Rosy cada vez mas putita
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Un día llegué a su casa sin avisar, ella estaba muy ocupada y se puso nerviosa.
Quería coger con ella, pero parecía que a ella le daba miedo por estar en su casa.
Me dijo si quieres te la jalo un ratito.
La comencé a besar y cachondear y casi la tenía desnuda.
Con toda la calma del mundo y una gran sonrisa le di un bofetón.
No demasiado fuerte, aunque sí sonoro.
Lo justo para empezar con la humillación.
Se puso a gritar como una loca y empecé a lamer sus tetas y mordisquear sus pezones.
Lamí su vagina depilada, parece que la nena es más puta de lo que quería reconocer.
– Es por higiene – aclaró.
¿Cuántas vergas te has metido ya por ahí eh?
– Putita, arrodíllate, me apetece verte así delante de mi pene – dije, empujando sus hombros.
– Ahora contéstame y dime a cuantos tipos te has tirado.
Y no me digas que ninguno, que sé de sobra que como buena puta sabes hacer más de una cosa a la vez.
– No lo sé, algunos han sido rollos de una noche, tendría que ponerme a pensar.
– Ah, mira, no sabes cuántos tipos se la han tirado – dije entre risas – ¿diez, veinte? ¿Cincuenta, cien, doscientos? – estas últimas preguntas.
–pues entre diez y veinte.
– ¿Y a cuántos pendejitos de esos les has mamado la verga?
– Sólo a mi esposo, y una vez muy poco rato, no me gusta hacerlo.
Dejó de masturbarme y me miró a los ojos.
– ¡Vamos, túmbate en el suelo!
Abrí sus piernas todo lo que pude, acerqué la boca a esa puchita que me volvía loco y empecé a comérmela.
A los pocos minutos gemía como loca, cachonda pérdida.
– Sigue, sigue, estoy a punto de venirme.
Paré de golpe.
– Vamos, zorra nalgona, ven– Me agarré la verga mientras la veía andar hacia mí, , su cara roja por la vergüenza y la humillación, y jadeando, por el esfuerzo y lo cachonda que estaba.
Cuando ya le faltaba poquito la agarré del pelo y la arrastré hasta mí.
– Muy bien, guapa, entonces dime, ¿quieres disfrutar? ¿Estás cachondita?
– Sí, bueno, un poco…
– Un poco no, puerca, estás caliente como una perra en celo.
Dilo.
– Estoy caliente como una perra en celo.
– Si me satisfaces, tal vez te corras.
Si no, no sólo no te correrás y, encima, te voy a tener horas aquí.
Tú eliges.
– Está bien, lo haré, pero por favor, deja que me corra.
– Luego.
Ahora, ¿no tenías nada que decirme?
Cerró los ojos, muerta de vergüenza, y dijo:
– Por favor, chuparte la verga.
– Pues no me haré de rogar, zorrita.
La agarré del pelo y empecé a penetrar mi pene en su boca.
Poco a poco la metí, ordenando que abriese más y más la boca, puesto que, aunque no muy larga.
Al llegar a su campanilla y notar varias arcadas, intentó sacársela, pero me esperé un poquito y, además, solté una de las manos de su pelo y le tapé la nariz.
Sólo le saqué la verga cuando le caían un par de lágrimas por las mejillas, del esfuerzo.
Pensé que iba a soltarme toda una bola de insultos, pero no.
No dijo nada, así que aproveché para humillarla un poco más.
– Al cornudo no se la mamaste así, ¿no?
– No, solo se la lamí un poco.
Dime, ¿te corres sólo con penetración o tienes que sobarte el coño?
– Casi, pero no, necesito tocarme un poco el clítoris.
– Genial.
Siéntate en mi verga, déjate caer.
La muy puta no se hizo de rogar.
Así sentado como estaba yo, se puso de pie, aún con las manos a la espalda, me rodeó con las piernas, y se empaló con mi verga de un solo golpe.
– ¡Hija de puta, qué panochita más abierta tienes! – Exclamé – ¡cabalga, zorra, cabalga!
Botaba arriba y abajo, gimiendo con fuerza, y yo retorcía sus pezones.
– ¿Te gusta, puta?
– ¡Muchooooo! ¡Muerde mis pezones, por favor! ¡Ayyy,ay,ay!
– Estás hecha una zorrita de lujo.
Cuanto más se los retorcía y mordía más gemía ella, pidiéndome más, empalándose con furia mi palo en las entrañas.
De pronto un sonido nos sobresaltó.
– Es mi celular, pero da igual, déjalo sonar… aaaaaaaaaahhhhhhhhhhhh, ayyyyy.
Siguió moviéndose.
La muy puta contraía los músculos de la vagina aprisionándome el palo y estaba a punto de correrme.
– Baja, puta, que no quiero correrme y menos en tu pucha, ¿o quieres que te deje embarazada?
– No… Claro que no… – decía jadeando.
Desaté sus manos.
– Ve a coger tu celular, a ver quién llamaba.
Aunque intuía la respuesta, mi mente calenturienta se alegró cuando dijo:
– Era mi esposo.
