No estaba programado
Cuando regresaron Ramón, mi marido, y Pedro, su amigo (y segundo en la cuadrilla que salieron una semana) de comisión, estaban muy ganosos; y se desquitaron conmigo, ya que Dalita, la esposa de Pedro, seguía atendiendo a su tía enferma..
El viernes, muy noche, llegaron Ramón y Pedro a la ciudad y arribaron directamente a nuestra casa ya que Dalita, la esposa de Pedro, y amante mujer mía, no se encontraba en la ciudad, pues seguía atendiendo a una pariente enferma.
Apenas entraron, comenzaron las muestras efusivas de cariño. ¡Imaginen, cuatro manos recorriendo mi cuerpo! Obviamente, recibí el masajeo en las chiches, la pepa y las nalgas. Yo, sólo con dos manos, apretaba un pene con cada una. Pronto quedé desnuda.
–¡Eh, encuérense también! –les grité pues ya me querían violar juntos– ¡Hasta la verga traen afuera del pantalón!
Una vez que se desnudaron, me hinqué para chupar a los dos juntos, hasta donde podía, porque parecían dos burros en primavera. Fue más tranquilo cuando alterné las mamadas. Jugué esparciendo el presemen frotándoles el glande de uno en el otro y ellos se deshacían en gemidos al sentir las caricias.
Me puse de pie y, dándole una nalgada a cada uno, los mandé al baño a lavarse las manos para que cenáramos.
Al terminar de cenar, mientras los señores lavaban los trastos, les tomé una foto en esos menesteres y se la envié a Dalita con el texto “Ya cenamos, así, todos con traje de gala, y me voy a la cama con nuestros machos. Esperamos tu videollamada, mi amor. Tu amorosa puta”.
De inmediato, Dalita respondió “Diviértanse mucho. En cuanto mi Tía se duerma, les hablo, mi amor”. Y se los mostré a los hombres cuando terminaron su tarea.
Justamente, cuando ya estábamos en la cama, recibimos la videollamada de Dalita, quien aprovechó que su tía dormía tranquilamente, para hacerla fuera de la recámara, en la sala, acostada en el sofá y con la falda levantada. Sólo mirábamos su rostro en la pantalla porque ella tenía que hablar cerca del aparato y en voz baja para no despertar a su tía. En cambio, nosotros le dábamos una vista panorámica ya que pusimos el teléfono en una base sobre el tocador.
–Pues estamos usufructuado a tu amante entre los dos –le dijo Pedro a su mujer.
–Ya veo, cójansela mucho, porque ha de estar tan necesitada como yo –y bajó la imagen a su panocha donde se frotaba en círculos la raja, brillante por los jugos.
–¡Qué rico te haces Dalita! ¡Me gustaría que fuera mi mano! –le dijo mi esposo.
–¿Por qué no, mejor, tu boca, puto…? –inquirió dándose más rápido y metiéndose los dedos.
–Porque mi boca la tendría en tus ricas chichotas… –contestó Ramón, y éste se puso a mamármelas a mí.
–¡Pedro, tú dale verga en la boca a mi nenita! –exigió Dalita a su marido.
Pedro atendió su petición y Dalita se masturbó con más vigor, hasta que soltó un gemido de satisfacción. Mi esposo aprovechó el momento para penetrarme sin dejar de mamarme las chiches.
–¡Ah!, ya voy a colgar, pero luego me tocan los dos juntos en mi casa para mí solita una noche…
–Claro putita –contestó Pedro, y colgamos.
Seguí un buen rato mamando el pene del marido de mi amante mujer hasta que eyaculó, seguido de la venida que mi marido me surtió en la vagina. En ese momento, Pedro se bajó a chupar mi sexo y lamer el garrote de su amigo. Ramón me besó y compartimos el semen que dejó Pedro en mi boca. Nuestras lenguas danzaban al mismo ritmo con el que se movía la de pedro en nuestros sexos.
Cuando se salió mi marido, Pedro ocupó su lugar sobre, y dentro, de mí. Traía la verga muy tiesa, como si no se hubiese venido en mi boca minutos antes. Pero no era de extrañarse porque él estuvo saboreando el esperma de mi marido y mis jugos, chupándonos como podía.
