Mi primera DP
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
No quiero continuar sin poner al tanto de todos los antecedentes a las personas que lean este corto relato. Tengo 38 años en la actualidad, sigo casada, soy colombiana y mi marido es un hombre de 70 años.
Estos datos previos pueden servir pa justificar los eventos que se suscitaron en la playa hace ya 8 años.
Llegamos con mi marido a unas cabañas en Atacames Esmeraldas para veranear. (Digo veranear aunque las personas que viven en esta zona saben que siempre hay calor y estamos en un constante verano) La perspectiva de ir a la playa con mi marido no es algo muy divertido, él es un hombre que por su edad no le gusta mucho divertirse y mantenemos gustos completamente separados sobre la música y otras cosas. No es raro verlo quejarse cuando yo pongo música de reggetón para alegrar las mañanas o las tardes. Pero ir a la playa es un tema aparte ¡A mí me encanta!
Lo que voy a escribir a continuación puede provocar risa o extrañeza en muchas personas, debido a la diferencia de edad yo cuido mucho de la ropa de playa que uso cuando él está conmigo. Mi maleta estaba llena de trajes de baño enterizos y poco escotados, pero debajo de estos (escondidos entre fundas y otros accesorios) llevaba los bikinis tipo tangas e hilos dentales que me fascina ponerme.
La explicación de esto es muy simple para mi marido: Mi estructura es de una mujer bastante voluminosa, tengo un trasero muy grande y senos enormes y , según él, las tangas o ese tipo de bikinis me hacen ver una mujer muy vulgar. Esta consideración yo siempre la he puesto en tela de duda aunque no niego que me he ido sugestionando poco a poco por los comentarios de Fernando. Otro de los puntos que yo considero a mi favor – algunos caballeros que lean este relato quizá compartan la opinión – es que las mujeres con mi estilo de cuerpo tenemos ese airecito vulgar que a los hombres de verdad les encanta. ¿Me equivoco?
En fin, los primeros dos días en la cabaña fueron solemnemente aburridos. Yo iba a la playa y regresaba a transitar en la pequeña cabaña de arriba abajo. En el piso bajo había una pequeña cocina y una salita de estar con un baño, arriba la habitación máster con un baño y una terraza – usada pa colgar la ropa – con una sentona y que daba a la vista a otras cabañas vecinas.
El lugar era barato, sin lujos pero ofrecía una buena comida y estaba a unos 200 metros de la playa.
Al tercer día las cosas cambiaron, al menos para mí. En la cabaña de enfrente (más grande que la nuestra) llegaron dos extranjeros – gringos específicamente – que alteraron la paz del lugar. El primer síntoma de cambio de ambiente lo noté al día siguiente cuando la música y las risas de los dos visitantes me despertaron a las 8 de la mañana. En principio molesta salí a la terraza para mostrar con un gesto mi inconformidad por tal relajo pero mis ínfulas se desintegraron cuando vi a uno de ellos sentado en la terraza tomando una cerveza. La silueta del gringo de unos 48 años aparecía recostada sobre la tumbona y puesta sobre su vientre y sexo una toalla de color blanco. El gringo leía una revista turística y la imagen era imponente.
El tipo pesaba unos 120 kilos con unos brazos como piernas y decorados con algunos tatuajes que por la distancia no podía apreciar claramente. La imagen era impactante, pues una generalmente no ve tipos de ese tamaño por estos rumbos. Calculé la edad del hombre pues sus músculos, gigantes y rosados por el sol, no eran muy firmes sino que habían pasado por los rigores del tiempo al igual que su estómago, que sin ser barrigudo, no tenía la firmeza de un joven.
