Vecinos (primera parte)
Su vida en pareja era aburrida. Hasta que llegó una joven vecina….
Él tenía treinta y pocos y vivía con su mujer hace un par de años en un depto de dos ambientes. Todo iba bien y estaban viendo de tener un pibe. Pero a la vez, no tanto: todo se había transformado en una rutina. Todos los días iguales, las mismas salidas, el mismo polvo, casi sin variaciones.
Hasta que se mudó una familia nueva al departamento de al lado: un matrimonio de cincuenta y pico. Ellos eran normales, pero la hija no. Tenía 20, 21 y un cuerpo hermoso. De esos naturalmente hermosos, que ni siquiera necesitaban de ejercicio para mantenerse. Además de eso, un rostro indescifrable, angelical y diabólico a la vez. En cuanto se vieron por primera vez, justo cuando ella bajaba del ascensor cargando unos paquetes de la mudanza, sintió una especie de conexión muy particular, algo casi eléctrico.
—¿Necesitas ayuda? – le preguntó.
—No, está bien- contestó ella, con una sonrisa que parecía tímida y pícara al mismo tiempo. Cuando se estaba subiendo al ascensor, vio que ella se daba media vuelta para echarle un vistazo.
De repente, él notó que tenía la boca seca, como si le hubiera agarrado toda la sed del mundo en apenas unos segundos. A la vez, notó los pantalones apretados. Miró para abajo y se dio cuenta que estaba al palo, con la pija recontra parada y lista para coger. El problema era que tenía que ir a trabajar. La puta que lo parió.
A partir de ahí, empezaron a cruzarse bastante seguido. Todo se daba para que esos cruces fueran casi siempre en solitario: ella tenía un trabajo part-time y estudiaba mucho en su casa, y sus padres tenían un negocio en el barrio; él hacía teletrabajo tres veces a la semana, en días contrarios a los de su mujer. Siempre le resultaba casi imposible contener la excitación, por más que las conversaciones que tenían eran totalmente triviales. Una vez, los dos estaban subiendo en el ascensor y, a través del espejo, notó que ella miraba para abajo, justo en dirección al bulto que se le estaba formando rápidamente en los pantalones. Y, al mismo tiempo, se dio cuenta que los pezones de ella amenazaban con romper la remera. Esa vez ya no pudo evitarlo: en cuanto entró al departamento, fue al baño y se hizo una brutal paja, que lo hizo acabar en un par de minutos.
Un par de días después, la escuchó entrar a su departamento con un pibe con el cual estaba saliendo. Casi de inmediato, empezó a escuchar risas y ruidos de muebles chocando contra cuerpos. Luego, gemidos, cada vez más audibles, que le fueron sacando toda concentración en el trabajo, hasta que le fue imposible seguir con su labor. Después, gritos. De los dos, pero principalmente de ella, hasta llegar a frases concretas:
—Dale, cogeme hijo de puta.
—Dame fuerte, más fuerte. Dame pija.
—Dale, sí, dale fuerte a esta putita. ¿Te gusta que sea tan putita?
—Voy a acabar bebé, haceme acabar.
Los gritos de ella se impusieron a los de su novio. Luego, solo se escucharon solo suspiros. Sin embargo, había quedado completamente excitado -y con un inexplicable ramalazo de celos-, no se podía enfocar, no paraba de tocarse la pija por encima del jean, iba a tener una reunión virtual en unos minutos y no se la podía sacar de la cabeza a esa pendeja tan trola. No le quedó otra que desabrocharse el jean y hacerse una paja salvaje, que enseguida lo hizo acabar. Su leche cayó en el piso y apenas si tuvo tiempo de limpiarla y acomodarse para la reunión.
Un par de horas después tuvo que salir, justo en el mismo momento que ella. Enseguida se preguntó si todo era una casualidad o no. Mientras esperaban que viniera el ascensor, ella preguntó, algo tímidamente:
—¿Escuchaste?
—¿Qué? -preguntó él, pero la mirada que ella le devolvió le dejó en claro de qué estaba hablando.
—Sí, escuché.
