Quiero mi leche…
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Ambos habíamos llegado temprano a la fábrica y nos fuimos directamente a la zona de los privados de los jefes, quienes acostumbraban llegar más tarde. Para nuestros retozos, preferíamos la oficina más grande pues allí había un sofá enorme y resistente.
—¿Te gusta que te chupe la panocha? Te pregunté para acomodar mejor mi cabeza sobre tu pierna y después de chuparte la panocha, interrumpiendo las caricias que te hacía en tu viscosa y aromática raja.
—Sí, mucho…—contestabas con una sonrisa llena de lujuria y entornando los ojos, sin dejar de acariciarme el cabello para aplacarlo un poco pues lo tenía sumamente despeinado por la fruición con la que habías presionabas mi cabeza para sentir completamente hundido mi rostro en tu pubis.
—Mañana en la mañana, te coges mucho a tu marido, antes de venir a verme, y no te limpies, quiero tenerte muy engrasadita con la leche de él para que se me resbale mejor cuando te lo meta; pero antes, es decir hoy, antes de acostarte, te bañas para que no lo hagas por la mañana; te metes a la cama y seduces a tu marido con lo que más le guste. —dije prensando tu clítoris con mis dedos, dándote jalones como si te ordeñara.
Cuando tu esposo debía trabajar en esta ciudad yo podía darme esos gustos. A ti te gustaba sobremanera que yo te chupara pues él no lo hacía. A mí me encanta mamar pepas peludas con labios y clítoris grandes. La tuya los tiene normales, pero su sabor fuerte me gusta. Mi exesposa tenía pucha peluda con labios serrados y notorio botoncito; cuando se excitaba el aroma intenso reclamaba un beso, una lamida y muchas chupadas, pero sabía mejor cuando llegaba a la casa bien cogida por su amante. Desde entonces me quedó el gusto por chupar una vagina usada varias horas antes y sin limpiar, también era un deleite que mi verga chacualeara en ella si la venida era reciente, eso quería volver a disfrutarlo, por eso te pedí que vinieras cogida.
Me viste con un poco de incredulidad y sonreíste. Levantabas las cejas mostrando asombro y preguntándote por qué quería yo que hicieras eso. Te correspondí con una sonrisa acompañada de un gesto cómplice y acentuaste la sonrisa pícaramente para afirmar con la cabeza.
—Vamos a ver qué tal sabe la leche de él —te decía, pero tu sonrisa cambió delatando que más de una vez me habías hecho chupar tu tamalito lleno de la crema conyugal.
—Quiero probarte sabiendo que vienes así… —aclaré y volviste a poner tu sonrisa cómplice, asintiendo con la cabeza nuevamente—. ¿Cuando están solos en la cama, qué le gusta más a tu marido que le hagas?
—Él es como tú: lo que más le gusta son las mamadas que le doy…
—Pues se las das, pero no dejes que se venga en tu boca, que lo haga en tu rica panochita. En la mañana te echas el mañanero para que se venga otra vez en tu vagina y lo dejas completamente exprimido. Llegas pronto a mi casa y de inmediato nos vamos a la recámara. Tan pronto como te encuere, me tomaré toda la lechita que traigas. Quiero darte la mejor chupada que alguien te haya hecho…
Seguías asombrada, pero sonreías maliciosamente.
—¿Te gusta así? —preguntaste sin salir de tu sorpresa.
—Sí, es cuando mejor sabes. Al menos eso me pareció semana pasada que, estoy casi seguro, venías recién cogida por tu esposo, pues tenías un delicioso olor que delataba haber hecho el amor momentos antes y tu panocha estaba exquisita. —contesté relamiéndome los labios y con tu rostro, sin mostrar un gesto de duda, y al no negar que así hubiera ocurrido, aceptabas tácitamente el hecho.
—¿Antes de mí, ya lo habías hecho así? –preguntaste y yo contesté afirmativamente moviendo la cabeza, ante lo cual volviste a preguntar “¿Con quién?”
