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Infidelidad

Un día con Diego

Me visitó Diego, mi primo quien me desvirgó a mis quince años cuando él era seminarista, ahora ya es el vicario de una diócesis. En un correo, le comenté la visita a mi amigo Jaime y pidió “Espero que pronto lo relates en alguna nueva entrega”, y aquí está..
No cabe duda que, en ocasiones, las coincidencias son armadas por un designio divino para hacer el bien. Vino mi primo Diego a la capital, quien me desvirgó a mis quince años cuando él era seminarista, ahora ya es el vicario de una diócesis. Mi marido salió de casa muy temprano, después de darme el amor matutino al que me tiene acostumbrada, para ir a ver a su hermana a una ciudad cercana.

Aún no me reponía completamente de esa despedida que me dio mi esposo que me dejó desmadejada y chorreando, y decidí no levantarme en mucho tiempo. Todavía dormí un poco, pero el teléfono me despertó. ¡Era Diego!, lo cual me alegró mucho ya que me habla un par de veces al mes.

—¡Hola! A que no sabes que estoy haciendo… —expresé ante la bocina del aparato, acariciándome el clítoris al masajear el vello de mi concha.

—Estás acostada, pues apuesto que Gerardo te dejó cansada del amor que te dio para iniciar su día de descanso —aseguró.

—¡Brujo! —dije.

—¿Aún no se levantan? —preguntó.

—Sí, ya. Bueno, Gerardo ya y se fue a Puebla, a visitar a su hermana, pero sí, me dejó tendida.

—Pues no es difícil de adivinar lo que te ha de hacer diariamente, desde temprano, eres muy hermosa —explicó.

—¿Cómo estás?, cuándo nos veremos tú y yo para lo mismo… —dije con picardía.

—Estoy bien, a unos metros de tu casa, estoy llegando —dijo y escuché el timbre—. Ese soy yo.

—Voy a abrirte, espérame un poco —dije antes de colgar.

Me puse una bata y emocionada, bajé para abrir la puerta. “¡Bienvenido!” exclamé y lo abracé restregándole el frente de mi cuerpo en el suyo. Abrazados pasamos a la sala donde lo primero que hizo mi primo fue meter su mano entre la tela y constatar que nada traía a bajo. Diego pensaba irse esa tarde a la ciudad donde está atiende sus asuntos. “Estás lista para que disfrute tu amor, aunque sea unas horas”, dijo antes de darme un beso y recorrer mi pecho con su mano. Diego y yo platicábamos, entre besos y mimos, cuando recibí la llamada de Gerardo, mi marido. Obviamente no le dije que tenía la visita de un recatado sacerdote en mi casa (re-catado por mí desde hace unos 40 años).

—Dice Gerardo que se quedará allá hoy y mañana pues lo convencieron sus parientes de que aprovechara el fin de semana —le informé a Diego cuando concluí la llamada telefónica—. ¿Te gustaría aprovechar tu estancia en esta casa? —le pregunté Diego melosamente y acariciando su pene por encima del pantalón.

—Con esas caricias, no puedo decir que no —contestó y me dio un beso penetrándola con la lengua y, a la par, me acarició el pecho a dos manos.

¡Sí! Estaría yo sola más de 36 horas con mi gran amor. De inmediato nos propusimos a aprovechar el tiempo, comenzando con desnudarnos yo a él, y él sólo me quitó la bata.

—¡Hermosa como siempre! —exclamó al verme sin ropa.

—¡Mentiroso! Mira cómo están colgadas, se me pegan a las costillas y a la panza —señalé tomando mis tetas, levantándolas 90 grados para que quedaran horizontales (¡horror, parecía que yo traía dos grandes tortillas en la mano!).

—A mí me siguen pareciendo hermosas y seductoras —aseguró, lamiendo mis pezones que también estaban horizontales—. Estoy seguro que más de uno se lanza con propuestas para saborearlas—dijo y se metió una a la boca, acariciando la otra, la cual yo había soltado y al caer golpeó en mi esternón.

Me serví un tequila para tomarlo entre los dos. Aunque yo ya estaba muy caliente, me gusta cómo me pone un trago del tequila…

—¡Quiero verga, papasito! —le digo antes de ponerme a mamar para extraer el presemen.