Se movió enjundiosamente y ambos nos volvimos a venir. Mi marido, no dejó que se desmontara Pedro de mí, pues le levantó la pierna para meter la cara y degustar nuestras excreciones aún con el pistón enterrado…
Completamente satisfechos, nos acomodamos correctamente en la cama para dormir.
–No están tan ricas como las de Dalita, pero duérmanse como bebés con una teta en la boca cada uno –les dije, acomodando sus cabezas sobre mi pecho y dormimos abrazándonos.
Horas después desperté cuando escuché que Ramón le decía a Pedro “No, yo por el culo”. Entendí que me querían hacer un sándwich y me acomodé de costado, ofreciéndole las nalgas a Pedro, pero advirtiéndole que me pusiera aceite para que no me doliera. Mientras Pedro me preparaba para encularme, yo besaba a mi esposo y me acomodaba su falo en la entrada de mi cuquita, friccionándolo en mi raja, mezclando su presemen con mi humedad, ¡rico paseo del glande por mi clítoris!
Sentí una de las manos de Pedro sobre mis tetas y la otra en mi cadera cuando me comenzó a meterme su animalote. Aguanté el dolor del principio, pero cuando ya tenía la mitad adentro comencé a disfrutar la doble penetración. Yo gritaba “¡Denme duro, putos!” y gozaba orgasmo tras orgasmo que acicateaba el movimiento sincronizado de sus vergas en mi interior. Con mi propiosentido, claramente distinguía el recorrido que hacían dentro de mí y la masajeada de sus glandes cuando coincidían en el roce de las paredes, la de mi vagina y la de mi intestino recto. Gocé al máximo y perdí el sentido por lo intenso de mis orgasmos. Cuando volví en mí, los penes estaban flácidos y saliendo de mi cuerpo. Volvimos a dormir.
El domingo en la mañana, tomé el biberón que mi esposo me ofrecía. Fue poca la leche, pero se compensó con la que me dio Pedro inmediatamente después. Me levanté y me vestí, dejándolos dormir mientras me fui a misa.
Pues no estaba previsto, pero escuché el claxon del auto de Amador, uno de mis dos amantes (cuya existencia ignoran los dos machos que dejé en mi casa). De inmediato me subí a su carro y nos fuimos a su casa.
–¡Te extrañé mucho, Mar! –me dijo apretándome las piernas.
–Yo también me la pasé sin ninguna de las vergas acostumbradas toda la semana –le contesté acariciándole el palo.
–Pero acabo de leer un relato que me mandaste, donde te cogiste a un jovencito, así que no estuviste en ayunas… –me dijo en referencia al relato que hice y le envié a él y a SST para su publicación.
–Bueno, pasó como cuando te encontré a ti, andaba muy necesitada de reata –expliqué, pues recordarán que se dio en una circunstancia de cacería muy parecida–. Pero anoche llegaron mi marido y Pedro.
–Yo también llegué anoche y también tengo muchas ganas. Por eso vine a interceptarte antes que entraras a la iglesia –confesó.
–Aquí estoy para lo que necesites, mi amor –dije mientras me desvestía cuando ya estábamos en su alcoba.
Ahora sí que, como la canción de Juan Charrasqueado, “No tuve tiempo de montar en mi caballo”, digo, en mi burro que también estaba ya encuerado. Me tumbó en la cama, me abrió las piernas y se puso a sorber lo que traía en la vagina. Fue tanto el furor de sus chupadas que se encadenaron un orgasmo tras otro hasta que quedé inconsciente. No le importó al puto mi desmayo, pues estaba tan caliente que así me penetró y desperté con movimientos del chaca-chaca. Apenas abrí los ojos y después de decirme “buenos días”, recibí un beso con boca devoradora de lengua, atado con brazos, que parecían los de un pulpo, cuyas manos que recorrían mi espalda y mis nalgas mientras duró el intenso pistoneo que se escuchaba fuerte por lo mojada que yo estaba.
–¡Ah, te amo, putaaaa…! –gritó antes de quedar yerto.
Me asusté, pues nunca lo había sentido tan excitado al cogerme y pensé lo peor. Me acerqué a su rostro y descubrí que sí respiraba. Ha de haber tenido también un desmayo, pues su respiración se volvió más rítmica. Le chupé el pene mientras se reestablecía, hasta que ya no le salió nada.