—Con mi exesposa, soy divorciado. Ella ya no me amaba y seguramente también quería humillarme. Era muy puta. Cuando ella llegaba tarde por haber estado con su amante, procuraba seducirme de inmediato. Entre beso y beso me desnudaba, luego se ensartaba en mí para que mi palo saliera húmedo y reluciente y me obligaba a hacer un 69. Sus mamadas eran divinas, como las que tú das. Disfrutaba el sabor del otro en mi verga y cuando ella consideraba que mi boca y lengua ya estaban impregnadas suficientemente con el semen de su amante, me besaba apasionadamente probando otra vez lo que le habían dejado unos pocos minutos antes.
—¿Tú lo sabías? —inquiriste con asombro.
—Sí, emanaba un fuerte olor a sexo cuando llegaba a casa, sus pantaletas estaban muy mojadas y mi verga resbalaba fácilmente al penetrarla. Al hacer el 69 notaba que los vellos cercanos a la entrada de su raja estaban pringosos con el flujo de ella y el semen de su amante.
—¿Nunca le dijiste nada?
—No. Como esas veces eran las que mejor sexo me daba, llegué a acostumbrarme y francamente me gustó. Hubiéramos seguido así, pero ella no quiso.
—No te entiendo. Entonces, ¿por qué se divorciaron?
—Porque ella no quería ser discreta como se lo pedí, para que no tuviésemos dificultades con los familiares, pero ella quería andar a plena luz con su amante.
Las máquinas ya estaban trabajando y ello era aviso de que pronto llegaría el personal de la zona en que estábamos, así que nos vestimos. Salimos de esa oficina dirigiéndonos a nuestras respectivas labores. (Yo era uno de los jefes de menor rango y tú trabajabas bajo mis órdenes)
Al día siguiente, cuando entraste a las oficinas, cerré la puerta que separaba de la zona de trabajo.
—Hola. ¿Qué tal la pasaste anoche? —pregunté en clara alusión al revolcón que te habría dado tu esposo—. ¿Te cogieron?
—Sí —. Contestaste cerrando los ojos y regalándome una sonrisa, en tanto que yo con una mano te acariciaba las tetas y con la otra me ocupaba de tus nalgas.
—¿Me trajiste leche? —insistí y tú abriste los ojos para mover afirmativamente la cabeza manteniendo la sonrisa; ya querías darme mi pedido…
—Mi marido se quedó sorprendido porque cuando sentí que se venía dejé de mamársela y me monté en él, lo comencé a besar sin dejar de moverme hasta que se vino… Ya no pudo decir nada, ni protestar por no venirse en mi boca como le gusta, me dormí sobre de él y me bajé como a la media hora.
—¿Y en la mañana, qué pasó?
—Encuerada, me levanté temprano, me puse sólo una bata encima y me la amarré bien, levanté a mis hijos para que se arreglaran y me fui a hacerles el desayuno. Cuando estuvieron listos, les serví y los dejé en la mesa “no quiero gritos ni interrupciones porque su papá está durmiendo”, les dije y me fui a la recámara. Mi marido seguía durmiendo. Me encueré otra vez, le tomé la verga y me la metí a la boca, cuando se le paró lo monté para darle los buenos días; no aguantó mucho, de inmediato se giró para que yo quedara abajo y se movió hasta que se vino. Le hice perrito varias veces para exprimirlo y le dije que ya se nos estaba haciendo tarde, que él tenía que traerme. Se lavó y nos vestimos. Cuando él llegó a la mesa le serví y comimos rápido. Llevamos a los niños a la escuela y me trajo aquí antes de irse a su trabajo.
—Vamos pronto al privado del jefe, antes de que se te escurra toda la leche en las pantaletas. —te ordené después de que te quité el saco.