Me escondí detrás del palo de madera que hacía las veces de columna y entre ella y la pared pude mirar sin el temor a ser descubierta. Sentía un cosquilleo infantil en el estómago como si estuviera realizando una travesura de infancia. Me sentía boba y pensaba que a mis 30 años era un síntoma de inmadurez absoluta fisgonear de esa manera. Durante los 5 o 10 minutos que estuve mirando tenía la esperanza de que la pequeña toalla que cubría su sexo iba a desaparecer en un movimiento brusco del gigantón. La tensión y lo volátil de la mente cambiaron la sensación de cosquilleo estomacal por una profunda calentura que me venía de lo más hondo. <<Tienes malos gustos Mirtha>> decía para mis adentros, el tipo es feo, muy feo, pero lo grotesco y feo del hombre me llamaba la atención poderosamente.
Cuando retiró la revista de su cara pude fijarme en ella y confirmé la idea de la edad. Un enorme y rubio bigote a la manera de los charros mexicanos le caía hasta la barbilla delineando una nariz gruesa y aguileña. Los ojos eran pequeños pero el color no podía mirar desde ahí. La frente se prolongaba debido a la calvicie frontal y a los costados caía una melena lacia y rubia que se doblaba en los hombros. Tenía la apariencia de esos luchadores de la televisión y cuando esta idea llegó a mi mente estuve a punto de soltar una risotada.
El magnetismo era fuerte y recién caí en cuenta que yo solo llevaba una camisetica floja con un I LOVE COLOMBIA en el pecho y abajo unas calzonarias amarillas. Poco a poco mi mano llegó hasta mi muslo y cuando me disponía a comportarme como una adolescente deseosa escuché la voz de mi marido que me llamaba.
El retorno a la realidad alteró mi carácter y me puse molesta cuando llegué a la habitación. Ahí estaba mi marido, delgadito como un fideo y con una pantaloneta gigante puesta sobre él. Las líneas de las costillas se veían como una antítesis de la carne y las piernas flacas y blancas estaban despatarradas sobre la sábana.
Sentí mayor molestia al recordar la masa de músculos y vellos del gringo y enfrentarme a la imberbe anatomía del escuálido de mi marido. Me mantuve tranquila para no alterar la paz del día y pensé en lo tonta que una puede ser cuando ciertas imágenes alteran la mente.
¿Tendré que pasar quince días en este suplicio mental? Lo mejor que me puede ocurrir es que el gringo decida irse y yo continuar con mi vida monótona pero en paz.
De todas formas las mujeres a diferencia de los hombres podemos controlar esos momentos instintivos y disimular de forma adecuada así que me tranquilicé y mantuve un diálogo con mi marido diciéndole que no me molestaban los ruidos de la cabaña de enfrente y que en la playa es mejor disfrutar y no amargarse.
Me coloqué un short de lycra rosado que a mi marido no le gustó y le dije que no pensaba ir pa la playa hoy así que no debía preocuparse porque me miren con una prenda tan ceñida. Obviamente la intención era otra como se habrán dado cuenta, quería ser mirada y no específicamente por Fernando.
La cercanía de las dos cabañas representaban un problema, sin entender jota de inglés escuchaba un par de voces que ponían las cosas al revés en mi mente.
Durante la tarde no vi a nadie en la cabaña de junto y llegué a pensar que los visitantes habían salido pero la idea se desvaneció a eso de las seis de la tarde cuando escuché nuevamente las voces con su hablado en inglés acompañadas de voces femeninas.
El español de las chicas se distinguía claramente por su acento costeño, las risas, algarabía y la música – merengue, salsa y cumbia – sonaban como una invitación a rumbear y divertirse.
Mi marido se encontraba molesto por el ruido pero luego que tomó las pastillas se quedó dormido como una piedra.
Recuerdo que me mantuve mirando una telenovela y luego una película pero mi mente se encontraba en otro lugar. No podía creer que yo estuviera atada a aquel hombre mientras en la cabaña de junto la fiesta y las cervecicas circulaban de manera tan deliciosa.
A eso de las dos de la mañana bajaron bastante el volumen de la música y por una media hora hubo silencio, pensé que era el momento de dormir y a ello me disponía cuando el sonido metálico de una cama entró nuevamente en la habitación. Oin oin oin oin, no cabía duda, se movían, se escuchaba risas entrecortadas, luego gemidos suaves, iniciales y luego los gritos femeninos y bufidos masculinos. Estaba segura que no dormiría esa noche, tenía deseos de mandar a callar a esas mujeres que parecían ser descuartizadas. Risas, gritos nuevamente, gemidos fuertes y luego silencio.