–Yo también te amo, puto –le dije antes de darle un beso– pero tengo que irme para darles de desayunar a dos machos.
Nos vestimos y me regresó a mi barrio. “El martes estaremos más tiempo, mi amor”, dijo al despedirse y me metí a la panadería.
Al llegar hice el desayuno y me fui a la cama. Me subí y puse mi panocha en la boca de Pedro.
–El desayuno está listo. Éste sólo es un poco de leche para agradecer lo que me dieron –dije cuando Pedro chupaba mi sexo.
–¡Qué rica te dejamos, Mar! –exclamó Pedro cuando cambié mi panocha a la boca de mi marido quien también se atragantó con lo que aún quedaba de la lefa que me dio Amador.
–Sí, el coctel de atole con dos leches le queda muy bien… –aseveró mi marido y yo pensé en la corrección que no les hice: “Es de tres leches”.
–¡A desayunar, y bien!, porque aún les falta un día completo de ordeñas –les advertí.
–Y las noches que falten mientras llega mi esposa… –dijo Pedro, anotándose para estar con nosotros en tanto que regresara Dalita.
La pasamos todo el domingo encuerados. Así desayunamos comimos y cenamos. Mientras ellos veían el futbol, yo lavé su ropa, la sequé y planché. Pensaba que eran unos conchudos y aprovechados, pero ¡qué bien servían para calmar el fuego!, además de mantenernos a mi novia Dalita y a mí. Así sí se es con gusto una ama de casa hacendosa, a fin de cuentas, ellos son los sumisos, y todos somos unos explotadores que nos usamos unos a otros.
El lunes, recibí dos mañaneros, no quise que eyacularan en mi boca; en ambos casos la exigí en la vagina, porque ya tenía otra boca esperándome para saborear la leche de ellos. En efecto, el domingo en la noche recibí un mensaje de Bernabé con una foto de su verga bien parada, con una espesa gota de presemen coronando su glande, y el texto que la acompañaba decía “Ya regresé, putita asaltacunas, te espero mañana temprano. Necesito que me bajes esta turgencia”. Lo de asalta cunas fue porque también a él le mande copia del relato que envié a SST, donde narro cómo me cogí a Dagoberto, menor de 18 años por unos cuantos meses. Contesté “Ahí estaré para darte mi cariño y bajarte esa hinchazón, papacito”. Me extraño que el fondo de la foto fuera la de su apartamento que usa como despacho particular y no el de su casa. El despacho casi nunca lo usa para trabajar, más bien ahí se coge a todas, menos a su esposa. No sé con cuántas coge. A mi me toca los martes en la mañana, a la señora que le hace el aseo, le da dos veces por semana, a su exmujer, al menos una vez a la semana, pero casi siempre es en la casa de ésta ya que él llega en la mañana, justo cuando sale el galán que durmió con ella y le dejó la panocha llena de atole, lo que le fascina saborear. A mí también me pide que llegue el lunes muy cogida por mi marido, iniciando desde el viernes en la noche, después de bañarme, hasta el mañanero del lunes. Bernabé, después de amarme y saborear mi piel llena de semen, me baña en la ducha, donde me encula y quedo limpiecita para regresar a mi casa. Creo que la señora del aseo también es casada y llega bien atendida por su marido. Resumiendo, el atole no le falta, la única que no está cogida cuando la toma es su esposa, pero a ella no le gusta chupar verga, aunque sí pide también de lengua, además del de maciza.
Ese lunes, mientras los machos se bañaban y se vestían, les hice de desayunar para que se fueran a trabajar. En cuanto se fueron para recoger a los peones de la cuadrilla, yo me peiné, me vestí y coloqué unas gotas de perfume que suelo ponerme cuando voy a ver a mis amantes. Claro que estuve atendiendo el desayuno y la despedida en puros cueros, con la leche saliéndoseme de la panocha y escurriéndome en las piernas, pero, aunque querían darme un beso de despedida en los labios inferiores, no se los permití pues el atole ya tenía otro dueño, “Mejor en los pezones”, les dije.