—Mama, mi mujer, tú sabes que este pene siempre ha sido tuyo… —dijo acariciándome el pelo

Lo acosté en el sofá y me puse a lamer cada uno de sus testículos y me los metía alternadamente en la boca mientras le estiraba la piel del tronco, haciéndole una lenta chaqueta. “Así, mi amor, así…”, me decía tiritando de amor. Diego seguía con una mano en mi cabeza, pero con la otra se solazaba metiéndola entre mi chiche y el esternón, la jalaba hacia arriba y también hacia un lado de mi cuerpo. Me siento mal por lo colgadas que las tengo, pero Diego las disfrutaba plenamente en esa condición (similarmente me ocurrió hace poco con Eugenio, quien también las había manoseado treinta años antes). La pasamos más de 20 minutos así. No había porqué tener prisa pues disponíamos de muchas horas.

—Ven, muñequita, pon los labios de tu boca en los míos y con los otros labios envuélveme mi falo —pidió Diego, tomándome mi cintura, jalándome hacia él para quedar sobre su cuerpo.

Inicié el beso, abrí las piernas, dirigí su turgencia a mi vagina y su verga escurrió siguiendo el disfrutable camino conocido desde nuestra adolescencia. Moví las caderas circularmente, también mi lengua alrededor de la suya. Escuchábamos el ruido monótono del resbalar húmedo y chacualeante de nuestros sexos.

—Te amo, Ishtar, Dios lo sabe muy bien —aseguró coincidiendo sus palabras con un movimiento firme de introducción para llegar al fondo de mi ser.

—¡Ah, Diego!, ámame mucho más, que nada nos separe nunca —pedí reforzando mi plegaria con las contracciones de mi vagina.

Mis manos recorrieron el vello de su pecho y oprimí sus pezones. Siguió besándome y sus manos masajearon mi trasero. Me erguí para sentarme en su inhiesto instrumento y lo monté con gran furia. Sentía sus huevos rodando en mis nalgas cada vez que los oprimía saltando como jinete en cabalgadura desbocado. Tuve un gran orgasmo al sentir la calidez de su semen en mi interior y me derrumbé sobre Diego. Los dos boqueábamos para restituir el oxígeno que requirió el esfuerzo realizado. Cuando su miembro laxo salió de mi vagina, me cambié a la posición de 69 para extraerle el semen que aún quedaba en pene.

—Ishtar, ¡qué rica quedaste! ¡Tanto amor que te dio tu marido, revuelto con el mío! —exclamó después de lamer mis labios y antes de sorberlos, clítoris incluido, provocándome un trenecito de orgasmos continuos.

Yo, por nada del mundo solté mi biberón, que seguía goteando mucha felicidad para mí, carente de ese sabor en mis relaciones maritales, pues a mi marido no le apetece el sexo oral. Diego metió la lengua en mi oquedad cuando mis flujos escurrían formando un manantial de miel densa y pegajosa. “¡Exquisito sabor y olor incitante!” había dicho cuando le escurrió mi satisfacción en la barbilla y su pene resucitó. Seguí mamando frenéticamente ese glande que parecía un globo próximo a reventar. Aprecié el cambio de sabor pues ahora era presemen lo que soltaba mi primer amor. ¡Se estaba preparando para otra cogida más!

Diego se separó de mí, dejándome con un deseo mayor al sacar su falo de mi boca escuchándose el “plop” característico. Me puso de pie, volteándome hacia el sillón, inclinó mi cuerpo y ahora me fornicó como perro. “¡Dios mío!”, exclamé al sentir esa deliciosa barra dura en mi vagina que de un solo movimiento llegó hasta donde se lo permitieron sus huevos al chocar en mis labios externos. Como pude, subí mis rodillas al asiento acojinado y afirmé mis manos en el respaldo, mientras Diego seguía dándome muestra de su amor dentro de mi panocha. No las conté, pero fueron casi doscientas estocadas que disfruté gritando “¡Te amo, Diego, te amo!” y al final escuché “Ad maiorem Dei gloriam” al sentir un acariciante y tibio chorro de nuestro bendito amor. “Así sea”, dije al sentir su pecho en mi espalda y el resoplido de su aliento en mi nuca.

—Vamos a descansar un poco allá arriba, mi amor —le dije tomando su mano en cuanto se desenchufó de mí.

Era para película ver cómo traíamos escurriendo las babas de la mezcla que se formó con el semen de mi marido, el de Diego y mi flujo. Para más esplendor, se formó un arco argentino desde el glande de Diego hasta su pierna cuando ésta dio el primer paso e interceptó la hebra de semen que le escurría del pene. En el trayecto, tomé la botella de tequila para llevármela como refuerzo a la recámara.