Nunca supe quienes eran ellas, aunque a momentos tuve deseos de fisgonear sabía que no vería nada y me dormí.
A la mañana siguiente estaba tan caliente que me desperté y me acomodé junto a mi marido, tomé la iniciativa y minutos después tenía sobre mí a Fernando moviéndose a ritmo lento y metiendo su pequeño pene en mi cálida cuca.
Yo cerraba los ojos y trataba de imaginar que era otro hombre, que sentía algo nuevo, que su diminuto miembro me llevaba a lugares profundos del deseo, pero pasado pocos instantes sentí el calor de su semen dentro de mí y me levanté temblorosa, con deseos de gritarle, de decirle que no debe hacer eso, que debe resistir más.
Me duché y coloqué crema en todo mi cuerpo, trataba de olvidar todo lo ocurrido y Fernando leía el periódico en la sala de estar. Subí al segundo piso y miré a la cabaña de enfrente con la esperanza de encontrarme con el gringo grandulón, cuando ya perdía las esperanzas el tipo salió a la terraza y yo me escondí. Se lo veía muy bien aunque vulgar. Llevaba una “tanga narizona” de color negro que marcaba su virilidad y hacía más notoria su pesada musculatura. Miré como caminaba de un lado al otro cuando detrás de él salió el otro gringo. Este era un negro color uva del mismo tamaño pero quizá un poco más ancho de espaldas y piernas, al igual que el rubio tenía unos tatuajes en su espalda y brazos y el pecho lo tenía lleno de vellitos de color negro y blanco.
El negro era un punto intermedio entre un hombre gordo y un fisicoculturista, al igual que el otro llevaba una narizona de color blanco y pensé que eran un par de descarados. (Las tangas narizonas suelen usar los tipos de pueblo y descarados, al menos aquí) En un momento llegué a sentir molestia por ellos. La sociedad a una le mete ideas en la cabeza. Tipos feos, mujeriegos, con tatuajes y caras de matones. Es justo lo que no necesitas Mirtha pensé.
El timbre del teléfono de mi marido sonó y me alejé de aquella visión. ¿Por qué fisgoneaba? ¿Cuál era la finalidad de todo esto?
Fernando se puso a hablar con Adolfo, un amigo de él y socio en algún negocio, mientras tanto yo tomé valor para salir a la terraza puesta una camisetica de vientre, un short blanco de tela elástica y sandalias de plataforma. Me apoyé en el barandal de madera y los dos gringos me miraron. Disimulé y devolví el saludo de manos – los gringos saludan a todo el mundo – hecho por los dos con un buenas tardes.
Yo miraba pa la playa y en ningún momento me atreví a voltearme, no sé por qué razón no quería que los dos tipos miraran mi trasero, pensé en que quizás les gusten las flacas, tenía vergüenza, sabía que tenía los cachetes afuera pues la lycra se me metía un poco… Razones hay muchas pero no voy a negar que evité ser vista por esos dos tipos.
No quiero que se piense mal, tengo una cola muy sexi, bastante grande pero formada y sé que es uno de mis atributos fundamentales pa coquetear, de todas formas esperé que Fernando terminara de hablar y entré a la habitación.
Mi marido me dijo que se había presentado algo urgente y que tenía que ir pa Portoviejo para solucionar algunas cosas. Tenía deseos de mandarlo al demonio. ¡¡¡¿Suspender las vacaciones????!!!! Estaba loco. Me dijo que tardaría hasta mañana en la tarde y que si deseaba yo me quedara. Al principio dudé, a pesar de que mi marido me estorba en ocasiones tampoco me gusta estar sola, de todas formas accedí a quedarme y una hora más tarde Fernando se despedía de mí.
Estaba libre y quería también quitarme la imagen de los dos gringos así que me fui pa la playa con un bikini muy escotado pa broncearme mejor.
