Vecinos (tercera parte)
Luego de su error, ella le da una oportunidad para disculparse. Una oportunidad muy caliente….
Seguía pensando en ella. A cada rato. Casi inmediatamente había caído en la cuenta de que lo que había hecho estuvo muy mal, que había sido muy violento con ella, que no se merecía ese maltrato. Sin embargo, cuando se la había cruzado, no había podido hablar con ella, porque siempre había alguien más: los padres de ella, la mujer de él, otros vecinos, el novio de ella.
Ya habían pasado cinco días desde aquella vez que cogieron en su departamento y surgió otra oportunidad para cruzarse: otro partido de la Selección, otra reunión a la que se sumaban varios vecinos. Pero esa oportunidad era también un riesgo: iba a haber demasiada gente.
Cuando llegó con su mujer, preguntó por ella, pero el padre explicó que ella se sentía mal, con dolor de cabeza, y que había preferido quedarse en su cuarto descansando. Con desilusión y hasta angustia, se sentó junto a los demás para ver el partido. De repente, su celular vibró. Era un mensaje de Whatsapp, de un número que no tenía agendado.
—“¿No vas a venir a pedirme disculpas como corresponde?”-decía el mensaje.
—“¿Quién sos?”-contestó.
—“Vos sabés quien soy”-fue la respuesta. Y era cierto. Sabía quién era.
—“No puedo ir”.
—“Si querés, podés”-Y era cierto. Solo se tomó unos segundos para pensarlo.
—“Ya voy”.
Le susurró al oído a su mujer que no se sentía muy bien y que tenía que ir al baño. Ella asintió sin prestarle mucha atención, mientras seguía mirando el partido. Se levantó y caminó hasta el cuarto de ella. Abrió la puerta silenciosamente, vigilando que nadie notara sus movimientos, entró y cerró rápidamente. Se vio vuelta y ahí la vio.
Estaba recostada en su cama y solo tenía puesto una tanga muy finita y un top corto que apenas si le cubría las tetas, sin corpiño. Se había corrido la tanga y se estaba masturbando suavemente con un consolador de silicona. Él estaba a un par de metros, pero aún así podía ver claramente sus pezones completamente erectos y los labios de su concha totalmente mojados, brillosos y abiertos por el consolador. Se quedó con la boca ligeramente abierta, la garganta seca, paralizado.
—Vení a disculparte -dijo ella, gimiendo.
—No puedo, están todos ahí…-intentó negarse él, aunque débilmente.
—Si querés que te perdone, vení acá ahora mismo.
Él obedeció al instante y se acercó hasta la cama, sentándose a un costado de ella, que seguía tocándose. No hicieron falta palabras: la mano de él fue primero hacia una pierna de ella, acariciándola suavemente. Luego fue hacia el consolador y se juntó con la de ella, acompañando el movimiento unos segundos, hasta que ella lo soltó y él siguió solo, metiéndolo cada vez más adentro.
—Así, papi, así-gimió ella, ahora tocándose ambas tetas con sus manos.
—¿Te gusta, bebé? -preguntó él, cada vez más caliente con lo que estaba pasando.
—Me encanta, me encanta-contestó ella entre gemidos. Estiró una de sus manos hasta la entrepierna de él y empezó a tocarle la pija, notando lo dura que estaba.
—Ay sí, qué linda esta pija, qué durita que está…
—Viste, toda dura por vos…
—¿Te caliento? ¿te calienta esta putita? -susurró ella, mientras acercaba su rostro, quedando apenas a unos centímetros del de él, con lo que los labios de ambos casi se rozaban.
-Sí, me tenés loco-intentó besarla, pero ella justó se apartó, descolocándolo.
—¿De verdad? ¿Más que a la cornuda de tu mujer?
—Sí…-contestó él, haciéndose cargo de cuánto morbo le daba la situación. Volvió a intentar besarla, pero ella volvió a apartarse.
—¿Me vas a volver a maltratar? -le preguntó ella, mirándolo directo a los ojos.
-No bebé, perdóname, haceme lo que quieras-le contestó él, totalmente entregado. Volvió a buscar sus labios y esta vez ella no se apartó. Se comieron las bocas con fiereza, pero también con dulzura, con pasión, totalmente inmersos en el momento, sus lenguas coqueteando y conectándose.
Estuvieron así un par de minutos, besándose y tocándose mutuamente, gimiendo levemente para que no los escucharan. Él metió prácticamente todo el consolador en su concha, mojada a más no poder, mientras ella le desabrochó hábilmente su cinturón, le abrió el jean y metió su mano entre sus calzoncillos, sintiendo directamente su pija en su mano, cada vez más dura y gorda. En un momento, ella se apartó ligeramente.
—¿Me vas a dejar hacerte lo que quiera? -le preguntó.
—Sí…
—Quiero esa pija adentro mío…
—Pero…
—La quiero ahora-dijo ella con total decisión, mientras apartaba la mano de él del consolador, se lo sacaba y procedía a sentarse sobre él, todo casi en un único movimiento.
Él prácticamente no puso oposición porque, al fin y al cabo, quería exactamente lo mismo. Ella sacó su pija lo justo y necesario, metiéndosela enseguida en su concha.
—Ah, qué rica esta pija, como me gusta…-exclamó ella, mientras empezaba a cabalgarlo.
—¿Más que la del cornudo de tu novio? -le preguntó él.
—Sí, mucho más, ¿y sabés qué? -le dijo ella, acercando su boca a su oído, como contándole un secreto-Me encanta hacerlo cornudo con el pervertido de mi vecino.
Eso lo volvió loco. Se besaron otra vez, mordiéndose los labios incluso y ella puso su rostro sobre sus tetas, a las que él devoró, lamiéndolas y chupándole los pezones. Ella lo cabalgaba cada vez más rápido y él tomó sus nalgas, acariciándolas y manoseándolas, incluso dándole una nalgada. Eso la calentó más todavía y aceleró aún más el ritmo. Ya ambos estaban a punto de acabar.
—Estoy muy cerca, voy a acabar-dijo él.
—Yo también. Llename toda.
—¿Querés toda mi lechita?
—Sí, esta putita la quiere toda. Quiero sentirte acabar.
Él ya no se pudo contener y empezó a acabar, sintiendo que su concha lo exprimía por completo. El sentir su semen inundándola terminó de llevarla a ella hasta el punto máximo de excitación y también acabó. Ambos quedaron exhaustos, tratando de recobrar el aliento. De a poco, volvieron a la realidad, dándose cuenta que a unos pocos metros todos seguían viendo el partido, pero que en cualquier momento podían ser pescados in fraganti.
—Tengo que volver-dijo él.
—Mejor pasá antes por el baño-le dijo ella, con una sonrisa pícara.
Él sonrió mientras se acomodaba la ropa nuevamente. Fue al baño, que estaba justo enfrente del cuarto de ella. Se acomodó lo más posible y retornó a la reunión, rogando que nadie -especialmente su mujer- notara nada raro en él. Por suerte, su esposa solo le preguntó si ya se sentía mejor. Él contestó que sí, lo cual no dejaba de ser cierto.
Unos minutos después, ella apareció también en la reunión, diciéndole a sus padres que ya se le había pasado el dolor de cabeza. Se sentó a su lado y el resto de la noche no dejaron de observarse de reojo, sabiendo que debían encontrar rápidamente la forma de volver a encontrarse para coger.
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