Polola Fiel… y los lobos (1ra entrega)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por PrimerosPasos.
Polola Fiel … y los lobos (1ra entrega)
Hola, mi nombre es Sunny.
O sea, me llamo Soledad.
Pero desde siempre me han llamado Sunny o La Colo (de colorada).
Tengo actualmente 19 años.
Soy blanca.
No soy flaca, sino más bien rellenita.
Pero no soy gorda.
Mido 1.67m.
Me gusta hacer deporte.
Pelo castaño rojizo.
Y me lo tiño de rojo intenso.
Va muy bien con mi piel blanca.
Senos tirando a grandes.
Según yo, mi cola y muslos, no me gustan, son como gruesos.
Pero mi pololo dice que estoy bien rica.
No le creo mucho.
A diario recibo mucha atención masculina, cuando estoy en la calle, así que debe ser cierto.
Pero lo que si me gusta mucho de mí, es mi cintura.
Bien chiquita.
Desde siempre.
Y mi cara.
Me gusta maquillarme.
Y tengo una boca, unos labios, muy bonitos.
Siempre me ha gustado vestirme bien.
Y a menudo, solo por ver el efecto en los hombres de mi edad (y de los otros también) me coloco alguna falda o calzas, que realcen mi colita.
Acompañado siempre arriba, de alguna prenda que les deje adivinar un poquito mi corpiño, o el nacimiento de mis pechitos.
Pero es solo por jugar.
No soy, ni he sido nunca fácil.
Lo que sucede es que me divierte cuando los hombres se quedan como bobos mirando.
He tenido solo un pololo (novio).
Con él fue mi primer beso.
Mis primeros carretes (fiestas).
Hasta mi primera vez.
Lo quiero mucho.
Aunque sé que es un picaflor.
Porque es muy popular entre las mujeres.
Es muy lindo.
Yo lo quiero mucho.
Y lo respeto.
Nos conocemos desde chicos.
Del mismo barrio.
Además, con la mayoría de nuestros amigos, niños y niñas, de la infancia, hemos seguido muy unidos.
Somos un grupo como de 15, muy amigos.
Estudiamos en los mismos colegios y ahora, con algunos, hasta compartimos en la misma Universidad.
Prefiero no decir a que Universidad asistimos.
Ni la carrera que estudio.
Pero si contarles que Joaquín (mi pololo) estudia lo mismo que yo.
También Pilar y Romina, Juan y Diego.
Norberto, Rebeca, María Pía, Solange y Arturo, si bien no estudian lo mismo, están en el mismo Campus.
Somos todos muy unidos.
La mayoría estamos pololeando.
Pero casi todos, estamos “en algo”.
Salvo el más tímido del grupo, Arturo.
Pero es mi mejor amigo varón.
No sé.
Es inteligente.
Seguramente va a ser un excelente Pediatra, al igual que mi Joaquín.
Es muy estudioso, como yo.
Se lleva de maravillas con los peques.
Es simpático.
No hace deporte.
Y tampoco se le da mucho con las chicas.
Por eso me da ternura.
El año pasado coincidimos en casi todas las materias.
Así que cuando había tiempos libres entre materias, estábamos juntos.
Para estudiar, o solo por pasar el rato en la Universidad.
A veces nos tomábamos una cerveza a escondidas, e incluso llegamos a fumar esos cigarros que te hacen reír.
Alguna que otra vez, hablábamos del amor.
Pero me daba pena, porque él no tenía nada que contar ni compartir.
Me daba pena, como se dice, contar monedas delante de los pobres, así que cierta vez, tirábamos (nos besábamos).
Cosa que se repetía cuando yo pensaba que era adecuado.
Yo tomaba la iniciativa, yo lo besaba.
Como les dije, él era muy simpático y divertido, pero muy tímido.
Siempre fui muy cauta.
Le dije que no se confundiera conmigo.
Solo eran besos.
De onda.
Algo entre amigos.
Pero solo con él.
Porque yo amo a mi pololo.
A él eso no le molestaba, me decía que así podía practicar y mejorar, hasta que se pudiera levantar a alguien.
Dado que mis labios eran un regalo de sobra para cualquiera.
Gorditos, gruesos, suaves y carnosos.
Con eso le bastaba.
Ni siquiera lo dejaba tocarme.
Nunca.
A, veces, casi siempre, él lo intentaba.
Trataba de subir a tocarme una teta o, bajar hasta el poto (trasero), mayoritariamente cuando los besos eran más extensos, sabrosos, prolongados y nos subía la temperatura a causa del exquisito juego de lenguas.
