Sexo en la Disco
Rozaba mis melones al ritmo de la música, mis labios entre abiertos gritaban ¡Fóllame! .
Pedí a gritos su verga dura y caliente dentro de mí. Deseaba tocarla, sentirla, chuparla. Sentí que la metió fuerte y suave a la vez; rápido y despacio; con rabia y a la vez con pasión. Sin vergüenza, sin temor a las miradas, sin ningún tipo de miedo ni pensamientos de arrepentimiento.
Por un intante pensé en Juan. El tiempo suficiente para hacerme desviar de mi fantasía sexual. Fantasía que pedía a gritos hacer realidad. No me sentí culpable. Quería experimentar algo nuevo.
El sitio era perfecto. Oscuridad y mucha gente y ningún conocido, lo que nos permitía acercar cada vez más nuestros cuerpos sin necesidad de disimular. Disfruté sintiendo el roce de su miembro viril en mi culo, por encima de mi vestido, al ritmo de la música. Di media vuela, agarré su pepinazo con fuerza y deseo mientras rodeaba su cuello con mi mano libre. Me acerqué a su oido y le susurré que en un minuto volvía.
Fui de prisa al baño. La prisa que me permitió la cantidad de gente. Sentí como alguien llevaba la mano a mi culo de manera atrevida y sensual a la vez. Mi chocho estaba mojado de deseo, así que aquella actitud no me incomodó. Juan no me tocaba desde hacía más de 3 meses y sentirme tocada por dos hombres en una misma noche, era un verdadero placer. Me giré, lo miré y notó en mi rostro el deseo a flor de piel. Mordí mi labio suavemente mientras vi que me seguía.
Me empujó suavemente contra la pared, puso sus manos sobre mi cuello mientras me miraba fijamente y poco a poco fue bajándolas hasta encontrarse con mis pezones firmes y duros. Rápidamente se dio cuenta de la ausencia de sujetador.
Interrumpí su actuar sin ninguna delicadeza, me levanté un poco el vestido, me quité mi tanguita, y de nuevo bajé mi vestido. Me acerqué a sus labios con la intención de besarlo, pero solo le dije – otra vez sera-. Le entregué mi tanguita y marché en busca de mi macho alfa, quien de seguro me esperaba ardiente de deseo.
Ahí estaba. Su mirada clavada en la mía mietras me acercaba. Me agarró de la mano y me haló hacia él. Rodeó mi cintura y empezamos a bailar nuevamente. Sus manos subían despacito por mi espalda hasta llegar a mi cuello. Sus dedos se empezaron a enlazar entre mi cabello suelto y me empezó a besar sin pausa, pero sin prisa. Bajó sus manos hasta mi cintura, me elevó un poco y me sentó sobre un banco de la disco.
¡Dios! ¡La altura era perfecta!
Abrí mis piernas, sugiriendo que podía ser dueño de mi sexo, de mi cuerpo, de mi humedad, de mi deseo.
Las paredes de mi vagina eran una mezcla de sensaciones prohibidas pero apetecidas. Tocaba mi clitoris sin brusquedad, en el punto perfecto en que todo mi placer explotaba. Sabía donde tocar y eso me gustaba aún más.
Bajé la cremallera de su pantalón mientras empecé a besar su cuello. Aproveché para echar un vistazo a nuestro alrededor, porque tuve la sensación de que todo el mundo nos observaba. Todos bailaban, reían, hablaban ensimismados, menos una persona. El chico del baño. Cuando lo miré, bajó su mano hasta su polla y se mordió el labio. Se acercó y mi corazón se aceleró. Me entregó un papel y se marchó. Lo metí dentro de mi zapato sin que se notara la interrupción, cerré mis ojos y seguí disfrutando de aquel paraiso terrenal y pecaminoso de pensamientos, deseos y acciones.
¡Oh, Dios! Amé su polla suave, grande y dura en mi mano. Llevé una de mis manos a su boca mientras con la otra subía y bajaba suavemente, recorriendo todo su pollazo tierno. Él dejó de tocar mi clítoris y bajó un poco más en busca del agujero de mis máximos deseos, mientras humedecía toda mi mano con sus labios y su lengua.
Me penetró suavemente con sus dedos indice y medio, preparándome para todo lo que me metería a continuación.
Empecé a jadear y llevé mi mano mojada a su pene. Nos abrazamos con la mano sobrante mientras nos masturbabamos el uno al otro y nos besábamos como si no existiera ayer, hoy, ni mañana. Como si todo a nuestro alrededor se hubiera pausado y solo nosotros existieramos en ese instante. La música dejó de sonar, la gente dejó de hablar, el barman dejó de servir.
