando que yo necesitaba un resarcimiento, por todas las mentiras que me había dicho. Una noche, me acerque a ella y le dije que me disculpara por lo mal que la había hecho sentir y que comprendía que ella no se lo merecía y por lo tanto estaba arrepentido por lo que había sucedido. Ella aceptó con muy buen grado mis disculpas y me premio por mi buena acción, con tener relaciones sexuales con ella esa noche. Cuando la vi que casi estaba por llegar al orgasmo, me detuve de un solo y le dije que quería que fuéramos a algún lado, que se pusiera ropa y que saliéramos. Ella, como estaba muy excitada, se quedo por un rato como haciéndolo en seco, como metiéndose un pene imaginario que ella quería le llegara hasta adentro, pero no lo encontraba. Algo molesta, se levanto a mi petición y se puso la primera ropa que encontró en el ropero. Una falda larga y floja, unos tacones de esos que las zapatillas son abiertas y se sostienen solo por una tirita de cuero cerca de los dedos del pie y una blusa con botones al frente. Nos subimos en el carro y empecé a manejar, mientras yo manejaba, empecé a acariciarle las piernas. Como ella todavía conservaba la excitación de hacia unos minutos, no me costó mucho ponerla a mil y cuando toque en medio de sus piernas, era como meter la mano en una fruta jugosa, caliente y húmeda. Iba conduciendo el carro por una de las calles más transitadas de la ciudad y yo con la mano metida entre las piernas de mi mujer, la cual a la verdad ya no era solo mía como imaginaba unos días antes y ella haciendo gemidos de placer en el asiento izquierdo del carro. Cada vez que parecía que se iba a venir, dejaba de estimularla, para que se cortara la sensación y no terminara. Al principio no dijo nada, pero luego de varias veces en las que no le permití llegar al orgasmo, ella se enfureció un poco y me dijo con mucha rabia, que dejara de jugar con ella.
Esa palabra jugar me dio una idea y adelante como unas tres o cuatro cuadras de donde estábamos, había un edificio en el que según me recordaba, había una tienda de esas donde venden juguetes eróticos y sin decirle nada, volví dejarla a medias y le dije que me esperara. –¿Me vas a dejar aquí sola?– Me dijo más con miedo que rabia, pero la deje allí, con la falda hasta arriba y la blusa casi totalmente desabotonada, en una calle oscura donde habían muchos indigentes y salí del carro. Hace mucho tiempo, yo le había hecho un consolador de hule a mi mujer, cuando empecé a jugar con ella y esa cosa, ella lo disfruto muchísimo y no se quejo ni nada, incluso me preguntó que qué le había hecho y no le quise decir. La verdad es que ella llegó virgen al matrimonio y nunca había jugado con algo así, por eso no tenía idea de lo que yo le estaba haciendo. Pero me pidió que se lo hiciera otro día por que le había gustado. Jugué con ella muchas veces y casi todas las veces que se lo metí, ella terminó de una forma increíble, excitante y explosiva. Un día, ella insistió en saber que era lo que le hacía y le enseñé el juguete, –¿¡Todo eso me metés!?—me dijo asombrada y desde entonces se comenzó a quejar de que el juguete era demasiado grande y le dolía, cuando antes ella misma se movía como poseída, para meterse cada centímetro de aquella gran cosa. La cosa es que entré a la tienda esa y compré dos consoladores, uno de medida normal y el otro bastante más grande. –¿Qué fuiste a hacer?—me preguntó algo como asustada, –nada—le respondí, –solo fui a comprarte un juguete para usarlo aquí en el carro.– –¿¡Como así!?– exclamó, –¿no te recordás que esa cosa me dolía?—me preguntó y yo le dije que no se preocupara, que había comprado uno normal, para que no le doliera. Para ese rato yo ya había sacado los dos consoladores de sus respectivos paquetes y los tenía en la bolsa de plástico en la que me los dieron. En la guantera del carro, alguien o a lo mejor ella misma, habían dejado un retazo de tela blanca, lo tomé y le dije, –solo te voy a tapar los ojos–, se los vendé y reanudamos el viaje. Empecé a manejar y como en automático, también a acariciar a mi mujer, en ese momento lamenté no tener otras manos para poder tocarla toda, pero como solo una mano tenía, pes con una debía de hacerlo. Ella abría las piernas tanto que me estaba excitando mucho y como no podía abrirlas más por el espacio reducido del frente del carro, subió los pies al tablero y abrió las piernas para que yo le diera placer con mi mano. Ese momento lo aproveche, para empezar a jugar con aquel juguete. Ella se sorprendió cuando sintió el juguete rozarle su clítoris y me dijo que quería verlo, le bajé un poco la venda de los ojos y se lo enseñé, –aaa bueno, de verdad no es tan grande—me dijo y siguió gimiendo de excitada que estaba.
