Se dio de casualidad
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Vivo en un pueblo cerca de Talavera de la Reina, en España.
Soy uruguayo, soltero, 35 años y trabajo en el Ayuntamiento del pueblo.
Somos pocos los que tenemos contrato indefinido, los demás son temporales.
Donde vivo hay una pequeña comunidad marroquí, con sus típicas vestimentas, si bien hablan español, siempre las escucho hablando su idioma.
Yo siempre pensé que la mujer marroquí por sus costumbres no salen a trabajar fuera de sus casas, y que como mujer en sí, son muy reprimidas.
Por lo que se escucha en las noticias, están gobernadas por sus maridos.
Siempre me llamaron la atención, son mujeres muy atractivas, y algunas tienen unos maridos, que habría que ver cuál es la razón para que estén casados con ellos, porque son realmente feos de verdad.
Yo estoy a cargo del mantenimiento de la estación del tren, aunque casi no pasan y está siempre cerrada.
Mantener corto el césped, del otro lado de las vías hay como un barranco pequeño y mucha maleza, árboles, y todo eso siempre debe estar prolijo.
Una mañana llegó y estaba mi encargado con una chica, gordita, de unos 28 años, no pasaba el metro sesenta, buenas temas y buena cola, eso sí que me fijé.
«Buen día Fidel, ella es Ahia y va a ser tú compañera», me dijo y se fue.
Empezamos a trabajar y a las diez paramos para el bocadillo y nos pusimos a hablar.
Ahí me enteré que era musulmana, que estaba casada y tenía dos hijos.
Muy trabajadora la chica.
Así pasamos los días y nos íbamos conociendo cada vez más.
Yo quería preguntarle muchas cosas sobre su cultura, como eran ellas como mujer, pero no me animaba.
Yo la miraba trabajar y cuando se agachaba a recoger las cosas, veía como le resaltaba la cola.
«Cogerán por el culo estas moras también», me preguntaba.
Un día empezó a llover como a las nueve de la mañana, y corrimos a refugiarnos en un galpón abandonado al costado de las vías, pero Ahia resbaló y se torció un tobillo.
La ayudé a llegar, le saqué la zapatilla y el calcetín, y le hice unos masajes en el pie, que dicho sea, tiene unos pies muy bonitos.
Estábamos sentados en el suelo y ella tenía su pierna sobre mí, y yo le daba masajes.
Cada vez llovía más fuerte y me llama mi encargado, le dije donde estábamos guarecidos y me dijo que nos quedemos ahí.
Con Ahia nos pusimos a conversar, y hablamos de todo un poco.
Yo seguía masajeando su pie, hasta que me dice que quería hacer pis.
El galpón es grande, pero no había nada donde ella ponerse para que no la vea.
Le dije que ya salía fuera así ella hacía pis tranquila.
Me dijo que no, que me iba a mojar todo, que si yo le prometía no mirar, ella hacía pis.
Medio que le calce la zapatilla, la ayudé a ir unos metros más de donde estábamos sentados y la escucho como hacía pis, y creo que por el ruido de la lluvia, pensó que no escucharía el pedo que se tiro.
Yo me moría por darme la vuelta y mirarla.
Cuando la ayudo a volver a donde estábamos sentados, veo el charco espumoso de su pis.
Seguíamos hablando, ella volvió a poner su pierna sobre mí y seguí masajeando su pie.
Me contaba como era su marido con ella, que es muy machista, que varias veces le a pegado.
«Y en la cama, como te trata?», le pregunté sin poder aguantarme más.
Que era ella la que prácticamente tenía que hacer todo, que él sólo disfrutaba de lo que hacían y que la mayoría de las veces, ella quedaba mal, que no llegaba al orgasmo.
«Que injusticia vos desnuda devez estar divina, para besarte de los pies a la cabeza», le dije acariciando su pie.
«Hay que cosas dices Fidel», me dijo riendo.
Yo sin decirle nada, le levanté el pie y empecé a pasar mi lengua por entre sus dedos escuchando una fuerte exclamación.
«Que haces?», me dijo sorprendida, «dame tu otro pie», le pedí, pasando mi lengua por todo el pie que se había torcido.
«Que dices?, esta todo sudado», dijo con cara de asombro, «que me importa, si me dejas te lambo toda así como estás», le dije intentando besar su boca.
«Pero que haces?, estás loco», dijo evitando que la bese.
«Quiero que sepas lo que es estar con un hombre que te haga disfrutar», decía buscando su boca con la mía.
«Estas loco, si le falto a mi marido y se entera, es capaz de matarme», me dijo apartandome con sus brazos.
«Nadie se va a enterar, esto es entre vos y yo», le dije insistiendo, hasta que nos caímos y Ahia quedó casi debajo mío.
La miré y le besé la boca, la empecé a acariciar por encima de la ropa, sus tetas, bajaba la mano y la pasaba por su concha.
«Estas loco, tú estás loco», me decía intentando forcejear conmigo, pero no con tanta fuerza como al principio.
Ya no reuía mis besos, le metí la mano dentro del pantalón que tenía puesto y le acariciaba la concha sin un solo bello.
Afuera llovía torrencial.
Yo la quería desnudar pero Ahía no me dejaba, «espera, espera, este no es lugar para hacerlo», me dijo.
Yo no sé esa mujer si tenía agua en las venas, le había metido el dedo en la cancha y estaba empapada y me decía que no era lugar para coger.
«Pero no me vas a dejar así», le dije sacando mi pija que estaba dura.
«Yo te voy a aliviar», me dijo agarrando mi pija y la empezó a chupar.
Madre mía, que arte que tiene la mora chupando pija.
Me hizo arrecostar contra la pared, se bajó el pantalón dejando que le vea su hermosa cola, se pasa saliva por el ano con sus dedos y con una mano se abre una nalga y con la otra apoya mi pija contra su ojete.
«Empuja», me dice la mora.
Yo empuje y ella trajo su cuerpo para atrás y la pija le entró toda en la cola.
«Ahora así te tranquilizas y cuando pueda voy a tú casa y me haces todo lo que me quieras hacer», dijo Ahia abriendo la otra nalga dejando que le coja la cola.
«Y te venís con la ropa de tú país», le dije, metiendo y sacando mi pija de su ojete.
«Con lo que tú quieras, pero date prisa que nos tenemos que ir», me dijo dejando que le coja la cola.
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