Pero yo no lo dejaba.
Eso no.
Me hacia la enojada.
Con eso alcanzaba.
Refunfuñaba, pero lo aceptaba.
Si bien no me podía correr mano a su gusto, lo que si hacía, y yo medio se lo permitía, era que a veces me daba algún chirlo en la cola.
Por cualquier motivo.
Pero sin que nadie viera.
Yo igual ponía la boquita haciendo pucheritos, como enojada, más que nada porque sabía que mi trompita lo re-calentaba.
A mi esos chirlo como que me gustaban.
Él sabía que era parte del juego.
Claro que esto de besarnos no era todas las semanas.
En realidad solo cuando mediaba cerveza.
Era un lindo secretito entre los dos.
Y solo en la Universidad.
Cuando no había nadie de nuestros amigos.
Pero una vez, un fin de semana, en una fiesta del grupo, yo fui al baño.
Y él, entró tras de mí, me apoyo por atrás tomando firme mi cadera.
Y me comenzó a besar el cuello.
Me sorprendió mucho su actitud.
Nunca había tomado la iniciativa.
Jamás.
Y ahora me hacía sentir rico con sus besos en el cuello, muy rico.
Solita, arquee mi espalda e incliné mi cabeza para que pudiera seguir con lo suyo… cuando me dijo al oído:
– Movete al ritmo de la música, era un reguetón.
Y yo, casi hipnotizada por lo erótico de la situación, así lo hice.
Sin darme cuenta, paré la colita hacia él.
Y le bailé.
Lento.
Le pasaba mis nalgas de un lado al otro.
Muy sensual.
Muy lento.
Mientras el me besaba el cuello como un maestro.
No pasó mucho para que sintiera como su “cosa” cobraba vida.
Pero no sé, estaba en trance.
Seguí bailándole.
Giré la cabeza ofreciéndole mi boca abierta, y nos besamos, así, en esa posición, con tantas ganas, que no me molestó sentir que sus manos pasaban de mis caderas a mis muslos.
Me apretaba y sobaba.
Y de ahí, a mi cola.
Con la que se entretuvo amasándola un buen rato, con mucho deseo.
Claro, lo traía muy caliente.
Y ahora, él, a mí también.
No sé cuánto me tuvo así.
Reaccioné al rato de que me tomó nuevamente de las caderas, y con fuerza me hizo sentir su bulto, empujándome despacito su erección entre mis cachetes, como 6 o 7 veces… o tal vez más… y yo lance un gemido.
Ahí me desperté.
Me vi en el espejo.
Estaba colorada.
Febril.
Lo que con mi color de pelo y el maquillaje, me hacía ver como una hembra en celo.
Arturo me miró por el espejo, y estaba feliz.
Nos miramos.
El seguía con su gran sonrisa.
Y yo jadeaba.
Seguía roja.
– ¡¿Qué te pareció Sunny?! ¡¿Te sorprendí?! Esto lo leí en un foro, y quería ver si funcionaba.
¡Y se ve que funciona!
Él se arregló el pantalón y la camisa, porque se lo había bajado (¿Cuándo?).
Se peinó un poco.
Me dio un besito en la mejilla y una sonora nalgada.
Y dijo:
– Arréglate un poco para que nadie se dé cuenta bebe, y salí después.
En todo caso, te ves hermosa.
Y se marchó del baño cagado de la risa.
Recién ahí me di cuenta de que me había levantado la faldita de lycra hasta la cintura, y me tuvo en tanga todo el rato.
Ahí recordé que él se había subido los pantalones… ¡O sea que tal vez me había restregado el miembro en el culo! ¿Me habrá puesto su cosa entre los cachetes todo ese rato? Porque en verdad parece que no fueron solo un par de movidas, sino, varios minutos.
Lo que duró el tema.
¿De dónde había sacado el valor? Reí.
¿Había creado un monstruo?.
Me dio ternura.
Al llevar mi mano a mi entrepierna, no podía creer lo mojada que estaba… eso me dio algo de temor… ¡Qué hijo de puta!.
Si hubiera sido otro, me pudo haber poseído ahí mismo.
Pero no lo hizo.
Que dulce.
Claro, es mi amigo.
Y me respeta.
Al rato, lo vi tratando de hacerle los puntos a una muchacha.
Me sentí rara.
Yo estaba con mi pololo, y sin embargo me molestaba ver a Arturo en plan de galán.