Apenas nos acostamos, quedamos rendidos y dormimos, sin importarnos que la cama aún conservaba los vellos, la humedad y el aroma de sexo que tuve con mi marido. En mis sueños me pregunté “¿A cuál de los dos le pongo cuernos?”, pues Diego era mi hombre ante Dios y Gerardo lo era ante la gente. Desperté cuando resonó en mi mente la pregunta y caí en cuenta que sólo una vez me casé, en Los Ángeles con mi primo Felipe, de quien tuve una hija, tan caliente como yo pues ella quería coger con José, mi amante. Pero nunca me divorcié, ni tampoco me casé por la Iglesia, ni lo haré…

Nos levantamos tarde y, en cueros, bajamos a la cocina para hacer la comida. Cada vez que le llevaba un plato, o que recogía los vacíos, obtenía un beso y una lamida en el pelambre de mi panocha. Brindamos por nosotros.

—Ya comprobé lo bien que te atiende tu esposo. ¿Qué hay de los otros? —me preguntó Diego sonriendo.

—Pues José y Eugenio, me tratan excelentemente, y yo los percibo muy felices cuando nos vemos, aunque no ha habido nada nuevo con ellos —contesté un poco avergonzada de seguir poniéndoles cuernos a Diego y a mi marido— aunque a veces les doy un respiro a ellos y llamo a alguno de mis amigos que me estiman…

—Sabes cómo administrar los encantos que te dio el Señor —contestó acariciándome el pecho y acertando en sus suposiciones.

Fueron horas de mimos tremendos. En la noche, recibí una llamada de Gerardo para darme las buenas noches y platicarme lo que hicieron durante el día, él y sus familiares. Le deseé un feliz domingo “Te esperaré con un buen baño en la tina”, le prometí.

Diego y yo cenamos y de inmediato nos fuimos al baño para preparar el agua, pues esa noche yo bañaría a Diego. Estuvimos cogiendo riquísimo en la tina hasta que el agua se enfrió. Nos secamos y nos fuimos a la cama, donde dormimos abrazados.

En la mañana, el mañanero, pero le pedí que el semen me lo echara en la boca, lo hizo en un 69. Desayunamos, hicimos la comida, contemplando también la ración para la cena con mi marido.

En la tarde, apenas se fue Diego, cambié las sábanas y ventilé la recámara pues olía a sexo. Me vestí. Puse la mesa para recibir a mi esposo y lo esperé.

La verdad, ¡me di gusto bebiendo leche en biberón y recibiéndola en mi vagina! Dejé a Diego completamente seco con las más de 24 horas que lo tuve aquí. Yo también quedé cansadísima.

Cuando llegó Gerardo, le di de cenar. Platicamos en la sala tomando el café y al terminar, lo llevé a darle un baño para desestresarlo del viaje.  Después de secarlo, lo acosté para besarlo mientras me introducía en la pepa su falo bien erguido. Me subí en él y lo cabalgué sacudiendo mis tetas con alegría.

—¿Te gusta verme tan deseosa de ti? —le pregunté mientras lo cabalgaba.

—¡Me fascina ver tus tetas bailando! —dijo antes de tomarlas con sus manos. Se vino muy rico y yo también.

131 Lecturas/27 agosto, 2025/4 Comentarios/por Ishtar
Etiquetas: amigos, baño, hermana, hija, mama, mayor, sexo, viaje
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4 comentarios
  1. Mar1803 Dice:
    28 agosto, 2025 en 1:27 am

    ¿Verdad que es muy rico despertar con un biberón lleno de leche en la boca?
    También es delicioso usar a un cogelón durante todo el día, pidiéndole que te coja como tú quieras, sin que sea tu esposo.
    Eso lo probé un día, pero fue suficiente para sentirme deseada y cogida con ternura.
    ¡Felicidades!

    Accede para responder
  2. Tita Dice:
    28 agosto, 2025 en 4:46 pm

    Así seguirán Diego y tú hasta que la muerte los separe. Es imposible separarse de un verdadero amor.

    Accede para responder
  3. Ber_El Dice:
    28 agosto, 2025 en 9:40 pm

    Le dices a Diego «Mira cómo están colgadas, se me pegan a las costillas y a la panza». Tu marido precisa «Me fascina ver tus tetas bailando».
    Te diré que las fotos que nos enviaste a Chicles y a mí, nos dejaron embobados mirando esas masas tan deliciosas y se nos antojó a ambos mirarlas en acción, tanto cabalgando como cogida de perrito. ¡Cómo íbamos a dejar pasar la oportunidad de solozarnos con ellas!
    Eres hermosa y tus tetas son deliciosas.

    Accede para responder
  4. Chicles Dice:
    29 agosto, 2025 en 10:31 am

    Estoy convencido que tu marido, mientras te surte su blanco amor en posición de «armas al hombro» disfrutará la vista de tus tetas caídas a los costados y paseando de norte a sur al movimiento de sus estocadas. =Eres linda y tus tetas más!

    Accede para responder

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