– ¿Perdón? ¿Qué era quién?
– Mi novio.
– ¿Qué? – para que reaccionara le di un sonoro azote en el culo, y me miró avergonzada.
– Perdón.
Era el cornudo.
Luego le llamo.
– No, perra, le llamas ahora.
– Bueno, está bien, intentaré que sea rápido…
– De eso nada.
Ponte a cuatro patas aquí, marca su número y pon el altavoz.
– No, por favor, no me hagas esto.
– ¡Que lo hagas,!
Y, sorprendentemente, lo hizo.
Antes de que diera señal, pese a sus débiles protestas, empecé a meterle la verga otra vez en el coño.
– ¡Hola! – saludó él alegremente, y justo entonces embestí hasta los huevos
Ella ahogó un jadeo y tardó un par de segundos en reaccionar.
– Hola cariño, perdona, no he oído tu llamada.
– No pasa nada, ¿estás en casa?
– Eh… si – decía ella, que entre que tenía que inventar una excusa y estaba siendo empalada le costaba pensar
– Ah, yo estoy algo ocupado, pero era para vernos en un ratito.
¿No podrías, en una hora o así?
– Uf, no sé, estoy cansada – dijo.
Le di un pellizco en el culo y susurré, muy, muy bajito.
– Queda con él, perra.
Antes de que el pendejo pudiera contestar, Rosy rectificó.
– Pero bueno, claro que sí, un rato.
¿En una hora y media?
– Bueno, paso a buscarte.
¿Estás bien? Parece como si acabaras de correr la maratón.
Tuve que esforzarme en no reír.
Si él supiera…
– Claro que sí, cansada, pero nada más.
En un rato nos vemos.
– Un besito.
Ella colgó a tiempo, justo antes de dar un gemido tremendo por una de mis embestidas.
Llevó una mano a su clítoris.
– De eso nada, puta, no te sobes.
-Pero me quiero correr.
-Yo me encargo amor.
Empecé a embestirla con mayor fuerza, mientras ella gemía y retozaba de placer.
Enseguida me incorpore sin sacársela y la cargue en mis brazos, ella me aprisiono con sus piernas enganchándose a mí.
Estuvimos con el mete y saca por un buen rato de esa forma.
Podía sentir como sus jugos se resbalaban entre sus piernas, se sentía delicioso.
Eso me éxito mas y la recosté sobre el banco.
-Ahora preciosa, vas a saber lo que es el placer.
Comencé a comerle la puchita, mmm que delicia que era, toda mojadita y con ese sabor tan característico de su puchita.
-Ayyyyy si, sigue, por favor mas masssssss.
Ya no gemía, me lo gritaba, era tanto su placer que se corrió la muy guarra en mi cara.
Yo seguía con mi tarea y me tome todos sus jugos.
-ay sigue papi, quiero que me cojas de nuevo.
Me coloque encima de ella y comencé a cogérmela de manera brutal, mientras yo se la metía como una bestia salvaje, ella me pedía mas y mas.
Me ponía más y más cachondo con cada uno de sus gemidos.
Le mordía sus pezones y se los pellizcaba.
-Dame mas, masssssss, me corro, Ayyyyy.
-¿quieres mas perrita?, te voy a partir en dos putilla.
-siiiiiii, hazlo, párteme, dame tu lechita.
No pude resistirme y empecé a retorcer sus pezones.
Eso fue el detonante.
Al minuto, gritó:
– ¡¡Me corrooooooooooooooo!! ¡¡Ahhh si, me corro, sí, sí, síííííííí!!
Impresionante.
Esa chica era una viciosa de cuidado, pensé.
Le estaba dando tales embestidas a la muy zorra, que me dejaba alucinado.
-ahh ¿quieres leche nena? ¿La quieres?
-si, dámela, lléname de tu lechita.
La quiero sentir en mi pucha.
Eso me puso a mil e inmediatamente me corrí dentro de ella.
Le descargue todo mi semen dentro de su vaginita.
Fue algo asombroso.
No paso mucho tiempo antes de que me pusiera en pie.
– ¿Y tu ropa? – pregunté mientras ella descansaba de su orgasmo, jadeando – lame tus fluidos de zorra del banco, lo quiero limpio.
No me des más trabajo del que ya tengo.
Señaló una percha y empezó a lamer.
Cogí el tanga, lo hice una bola y lo inserté en su coño.
Cuando estuvo bien empapado lo saqué y me lo guardé, a la vez que le tiraba el bra, el uniforme y los calcetines.
– Esto me lo quedo de recuerdo – dije.
Tampoco era mucha ropa que ponerse: el sujetador, el típico polo blanco, faldita escocesa, calcetines y zapatos.
–– Me voy, puta.
¿Cuándo vuelves al gimnasio?
– El jueves.
– Pues en un par de días nos volvemos a ver, si quiero algo de ti ya tendrás noticias mías.
– Vale.
Hasta el jueves.
– Adiós.
Dale un besito al cornudo de mi parte…¡Qué ganas de que llegase el jueves!
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