En fin.
Mi pololo es genial, pero no baila mucho.
De hecho no baila.
Le gusta charlar y beber su traguito.
Desde siempre, son nuestros amigos quienes me tienen que sacar a la pista.
A mis amigas, o sea sus pololas (novias) eso no les molesta.
Es casi un favor que me hacen.
Así que me llevan del comedor donde estábamos al patio, que es donde todos están bailando.
Hay poca luz, y la música siempre es genial.
Yo esa noche llevaba un vestidito negro, más bien cortito.
Que al ser de lycra, daba una buena idea de mi trasero.
Arriba una polerita también negra, con cuello en V, y tipo top, que deja ver por abajo no solo mi pancita, sino, por arriba también algo de mis bubis.
Cosa que es del gusto de los hombres por cómo me las miran.
Amigos y conocidos, todos me las miran.
Y unos zapatitos de tacón, como dice Joaquín, marca puta.
Que a él le encantan porque realzan mucho mis piernas y el trasero.
Por alguna razón, ver a Arturo con esa niña, me molestaba.
Ahora que lo pienso, tal vez por eso bailé más pegadita con los chicos.
Mi tercer bailarín de turno, fue Norberto, a quien este detalle de mi “buena disposición” no se le escapó.
Y aprovecho cada arrimón mío.
Fue cauto.
Y muy inteligente.
Para que su polola no nos viera, me llevó al centro de la pista.
Y durante ese primer tema, una bachata, Arturo comenzó a mirarme con interés.
Yo comencé a moverme más sensual.
Nunca trató efectivamente de besarme.
Era inteligente.
Nuestros labios, eso sí, se rosaron repetidamente.
Me acariciaba la nuca.
Yo lo miraba.
El segundo tema fue un reguetón.
Me di vuelta.
Dándole la espalda a Norberto.
Yo le estaba bailando en realidad a Arturo, y él se dio cuenta.
Pero Norberto no.
Pensó que la coquetería era para él.
Así que no se complicó en nada y me agarró por la pancita y me atrajo hacia su cuerpo.
Quedamos cerca.
Yo seguía bailando sexy.
Moviendo mis caderas.
Me apretó un poquitín más quedando su pubis pegado a mi trasero.
Pero yo le seguía bailando a Arturo.
Mis caderas, muy sensuales, marcaban perfectamente el ritmo.
Y dado el contacto por atrás, debí imprimir un poco más de fuerza para mantener el movimiento.
Claro, con tanto perreo, a Norberto se le paró.
Mi trasero, rollizo, regordete, durito y tan dispuesto accidentalmente lo hizo otra vez.
¡Otra verga en mis pompas! ¿Cómo podía ser que otro amigo mío de toda la vida, que me respetó siempre, un gran amigo de Joaquín mi pololo, de la nada, y a la primera oportunidad, me estuviera perreando duro las nalgas, con su polola a pocos metros de nosotros? Me asusté un poco y quise separarme de él.
Pero Arturo me hizo una seña para siguiera así.
Y yo, la tonta, obedecí.
Tan coqueta y sutil que me creía, seguí con este jueguito.
Quedamos pegaditos.
Sin embargo, si lo pienso bien, seguramente para todos los que nos pudieron ver, yo estaba en plan de puta, con la cola regalada a un “amigo del pololo”.
Muy bien apernada por este que obviamente, a vista de ellos, me hacía sentir su incipiente erección, bajo mi total colaboración y aceptación.
Norberto ya no necesitaba, como al principio, tomarme con las dos manos.
¿Para qué? Si estaba claro que esta mujer, o por lo menos su poto, se quedarían ahí, recibiendo las estocadas de su erecto visitante.
Claro, Norberto que no sabía que era solo un peón en este juego, y ya en confianza, me la hacía sentir con ganas.
Así que prontamente, con la otra mano, comenzó a recorrer tímidamente la anatomía de la polola de su gran amigo.
Tranquilo.
Despacito.
Desde mi muslo derecho, hasta mi estómago.
Luego hasta mi nuca.
Jugaba con mi pelo.
Le gustaba mi pelo:
– Colorada, me encanta tu pelito… y que rico perfume, decía a mi oído mientras hundía su nariz en mi cuello.
Si hasta me pasó la lengua por la oreja un par de veces.
¡Qué atrevido! Lo interesante es que eso generaba un reflejo en mi cuerpo: Yo más paraba la cola.