Justo en ese momento llegó el ascensor. Él abrió y la dejó pasar primero, para luego cerrar y apretar el botón de la planta baja.
—¿Te gustó lo que escuchaste? – preguntó ella, esta vez con menos timidez.
Él tragó saliva y tardó en contestar unos segundos. Se dio cuenta que ella aguardaba la respuesta ansiosa.
—Mucho. Me…me tuve que hacer la paja luego de escucharte.
Ella sonrió. Una sonrisa algo perversa y definitivamente sensual. Abrió la boca para decir algo, pero justo el ascensor llegó a la planta baja y se abrió la puerta. Y encima, eran justo sus padres, quienes apenas si los dejaron hablar y le hicieron a él una invitación inesperada: ver con ellos el partido de la Selección que se jugaba a la noche. Y aunque era cierto que mucho no le interesaba el fútbol y la Selección, aceptó al instante, casi sin pensarlo, porque había algo que le interesaba mucho más que el partido.
Lamentablemente, tuvo que ir con su mujer, pero ella se distrajo casi de inmediato y se puso a charlar con los vecinos, mientras miraban el partido. Él se quedó atrás, apenas espiando el partido que casi todos miraban atentamente. De repente, notó como ella aprovechaba para sentarse a su lado, muy cerca suyo. Tenía una camiseta de la Selección, que le iba muy apretada, marcando sus senos, junto con un pantalón corto deportivo. “Nunca me gustó tanto esa camiseta como ahora”, pensó él.
—Te queda muy linda – le dijo en un susurro.
—Gracias-le contestó ella, también en un susurro, dejando que su mano rozara su pierna. ¿Casualidad?
De repente, ella le colocó la mano sobre su pierna, apenas por encima de la rodilla, sin despegar la mirada de la televisión. No, no era casualidad. Fue subiendo, hasta quedar muy cerca de su entrepierna y de su pija, que enseguida se había parado. Sin embargo, su mano se detuvo allí, como esperando que él diera una señal.
Y él dio la señal, casi sin pensarlo. Puso una de sus manos sobre una pierna de ella, muy cerca de su entrepierna. Y, con su otra mano, agarró la de ella y la llevó hasta su pija. Ella entendió enseguida y empezó a apretarla ligeramente, estimulándola cada vez más. Él llevó su mano la zona de su concha y también empezó a hacer lo suyo, sintiéndola cada vez más mojada. Apenas si se miraban entre sí, pero se tocaban de manera cada vez más descarada, a pesar del miedo a que los pescaran. Él apenas si podía contenerse. Quería lamerle toda la concha, chuparle las tetas, morderle esos pezones que tenía re erectos, comerle la boca, morderle el culo, meterle la pija bien adentro. Ya no le importaba nada.
De repente, un grito de gol fervoroso, que los saca del ensueño. Rápidamente, para no levantar sospechas, se unen a los festejos. Pero la calentura persiste. Cuando vuelven su departamento, a él no le queda otra que arrastrar a la cama a su mujer. Todo el tiempo que la coge no para de pensar en su vecina.
Al día siguiente, al entrar al edificio, la ve esperando el ascensor. Tiene una remera muy ajustada y un pantalón corto de jean que le queda justo. Cuando está por alcanzarla para tomarse juntos el ascensor, se interpone el encargado del edificio para preguntarle por un problema con un caño. Intenta sacárselo de encima rápido, pero ella se toma el ascensor. Maldito encargado. Sin embargo, se da cuenta que el ascensor pasa el piso que corresponde y sigue hasta el último piso, donde está la terraza. Eso no puede ser casualidad. Decide tomarse el otro ascensor, también hasta el último piso. La ansiedad, pero también el miedo -a equivocarse, a que los pesquen, a que todo se vaya a la mierda- lo carcomen hasta que llega al último piso, sale del ascensor y abre la puerta de la terraza.
Efectivamente, ahí estaba ella, esperando, apoyada contra una pared.
—Tenemos poco tiempo, ¿no? – dice, otra vez con esa sonrisa pícara y tímida a la vez.
—Sí, muy poco, me esperan y puede entrar alguien en cualquier momento– contesta él.
