Pareja Liberal.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Sucedió en Montevideo. Me trasladé allí, enviado por la empresa para la cual trabajo, para implementar un nuevo sistema informático de gestión, de uso obligatorio en todas las sucursales. Al segundo día de estadía, completada la instalación y entrenamiento del personal afectado, Oscar N… el gerente de Control de Gestión, me invitó a cenar a su casa. Acepté de buen grado ya que, a la mañana siguiente tomaba el vuelo de regreso y, sin nada que hacer, tenía por delante una cena en solitario y hacer tiempo con la televisión.
Salimos de la oficina para su departamento, donde nos recibió, Verónica su esposa, una “charrúa” de rostro bien parecido, fino de 1,77 metros de estatura sin tacos – me lo precisó ella más tarde -, de cuerpo espigado, atractivo: buen seno, glúteos apetecibles y dos largas y bien torneadas piernas. No es hermosa, sí bonita, agraciada y con arte para la conversación. Difícil imaginar una bienvenida de mayor complacencia o agrado.
La charla previa, regada con aperitivos – Martinis – y platitos de picada, resultó muy grata, placentera, no convencional: Verónica intercaló a los temas y chistes, averiguaciones sobre mi vida personal y halagos, disimulados, pero perceptibles.
Durante la cena, propiamente dicha, se mantuvo la ingesta de alcohol – vino – y el clima, espontaneo, desenvuelto, con pocas reservas y muchas alusiones sensuales. La atmósfera circundante a la mesa, poco a poco fue tensándose, sobrevolaba una especie de embriaguez que se delataba en las fugaces miradas, mutuas e inabarcables, frecuentemente sin aparente conexión con los temas de la conversación.
Pero nada, por lo menos a mí, hacía suponer lo que aconteció a la hora de servir el café.
Ella, alegó la necesidad de cambiarse de ropa, por haberse manchado los pantalones con el postre y se retiró del comedor.
Menos de media hora después regresó ataviada con una blusa, cuyo escote dejaba “a la intemperie” el 50% de sus tetas, una exigua pollera que, a duras penas, cubría sus nalgas y la parte inferior del vientre y un perfume para extasiar.
Lo miré al marido y ví que se esforzaba para poner “cara de pocker”.
Ella dejó la bandeja con las tacitas y la cafetera, sobre la mesa, se sentó y sirvió el café, lanzándome breves miradas como para captar el efecto de su irrupción zafada.
Endulzó su infusión, la revolvió parsimoniosamente con una cucharita, bebió un sorbo y fijó sus ojos en los del esposo, soltó:
– Hay alguien que está sobrando en este departamento. Sos vos Oscar. –
Me agarró desprevenido, casi dejo caer mi tacita.
– Entiendo – dijo el aludido, con cara de “se veía venir”.
Vació de un sorbo su pocillo, giró su cabeza hacia mí, apoyó su mano en mi antebrazo:
– Carlos, me voy al club, vuelvo a la medianoche. A la hora de irte, Verónica te llama el taxi de la empresa para llevarte al hotel –
– ¡Pero….?-
– Tranquilo, pasá el rato, vas a estar bien. Eso sí, confío en tu discreción. Descuento que lo de esta noche será algo sólo entre nosotros tres ¿No es así? –
– Si … claro …pero….- alcancé a balbucear, mientras Oscar se encaminaba al dormitorio para, enseguida volver, campera en mano, dirigirse a la puerta de entrada y desaparecer. No podía hacerme la idea de lo que era evidente. Me dejaba, voluntariamente, a solas con su mujer en “zafarrancho de combate cuerpo a cuerpo.”
Quedamos, ambos sentados junto a la mesa.
– Si … como te imaginarás somos una pareja que separamos el sexo del amor…una pareja liberal, no promiscua ni desleal: las contadas ocasiones que tenemos sexo con otro yo o con otra él, no nos lo ocultamos.- rompió ella el silencio, calmada y sonriendo mientras me hablaba.
– Ya veo. Ni por asomo me lo imaginé…fue toda una revelación. – repliqué, a la expectativa de cuál sería su próximo paso.
– No es algo planeado, esto. Te soy sincera. No nos conocíamos ni en fotos. Es que a poco de conversar los tres, comencé a sentir mariposas en el estómago primero y en el bajo vientre después, cada vez que nuestros ojos se encontraban o te dirigías a mí. –
– Confieso que a mí también me trastornaste el orden y concierto, en varios pasajes. Con tu hermosura, gracia, simpatía y talento, pero con tu marido presente, no pasaron de “alucinaciones” fugaces. –
– Entonces no te puse en una situación violenta, cuando le pedí a Oscar que nos dejara solos ¿Verdad?-
– ¡No, me dejaste pasmado! …. ¡Ahora estoy encantado!-
A ese punto cesaron las palabras. Me puse de pié, con mis ojos clavados en los ojos, la invité a que hiciese otro tanto. Los pechos se agitaron, se mezclaron los alientos, los labios se fundieron en el primer beso. Le siguieron muchos otros, mientras mis manos recorrieron su cuerpo. Dentro de la blusa, desabrocharon el corpiño – le besé los pezones tersos – después levanté su breve pollera y su sexo ardiente recibió las primeras caricias luego sus glúteos un manoseo desaforado.
Se las arregló para zafar de mi apriete, me tomó de la mano y me “arrastro” con ímpetu al dormitorio.
Los prolegómenos fueron de corta duración: despojarnos mutuamente de toda las prendas, dejarse caer ella de espaldas, sobre la cama, algunos segundos de besos en la boca, en el cuello y en la tetas y de caricias mías en la cachucha humedecida. Verónica, de su parte, agarró con la mano mí “carlitos” sublevado y bromeó:
– ¡Justo lo que me recetó el doctor –
– Me parece que hoy te voy a administrar una sobredosis – le seguí el juego.
– ¡Mmmm! Está por verse .. tengo una docena, de estos, en el cajoncito. – retrucó mientras me alcanzaba el sobrecito del preservativo-
Me lo puse y me acomodé entre sus piernas abiertas a más no poder. Le entré sin dificultad alguna. Cogimos sin mezquinar caricias, besos, gemidos, suspiros, frases entrecortadas y monosílabas. El goce fue extraordinario, enorme, superlativo
Alcanzado, cada cual su clímax, espectacular el suyo a juzgar por lo aparatoso, sublime, eminente, extraordinario el mío, permanecimos superpuestos y abrazados, mi vara perdiendo temple dentro de ella. Intercambiando halagos y besos.
Recuperado el ritmo habitual de latidos que produce la sangre en las arterias, nos duchamos por separado y volvimos a la cama. Acostados lado a lado, alternando caricias, besos, alabanzas a la excelencia amatoria de la dulce mitad de esa velada, no demoraron mucho en reavivarse las brasas que había dejado la primera comunión de cuerpos.
El segundo polvo tuvo variedad de posiciones (con la promesa de no intentar penetrarla por el ano, logré disfrutarla en “cuatro patas” para deleitarme con la vista de sus glúteos de otra galaxia). En lo que se refiere al placer no tuvo que envidiarle al primero..
No quedó margen para un tercero. Luego de higienizamos y vestimos, ella telefoneó a la agencia de taxis, contratada por la empresa. Nos despedimos, tiernamente, en hall del edificio agradeciéndonos, recíprocamente, la, improvisada e intensa noche de “sexo loco”.
Y única, a la fecha. Regresé un par de veces a Montevideo, sin incidencias ulteriores.
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