Del cuello, bajaba a mi pancita, me acariciaba la guatita.
Se regresaba a mi pierna, y claro, cada vez que volvía a mi cadera, me la acomodaba para que su “cosa” se encajara entre mis nalgas, hasta donde permitía la minifalda.
Porque mi rechazo, verdaderamente, era nulo.
En mi mente, esto era para excitar a Arturo.
Yo quería que me viera así, que imaginara que era él.
Eso a una chica le resulta divertido.
Norberto, por su parte, les guiñaba el ojo a nuestros amigos para que vieran como me tenía.
Pienso yo, que fue, para los pocos que nos rodeaban, un espectáculo muy caliente.
¿Pensarían que estaba borracha? Seguramente.
Yo espero que sí.
La cosa que es era claro que alentaban a Norberto a que llevara su mano libre más lejos sobre mi anatomía.
Lo incitaban a que pasase más cerca de mi poto.
Y lo intentó.
Se acercaba cada vez más a la cola.
Y así lo hizo.
Me anduvo sobando un cachete por un buen rato.
Me perdí un poco en esa situación.
Entre su erección en mi cola, y ahora la mano sobándome… una no es de acero, y se me cerraban los ojos.
Mi boquita se abría sola.
Me dejaba hacer.
Me quedaba quieta.
Y esa mano, que agarraba más y más.
Por fin, me estaba tocando el culo.
Pasó así un rato.
Luego, otros susurros, otros gestos por parte de los chicos.
Señalaban mis senos.
Querían que el cazador valla por mis pechos.
Nuevamente acarició mi estómago.
Tomo control de mi cadera y me poyó bien (su cosa), yo respondí moviendo mi cola.
Nuevamente mi cadera se movía al ritmo de la música.
Rosando su erección.
El macho estaba conforme, seguro de su hembra (o sea yo, y mi actitud de puta).
Así que hizo algo nada sutil.
Algo notorio.
Para lucirse.
Soltó mis caderas un rato.
Y yo, solita, movía la puntita de su erección de un lado al otro con mis cachetes.
Solita, sin ayuda.
Los chicos aplaudieron y festejaron, pero suavecito para no llamar la atención.
Yo me seguía moviendo.
Norberto súbitamente me agarró con las dos manos, mis dos cachetes, como desde abajo.
Lo que me gustó mucho.
Di un respingo, pero hacía el.
Hacia sus manos.
Y me los separó.
¿Para qué me hace esto?, me pregunté.
Seguí con mi baile.
Mi pololo nunca que hizo ese movimiento, pensé.
Era muy raro.
Pero se sentía rico.
Así que continúe con mi baile así, con los cachetes un poco abiertos.
Di vuelta mi cabeza y no perdí detalle de lo que me hacía.
Él me los separó un poquito más, y eso hizo que yo me agachara un poco.
Eso quería.
Que me agachara.
Se acomodó su cosa.
Ya no disimulaba su erección.
Y nuevamente me separó las nalgas, y bien agarradita como me tenía, confiado, me atrajo hacia él.
O sea, yo estando así, lo que hizo fue acercar, no mi culo, sino la entradita de mi panochita hasta su estaca, evitando mi vestido, solo quedando el tanga de por medio.
Esto calienta a cualquiera.
Intentaba provocarme.
Que pésima idea se debe haber llevado de mí.
Varios fueron testigos de sus avances.
Qué pena.
Yo, por reflejo, nuevamente levanté el poto, y pegué la zona de mi vulvita a su palote.
.
El bajó más, y desde ahí me punteaba con esa erección.
Su puntería era excelente.
Cada puntada, daba directo en mi agujerito.
Se sentía ganador.
Y lo era ¿Quién lo duda? Era inteligente.
Ahora sí, con mi cuerpo respondiendo a cada embestida, con su mano libre, subió hasta la base de mi seno derecho.
Se quedó ahí un rato.
Esperó.
Yo no retiré la mano.
Y seguía deleitando mi panochita con su estaca.
Todo bien, pensó él.
Pensaron todos.
Y acarició mi pecho, pero retiré su mano.
Nuevamente aseguró sus estocadas.
Y yo, como antes, me aflojé un poco.
Fue por mi pecho, nuevamente.
Ahora sí, lo agarró.
Por sobre el corpiño.
– ¿Y? ¡¿Cómo están esas tetas?!, pregunto uno.
Me sentía tan sucia.
Pero excitada.
– ¡Agárrale las dos!, grito otro.