Nunca me imaginé encontrarme a diez metros de los dos turistas y yo vestida así. Cuando los vi me sentí incómoda y fui pa la cabaña. El día de sol había terminado.
Quien lea esta historia va a pensar que estoy mal de la cabeza y puede que sea así, pero las mujeres tenemos un sexto sentido que me obligaba a evitar algún contacto con esos dos.
Esa noche dormí relajada y al día siguiente decidí ir pa Esmeraldas a pasear y hacer tiempo mientras mi marido volvía de Portoviejo. Antes de eso me levanté dispuesta a ir a la playa un rato y broncearme. Me puse un bikini tipo hilo dental rojo y reí para mis adentros. Frente al espejo me di una cachetada en la nalga y me dije, aquí está la vulgaridad Fernando. Reí.
Pero el destino tenía otra cosa preparada para mí. Cuando salí alcancé a caminar unos ocho metros y el contacto de una mano sobre mi brazo me detuvo. Al dar la vuelta vi al negro parado junto a mí mientras me decía: Hi, a beer. Mi poco inglés no me permitió responder nada, solo un Hi entre dientes.
La presencia del tipo intimidaba. Al verlo de cerca volví a tener la sensación de cosquilleo en el estómago y me quedé parada frente a él sin saber que decir. Verlo ahí, con su narizona blanca era incómodo y al mismo tiempo excitante, su voluminoso cuerpo me ponía la piel de gallina y yo – a través de las gafas – miraba su narizona donde se notaba de forma protuberante su virilidad.
No, no, decía yo pero él insistía y me señalaba su cabaña, en la terraza apareció el otro gringo que me saludaba con una cerveza en alto y riéndose. Pensé en muchas cosas, ¿era prudente subir en hilo dental a la cabaña de dos tipos solos? ¿Estarán pensando que soy una mujer de culeo por mi forma de vestir? Los gringos vienen a revolcar latinas, eso lo sabemos. ¿Era prudente? Mis dudas se amontonaban pero el negro me tenía del brazo y poco a poco yo caminaba hacia la cabaña de ellos.
En la puerta exterior me detuve y me pregunté <<¿Mirtha qué estás haciendo?>>, en ese breve espacio de duda apareció el otro gringo con su cuerpo entre rojo y curtido por el sol puesto una narizona de color naranja.
Algo me decían y se decían entre ellos y a pesar de no entender nada sabía que era una invitación. Lo único que atinaba a decir es <<Yo married>> lo cual causaba risa a los dos tipos. Ahora que han pasado algunos años me doy cuenta la idiotez qué estaba diciendo: ¿Qué tenía que ver que me inviten una cerveza y que yo diga que era casada? Supongo que en mi mente se estaba fraguando un oscuro deseo que en ese momento no quería reconocer.
Soy una mujer que mide un metro sesenta y siete centímetros y con sandalias playeras de tacón – como las de ese día – alcanzo el metro setenta y siete y quizá un poco más, aparte soy bastante exuberante como dije al principio, pero junto a esos dos armarios se me veía pequeña e indefensa. Mientras pensaba tantas cosas que no puedo relatar subí las gradas exteriores de la cabaña que llevaban directo a la terraza.
Cuando me dejaron que caminara delante de ellos tuve la certeza que miraban mi redonda y grande cola cubierta apenas por la tira elástica roja del hilo dental y en sus mentes caminaba el fantasma de la lujuria.
Me sentía descubierta, vulgar y putona, pero decidí disfrutar el momento. Para nada soy una modelo, a la vista de mis treinta años la piel ya no es tan dura como antes y tengo algunas partes con sobre peso, pero al caminar y escuchar un ¡YEAH! fuerte y sonoro de la boca de uno de ellos me di cuenta que disfrutaban del espectáculo que yo – voluntaria o involuntariamente – les estaba dando.
Me senté en una silla y los dos se sentaron a los costados en otras. Por un momento miré mi cabaña y recordé a Fernando y la relación sexual pésima que habíamos tenido horas antes en la habitación.