Comencé a meterle la cosa esa muy despacio y mientras con mis dedos le acariciaba el clítoris, con el resto de mi mano introducía aquel juguete en la vagina húmeda de mi esposa. Su excitación iba de menos a más y a cada momento se ponía cien veces más caliente. Ella misma se terminó de quitar la blusa y bajó el vidrio que era polarizado, sin importarle que al bajarlo ella quedaba expuesta a quien pudiera y tuviera la dicha de verla. A mí no me importaba que la viera todo el mundo, es más, quería que la vieran y la oyeran, así que la llevé a un lugar donde se reúnen muchos hombres a beber cerveza, es una tienda que trabaja las veinticuatro horas y en mi país están por todos lados. Mientras manejaba para allí, mi mujer estaba tan excitada que pensé que era el momento de meterle el otro consolador. Ella se molestó otra vez, porque sentía que estaba jugando con sus sensaciones y me exigió que siguiera con lo que estaba haciendo, acto seguido, saque el gran consolador que iba a estrenar en ella y solo se lo puse en la entradita de su vagina y como por instinto, se movió de tal manera que se lo metió hasta el fondo y sin hacer ni decir una sola queja de dolor o cosa semejante. –¡Como que te lo hubieras tragado!– le dije y me reí, ella siguió embelesada con aquel gran juguete, moviéndose muy sensualmente, procurando hacer que aquella cosa entrara en su totalidad en aquella vagina. Un par de segundos después, estábamos entrando al parqueo de la tienda y ella daba unos alaridos de placer que hicieron que más de uno volteara a ver y tuviera la dicha de verla ensartada por aquella cosa que a la sazón ya era ella quien la metía y sacaba de su cuerpo con esos movimientos tan eróticos y yo solo lo detenía para que no se cayera. Detuve el carro un momento y las miradas de todos se concentraron en mi mujer, pues con las piernas abiertas, los pies con tacones sobre el tablero, los pechos expuestos y esa cosa ensartada en el cuerpo, daba un espectáculo que pocos se perdieron. Pero como tenía los ojos vendados y sus gritos eran ensordecedores, ella no se enteró que era la atracción de aquella tienda. Allí, mientras estábamos estacionados en el parqueo, empezó como a convulsionar, de placer y a venirse de una manera impresionante, arranqué el carro y me alejé del estacionamiento, dejando a todos con las bocas abiertas. Cuando ella terminó, su cuerpo todavía como por reflejo, se seguía moviendo, metiéndose aquel juguete y disfrutando los últimos instantes de esa sesión de sexo. Cuando llegamos a la casa, la tire en la alfombra de la sala y como un loco violador, me le tiré encima y la penetré como esquizofrénico y aunque ella ya no pude llegar al orgasmo, yo sentí la gloria cuando me vine.
Esa noche, dormimos como muchachitos, pues como al dia siguente era domingo, no teníamos más que hacer que descansar. Yo siempre me despierto antes que ella los fines de semana, así que tuve mucho tiempo para seguir ideando la forma de seguir con mi venganza.