Y Norberto me tomó de ambas pechugas y, aumento las estocadas a mi cosita.
La tenía dura, dura, dura.
Sabía hacérmela sentir en cada empujón.
Su puntería era excelente.
La música era genial.
La situación, era genial.
Mi cuerpo respondía parando más y más la cola.
– Que lindas tetas que tiene la Colo, se seguía escuchando.
En algún momento, Norberto regreso a mi cola.
Con la izquierda me manoseaba ambas pechugas, y con la derecha, me magreaba el cachete derecho.
Yo solo tenía mente para responder con mi conchita hacía su mástil.
No me importaba el público.
De hecho me excitaba.
Allá abajo, era un océano.
De repente sentí un dedo queriendo entrar en mí.
¿Cómo pasó eso? No me di cuenta cuando me levanto la falda, dejándome así, expuesta delante de ellos.
Cuando jugó con mi tanga.
Cuando me toco por arriba de esta, el pubis.
Cuando metió la mano y acarició mis vellos.
Ni siquiera cuando recorrió mi rajita con los dedos y les mostró lo mojadita que estaba.
Me di cuenta solo recién cuando trató de meterme un dedo…
… bueno, no solo trató.
Me lo metió y lo sacó un par de veces.
Al menos.
No había dudas.
Cuando abrí mis ojos, estaba con mi polera levantada, en corpiños.
Por suerte las tetas me las dejó adentro.
También con la mini hasta la cintura, en tanga, con un dedo en la vulva, y por lo menos cuatro amigos mirándome responder con el culo a los punteos de Norberto.
¡Qué pena! ¡Qué espectáculo!.
Arturo ya no estaba allí.
¿Dónde estaba? Recuperé la compostura, y dejé la pista avergonzada.
Estaba muy excitada por el roce, por el dedo invasor, por los punteos descarados a mi cosita.
Yo caliente por Arturo.
Norberto, caliente por mí culpa.
¡Qué locura!
Volví con Joaquín, que como de costumbre estaba acompañado con un par de niñas que le coqueteaban.
Algo tomado.
Pero es bueno llegar y poner algo de orden.
Para que respeten lo que ya tiene dueño.
Habrá pasado como media hora.
Vi entrar a Arturo al salón.
Estaba como bajoneado.
NI señales de la niña.
¿Qué habrá pasado?
Fui con él.
Y me contó que se la llevo a uno de los cuartos.
Se besaron.
Utilizó esos trucos nuevos con ella.
Parecido a lo que me había hecho a mí en el baño.
Lo dejó correrle manos (tocar).
Incluso por debajo de la ropa.
Pero solo hasta ahí.
No pasó nada más allá.
Que se quedó caliente.
Se sentía un bobo.
Un bobo que estaba muy caliente y hasta, le dolían los huevos de la leche que tenía acumulada.
Me dio pena.
Quise que bailáramos, para que se olvidara.
Pero no quiso.
Tampoco quiso tomar un trago conmigo.
Estaba triste.
Le pregunte si quería charlar sobre el tema.
Que veamos en que había fallado.
Y nos fuimos a la misma habitación en que estuvo con ella.
Le dije que me hiciera exactamente lo mismo, a ver si yo sentía algo o no.
Nos besamos.
Nos besamos muy rico.
Estaba besando muy bien.
Había que reconocerlo.
Luego me comenzó a tocar.
Yo no se lo había permitido antes.
Y ahora tampoco.
Me dijo:
– ¿O lo analizamos bien, o no? Tú decides.
Pero para mí es importante ver en qué fallé.
Así que lo dejé tocarme un poco.
Y un poco más.
Me llevo a la ventana, y aprovechando la música, se puso atrás mío, y bailamos así.
Yo de espaldas a él.
– Arturo, ojo con las manos.
No quieras hacerme lo que me hiciste antes en el baño.
– Pero bebé, ¿no quedamos en que haga exactamente lo mismo que le hice a ella, en el mismo orden, para ver si hice algo mal?
Solita comencé a pegarme a su cuerpo.
– Sí, estamos de acuerdo.
Pero no te aproveches.
Soy tu amiga.
No una puta.
Y no quiero que me apoyes tu cosa, ni nada.
¿Estamos?
No dijo nada.
Me besó el cuello.
Me giró un poco la cabeza y beso mis labios.
– Mové el culo (me dijo).
– No me gusta ese lenguaje (le dije).
Pero igual… comencé a mover mi colita contra él.
