Somos Bi
Laura es la esposa de mi amante, y amante de mi esposo. La hemos pasado bien usando una al marido de la otra, pero también lo ha sido así cuando hemos estamos los cuatro juntos. En la primera de esas ocasiones descubrimos nuestro lado Les. Pero hoy constatamos que no podemos olvidarnos de la verga..
Una vez, cuando telefónicamente nos poníamos de acuerdo para ir de compras juntas, me precisó que no quería que nos tardáramos mucho, que sólo compráramos unas tangas y regresáramos a casa, y que aprovecháramos el tiempo modelándonos las compras, tomando un café y platicando hasta que mi marido pasara por mí, ya que ellos irían a jugar bolos en la tarde. Yo acepté, pero me sorprendí muy mojada por su propuesta de “modelarnos” las tangas.
–¡Mira, con ésta se les antojará tu mayor atractivo cuando te miren nuestros machos…! –le dije mostrándole una tanga que me encantó para ella.
–¡Ja, ja, ja…! ¡Está muy sugerente!, aunque seguramente habrá que rasurarse, porque se me saldrán los pelos. ¿Tú te has rasurado la pucha alguna vez? –me preguntó.
–No. ¿Te gustaría verme así? –le pregunto al ver su gesto libidinoso.
–Sí, seguramente la lengua deslizará mejor –contestó y se relamió los labios.
–¿Tú también me lo harías? –pregunté, imaginándomela con su boca en mis cuatro labios…
–Sí, en un 69… –dejando claro qué quería.
–¿Nos rasuramos? –le pregunté acercándome para acariciarle el pubis sobre la ropa.
–¡Sale! Cuando lleguemos a la casa…, y te pones ésta –dijo, mostrándome una pantaleta blanca que tenía bordada una mariposa en colores pastel y una apertura en el lugar del cuerpo de la mariposa–, para mostrarme tu botoncito y abrirte los labios para que queden como parte de las alas –expresó con voz sugerente, colocando la prenda sobre el mostrador, abriéndola delicadamente. ¡Me chorreé!
Nos compramos algunas prendas más y nos retiramos a casa de Laura. “¿Ya te has rasurado alguna vez?”, me preguntó en el camino. “Sí, una vez, hace mucho, cuando estaba recién casada. ¿Y tú?”, respondí. “No, ¿es difícil?”, preguntó y respondí que no. Al llegar a su casa, lo primero que hicimos fue lavar la ropa que compramos.
–Mientras trabaja la lavadora, ¿nos rasuramos? –propuso.
–¡Sale! –respondí y le pedí espuma para rasurar, rastrillo, tijeras, y rasuradora eléctrica.
Primero la rasuré a ella. Dándole un besito en la panocha cuando terminé mi labor. Se levantó y fue directamente al espejo para ver el resultado. Posó de muchas maneras, incluso se abrió los labios interiores para mirarse así. “Ahora agáchate hasta el piso”, le indiqué poniéndome atrás de ella para admirar sus nalgas y su panocha limpia de vellos. “¿Me dejas intentar rasurarte?, ya vi como lo hiciste…”. Obviamente acepté, para que se diera gusto con mi panocha y culo como yo lo hice con ella.
–¡Estás divina! ¿Por qué ya no te volviste a rasurar? –preguntó.
–Aquella vez lo hice porque Miguel me lo pidió, y se dio gusto con la lengua… –dije mientras me miraba en el espejo–. Pero poco tiempo después, cuando me empezó a crecer el vello, le picaba a Miguel cuando lo cabalgaba, y tenía que rasurarme frecuentemente para evitar esa molestia. Así que se lo hice saber.
–Seguramente te entendió perfectamente, pues los hombres se quejan de tener que rasurarse diario –afirmó.
–Sí, le di gusto de verme así, pero también aceptó que le calentaba mucho verme “peluda” y no hubo más –contesté.
Para entonces, la lavadora y secadora habían completado el ciclo y pudimos probárnoslas. Nos modelábamos una a la otra, hasta que caímos en la cama. Laura me hizo lo que ya había advertido: abrirme los labios por la apertura de la pantaleta con la mariposa bordada. “¡Se ve linda!”, exclamó y su lengua lamió mis labios internos. Ya estábamos muy mojadas y sentí un orgasmo que me mojó más, entonces ella metió la lengua y se puso en posición de 69. ¡Nos dimos un atracón de panocha! Los orgasmos y los quejidos abundaron. Descansamos.
–El otro día fui a la tienda “Venus” y compré algo pensando en usarlo contigo –dijo y se levantó para extraer un dildo de dos puntas–Mario no sabe que lo compré, ya lo lavé y lo desinfecté.
Nos quitamos las pantaletas. Laura me acostó, me abrió las piernas y poco a poco, entre mamadas a mis chiches me fue penetrando con el juguetito, metiéndomelo hasta el fondo cuando me dio un beso salivón comiéndome la lengua; luego, continuándome besando, se puso a meterlo y sacarlo, ¡me recorría desde la entrada hasta que topaba con el útero, ¡qué venidas! ¡qué besos! Quedé agotada de tantas sensaciones…
–¿Te gustó, tetoncita…? –me preguntó al sacármelo completamente–. No sé para qué pregunto, estás escurriendo –dijo levantándome una pierna–. Antes de probarlo como es debido, hagamos unas tijeritas sin la herramienta… –y se puso en acción…
Sentí el calor de su panocha queriendo extinguirlo con mi flujo. Me talló suavemente, labio contra labio, clítoris contra clítoris. Para mí era evidente que ya lo había practicado antes, pero no pude preguntarle porque yo estaba al punto del desmallo ante tanto placer. “¿Lo hago bien…? Examiné varios videos que compré en la misma tienda que el juguete”, precisó sacándome de mi error. Yo no tenía por qué contestarle lo que era evidente por el gesto en mi cara y los temblores eventuales que padecía cuando el roce de su piel en la mía ocurría en las partes más sensibles.