Salí temprano a hacer unas compras y deje a mi mujer dormida en la cama. A pesar de sus imperfecciones, de sus canas incipientes, su vientre que hace tiempo dejo de ser de lavadero, la celulitis que es flagelo de toda mujer, sus pechos ya algo caídos y todo eso ¡Se veía preciosa! Muy sensual para su edad y muy por sobre sus defectos lógicos por los años, apetecible. El supermercado nos queda a unas cuantas cuadras, así que me fui a pie y en el camino, me recordé lo que pensé la noche anterior, de querer tener otro par de manos para poderla acariciar toda. Pensando en eso iba y se me metió que esta vez, si la iba a ver tener sexo con otro en mi presencia o por lo menos, ella consciente de que yo estaba allí, pues las otras veces ella ni tenía la menor idea de que tenía público, o si lo pensó, nunca podría imaginar que yo era su mayor fan. Camine las cuadras que me separaban del supermercado, masticando aquella idea en mi mente y tratando de imaginar a quien podía contactar para llevar a cabo mi plan. Hoy sé, que muchos de ustedes se hubieran apuntado en tal faena, pero en ese momento no sabía que existían este tipo de paginas o que existía algo que le llama movimiento swinger o personas dispuestas a cornear al marido en su presencia y gratis. Supuse no sin razón, que en el facebook podría encontrar lo que buscaba y cuando regresaba a casa, empecé a buscar en mi celular páginas de facebook que hablaran de mujeres casadas, o mujeres maduras, maduras infieles y cosas así. Cuando de pronto encontré una página, donde un fulano se ofrecía para cornear al marido que así lo pidiera. Le puse un mensaje y regresé a la casa como colon cuando acababa de descubrir América, muy emocionado y muy satisfecho de los planes que tenía. Revisaba mi facebook con tanta frecuencia, que hasta me estaba mareando el color azul de la pantalla y para que no se diera cuenta mi mujer, me iba al baño o a la lavandería o simplemente salía a dar una vuelta con el pretexto de ir a la tienda y nada. Esa noche fue algo extraña, los nervios y la expectación no me dejaban conciliar el sueño, pero en una de esas y quien sabe a qué hora, me quedé dormido, pues cuando abrí los ojos, el sol ya estaba radiante en el cielo y otra vez mi mujer, en la cocina con la computadora encendida.
La mañana pasó y mis esperanzas de recibir un mensaje de ese amigo corneador, parecía que se iban esfumando, cuando de pronto, al revisar mi teléfono, un mensaje del amigo ese, que decía que estaba interesado y un número de teléfono para que lo contactara. Cuando salí a hacer mis negocios, mientras manejaba, tomé el celular y llame al teléfono aquel. Me contesto una vos algo ronca, pero que se le notaba la juventud a leguas y pregunte por Alejandro, que así me dijo que se llamaba. –Un momento—me dijo y me comunico con otra persona. Una vos muy parecida a la primera me contestó, pero un poco más cansada, más acompasada y por supuesto, sin ese brillo que los muchachos tienen al hablar. –¿Si?—dije y el hombre me dijo, –¿Quién habla?– –Yo le puse un mensaje en su página de facebook—le contesté y un poco irritado o preocupado talvez, me dijo –¿Por qué me llama a esta hora? Mis hijos todavía no se han ido a la “U”– –Ok, si quiere lo llamo más tarde…– –No se preocupe licenciado, ahorita salgo para la oficina—me contesto y yo que no entendí le volvía a decir, –¿Cómo así?– –Ok, licenciado, lo llamo en cuanto salga en mi carro.– –Ok—dije desconcertado. Colgué la llamada y esperé, sin saber exactamente qué sucedía. Como quince minutos más tarde, recibí la llamada de regreso. Me comentó que sus hijos no vivían con él y su mujer, sino que vivían en otra ciudad en un apartamento universitario y que llegaron la noche anterior a visitar y se habían quedado a dormir, pero que ya se estaban yendo cuando lo llamé. Al parecer, los hijos no tenían idea de lo que los padres hacían en la soledad en la que se habían quedado, luego que ellos fueran a la “U” y ni ella ni él, estaban dispuestos a destruirles la imagen que de ellos tenían como una pareja modelo. Claro, a mí tampoco me gustaría que mis hijos supieran a que se dedica su madre cuando yo no estoy y tampoco a que me estoy dedicando yo, para que su madre haga algo mientras cree que no la miro.
Hablé con el tipo con respecto mi fantasía de hacer que mi mujer tuviera sexo con un desconocido, que nunca me había animado a hacerlo, pues temía su enojo, pero que las circunstancias habían cambiado y ahora me tenía sin cuidado sus arrebatos fingidos y que aunque la amaba como nunca lo había hecho antes, quería que tuviera sexo con él. Él estuvo de acuerdo y me dijo que tenía que hablarlo con su mujer, pero que ella no se podía oponer y que me llamaba a las nueve de la noche para ultimar detalles. Cuando él llamó, me salí de la casa, pues mi mujer estaba algo cerca y cuando salí, me quedé observándola sin que se diera cuenta y vi que se puso a chatear, supongo con el tipo de la vez pasada. Cuando regresé, me preguntó que con quien hablaba y le conté una mentira relacionada con un negocio que supuestamente estaba haciendo. La noche pasó un tanto intranquila, tanto que cuando mi mujer se me insinuó, me costó bastante responderle, pero al final le di una su buena cogida, que ella agradeció con muchos besos y abrazos románticos.