– Yo complicándome con la flaquita histérica, cuando esta este culo que me gusta tanto.
Y me lo agarró de a poco.
Con las dos manos.
Me lo estaban amasando otra vez.
– ¡ojo chiquitín! (di un respingo al sentir el agarrón), yo no estoy “disponible” (susurré), pero el amasado me transportaba.
Una caricia nueva que definitivamente me gustaba mucho.
– ¿Qué te dije, Colo?
– .
mmm… mmmmmm… que mueva el culo… (y se lo pegué)
Me besaba el cuello, así como antes.
Y alternadamente nos besábamos apasionadamente.
Siempre yo de espaldas a él.
Yo, nuevamente, me perdí.
Que rica sensación.
Mientras me besaba el cuello, le reproché con carita de nenita enojadita, que no me había gustado que me subiera la pollera en el baño.
Que se había aprovechado de mí.
Y eso no se hace con una amiga.
– ¿ah, no? ¿No te gusto Sunny?.
Yo creo que si…
– NO…
– Pero yo vi que a Norberto también lo dejaste disfrutar de este trasero… ¿O no?
– Mmmm… si… solo un poquito… (mientras me amasaba las nalgas)
– ¿Solo un poquito?
– … mmmm… es que eso era para vos… ahhhh… pero él se equivocó y se aprovechó de eso.
– ¿ah si? ¿Qué te hizo?
– … me la empezó a hacer sentir… el muy descarado me la apuntaba a la cuquita.
– ¿O sea que la tenía parada?
– …mmmm … si… paradita… y muy, muy , muy … dura.
Me puerteo la cuquita todo el tema.
Me la empujaba… duro.
igual lo hacía rico.
Y el muy desgraciado lo hizo delante de los chicos, y puse carita de puchero.
¿Qué van a pensar de mi?
– Que caliente que estoy… ¡me encanta tu culo Sunny! (me susurraba mientras me besaba, y recorría con sus manos mi trasero)
Me murmuró luego, al oído:
– Levántame la pija con el culo, Sunny.
– … no
– Levántame la pija con este culo que tengo entre las manos, porque ahora es mío.
Todo mío.
– ¿Ah sí?
– NO.
así no… putita (¡me dijo putita!), como hicimos antes, en el baño…
Me levanté el vestidito, despacito.
No reproché nada.
Solo lo levante ante él.
Mis nalgas estaban ante él.
Mi tanga bien calado entre los cachetes.
Con la oscuridad, y la luz de la luna, debe haberse visto hermoso.
Y empecé a mover el trasero hacia atrás y para arriba.
Buscando que el amiguito se despierte.
¡Y se despertó!.
Y me dijo:
– Tal cual como antes…
Así, arqueada como me tenía, lleve mis manos para abajo y atrás.
Buscando su pantalón.
– ¿mmm… Así?
Por respuesta me dio un beso que me aflojó las piernas, la voluntad.
Todo.
La música, la penumbra… todos nuestros amigos allí, mi pololo abajo.
Esto me tenía muy caliente.
– ¿Cómo tengo los huevos?
– ¿Qué cosa? (pregunte)
– ¿Qué si tengo los huevos raros, o algo?
Ton dudas llevé mi manito dentro de su calzoncillo, y toqué por primera vez su miembro.
Duro, caliente, palpitante.
Bajé un poco más y palpé sus testículos.
– Están como duros Antonio.
Creo que están llenos.
Se ve que esa chiquilla te dejó caliente.
– No.
Ella no.
Es este culo el que me tiene caliente.
Tú me tienes caliente.
(Me gusto eso, sonreí).
Bájate el tanga, dijo…
– No, eso no.
– .
que te lo bajes (ordenó)
– … no porque después me va a querer coger.
Y eso no va a suceder.
– Mmm… bueno.
No cojamos.
Está bien.
Pero déjame hacerme una paja en tu culo.
– Ahhhh… bueno… pero no me lo metas.
¿puede ser?
– Sí, sí.
Está bien… pero ¡bájate el tanga ahora!
Y me lo bajé.
Inmediatamente empezó a moverse.
¡Que rica verga! Ni más grande o gruesa… solo diferente.
¡Que rico se sentía!
Sus gemidos, sus manos aferradas a mi culo, sus ganas de mi….
¡que placer!
En un rato, soltó un montón de lechecita calentita en mis nalgas y espalda.
Tenía mucha leche acumulada.
En todo caso fue un buen acto.
Él lo necesitaba.
Me dio vuelta y me beso.