Dos, tres, cuatro cervezas entraban en mí rompiendo algunas inhibiciones y despertando deseos profundos dentro de mí. Las gafas de sol me ayudaban a mirar donde deseaba sin ser descubierta, el rubio estaba sentado a un costado e inclinado hacia atrás bebiendo su cerveza y diciéndome cosas en un español casi incomprensible. Tenía las piernas abiertas y mostraba obscenamente un rotundo paquete que no desentonaba con su corpulencia general. El negro estaba frente a mí y la mesa no permitía ver más allá de su pecho quizá inflado por esteroides o por el azufre de la milicia.
Los dos estaban tatuados, tenían números en el pecho y los brazos lo que me permitió pensar que eran militares o ex presidiaros, lastimosamente mi inútil inglés no me dejó saber más detalles.
Subía un olor a agua empozada que se mezclaba con crema bronceadora, sudor y sal que se metía dentro de mis narices con una fuerza inusual.
El rubio trajo unas barajas y empezamos a jugar, el negro se levantó pa enseñarme que cartas tirar y se puso cerca, miré su bulto cerca de mi hombro e imaginé el por qué de los alaridos de las chicas de la noche pasada.
Más cervezas y más cervezas, los tipos parecían barriles sin fondo, tomaban tres o cuatro en el tiempo que yo lograba terminar una.
Por un momento pensé que jugaban conmigo, eran dos gatos y yo una ratona. Se levantaban pa ir al baño y trataban de mostrarse. De forma impúdica acomodaban su bulto como diciendo mira lo que tenemos; mira, es justo lo que necesitas; era como si supieran que dentro de mí nacía una sensación de miedo mezclado con deseo.
Sabían que de un momento a otro la cosa iba a explotar pero tenían paciencia, me dejaban vivir seguros que ya era una presa sometida.
Reían y reían, decían cosas entre ellos, me sentía presa y a ratos se me ocurrió irme, decir quiero buscar dos tipos normales y no esas moles impúdicas, pero algo en mí me tenía estática y temerosa.
¿Curiosidad? No puedo explicarlo. Me vinieron deseos de ir al baño y me levanté. Cuando les dije que iba al baño entendieron el idioma y me hicieron señales para que vaya adentro, el rubio se levantó y abrió la puerta dejando un espacio pequeño para que yo pasara. Era el momento de la verdad, el espacio solo permitía mi paso si me pegaba a él y el tipo con un propósito explícito no se movió.
Casi de espaldas a él pasé mientras la anatomía del grandulón se posaba en mi espalda. Sentí su bulto en mi línea trasera pero mantuve la calma y caminé hacia el baño. Regresé a ver y los dos chocaban sus manos en un gesto de felicidad. El negro me miró e hizo como si tuviera una pelota entre sus manos a la que movía mientras el rubio se reía a carcajadas.
En el baño me acomodé el bikini, me miré en un espejo grande y me di cuenta que estaba vestida de forma muy exagerada, toqué mi vagina y me sorprendí que estaba bastante caliente y un hilito de lubricante pintaba mi bikini.
¿Podía escapar por la parte trasera? Había un lugar pero creo que el setenta por ciento de mí decía quédate. ¿Quería de verdad alejarme de ese lugar y tener dentro de mí el mínimo apéndice de mi marido? O ¿quería quedarme y saber lo que esos hombres tenían entre las piernas? Curiosidad, curiosidad, madre de todo pecado.
Cuando salí los dos tipos estaban en la sala y ya no en la terraza, habían puesto la radio y sonaba Oro Sólido.
Latin músic, is good, is hot, decía el rubio bailando en medio de la sala. Me acerqué a él y empecé a bailar, el rubio me miraba y se acercaba sacudiendo para adelante su cadera como si estuviera metiéndole el pene a un ser invisible. Ya no había más resistencia, me reí y bailé, le indiqué cómo se baila y le hice ponerme una mano en mi cintura y espalda y la otra en mi mano.