Para nosotros solo se escuchaba el placer, el jadeo, el ruido humedo de sus dedos penetrando dentro de mí, la respiración, los besos.
Moví mi culo al borde de la silla y me atreví, sin miedo a que nos miraran. Rodee sus caderas con mis piernas y dejé que me follara tal como ya me había imaginado. Con rabia y placer; rápido y despacio a la vez; fuerte y sueva también. Mis paredes vaginales hablaban con su miembro viril. Vibraban, temblaban, le gritaban que no parase. Verga y chochito, los dos se entendían a la perfección. Yo sentía los espasmos de su polla de arriba abajo. El sentía mi vagina temblar y pedir más; sus manos, sus besos y su respiración me confirmaban todo lo que sentía.
Me bajó de la silla y me sostuvo en sus brazos agarrando fuertemente mi culo, y derrepente la música volvió a nuestros oídos. Bailaba conmigo encima sin parar de follarme al ritmo de la melodía. Yo también movía mis caderas de adelante hacia atrás, deseando no parar. El ayudaba mi movimiento con sus manos. Yo me aferraba con fuerza a sus caderas a través de mis piernas y a su cuello con mis brazos; sintiendo como entraba y salía suavemente su polla de mi chocho. Notando el calor, la humedad, el placer a flor de piel.
Me bajó, me dio la vuelta, subió un poco mi vestido y volvió a penetrarme. Bailábamos y follábamos. Me abrazaba por la entrepierna y tocaba fuertemente mi clítoris mientras besaba mi cuello. Mi mirada apuntaba a la pared, sin darme cuenta de quién nos observaba, tampoco me importaba.
Me tocaba de arriba abajo y se detenía durante más tiempo en mi pecho, sujetándolos fuertemente con la totalidad de su mano. Mis pezones endurecían cada vez más. Mis labios no conseguían juntarse. Mis piernas temblaban de placer. Mi garganta se secaba de tanto gemir. Disfrutaba de cada segundo, de cada roce, de cada vaivén. Él estaba seguro de lo que hacía y de lo que yo sentía. Eso lo calentaba más. Se notaba en su verga cada vez más dura y en su forma de recorrer mi cuerpo sin pudor.
Me pidió que me diera la vuelta, que ya estaba a punto de terminar y quería hacerlo mirándome a la cara. Me volvió a sentar en el banco y esta vez me penetró con toda su fuerza, que hasta quienes nos rodeaban lo notaron. Nos dió igual…
Lo agarré firmemente por el culo para que la penetración fuera más fuerte. El vaivén rápido y firme no se podía disimular. El movimiento de nuestros cuerpos, los gestos de nuestras caras, el ruido y temblor del banco sobre el que estaba. De seguro más de media disco ahora sí que nos miraba.
Nos perdimos en el extasis de nuestros sexos y nuestros besos. Me levantó de la silla sin soltarme de sus brazos y me apoyó a la pared, buscando más firmeza, más fuerza, más penetración, más dureza, más placer para los dos.
Mojada, extasiada, temblaba y bendecía aquel momento de gloria en que mientras su pene soltaba todo su deseo dentro de mí, gota a gota, yo gritaba de placer entre la música que todos escuchaban menos nosotros. Mi orgasmo sintió la más anhelada envidia de placer y se unió al suyo. Incliné mi cabeza hacia atrás mientras gritaba de placer y el hundía su cabeza entre mis pechos. Hundí mis dedos en su espalda. Lo miré, lo abracé aún con deseo. Mordí suavemente su labio y dije: «esto simplemente no puede estar mal».
Permanecimos inmóviles por unos minutos. Mirándonos fijamente. Sintiendo como nuestros sexos aún temblaban de placer. Diciéndonos con la mirada, con la respiración, con el cuerpo, que esto solo era el principio.
Por lo menos yo, quería más. ¡Mucho más!
¿Qué le diremos a mi hermana y a Juan?… pensé.
No se lo expresé, porque no quise romper aquel momento de magia sexual y sensual.
Me bajó, me abrazó tiernamente y me dijo: «quiero más».
Salimos de la disco en busca de otro sitio para saciar aún más nuestros deseos pecaminosos. Esta vez, algo más discreto.
Aún fantaseaba con llevar su polla a mi boca. Seguro que él también.
Continuará…
Uy……riquisimooo
🤗🤗