Vigilante Intercambio
Éramos una familia común, de esas que no llaman la atención. Nuestra vida transcurría en calma, entre la rutina del trabajo, las tareas del hogar y los momentos compartidos. Nunca imaginé que algo tan simple como la presencia de un vigilante en nuestro edificio pudiera cambiarlo todo. Pero lo hizo, .
Éramos una familia común, de esas que no llaman la atención. Nuestra vida transcurría en calma, entre la rutina del trabajo, las tareas del hogar y los momentos compartidos. Nunca imaginé que algo tan simple como la presencia de un vigilante en nuestro edificio pudiera cambiarlo todo. Pero lo hizo, porque él se enamoró. Al principio, fue sutil. Miradas más largas de lo normal, un tono distinto al hablar con ella, una atención que parecía inofensiva. Yo lo noté antes de que mi esposa siquiera se diera cuenta. No era solo amabilidad; había algo más en su manera de estar presente, en su forma de aparecer cuando ella salía o llegaba.
Sin embargo, en el mundo inevitablemente monótono en el que nos movíamos, su presencia fue plantando en mi cabeza una idea prometedora. Algo que rompía la rutina, que traía una nueva posibilidad. No supe si era curiosidad, desafío o simple entretenimiento.
Así que decidí organizar una reunión entre nuestro nuevo amigo y mi esposa. Alejandra últimamente no llegaba a casa temprano, así que le pregunté a Jairo a qué hora terminaba su turno ese día. Me respondió que a las 7.
Sin pensarlo demasiado, le propuse tomar un trago después del trabajo. No dudó en aceptar. Tal vez creyó que era un gesto de amistad, o quizás entendió que yo sabía más de lo que él imaginaba.
Le ofrecí un trago de whiskey. Aceptó sin dudarlo, y así comenzamos a vaciar la botella entre los dos, entre risas y comentarios sobre cosas triviales: el clima impredecible de Bogotá, el fútbol, el trabajo. Pero detrás de mi aparente cordialidad, tenía una intención clara: que ganara confianza.
Quería verlo relajado, que sintiera que no había peligro en mi presencia. Poco a poco, sus palabras se hicieron más sueltas, su tono menos formal. Yo lo escuchaba con atención, midiendo cada gesto, cada pausa. Sabía que, tarde o temprano, la conversación llegaría al punto que realmente me interesaba.
—Pero claro que sí, yo conozco un lugar —respondió con entusiasmo, ya con el whiskey calentándole la voz y la confianza.
—Lamentablemente, mi esposa estaba por llegar. Me había olvidado completamente de ella en medio de la conversación y las copas. De lo contrario, aceptaría acompañarte sin dudar.
Justo en ese momento, Alejandra abrió la puerta. Su llegada cortó la conversación de golpe, como si el aire mismo se hubiera tensado en la habitación.
El vigilante, que hasta hacía un segundo hablaba con soltura, se enderezó en su asiento, intentando disimular la sorpresa. Yo, en cambio, mantuve la calma. Miré a mi esposa y sonreí, como si nada fuera fuera de lo normal.
—Mira quién vino a visitarnos —dije, levantando mi vaso—. Justo a tiempo.—Jairo, creo que ya conoces a mi esposa —dije poniéndome de pie.
Alejandra se acercó a Jairo y, con su natural amabilidad, le dio un beso en la mejilla. Luego me miró con curiosidad.
—¿A qué se debe esta reunión? —preguntó, con una sonrisa divertida al ver la botella casi vacía.
—No te preocupes —le respondí con calma—, pensé en ser un poco cordial con nuestro querido Jairo.
Mientras hablaba, vi cómo Jairo la miraba con morbo. Lo noté en la forma en que sus ojos recorrieron su cuerpo, en la breve pausa antes de apartar la vista.
Jairo se dio cuenta de que lo estaba observando y se recompuso rápidamente, enderezándose en su silla. Quizás pensó que su reacción me incomodaba, pero no dije nada. Solo sonreí, igual que Alejandra.
El ambiente en la sala cambió sutilmente. Alejandra, sin notar la tensión, se sentó a mi lado con naturalidad, cruzando las piernas con esa gracia suya que siempre llamaba la atención. Jairo tomó un sorbo de whiskey, quizás para disimular su nerviosismo, y yo simplemente lo observé.
—¿Y de qué hablaban? —preguntó mi esposa con interés.