Ibas delante de mí y yo te arreaba disfrutando del rico trasero que nos gusta tanto a tu esposo y a mí. Tú sonreías alegremente moviendo la melena a cada palmada que recibías en las nalgas y te desabotonabas la blusa. Antes de llegar al privado ya traías también el brassier en las manos y el botón del pantalón fuera del ojal. Yo tampoco traía ya la camisa puesta. Cerré la segunda puerta sin dejar de darte besos y bajé el cierre del entallado pantalón que resaltaba tus nalgas y piernas. Cuando te dejé con las prendas abajo, acerqué mi cara a tu vagina de olor penetrante. En pocos segundos estábamos desnudos y nuestras ropas alternadamente puestas sobre un sillón. Regresé mi cara cerca de tu olorosa mata para aspirar el aroma del amor que horas antes habías gozado. Con mis manos abrí tus pegajosos labios y mi lengua entró en tu vulva, levantaste la pierna izquierda colocándola sobre el sofá para que mi lengua entrara sin problemas y me puse a lamer tu pepa. Chupé y chupé hasta hacerte gemir. No pudiste sostenerte en pie y caíste en el sofá. Te acostaste abriendo las piernas
—¡Mama mi Nene! ¡Tómate toda la leche que te trajo mami! —exclamabas frenética tomando mi cabeza con ambas manos y yo abrevaba del néctar salado cuyo volumen aumentaba con el flujo que tu lujuria desencadenaba. —¿Te gusta lo que te traje, mi Nene? —me preguntaste abriendo completamente las piernas para que mi lengua entrara sin dificultad y saboreara lo más que pudiera de tu cavidad húmeda. Mi respuesta eran más lengüeteos que hacían cerrar tus ojos y gritar: —¿Te gusta la lechita que mami le sacó a papi? Lo exprimí mucho pensando en las mamadas que me das. ¡Mama, Nene, mama!
Con más expresiones similares me motivaste a seguir chupándote el oloroso sexo, revolviéndome el pelo, viniéndote una y otra vez, gritando “Mama, mama, Nene!” en cada orgasmo que llegaba
—¡Mama, mi Nene, mama! ¡Trágate toda la lechita que te trajo mami ordeñando al cornudo de papi! ¡Lo haces riquísimo, lámeme los labios, chúpame el clítoris, hazme venir muchas más veces así, mi Nene! —decías, hasta que, abriendo los brazos en cruz, te quedaste quieta.
—¡La leche está riquísima mamita, tu marido da mucha leche y tú lo sabes exprimir muy bien!
—¡Nunca te va a faltar lechita para que mames así de rico, Nene! Voy a cogerme diario a papi para traerte mucha todos los días!
—Me gusta este botoncito todo rojo de tanta fricción del palo de tu esposo y de mi lengua —te dije antes de succionarte el clítoris.
—¡Qué rico chupas, Nene, me haces venir otra vez más, sigue mamón, sigue! —me pedías a gritos y en cada grito, con espasmos y temblor de los cuatro labios, llegaba una nueva oleada de flujo tibio cuya viscosidad y sabor disfrutaba metiendo más mi lengua en tu raja.
—¡Ahh, ahh, ahh…! ¡Más adentro, Nene, más…! ¡Ahh, ahh, ahh…!
No sé cuántas veces te viniste, pero exhausta y entre resuellos alcanzaste a decirme “Ya no, Nene, déjame descansar…” antes de quedarte inmóvil. Dejé de chuparte y te abracé de las nalgas descansando mi rostro en tu panza y aspirando el aroma de tu sudor y tus venidas.
Al poco rato, cuando ya estabas sosegada, me mamaste un poco la verga y te la metiste cuando se puso completamente dura. “¡Qué rica verga!”, gritabas mientras cabalgabas, y yo imaginaba que esa era la escena que habías tenido en la noche con tu marido. Nos venimos juntos y te desplomaste sobre mí.
—Ya fue mucho por ahora. —Dijiste dándome un beso y empezaste a vestirte.
Sí, en menos de doce horas te habías venido muchas veces.
—¿Te gustó, mi Nene? —preguntaste con alegría.
—Sí. ¿Cuándo me vas a traer más lechita?
—Cuando me lo pidas, me pongo muy caliente cuando cojo con mi marido al pensar en lo que me harás tú.
—¿Te gusta coger con él?
—Sí, pero ayer a él le gustó más por lo excitada que yo estaba imaginando tus chupadas. Claro que mi esposo no supo por qué me ponía tan caliente cada vez que él se venía.