El rubio sabía y se me pegaba con fuerza, mis senos se aplastaban en esa mole de carne y tatuajes. Yo por instinto sacaba la cola para que no me pegara su bulto en mi cuca, él se daba cuenta y me dio vuelta poniéndose detrás y colocándome su bulto en mi trasero.
Alcancé a decir no, no, pero el rubio me agarró del vientre y puso su barbilla en mi hombro mientras meneaba su paquete sobre mi cola.
Al grito de yeah yeah, me fue llevando hasta la habitación. Yo trataba de divisar al negro pero no lo encontré, supuse que habían quedado en que el rubio sería mi pareja y no dije nada. Yo tenía sus manos ya sobre mis senos y el tipo continuaba llevándome como si fuera una muñeca de trapo.
Yo ya no decía nada, él me besaba el cuello y una de sus manos bajó a mi sexo. Cuando tocó mi cuca depiladita y mojada rió. Imagino que pensaría lo rápido que me había calentado, era la confirmación a su juego, sabía que su bulto me había puesto así. Yo misma me sorprendí de lo caliente que estaba.
Sin dejar de manosearme y moverse detrás de mí miré como su narizona caía a los pies del gringo y sentí una mezcla de temor y placer.
No la tenía erecta, la sentía, era como una gorda salchicha suave que se había metido en medio de mi cola. Cuando me hizo girar y me indicó su miembro bajé la mirada despacio, frente a mí se encontraba aquel miembro extremadamente gordo y semi fláccido, con ese tamaño ya era más larga que la de mi marido. Puse cara de sorpresa y alegría y con temor agarré el miembro del tipo. Wow wow, dije tratando de tranquilizarme, en el fondo sabía que era mi ingreso a las ligas mayores, iba a tener un pene de película XXX dentro de mí.
El rubio se lanzó a mis senos y me quitó el brassiere desanudándolo por la espalda. Me levantó mientras succionaba mis pezones con fuerza demencial. Luego me puso con la cara frente a su pene y golpeó mi rostro con él.
Suck suck bitch decía mientras yo iniciaba con besos el oral. Mientras ponía su pene en mi boca sentía que se iba endureciendo y haciéndose cada vez más difícil tomarlo entero. Poco a poco fue mostrando su tamaño descomunal y su potencia de hierro. Tenía una erección recta, no para arriba y el capuchón cubría la mitad de la rosada y puntiaguda cabeza. Con su mano empezó a horadar en mi sexo con una pericia que hasta el día de hoy es irrepetible.
Me mojé tanto que creía iba a terminar solo con su toqueteo al tiempo que a través del visillo se veía mi cabaña.
Cuando el rubio sintió que estaba lista me lanzó a la cama y ladeó mi tanga poniendo su cara en mi vagina. Chupaba y mordía mis labios mientras su enorme y abultado bigote me cosquilleaba toda. La visión de sus hombros gigantescos y sus manos sosteniendo mis muslos me enloquecía, su lengua hábil iba de mi clítoris a mi ano como una serpiente profanadora.
Married eh, married eh, repetía en sus momentos de descanso y se reía a carcajadas y despacio dejó mi vagina subiendo por mi vientre a mis pechos y luego mostrándome su tórax enorme y rotundo que sostenía un cuello más grueso que el de un toro.
Cuando puso la cabeza de su pene en la entrada de mi cuca quise cerrar los ojos pero el gringo aún jugaba. No me la metía sino que la meneaba de un lado a otro mirándome fijamente y riendo.
Fue una sensación angustiosa, deseaba que me penetre pero él jugaba conmigo, cuando pensé que nunca lo haría sentí ese hierro macizo abrirme por dentro como nunca antes había sentido. El primer orgasmo casi fue inmediato, una poderosa sensación de orinar mezclada con un cosquilleo innombrable en la espalda hizo que me arquee y grite como loca durante un rato mientras pugnaba por cerrar mis piernas sujetando al tipote con manos y muslos. Todo era difuso, supongo que mis gritos eran excesivos pues el gringo puso su mano en mi boca y solo se movía en forma lateral. Esperó que mis líquidos lubriquen aún más mi cuca y sin previo aviso puso el resto de su pene dentro de mí. Pensé que iba a morir de placer mezclado con un poco de dolor pero la fuerza del hombre le daba un dominio absoluto sobre mí, se movía despacio sacando solo parte de su pene y volviendo a meterlo. Su peso me ahogaba y yo mordía desesperadamente su hombro mientras su mano me sujetaba el cuello y la boca hundiéndome en la almohada.