Ese día, la invité a desayunar a un lugar cercano y después del desayuno regresamos a la casa, ella se puso unos pantalones de esos para correr, sandalias y una playera vieja de las mías. Cuando llegó a donde yo estaba, le dije que se pusiera otra ropa, que la quería ver con una falda corta, negra y con puntitos, que le quedaba muy sensual, que no se pusiera ropa interior y que usara unos zapatos color gena de plataforma que le había comprado hace mucho. Me dijo que no, porque se veía como prostituta, –y… no.. ¿Eso es lo que sos pues?—le dije en son de broma y ella hizo una cara de pocos amigos, –jajajaja, no te enojés, es solo broma. Ponéte esa ropa y la blusa aquella negra transparente, de todos modos, solo vos y yo estamos aquí– No con muchas ganas, se fue a cambiar, –Pintáte los ojos, las uñas, ponéte maquillaje, peináte bonito y perfumáte rico, que quiero disfrutar de tu presencia, porfa—le pedí. Mientras ella estaba cambiándose, llame a Alejandro para que llegara, él estaba cerca de la casa, así que en cinco minutos, ya estaba dentro de la sala. Le dije que cuando oyera que viniera mi mujer, que se metiera a la cocina, que me diera un par de minutos y luego saliera. Así que lo hizo de esa forma y cuando se oyó que venía mi mujer, se metió en la cocina y me espero. Para mientras, yo agarre a mi mujer de la cintura, le puse las manos en las caderas y comprobé que no llevaba nada abajo y claro, era evidente que bajo aquella blusa negra no llevaba nada más. La agarre por detrás y puse mi pene duro como estaba, dentro de mi pantalón y sobre su falda, presionando sus nalgas. Ella lo sintió y me dijo con voz picara y juguetona –¿Qué cosa tiene allí señor?– –Jajajaja, una cosa que te gusta mucho—le contesté y la llevé a un sillón de la sala y la senté. –Mirá…fijáte que vino un amigo le dije—y ella se sonrió, creyendo que era una broma, cuando salió Alejandro de la cocina ella se le quedo viendo y se intentó tapar con los brazos lo evidente de sus pechos tras la blusa. Me vio con una cara del diablo y se quedó callada. –Mirá Alejandro, te presento a mi esposa– –¡Mucho gusto señora! Su esposo me ha hablado de lo bonita que es usted, pero realmente me doy cuenta que se había quedado corto. ¡Qué bella es usted!– Le dijo y ella se quedo como en shock, se quedo enojadísima conmigo, pero ya no le tenía miedo a sus enojos. –Gracias—se limitó a contestar. –Sentáte Alejandro—le dije a aquel nuevo amigo y le pedía a mi mujer que cerrara la cortina, porque el sol me estaba dando en la cara. Eso solo para que ella se levantara del sillón y Alejandro la pudiera ver bien. Caminó con desgano a cerrar la cortina y regresó a su sillón, mientras un silencio casi sepulcral, se apoderaba de la sala, sus piernas se le veían que daban ganas de comérselas, sus pechos se bamboleaban con cada paso que daba y los hacía ver sensuales y mi amigo se la comía con los ojos. –¡Como me gusta la falda de tu mujer–, me dijo
Alejandro, –a mi también, le contesté– –Pero más que nada, lo que me gusta es ver cómo le deja
las piernas expuestas y tan sensuales—me dijo él, ella lo vio y luego me vio a mí con ganas de matarme. Alejandro era en verdad un tipo amable y caía bien, empezó a hablar y contar sus anécdotas y entre chistes y cuentos, le decía a mi mujer lo sensual que se veía, lo bien que tenía todo a pesar de la edad y cosas así, que al principio como que no le cayeron bien a mi mujer, pero mientras la plática se iba poniendo amena, ella empezó a agarrar confianza y a platicar. Él se fue acercando a ella poco a poco y al cabo de un rato, ya estaba al lado de mi mujer, platicando de lo más tranquilo. Ella se reía de lo que el le decía y las bromas que yo respondía, cuando me decidí a acercarme yo también y en un momento, ya estaba ella en medio de los dos. Yo le puse la mano en la pierna y empecé a acariciársela, caricia que poco a poco se convertía en más y más sugestiva e impertinente, pero ella no protestaba ni decía nada. En eso estábamos y con señas le dije a Alejandro que le pusiera el brazo sobre los hombros, ella no solo no dijo nada, sino al parecer ya había entendido cuál era el propósito de aquella visita inesperada. Mis manos empezaron a meterse por la abertura de sus piernas y ella las abría en forma moderada. Embelesado estaba yo metiendo mis manos por la abertura de sus piernas y no me había dado cuenta que mi amigo ya le estaba estrujando las chiches y besándole el cuello. Su vagina empezó a destilar mucha humedad y lo que en un principio era una pequeña abertura de sus piernas, se iba convirtiendo en toda una puerta abierta al placer.