Salí a tomar un taxi para irme al departamento de Bernabé. Durante el trayecto, el taxista, a quien le calculé 15 años menos que yo, percibió mi excesivo olor a sexo. “Señora, con todo respeto, ¡su perfume huele delicioso!”. “Gracias, creo que me puse mucho”, contesté, y, sólo por divertirme, le fui dando “cinito” abriendo lo suficiente las piernas para que, por el espejo retrovisor (que acomodó cuando me dijo lo del perfume) viera los pelos que se me salían de la tanga y se difundiera mejor el olor del verdadero perfume que lo puso arrecho. Al llegar a mi destino, el chofer se volteó para cobrarme, diciendo lo que marcó el taxímetro. Le di un billete y ante el poco cambio que tenía que darme, le dije, “Así está bien, quédese con el vuelto como compensación por las molestias que le causé con el olor de mi perfume” y bajé abriendo más el arco de las piernas subiéndoseme la falda hasta los calzones. “¡Mamacita…!”, exclamó en voz baja y yo me reí, bajándome la falda.
A los pocos segundos, después de tocar en el departamento de Bernabé, se abrió la puerta, pero no vi a nadie. Era obvio que mi amante se ocultaba atras de la puerta, así lo hace cuando me recibe encuerado para que no lo vea algún vecino que pudiera transitar por allí. Pasé y volteé para verlo cuando cerró la puerta y ví que no era él, sino su ex, Teya, encuerada, deslumbrante, con sus tetotas colgantes y su triángulo azabache.
–¡Bienvenida, preciosa nalgona! –me recibió y yo quedé con la boca abierta, recordando el delicioso trío que hicimos hace más de medio año y, por lo visto, hoy repetiríamos.
–¡Qué sorpresa, Teya hermosa! ¡Ja, ja, ja…! –exclamé y solté la carcajada. Después la besé y le acaricié el bello tetamen y ella hizo lo mismo con mis nalgas. Ahora entendí que ellos durmieron juntos, por eso la foto desde el departamento.
–¡Suficiente, putas tortilleras! –dijo Bernabé separándonos– Vamos a la cama y la encueramos allá –dijo al cargarme.
Una vez que me desnudó, me tiró al colchón y me abrió las piernas para chuparme el atole de la pucha, pero Teya lo interrumpió.
–La invitada primero. A mí también me gusta el atole de panocha muy usada –dijo poniéndose en posición de 69 y nos chupamos la raja un buen rato.
Sabía cómo hacerlo la puta, me sacó muchos orgasmos. Yo también a ella, no voy a negarlo… Ambas disfrutamos el mañanero que la otra recibió. Luego que deshizo el 69, se acostó sobre mí para besarme e intercambiamos sabores. Ella me abrió las piernas con las suyas para que Bernabé se pusiera a chuparme y movió sus tetas sobre las mías acelerarme la creciente calentura. Él metió la lengua en mi raja para degustar el atole que aún quedaba y luego lamió mi entrepierna que estaba con las múltiples chorreaduras del amor de mi marido y su amigo. La lengua de mi amante bajó hasta mis pies y al terminar, se hinco y, de un solo envío, le metió la verga a Teya hasta que los huevos chocaron con mi panocha.
–¡Papasito, qué rica verguiza me estás dando! ¡Me llegó hasta el útero! –gritó su exesposa y ella me besó.
Su boca se movía paseando de arriba hacia abajo de la mía, y nuestros labios se resbalaban con nuestras babas y la saliva que habíamos mezclado con nuestros besos, sin atrevernos ahora a meter la lengua en la otra boca para evitar un accidente con tanto zangoloteo que le provocaba Bernabé con la cogida.
–¡Ah! ¡Ahhh! ¡Te amo, puto! –gritó Teya y quedó inerme sobre mí.
–También yo te amo mucho, más cada día, desde la primera vez –contestó Bernabé.
Bernabé se dio cuenta y la rodó hacia el colchón, quitándomela de encima y me cogió a mí con la misma vehemencia con la que se había cogido a Teya. Yo percibí su calentura con todos mis sentidos y lo abracé a cuatro extremidades besándolo con las lenguas entrelazadas. Pobre Bernabé, le encajé las uñas arañandolo en la espalda y en los brazos. Nos vinimos juntos, pero y mi amante siguió con el palo firme hasta que me desmayé.
