Vecinos (segunda parte)
Ella lo busca para una otra aventura, pero él no se porta tan bien….
Efectivamente, lo que había pasado en la terraza era apenas la primera vez. Igualmente, en los días siguientes no pasó nada, básicamente porque no se cruzaron, como si el destino les hubiera dado un tiempo de descanso.
Sin embargo, en la semana siguiente, un lunes por la tarde, mientras él estaba a todo galope con su trabajo en la computadora, sonó el timbre del depto. Abrió la puerta y era ella. Llevaba una blusa blanca, que dejaba entrever que no tenía corpiño y una pollerita escocesa. Y otra vez esa sonrisa entre inocente y pícara. Inmediatamente se le olvidó todo lo referido al laburo.
—¿Estás solo? – preguntó ella.
—Sí- contestó él.
Ella echó un vistazo al pasillo, chequeando que no hubiera nadie observando y a continuación prácticamente se le echó encima: lo tomó del rostro y le plantó un beso tremendo, comiéndole la boca sin preámbulos. Casi en el mismo movimiento, pegó un saltito y enganchó la cintura de él con sus piernas, quedando colgada encima suyo. Él apenas si pudo lidiar con la sorpresa, pero inmediatamente sus manos fueron a su culito redondo y firme. Se dio cuenta, justo a tiempo, de cerrar la puerta. Lo hizo como pudo, con una patada. El portazo retumbó en todo el piso.
La cargó, mientras no dejaban de besarse y tocarse, tratando de no tropezarse hasta el sillón del living. Prácticamente la arrojó allí y se le echó encima. Le comenzó a besar el cuello, mientras desabotonaba como podía los botones de su blusa, con un apuro que iba a la par de sus ganas. Ella hizo lo mismo con su camisa, con tal nivel de urgencia y brusquedad que le terminó arrancando un par de botones. Cuando empezó a aflojarle el cinturón, él se lo impidió al empezar a besarle y chuparle las tetas. Sus pezones estaban totalmente parados y ella tomó su cabeza por detrás, haciendo que prácticamente hundiera su rostro entre las tetas.
Sí, comete las tetas de esta puta – dijo ella entre dientes, casi con furia. Por un momento, él pensó que iba a terminar ahogándose entre sus tetas. No sería una mala forma de morir, pero decidió liberarse de esa presión.
Bajó hasta la cintura de ella y le levantó la pollerita, descubriendo inmediatamente su conchita depilada y sus labios vaginales que brillaban denotando su humedad. Fascinado al darse cuenta de que había ido hasta ahí sin tanga, levantó su rostro y se encontró con el de ella, quien le respondió con una sonrisa cómplice.
—Qué trolita sos, bebé.
—¿Y qué vas a hacer con esta trolita?
Como respuesta, él zambulló su rostro en esa conchita, que estaba totalmente mojada. Lamió sus jugos con devoción, metiendo su lengua todo lo que podía y chupando su clítoris, mientras estiraba una de sus manos y le manoseaba las tetas. Ella empezó a jadear cada vez más fuerte, hasta casi gritar. Él se dio cuenta que ella estaba muy cerca de acabar: cada vez más líquido brotaba de su conchita e incluso había empezado a manchar un poco el tapizado del sillón. Se retiró un poco, lo cual la sorprendió. Lo miró con reproche un instante, antes de darse cuenta lo que él iba a hacer.
Él se terminó de desabrochar el pantalón y lo bajó junto su boxer, solo lo justo y necesario para liberar su pija. Antes de metérsela, se acordó de algo que no se había acordado la primera vez.
—Necesito un forro, esperá que voy a buscarlo.
—Tomo la pastilla. Metémela.
—Bueno, pero…
—METÉMELA AHORA.
El tono que ella usó no dio lugar a más dudas. Se la metió entera de un saque. Entró con total fluidez: su pija y esa concha parecían hechas el uno para la otra. Esta vez, no fue acelerando: directamente empezó a darle duro y rápido, con lo que ella comenzó a gritar como desaforada. Tuvo que taparle la boca con su mano para que no se escuche en el resto del piso. Luego retiró su mano, pero en cuento ella empezó a gemir fuerte, le tapó los gemidos con su boca: la besó fuerte, casi mordiéndola, pero fue ella la que terminó mordiéndole un labio.
—Papi, me volvés loca, voy a acabar, voy a acabar… AHHHHHHH
Tuvo que taparle otra vez la boca con un beso para que no haga tanto ruido, mientras sentía que su propia excitación iba en aumento. Sentía que su concha le estaba exprimiendo la pija.
Se dio cuenta que en unos minutos iba a tener un zoom en el trabajo. Un zoom al que no podía faltar. Empezó a acelerar aún más el ritmo, sin dejarla reponerse y apretándole el cuello con su mano, sometiéndola. Siguió metiéndosela, bien fuerte, no solo con apuro, sino incluso con bronca, hasta que empezó a sentir que estaba por acabar. Ella se dio cuenta, sentía su pija a punto de reventar en su concha.
—Llename toda, papi, llename con tu lechita…- dijo en un susurro, todo lo que le permitía la mano de él en el cuello.
—No, no – contestó él, irritado.
—Llenala a esta putita con tu leche-insistió ella.
—¡No! -casi gritó él, ya enojado.
Inmediatamente, se salió de ella y se paró, poniéndose a la par de su cabeza. Empezó a hacerse la paja y casi al instante le salió un borbotón de leche que cayó sobre el rostro de ella, en sus cachetes. Ella abrió su boca, ansiosa. Otro chorro grande de leche y luego varios más, un poco más pequeños, salieron de su pija y fueron directo a su boca. Ella tragó con deleite, pasó la mano por su rostro, recogiendo la leche que la había salpicado y empezó a chupar sus dedos, tragando todo.
—Qué rica la leche, bebé, pero yo la quería toda adentro mío – dijo ella, en tono mimoso.
—Andate. – le contestó él con brusquedad.
—¿Qué?
—Andate ya – le dijo él, en tono amenazante, mientras la tomaba de un brazo y la obligaba a levantarse bruscamente, para luego llevarla prácticamente a la rastra en dirección a la puerta.
—Pará que me limpio y me abrocho la blusa…-intentó detenerse ella, pero él no hizo caso.
—No, te vas ahora. Tengo que trabajar. Andate y no jodas más.
—Sos un pelotudo, no me podés tratar así. -dijo ella, enojada y casi al borde de las lágrimas.
—Te trato como puta que sos- le contestó él, mientras abría la puerta y la empujaba afuera, con una palmada en el culo despectiva.
Ella lo miró con bronca y antes de que pudiera decir algo, le cerró la puerta en la cara. Oyó una especie de golpe sobre la puerta. Seguro era ella, descargando su bronca. Trató de no hacer caso, se puso de vuelta la ropa como pudo, tratando de que no se notaran los dos botones menos de la camisa. Durante el zoom, procuró concentrarse, pero no logró dejar de pensar en ella. Se había portado mal, pero era la única forma que había encontrado para sacársela de encima, a pesar de que estaba cada vez más obsesionado. ¿Cómo seguir? No lo sabía.
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