Sentada en el sofá, con la falda subida, las piernas abiertas y los pechos al aire, mi esposa respiraba muy fuerte. Alejandro la besaba como poseído y ella le respondía, parecía que Alejandro iba a sentir el sabor del desayuno, si seguía metiéndole la lengua en la forma como se la metía. Mi esposa estaba súper excitada y muy ansiosa, cualquier roce en su zona intima le producía espasmos de placer, que iban acompañados de gemidos agudos y palabras ininteligibles. Con aquellos zapatos de plataforma, la pequeña falda subida hasta las caderas y las piernas abiertas, mi primera idea fue hacerle sexo oral y me hinqué en el piso en frente del sillón y metí mi cabeza entre sus piernas, comencé a chuparle el clítoris y a acariciarle las piernas, las caderas y las nalgas, mientras Alejandro le besaba la boca, las chiches y le acariciaba el vientre y la espalda. Mientras estábamos en eso, pensé que al final, mi esposa sintió las caricias de cuatro manos, como había imaginado antes. Estaba tan caliente ella, que empezó a mover las caderas, mientras mi boca se delataba con su clítoris y sus labios vaginales y su tensión era tan grande que sentía por momentos, que ella iba a tener un orgasmo. Así que otra vez, no le permití terminar y la deje de estimular, se puso furiosa y como que estuviera dando órdenes a sus soldados, ordeno que alguno de los dos se la metiera de de una vez, porque lo necesitaba. Con un ademan con la mano extendida, le hice saber a Alejandro que le correspondía a él montar a aquella mujer. Realmente nunca me imaginé que ella fuera de esa amanera y mucho menos que yo fuera a propiciar esas cosas.
Yo la creía mía y la soñaba perfecta, casi santa e incapaz de engañarme y mucho menos de tener sexo con quien ni conocía y peor delante de mí. Pero allí estaba ella, exigiendo que se la metieran y sin importarle quien, ya fuera su esposo o ese desconocido que nos había ido a visitar. Ella estaba como loca y mi amigo le dijo que se sentara sobre su pene y se diera ella misma la cogida que quería, le dijo que él no se iba a mover y que si quería sentir placer, usara se verga como forma de satisfacerse. Se sentó en el sofá color café de la sala y se saco el pene que lo tenía bien parado, ella se levantó deteniéndose la falda arriba de las cadera y los tacones de plataforma, con la blusa trabada en el cuello y la cabeza bien despeinada, se acercó a Alejandro , abrió las piernas y se hincó sobre el sofá.
Esa posición, decía ella que no le gustaba porque era muy incómoda, pues no tenía mucho donde apoyarse y quedaba de rodillas y las rodillas le dolían, pero en ese rato ni se recordó. Se puso sobre él choreando lubricante de su vagina y con una cara de puta, que me excitó muchísimo. Cuando uno necesita un policía, nunca se encuentra uno y cuando uno quiere que algo funcione, es cuando menos funcionan las cosa. Busqué mi cámara, para tomarle fotos a ella metiéndose aquel pene, pero la carajada no tenía batería, entonces traté de tomarle fotos con mi celular y a de ser por la emoción, no pude atinar a tomar una sola foto de ese momento, pero arriba puse una que tomé con mi celular.