Bernabé se bajó resoplando exageradamente, y yo volví en mí, sollozando y llorando de alegría. Teya, quien ya había despertado, me acunó en sus tetas, acariciando mi cabeza.
–Pobre nenita, te dieron tanta verga como a mí. Es un salvaje, pero ¡qué bien lo hace…! –dijo y se quedó callada, acariciándome.
Quedamos callados todos durante más de quince minutos. Solo yo recibía caricias al estar entre los dos y les daba las mías
–¿Por qué, si se aman tanto, se divorciaron? –pregunté apretando la mano de Teya.
–Porque me gusta ser muy puta y que nadie me reclame por mi comportamiento. No me gusta esconderme de nadie –señaló, confirmando lo que ya me había dicho Bernabé–. Yo no puedo ser como él quien es más puto, pero muy hipócrita, sólo pocas personas saben que él coge con otras, no sólo con su esposa. En cambio, todos saben que yo me tiro a quien se me antoja –dejó claro Teya.
Teya y yo nos metimos a bañar y pronto nos alcanzó Bernabé en la ducha.
–¡Carajo! ¿Por qué todas las mujeres se bañan con agua muy caliente? –protestó y me di cuenta que el mismo reclamo es el de mis otros hombres, pero también les gustaba así de caliente el agua a las que Bernabé se cogía –. No importa, te falta la enculada en la ducha, putita –dijo tomándome de la cintura para acomodarme en posición.
–Yo también voy a querer así –exigió Teya mostrando un poco de celos.
Mi amor se movió espléndidamente sacándome un par de orgasmos, sin que él eyaculara y luego se cogió a Teya de la misma manera. Al salir de la ducha, seque a Teya y ella hizo lo mismo conmigo. Nos besamos y abrazamos olvidándonos del macho.
Luego ella, antes de vestirme, me cubrió las nalgas de besos y me dio teta a mamar. ¿Y Bernabé? Él nos miraba sacudiéndose la verga con la toalla mientras mascullaba en voz baja “Las amo, putitas…”. Cuando Teya terminó de vestirme, me despedí de ambos dándoles piquitos arriba y abajo Bueno, a Teya también un par de cariños y mamadas en las tetas Me salí dejándolos desnudos. “¡Adiós, preciosa!”, dijo Teya dándome una rica nalgada.
Llegué a la casa y, satisfecha de amor, me recosté en el sillón para ver la televisión hasta que llegaron los machos y nos fuimos a comer. A todos se nos pasaron las cervezas y en el camino de regreso a casa, recibí el calentamiento suficiente para no decir “no”. Directo a la cama. Cada quien se desnudó y ambos querían tenerme.
–¡Pues serán los dos juntos por la pepa! –dije y ellos, sumisos, se acomodaron para darme el servicio pedido…
Entró la videollamada de Dalita y todo se puso muy caliente, pues les pedí que hicieran un 69 para exprimirse lo que les quedaba. No sé si los calentó más las lamidas de ano que yo les daba o las caricias y jalones de prepucio y escroto acompañados por las mamadas de verga y lamidas de huevos que se daban uno al otro, o lo que les decía Dalita: “Putos, yo quiero así, un 69 con mi novia mientras ustedes hacen el suyo” y se notaba en la cara que ella se estaba pajeando muy rico al ver la escena. “Adióos…!”, dijo al venirse y colgó.
pero ellos ya traían ambos una gran erección que se mantuvo mientras estaban acostados vergarriba (o bocarriba). En cada uno me di unos riquísimos sentones empalándome en el culo después de untarles el aceite.
Dormimos como benditos.
El martes desperté y recibí el mañanero de Pedro, en tanto que tomaba el biberón lleno de leche de mi marido. Se metieron a bañar. Yo me vestí y fui a la cocina para hacer el desayuno. Cuando se fueron, salí caminando hacia donde me esperaba Amador en su auto.
Le cumplí todas las expectativas a mi segundo amante, comenzando por el 69 y seguimos con el perrito para concluir, sin soltarme, con una enculada que me regó los intestinos. No puedo negar que quedé satisfecha…
Le pedí a Amador que me dejara en el mercado donde compré lo necesario para hacer una rica comida para el par de machos que me usan a su antojo… Sí, mira que sacrificada…
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