–Ahora, vamos las dos –dijo después de separarse y meterme el dildo después que ella se lo encajó.
Nos tomamos de las manos para acoplar los movimientos. “Se siente lo rico de un macho con la delicadeza de una bella dama”, dijo cuando estábamos en los movimientos más rápidos y nuestras chiches rebotaban de arriba a abajo en el tórax. Nos veíamos las caras y éstas tenían el mismo gesto de putas que cuando el macho apasionado nos cogía. Después de pocos minutos, vino el agotamiento. Con el juguete ensartado en la vagina, descansamos acariciando las piernas y besando las plantas de los pies de la otra.
Más tarde comenzamos a vestirnos entre besos, yo me sentía como ha de sentirse un caballero al tratar a la dama de sus sueños, pero también me sentía tratada con igual gentileza. Caricias y besos de un lado a otro, lamidas en los puentes de las tangas, mientras que con los ojos nos decíamos lo rico qué sentíamos, antes de volvérselas a guardar a la otra en la bolsa del almacén. Abrimos una botella de vino, y nos sentamos en la sala a esperar a los machos.
–Fue muy rico sentir el dildo y tus labios en los míos. ¡Gracias! –le dije a Laura acariciando su rostro y le puse mi copa en los labios para que tomara un trago y, después de que lo hizo, giré la copa para tomar yo en el mismo lugar que lo había hecho eso.
–¿Sabes qué se me antojó cuando nos estábamos penetrando con el dildo? –preguntó Laura, ahora dándome ella de su copa.
–No sé, pero a mí se me antojó tener la verga de tu marido en mi boca y sus manos en mis tetas… que me soltara todo el semen para tragarlo –confesó Laura y giró su copa para tomar donde estaba el carmín de mi boca.
–¡Sí, vamos a hacerlo de esa manera cuando estemos los cuatro! Además, tragar un poco y luego, con el sobrante en las bocas, besarnos tú y yo para saborear la lefa.
–¡Ja, ja, ja! ¡Se les va a hacer agua la boca…! ¡Ja, ja, ja! Ya me los imagino…– dijo Laura divertida, seguramente por haber recordado cómo gozaron en nuestros besos el esperma que traíamos de la mamada que le habíamos dado al otro.
En eso estábamos cuando llegaron los esposos quienes preguntaron cuál había sido el chiste “¡Hasta el pasillo se escuchaban sus risotadas!”. Después de los besos de rigor y las caricias de estas señoras, aún muy calientes, les abrimos las braguetas del pantalón y nos fuimos a mamar al amante propio, es decir, el esposo ajeno, hasta que soltaron la leche y nos besamos frente a ellos. La leche espesa y viscosa había escurrido a nuestras caras y ellos, se acercaron a besar cada quién a su esposa, limpiarle la cara, la barba, el cuello y seguir lamiendo la lengua con sabor a semen.
–¿Nos vamos? –le pregunté a mi marido cuando terminó la limpieza. Él asintió, se metió el pene en el pantalón y nos despedimos de los anfitriones.
En mi despedida di dos besos húmedos, una caricia de panocha y me humedecí la mano cuando acaricié el badajo que aún lucía flojo y encogido…
¿Cómo ves a Ishtar? ¿Crees que le guste un trío con dos? Me imagino entre sus cuatro tetas…
Pues si Ishtar quiere…
No se me había ocurrido tener a un mamón entre las cuatro chiches y besarnos, compartiendo además verga y huevos del mamón entre las manos, ¡y qué huevos! Sí, contigo sí quiero, por qué no invitas a Stella, también ella tiene lo suyo para asfixiarte entre las dos..
¡Ay! Primero Ishtar me hizo que se me antojara mi papá, ahora pienso más en serio el trío con la ex de mi amante.
Date la oportunidad…
Me gustaría ver algo así, pero como Laura no quiere, Mar est{a lejos, entonces… ¿Ishtar?
Ya lo dije a Ber, léelo.
Ah, Vaquita… Ahora entiendo los WhasApp que me enviaron Ber y Chicles… Ya se pusieron a inventar «que tú, que yo». De una vez lo digo: YO PASO SIN VER. Bueno, a lo mejor sí me pongo a ver… ¿Es fácil calentarse entre dos o se necesita de apoyo masculino? ¡Ay!, ya me pusieron a pensar otra cosa estos calientes…
Eso significa que te debes dar la oportunidad, yo te apoyo si es con alguno de ellos…
Sí, te creo, Gloria. Cuando mi marido y yo estuvimos con mi amante y su esposa, ésta se puso tan arrecha que me acarició las tetas (confieso que me gustaron las caricias e hice lo mismo que ella por reciprocidad, pero yo no se las chupé). Varias amigas mías son bi y he mirado como se relamen los labios cuando traigo escote pronunciado. Pero no caigo…
Cada quien tiene derecho a intentarlo o no, no es a fuerza.