—De nada en particular —respondí encogiéndome de hombros—. Solo una charla entre amigos.
Jairo asintió de inmediato, como si necesitara reafirmarlo. Pero su mirada seguía traicionándolo. Cada vez que Alejandra hablaba o gesticulaba, él parecía hipnotizado por su presencia. Lo noté. Ella, quizá por cortesía o por pura ingenuidad, mantenía su actitud relajada, sin darle demasiada importancia.
Decidí seguir jugando mi papel. Serví otra ronda de whiskey y levanté mi vaso.
—Por la buena compañía —dije, mirándolo a los ojos.
Jairo dudó un segundo, pero luego levantó su vaso también. Alejandra venía con una falda elegante y medias veladas, se había sentado justo frente a Jairo y al lado mío. Ambos nos mirábamos cómplices al darnos cuenta de las miradas penetrantes de Jairo en sus piernas, como si quisiera ver más.
—Mi amor, por qué no te cambias esa ropa, para que estes más cómoda. —Le digo a mi esposa dándole un apretón en su pierna
—Así me siento bien. Además cero que me veo bien. ¿No es así Jairo?
Jairo a todas voces nervioso. —Si señora, se ve usted muy bien así.
Alejandra y yo reímos airadamente mientras Jairo solo soltaba una pequeña sonrisa nerviosa.
—Pues muchas gracias, Jairo, eres un amor. —Dijo Alejandra
—Pero mujer, yo lo decía era para que estuvieras más cómoda. —Insistí
Mi mujer refunfuñando a modo de broma se puso de pie y fue a la habitación. Continuamos hablando unos minutos con Jairo hasta que ella regresó, se había colocado una de mis camisetas.
—Creo que con esto me siento lo suficientemente cómoda, —Dijo ella. Era una camiseta blanca que le llegaba justo debajo de sus nalgas, por el frente, que era lo que yo veía, se le marcaban ligeramente los pezones. Eso me calentó demasiado, mi esposa había entendido a la perfección mis intenciones, me puse de pie y me acerqué a ella.
—Inclusive solo con una de mis camisetas te ves hermosa mi amor. —Luego la bese y mis manos subieron ligeramente su camiseta, dándole una visión de su culo a Jairo. Sin dejar de besarla le aprete una de sus nalgas con lo que espero haber dado un buen espectáculo a nuestro invitado.
Me despegué de mi esposa y me dirigí a Jairo.
—Ahora que lo pienso tu también debes estar incomodo, ¿no quieres quitarte esa ropa Jairo?
—Pues bastante calor si que está haciendo. —Dijo nerviosamente, aunque un poco más atrevido.
—Veo que me miras con mucha pasión. —Dijo Alejandra mientras tomaba un trago directamente de la botella. —Creo que fue el ultimo trago mi amor. —Mostrándome la botella vacía.
Fui a sacar otra botella, la noche era joven. Al regresar, Alejandra estaba completamente desnuda, de pie frente a Jairo, le acercaba su vagina a la cara y se la abría para él con sus dedos. La mirada de lujuria en ese hombre me calentó, estoy seguro de que quería comerse completa a mi esposa.
—¡No muerde! —Dijo mi esposa, riendo.
En ese momento Jairo perdió el poco pudor que le quedaba, se puso de pie y le dio la vuelta a mi esposa, llevándola hasta el sofá donde antes nos habíamos sentado ella y yo. La empujo, para luego sacarse rápidamente la verga ya erecta de su pantalón, bajándoselos muy rápidamente un poco. Cuando ya esto libre, la tanteo un poco en la vagina de mi esposa y luego se lo hundió de un solo movimiento. Alejandra soltó un gemido fuerte, se lo que le encantaba el sexo fuerte y me alegraba que lo disfrutara así.
Jairo se movía muy rápidamente, cegado por el morbo y la lujuria penetraba con fuerza a Alejandra, tanto que se escuchaba la hebilla de su pantalón cada vez que golpeaba la cola de mi esposa. Fueron menos de 5 minutos, pero eso no quiere decir que no haya sido placentero para todos los que estuvimos allí. Jairo se desplomó al lado de mi esposa y pude ver como el semen comenzaba a escurrir de su vagina.
—Jairo, creo que es momento de estar a solas con mi esposa.
Él lo entendió perfectamente, se vistió y se fue.
—Eres toda una putita mi amor, pero eres mi putita.
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