—El lunes también quiero mamarte la panocha, así: cogida. A ver cómo le haces para no limpiarte la pucha el sábado ni el domingo ni el lunes en la mañana. Creo que estará bien que el viernes en la noche te bañes antes de acostarte. Coge lo más que puedas el fin de semana.
—¡No! ¿Cómo voy a estar sin bañarme dos días?
—Yo te baño el lunes, después de coger…
—¡Qué loco! —dijiste riendo—. Pero me gusta la idea… no me refiero a que me bañes, que también será agradable, sino a lo de no limpiarme la panocha ni bañarme.
Nos vestimos, prendimos el extractor de aire, salimos de la oficina y cada quien se retiró a su sitio de trabajo.
El lunes, nomás llegaste y te quité el saco antes de besarte, pero buscaste mis labios porque te urgía darme un beso, después seguí con la blusa y el brasier; Me adueñé de tus axilas para besarlas y aspirar su aroma, delataban claramente que habías seguido mis instrucciones. Por fin, lograste besarme y supe que acababas de mamar verga pues el sabor a semen estaba presente en ella.
—¡Qué rico beso…! —exclamé al terminar, seguías acariciándome la cara.
—Ja, ja, ja. Vengo supercogida y sin bañar, Nene… —Me dijiste un poco avergonzada y yo metí mi cara bajo tus brazos para aspirar el aroma de tus axilas.
—¿Supercogida? ¿Cómo le hiciste?
—Se fue desde el viernes a festejar algo con sus amigos y regresó el sábado en la madrugada bien borracho, pero con muchas ganas de coger, pues cuando toma coge mucho. Me lo cogí desde que llegó hasta que el sueño me venció.
—¿Él tenía ganas, pero tú te lo cogiste?
—Sí, borracho sólo aguanta un palo y quiere dormirse al terminar, aunque pronto se le vuelve a parar y quiere coger otra vez. A mí me da coraje que tome, aunque es cuando más veces me coge, así que le dije que su borrachera la tenía que pagar con leche, ¡con mucha leche! El se rió y me cogió hasta venirse mucho. Después quería dormir pero se la mamé hasta que se le volvió a parar. Quería venirse en mi boca pero no lo dejé, le dije “la quiero toda adentro, hasta escurrir” y me monté dejándole la vista de mis nalgas que le gustan mucho. “¡Mamita, estas muy buena!”, gritaba en cada venida. Yo le contestaba “¡Anda, papi, dame tu leche que la necesito en mi tamal, quiero que lo dejes lleno!” y me imaginaba a tu lengua… —me confesaste dándome un beso más en el que me chupaste la lengua como final.
—Mmmh, tu boca sabe a esperma fresco… ¡No es del sábado!
—Claro que no, Nene, es de ahorita. Déjame seguir contándote. —dijiste mientras dejabas que te empezara a quitar la falda.
—Sigue, que ya me la paraste mucho. —te expresé, tomando tu mano para ponerla en el bulto que se me había hecho en mi pantalón, el cual acariciaste mientras te volvía a besar paseando mi lengua en lo que alcanzaba del interior de tu boca.
—Se despertó como a las ocho, por el ruido que hacían los niños al jugar en su cuarto. Yo me iba a levantar para callarlos, pero me detuvo y se subió en mí, poniendo su verga entre mis tetas se movió un poco y ¡eyaculó en ellas!, fue poco, pues ya se había venido mucho y, mientras él se la estiraba desde atrás exprimiéndola para que saliera todo, me extendía su semen en las chiches. “Querías leche, mami, tómala” me decía y jugaba besando mis pezones con su glande y cubriéndolo con el prepucio. Después se hizo para adelante para que le sacara las últimas gotas y se lo limpiara con la boca, estaba muy rico, me hubiera gustado darte un beso en ese momento. Yo terminé de extenderme su esperma en las tetas hasta que se puso espumoso y se secó. Así que hoy también tienes que mamar tetas con crema, mi Nene…
—¡Qué ricas han de estar!
—Pues quién sabe, como pronto se secó y con tanto fragor del domingo, casi todo se cayó como si me despellejara. —y sacudiste la parte de arriba de tu pecho.