Nos besamos.
Pero nunca perdió la erección.
Seguía muy duro.
El seguía caliente y yo… también.
– Ya que estamos en esta, vos, medio desnuda, yo con la pija mirando al techo… ¿si no vamos a coger, porque no me la chupas?
– ¡Estás loco Arturo! ¡Eso no! ¿¡Viste que no entiendes nada?!.
De eso nada
– …mmm… un mamom… una chupadita… ¿Qué te cuesta?
Ahí trató de calmarme un poco.
Me dijo algo que tenía mucho sentido.
Dijo que esto no tenía nada ver con mi relación.
Que el respetaba mucho a Joaquín.
Que me respetaba y me quería mucho, como a una amiga.
Que no quería ni meterse en el medio de mi relación ni, mucho menos, faltarme al respeto.
Que era yo quien entendía mal las cosas.
Esto es… venía siendo… y sería algo diferente a todo eso.
Él quería seguir siendo mi amigo.
Nada diferente.
Y que sin embargo, como ya habíamos tenido lo nuestro, podíamos hacer algo por el estilo, sin que nos afectara en lo más mínimo.
Siempre y cuando ni uno de los dos se permitiera confundirse.
Hacer cositas que nos gusten a ambos sin cruzar la línea.
Sus palabras me dejaron pensando.
Y algo de razón tenía.
Ya habíamos legado esto, nadie sospechaba nada.
¿Por qué no?
Me puse de rodillas… yo solita
– Así que querés que te la chupen…, bueno, yo también quiero pija… ¡vení, ponémela en la boca que te estoy esperando!
Que locura.
Que calentura.
En esa habitación a oscuras, solo iluminada por la luna, yo estaba de rodillas, sin tanga, con la falda en la cintura, el culo al aire, mirando a Arturo a los ojos, con la boca bien abierta, esperando a que me la pusiera en la boca.
En esta boquita de labios carnosos, deseada por tantos, pintadita de rojo, que solo había probado un miembro en toda su corta vida.
aguardando ese trozo venoso y duro, para ser chupado.
En cuanto me lo acercó, pude sentir el olor ácido de la eyaculada.
Repulsivo.
Yo a mi pololo se lo chupo, pero no me tomo el semen.
Y luego de que acaba, no lo vuelvo a meter en mi boca.
¡Qué asco!
Pero ahí estaba.
Esperando
Ansiosa, con la boquita bien abierta.
Dispuesta.
Él me acerco la cabeza a milímetros de mis labios.
Tomó mi cabello con decisión y aguardó unos segundos.
Quieto.
Fue entonces que pude oler su hombría.
Fuerte.
Intenso.
No era un niño.
Era olor a macho.
Olor a semen.
Por extraño que parezca ahora, respiré profundo su aroma.
Era hipnótico.
Embriagador.
No me gustaba para nada.
Pero estaba absolutamente atraída a ese aroma.
Mmmmm… olorcito a leche.
Le di un besito en la puntita.
Y otro más.
Nos miramos.
Sonrió.
Empujo con su glande.
Un poquito más.
Pasó la barrera de mis labios.
Su cabeza estaba ya en mi boca.
Ahora sentí el gusto al semen.
La verdad, no sé si por la calentura o que sería, pero ese sabor no era tan malo.
De hecho tenía deseos de limpiar ese mástil.
Y empecé a mover mi cabeza hacia delante y atrás.
El, gemía suavecito de puro placer.
Yo, con cada movimiento, me la metía un poco más.
Y un poco más.
Estaba particularmente dura.
Eso me gustó mucho, porque saber que te tienen ganas es lindo.
También la tenía caliente.
A mi pololo no se le pone así.
Que rico, un pico diferente.
Que rico.
Arturo ya no era el niño.
Era el macho que sabía lo que deseaba.
El macho que sujetaba a su hembra con firmeza marcándole el ritmo, profundidad y velocidad a la que sentía mayor placer.
Y eso, a mí, me calentaba como nunca antes.
Darle gusto a un hombre, de esa manera, era nuevo para mí.
Estaba empapada.
A veces me la sacaba de la boca y me llevaba hasta sus dos bolas peludas.
– Que duros tienes los cocos, macho mío….
Mmmm , que ricos.
– ¿Si? Es que los tengo llenos de leche para ti, hace meses que me tienes caliente.
Ese culo.
esas terribles tetas… y esa boca… ¡Que boquita! … bien de putita
¡Ese lenguaje! Inaceptable en otras circunstancias, ofensivo.