Empezó a bombear con suavidad y yo empezaba a tener otro orgasmo, sentía que me desmayaba a tal punto que casi no distinguía al negro que pasaba su mano por mi frente y me miraba con un aire compasivo y lujurioso.
Estaban los dos ahí, el uno a mi lado y el otro culeándome como hace mucho no me daban. El rubio aceleró el paso y con violencia me la metía como si quisiera destrozarme por dentro. Yo tenía la cabeza fuera de la cama de tanto embate, me había hecho dar casi una vuelta completa a la cama y seguía y seguía mientras yo me recuperaba a medias de mi segundo orgasmo en – supongo yo aunque en estas circunstancias el tiempo se pierde – 15 minutos.
El rubio se detuvo un momento mientras el negro entre risas colocaba la tanga del rubio en mi boca y me la hacía oler. Fue un instante de lujuria que no puedo describir, me sentía desbordada por la sumisión de la que era presa.
Rodando hasta casi caernos el gringo me sujetó la espalda y me puso sobre él sin sacar su pene, con sus piernas apretó mis pantorrillas contra la cama y yo no podía moverme. El negro me quitó la tanga al tiempo que el rubio subía su cadera penetrándome suave y rítmicamente. Estaba a punto de estar con dos hombres, nunca lo había hecho y mi voluntad estaba en cero como para evitarlo.
El rubio agarró mi cabello y me levantó la mirada para que observe a su compañero que estaba parado cerca de mí. Mientras reían el negro se bajó la narizona sacando un terrible pene que realmente me asustó. Otra vez balbuceé un no no, quería decirles no no por mi trasero pues sabía que aquella cosa negra y torcida iba intentar sodomizarme.
Big ass, big ass, decía el negro cacheteándome la cola, big ass latin bitch, repetía mientras ponía un dedo en mi ano y lo movía con presión y suavidad.
No sé si me puso aceite de cuerpo, loción bronceadora, no lo sé, pero en un momento sentí el líquido frío y pastoso en mi ano y nalgas. El rubio me apretaba más y me besaba los senos hundiéndome su gordo pene en lo más profundo de mi vientre.
Casi no podía respirar sometida entre tanta masa de carne, vellos y tatuajes, el brazo del rubio me sostenía con fuerza y su pelvis presionaba contra la mía hundiéndome su gran zepelín. El negro continuaba presionando mi ano con un dedo y poco a poco lo iba internando en mi agujero. El placer que sentía superaba con creces el dolor y mis gritos de “más, más, más” excitaban a los grandulones.
Me divertía como una loca sintiendo las risas y gemidos de los dos, el mazo caliente del rubio que parecía estar en mi vientre y estirando mi cuca de forma desmesurada, y los dos o tres dedos del negro dilatando mi ano.
Mentiría si digo que nunca había hecho el anal, soy consciente que mi enorme trasero inspira a muchos hombres a buscarme por ahí, pero hasta ese día jamás me había topado con un negro tan dotado como el que tenía a mi espalda. La sensación de angustia y miedo se mezclaba con placer, era desesperante y excitante no poder ver al hombre que iba a atravesarme por atrás, solo tenía en la mente aquel curvo y oscuro miembro que había visto momentos antes y que causaba susto.
El negro comenzó a cachetear mis nalgas mientras pronunciaba su clásico ¡Yeah! y sin aviso previo empujó su miembro dentro de mí haciéndolo para un lado y otro, poco a poco pero con fuerza su pene caliente abría la zona oscura de mi cuerpo mientras el rubio abría mis nalgas para ayudar al ingreso de su colega.