—¡Deja, yo te lo quito…! — te detuve la mano y me puse a lamerte los senos. Tú, cerraste los ojos para disfrutarlo y tus manos empezaron a desatarme el cinturón—. ¿A qué hora se levantaron?
—Yo, después de que se me secó lo de las chiches, y él como a las doce para desayunar unos chilaquiles que le hice, ¡se los merecía! En la noche, nos acostamos temprano, como a las nueve. Le pedí que me mamara la panocha y, como siempre, se negó diciendo que no le gustaba el sabor. De inmediato pensé en ti que sí te encanta mamármela y pensé: “si mi marido no quiere chupármela, que pague con leche para que me la chupen”. Estuvimos más de media hora acariciándonos y besándonos, pero a él no se le paraba. Le reclamé “me tienes que dar más, todavía no me llenas el tamal”, así que le volví a mamar la verga para ponérsela tiesa, me volví a ensartar dándole la espalda, “¡leche, quiero leche”!, gritaba yo y él, con sus manos en mi cintura, me pedía que me callara porque iba a despertar a los niños.
Me callé, pero pensé en tus mamadas y me moví más rápido hasta que sentí calientito en la vagina y sus manos me apretaron la cintura y las nalgas. ¡Quedamos rendidos!, y despertamos hasta que el reloj sonó! Me levanté, arreglé a mis hijos, los llevé a la escuela, llegamos muy temprano y me regresé pronto a casa. Mi esposo seguía dormido. “¿No vas a levantarte?”, le pregunté. “No, hoy no voy a trabajar, ya hablé con mi jefe y le dije que me siento mal. Ven, quiero que me la mames para que te tragues la leche que querías”. Me contestó, jalándome para que cayera en la cama. “No, yo sí tengo que ir a trabajar”, le contesté tratando de zafarme, pero se subió en mí, me hizo el calzón a un lado y me la metió. “¡No!”, le decía yo, pero sí quería ordeñarlo otra vez, y volví a pensar en tus chupadas… ¡Tan ricas mamadas que me das, Nene! Y lo abracé fuerte dándole un beso como los que me haz enseñado a dar y se vino, pero no lo solté hasta estar segura que mi perrito le había sacado lo que faltaba. Él se bajó de mí, me arreglé la falda y le dije que ya me iba.
“Dame otro beso”, me pidió, pero se agarró la verga para ofrecérmela. Le chupé los huevos y luego me metí en la boca el palo que le crecía rápido, le exprimí el tronco para que salieran unas tres gotas que quedaban allí y me salí corriendo. “¡Se me va a hacer tarde por tu culpa, voy a tener que tomar taxi!” le grité desde la sala. “Ven”, me pedía a gritos con la verga bien parada y encuerado me alcanzó en la puerta, me hizo que me hincara para mamársela otra vez y se vino en mi boca. Apenas me soltó, me salí corriendo, sin tragarme todo lo que me dejó. Tomé un taxi, y sin articular bien las palabras, porque no quería tragarme lo poco que me quedaba de semen, le dije al conductor a dónde iba. Llegué y te di lo que probaste. Todavía siento el sabor de mi marido, ¿te gustó?
—Me gusta que seas así de… caliente. —dije omitiendo la palabra “puta”, porque no te gusta que me dirija así a ti.
Desde que te bajé los calzones pude aspirar el penetrante aroma a puta que traías. No cabía duda que estabas recién cogida. Los vellos del triángulo estaban pegados y los labios interiores muy mojados. Aspiré hasta enervarme con el aroma. Acerqué más mi rostro y metí la nariz en tu raja húmeda y viscosa. Saqué la lengua y comencé a disfrutar el sabor a puta cogida que te caracteriza por coger al menos dos veces al día (cuando está tu marido, de lo contrario sólo una si vienes al trabajo) y fermentar rápidamente el semen.