Pero ahí, arrodillada, chupando y chupando… me llevaba al cielo.
Estaba embriagada.
Tan caliente.
Tan dispuesta.
Algo diferente a lo que mi pololo me hace, en cuanto de chupar, es que Joaquín se deja chupar.
Punto.
Yo decido.
Yo hago.
En cambio, ahora, con Arturo, es él quien establece las reglas.
Con mi pololo chupar, es sinónimo de chupar la cabeza, y un poco el tronco.
Nada más.
En cambio ahora, me lleva la boca del pico a los cocos.
Me hace chupar las dos cosas.
Y del pico, con la cabeza no se conforma….
Me empezó a empujar su miembro más y más adentro.
Casi me dieron arcadas.
Pero a mí me quedó muy claro que él quiere que yo se lo chupe así.
De repente, cuando nuestras miradas se han cruzado, lo veo complacido.
Yo, con los ojos llorosos, moqueando y tirando mucha saliva por la comisura de mis labios, verlo así, me hace feliz.
– ¿Sabes una cosa Colo? Todos comentan que tienes una boca hermosa.
Esos labios tan carnosos.
Los compañeros de la Universidad.
Nuestros amigos.
Todos.
Todos se preguntan si esa boca tan linda chupará bien la pija.
Sacándomela de la boca le digo:
– ¿Y?.
¿te gusta cómo te la chupo? ¿Te gusta? ¿Hijo de puta, te gusta?
– … ahhhh que putón que saliste!!
Y se la sigo chupando.
Y chupo.
Me estoy tocando también.
NO me aguanto.
Me tengo que tocar.
Tango ganitas.
Me meto un dedito al tiempo que voy chupando.
Y le paso la lengua por todos lados.
Voy a las bolas.
Me las trago.
Me regreso al mástil de carne… y me lo meto, ahora solita, sin necesidad de su agarre.
Me sujeto firme a sus piernas, y empujo con fuerza hasta que su cabeza roza la campanita de mi garganta.
Es difícil.
Y duele un poco.
¡Mmmmmm… que rico chuparlo así!
No sé cuánto duró aquello.
Perdí la noción del tiempo.
Así como su miembro se pierde en mi boca, mis dedos se pierden en el lago de mi conchita.
De repente, sujetó nuevamente mi cabeza.
Su cuerpo se tensó.
Sus gemidos fueron de menos a más.
Yo también estaba acabando… Si no fuera por la música, se escucharían nuestros gemidos por toda la casa.
Menos mal que no.
Esto es un secreto de dos.
Y comenzó a bombear más rápido.
Más fuerte.
Cada vez, cada estocada, bien profunda en mi adolorida garganta.
Salía… y arremetía hasta el fondo.
De hecho, entraba más allá de mi campanilla.
Una y otra vez.
Ahora chocaban sus dos cocos en mi barbilla.
Cada vez.
¿Sería esto posible?, me pregunté.
Pues sí.
Allí estaban esas dos grandes bolas, pegándome una y otra vez.
Sin fallar.
Me era difícil coordinar la respiración.
Lidiaba entre estar ahogada y que entrara algo de aire.
Porque lo que más entraba era verga.
De eso si, y mucha.
– ¡Tomá! ¡Tómala toda! ¡Abrí bien y que no se pierda nada maraca hija de puta!, esas palabras yo herían ni insultaban, eran música y los más lindos piropos en mis oídos.
¡Y Zas! Un lechazo tras otro.
Y más y más leche.
Para adentro.
Para la cara.
Para el pelo.
Era mucha.
¡Donde tenía todo eso guardado! Que importa.
Lo importante es que esa lechita es por mí.
Me deseaba tanto, que sus bolas se llenaron de leche por mí.
Lo pajié hasta que no salía nada más de él.
¿se lo chupo, o no lo chupo?
Agarrando bien fuerte mi cabello, allanó todas mis dudas.
– Seguí… seguí chupando Colo….
Déjamelo bien limpio.
Traga… traga… trágatelo todo Sunny… ahhh
Y así, arrodillada, llena de leche, desnuda de la cintura para abajo, con mi amor a pocos metros, con nuestros amigos en la misma casa, yo, la más fiel polola, terminaba de dar la mejor chupada de verga que el mundo haya sabido, a uno de los mejores amigos de mi querido Joaquín.
Una experiencia maravillosa.
Maravillosa pero que no se puede volver a repetir.
Un secreto de dos.
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