Me refugié en el hombro del rubio y evité gritar de forma descompuesta. Por momentos tenía deseos de evitar lo que estaba sucediendo pero poco a poco mi ano se acostumbró al grosor del intruso y este poco a poco empezó a bombear.
No pude evitarlo y comencé a gritar de placer y dolor, el rubio volvió a moverse y los dos enormes penes parecían abrirme. Poco a poco el rubio soltó sus tenazas y me dejaba más libertad de movimiento pero el peso del negro ahora limitaba el espacio para menearme. A un costado apareció el brazo del negro que parecía una pierna con tatuajes y el olor de su sudor se mezclaba con la crema bronceadora y el aroma a sexo haciéndome excitar más. Durante aquel instante me vinieron los espasmos previos al tercer orgasmo que parecía sobrevenir con mayor intensidad que los dos anteriores. El pene del gringo rubio se movía con mayor espacio mientras el del negro aún pugnaba por ponerse más cómodo.
Me sentía agradecida por ser voluptuosa, creo que en esas circunstancias una mujer delgada habría muerto por exceso de carne.
El tercer orgasmo llegó con fuerza desmedida, temblaba como una hoja y las ganas de orinar se mezclaban con una sensación extraña en el ano que jamás había sentido.
Cuando estaba en el momento culminante sentí como el negro terminaba por enterrarme su pene en mi trasero. La vista se me hizo difusa y el bombeo del tipo se hizo inmediato.
El yeah yeah sonaba como si estuviera lejos y una sensación de placer inimaginable me invadió. Me sentía puta, quería estar lejos para ver aquel espectáculo, nunca imaginé tener dos cosas de ese tamaño dentro de mí y menos al mismo tiempo. Estaba feliz, completa, me sentía la mujer más dichosa y caliente del planeta. Besé en la boca al rubio con pasión, era como si le quisiera dar las gracias. Los dos tipos empujaban con una fuerza tremenda, me aplastaban con su peso y gemidos mientras mis gritos decían lo sabroso que era todo eso.
Casi agotada y sin movimientos sentí como el negro retiraba su pene de mi trasero y regaba mi espalda con su leche pastosa y caliente. Poco después el rubio me levantó y pude mirar el condón que ajustaba la mitad de su pene cargado del aquel líquido amarillento y espeso.
Sin voluntad dejé que embarrara mi cara con su semen y pusiera el condón en mi cara y mis senos.
Me desplomé boca abajo junto a aquellas moles lujuriosas que estaban a los costados y me quedé dormida quizá por un par de horas.
Cuando me desperté solo el negro estaba a mi lado. Dormido boca arriba mostraba su gigantesco cuerpo y aquel pene enorme colgado sobre una de sus piernas.
Me levanté y busqué mi bikini y al mirar por la ventana observé la luz de la habitación de mi cabaña encendida. Salí por la parte trasera y me encontré con la muchacha del aseo. La mulata me miró y saludó mientras me alejaba dando una vuelta completa a la hostería. Me puse una faldica elástica de playa y traté de serenarme. Entré a la cabaña y mi marido estaba leyendo el periódico. ¿Dónde estabas? Preguntó. Fui al pueblo, no pensé que volverías hoy le contesté y fui para el baño.
El sonido del agua me serenó. Me puse una camiseta y unas calzonarias decentes y salí.
Escuché los ruidos de la cabaña de los gringos y me acosté. Le di un beso en la frente a Fernando y le pregunté cómo se había portado. Me contestó que bien. A las once de la noche volvió la música en la cabaña contigua y mi marido me dijo que era un estorbo el relajo que armaban al lado. Le contesté que sí y dejé que sus manos se posaran en mis nalgas. Cuando me penetró me sentí sucia, ¿sería capaza de notar el cambio?, ¿mi cuca estaría demasiado grande para el pequeño pene de mi esposo? Como es lógico jamás me hubiera atrevido a preguntarle eso así que siempre tendré la duda en mi mente.
FIN
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