—¡Mámame mucho el tamalito lleno de la leche que me hiciste ordeñarle a mi marido! ¡Mama, Nene, mama! ¡Toma la lechita de papi, mi Nene, está muy rica, mámame! —gritabas y yo me extasiaba con tus labios hinchados y duros de tanto coger. Doquiera que lamía surgía el sabor a semen, los vellos te quedaron pringosos y, tomándome de la cabeza, tallaste mi cara en ellos. Abriste las piernas todo lo que podías y mi lengua entraba para saborear cada venida que tenías. Mientras más tragaba, más caliente te ponías y seguías incrustando mi cara en tu vagina.
—¡Estás muy cogida, mamita rica! —te contestaba entre una mamada y otra y me prendí como becerrito a tu clítoris.
—¡Sigue mi Nene, no me lo sueltes que así me haces venir muchísimo! ¡Mama, mama…! Me gusta coger con mi marido, pero estas mamadas no tienen par, ¡chúpame, chúpameeee…! ¡Así…! —gritaste ahogada, apretaste más mi cara contra ti y luego disminuiste la presión. Tu orgasmo máximo había llegado y lamí lentamente los vellos de tu raja, las ingles y todo lo que olía a puta, mientras tú acariciabas mi pelo…
Te dejé descansar un rato, antes de ponerme en posición del 69 para que me mamaras la verga sin que yo descuidara el trabajo que te gustaba que hiciera. Mordí con suavidad el clítoris, lo chupé y, sin soltarlo, retiré mi cara hasta que se escuchó ruido cuando se llenó en mi boca el vacío que se produjo al soltarse el botón de mis labios. Vi en tu rostro una mueca de sonrisa y me subí en tu cuerpo hundiendo de un solo golpe mi erecto mástil en tu vagina. Seguiste con los ojos cerrados y tu sonrisa se hizo más pronunciada. Me empecé a mover, besando tu cuello y lamiendo el pabellón de tu oreja. Seguías inerte y feliz.
—Vente, Nene, vente mucho… —musitaste. Y yo al poco tiempo te inundé, quedando también quieto sobre ti.
—¿Te gustó la mamada, putita? —pregunté repuesto de mi agitada respiración, antes de lamer la comisura de tus labios.
—Sí, pero no me digas así, yo sólo lo hago con mi marido… y contigo.
—Perdona, dije, pero me gusta que te guste lo que te hago.
—Sí me gusta, pero ya no me digas así porque me siento mal.
Era evidente que la palabra te recordaba la infidelidad con la que le respondías a tu cónyuge.
—Dime, ¿alguna vez te habían chupado tan rico?
—No.
—¿Cómo te mama el tamalito tu marido?
—Ya te he dicho que él no me chupa. Se lo he pedido muchas veces y le reclamo porque yo sí le mamo la verga hasta que se viene en mi boca y el nada de nada…
—¿Y por qué no quiere?
—Porque dice que no le gusta cómo sabe.
—Pero hueles y sabes muy rico, como si a toda hora estuvieras cogiendo, tu panocha huele y sabe a… cogida. —dije modificando en mi mente la palabra “puta” sin soltarla—. Tu olor y tu sabor son de amor a toda hora. ¿Cuánto te coge?
—Me coge mucho, cada vez que podemos cuando él no sale a trabajar afuera. A veces hasta tres veces al día. Claro, le chupo los huevos y la verga, y casi de inmediato se le para. Pero cuando no está, todos los días me la paso masturbándome.
—Pues aquí estoy yo. —dije dándote unas leves embestidas con la verga que no la había sacado aún y ya se me estaba parando otra vez.
—Sí, esa fue la razón por la que me convenciste. A la primera caricia que me diste me puse caliente porque ya llevaba dos semanas sin mi marido. Por eso no resistí y te besé para que entendieras lo que necesitaba… —dijiste terminando en un beso que entrelazó nuestras lenguas.
—Seguí besándote y me volví a mover haciendo que soltaras un grito de placer cuando tuviste un orgasmo más.
Me separé de ti para acomodarme en un 69, el cual de inmediato aceptaste y te pusiste a mamar con tranquilidad, en tanto que yo ahora limpiaba mi propio semen de tu vagina. ¡Bendito “San Lunes”! pensé, pues ese día disponemos más tiempo para nuestros juegos antes de que lleguen los jefes.
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