En ella se ven las piernas de mi esposa, mi amigo está en el sillón de enfrente, pero no se ve y yo pues, en el sofá del otro lado. Mi mujer estaba muy excitada y gritaba de placer, pero Alejandro siguiendo mis instrucciones, las que habíamos discutido antes del encuentro, no la dejó seguir y le sacó el pene de adentro y ella se quedó moviendo las caderas, intentando de alguna manera encontrar aquel pico que le estaba dando placer. Pero él le dijo, –¡No, no, no!– Ella hacia una cara como de perrita que necesita que le den su comida y él se la negaba. Le ponía la punta del pene en la entrada de la vagina y luego se la sacaba, hasta que ella suplicó que se la metiera. –Ok–, le dijo, –pero primero tenés que decir que sos una puta–, –¡No! Por favor no jueguen con migo, o metémela vos–, me dijo, –Yo no, pedicelo a él– contesté –Porfa, metémela– le suplicaba al tipo. –Primero admití que sos una puta y te gusta la verga– le dijo él. ¡Muy bien! ¡Soy puta y me encanta la verga!—dijo casi como en un alarido suplicante y de placer al sentir que Alejandro le metía el pene. – ¡Me fascina chimar vergas, soy una puta.– Decía como en tono de alivio y placer.
Ella se comía el pene de el desconocido en aquel mete y saca endiablado y él ni se movía un centímetro, obligando a mi esposa a moverse como ella quería mientras decía ser puta y le gustaba la verga, cuando de pronto otra vez volvió Alejandro a hacer lo mismo. Le sacó la verga de adentro y ella la buscaba como desesperada y le pidió que se la metiera, que ya iba a terminar, que por favor no la dejara así. –Muy bien, te la meto, pero tenés que confesar que has sido puta y que has tenido amantes a espaldas de tu marido.– ¡No..no…eso nunca ha pasado…no!–, gritó muy seria y luego dijo como suplica –Seguí porfa–, –¡no!—le dijo, –si querés que te la meta, admití que sos una puta que tenés amantes a espaldas de tu marido– ¡Ok..ok, admito que soy una puta que me ha gustado chimar vergas y nunca le he dicho a mi—dijo haciendo una pausa mientras alejandoro le daba su recompesa por haber confesado y entonces termino –esposo.– Cuando Alejandro le metió lo que ella deseaba y ella siguió con su frenesí de sexo, sus chiches se movían de arriba abajo al compás de sus gemidos y entre gemido, suspiros y gritos, me confesaba lo puta que había sido y los amantes que había tenido. Hasta entonces me enteré que incluso dos de mis empleados tuvieron por lo menos un agasajo con ella, la lista no era muy grande, pero incluían amigos, compañeros de trabajo y tres o cuatro desconocidos.
Debo admitir que oír aquella confesión me hizo sentir un poco decepcionado de ella y de alguna manera, dentro de mi corazón una chispa de rabia se apagó, solo con ver a mi mujer bien ensartada y gritando ser puta y que la perdonara, pero que le gustaba mucho tener una verga metida. Sus nalgas se veían mus sabrosas y me fui acercando a ella, me saque mi pene del pantalón y cuando se reclinó un poco y sin preguntarle, le metí la verga en el culo. No sé porque lo hice, pues nunca le había hecho eso a ninguna mujer, pero entre los sentimientos de enojo y excitación que tenía, un deseo de venganza me vino a invadir el cuerpo. Cuando ella sintió eso, se asustó un poco, pero como que le acelero la calentura y se puso como loca sexual, de una manera que nunca la había visto y de alguna manera los tres empezamos a tomar ritmo y de forma acompasada ella se movía para que las dos vergas le entraran al mismo tiempo.
Cinco minutos más tarde, de alguna manera que no se explicar, nos venimos los tres. A mi esposa la había visto venirse muchas veces, pero nunca la había visto hacerlo de esa forma tan desesperada, tan frenética, con tanta fuerza. Me quité, de encima de ella y me fui a mi cuarto, dejándolos a ellos en la sala. No sé que sentía, era un sentimiento extraño, algo que nunca había sentido, como rabia, excitación, amor, odio o que se yo. En mi cuarto estaba, cuando oí que en la sala ellos dos seguían dándole otra vez. Cuando de pronto… ¡sonó el timbre! ¡Eran mis hijos, que de sorpresa nos habían llegado a visitar! Lo peor es que ellos solo tocaban el timbre y entraban pues tienen llaves…
Bueno, hasta aquí los dejo. Otro día les cuento que paso después…
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