No hay mucho más para decir. Él va sobre ella y le da un beso fuerte, casi desesperado. Ella responde igual y al instante están comiéndose la boca. Los labios de ella son carnosos, calientes, con un gusto casi frutal, que lo enloquecen. Ella empieza a tocarlo por encima del pantalón, pero enseguida ya le mete mano adentro, sintiendo su pija caliente y gorda. Él hace lo mismo con una mano, mientras con la otra le sube la remera y le empieza a besar las tetas por encima del corpiño, llegando incluso al pezón, al cual le da una mordida.
Eso la enloquece y, con una especie de gruñido, le toma el rostro y le da otro beso furioso. Inmediatamente, se pone de rodillas y casi le arranca los botones del jean antes de sacar su pija al aire.
—Qué ganas le tengo a esta pija – dice ella, desenfrenada.
—Cométela toda, bebé – le dice él.
—¿Toda me la como? ¿Es toda para mí? -pregunta ella, y le da un lengüetazo.
—Sí, trolita, sí.
—Es mía y no de la cornuda de tu mujer, ¿no? – dice ella, mientras le da un par de lengüetazos más.
Eso lo enloquece a él. Le toma la cabeza y le hace tragar la pija casi hasta el fondo, pero ella no se amedrenta. Se la devora por completo, como si fuera lo último que va a comer en su vida. Nunca le habían comido la pija así.
—Así, petera, así, me encanta. – le dice él.
Se da cuenta que, si siguen así, enseguida va a acabar. Le saca la pija de la boca, la hace levantarse y darse vuelta. Le baja el short y la tanga al mismo tiempo, y zambulle su rostro en su culo: le muerde ligeramente los cachetes, le pasa la lengua por el ano y, al mismo tiempo le mete un par de dedos en la concha. Ella guía sus dedos hasta su clítoris y, entre el doble estímulo, se acerca rápidamente al orgasmo.
—¿Te gusta putita? ¿Te gusta que te coma el culo? – le dice él, tomándose un respiro.
—Sí, bebé, cómeme toda. Estoy cerquita, haceme acabar – contesta ella, como puede, con voz entrecortada.
El continúa lamiéndole el culo y le mete casi todos sus dedos. Ella ya no puede aguantar y se tapa la boca para que no se escuchen sus gritos mientras acaba. Él apenas si la deja respirar, la hace inclinarse y poner el culo bien en pompita.
—¿Querés esta pija? – le pregunta
—¡Síiiii, la quiero toda adentro! – le dice ella.
Él se la mete, bien hasta el fondo, sin preocuparse por no tener forro. Ninguno de los dos está preocupado en ese momento, solo quieren coger, ahora mismo. Él se toma unos segundos para ir despacio y tomar ritmo, pero ella no parece necesitarlo, a pesar de haber acabado hace solo unos segundos.
—¡Dale, más rápido, dame bien fuerte!
—¿Así, así? – le pregunta él, acelerando y dándole cada vez más fuerte.
—¡Síiiiiii!!!! ¡Más, más!! – dice ella, bastante alto.
—¿Sos mi putita? ¿Sos toda mía? – le dice él cerca de su oído, casi en un susurro.
—Sí, tu putita siempre, bebé. Me encanta. ¿Te gusta hacer cornuda a tu mujer?
—Síii, me encanta. Me encanta hacerla cornuda con una puta como vos. – le contesta él, jadeando- ¿Y te gusta hacerlo cornudo a tu novio?
—Sí, papi. Vamos a hacerlos cornudos las veces que quieras.
Él ya no puede aguantar. Le saca la pija y encuentra el lugar perfecto para acabar: le echa toda su leche sobre su culito hermoso.
Apenas si pueden tenerse en pie. Fue todo tan breve como bestial. Se terminan de poner las ropas como pueden y acuerdan entrar por separado a sus deptos. Ella se va y él se queda unos minutos más en la terraza, recobrando la respiración normal. Tiene que ir de vuelta con su esposa antes de que piense algo raro. Pero sabe que esta es apenas la primera vez.
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