VIVENCIAS DE UN CHICO MALO (2): El antenista, la zorra y el paralítico.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por nanovice.
Era la tercera vez en la misma semana que doña Tere llamaba al servicio técnico donde yo trabajaba para que le reparásemos la antena de televisión. Su pobre marido (un inválido en silla de ruedas debido a un accidente de tráfico) quería ver todos los partidos del Mundial y animar, naturalmente, a la selección española que ya estaba en semifinales.
Doña Tere era una hembra de unos cincuenta años, hermosa y bien conservada, que sin duda estaba falta de sexo debido a la minusvalía de su esposo, parapléjico de cintura para abajo y sin posibilidad de complacerle salvo con los dedos o con la boca. A la señora bien se le notaba las ganas que tenía de que una buena polla la taladrara y sentirla bien adentro pues, según mis cálculos, la desdichada llevaba cinco años sin chingar.
Sospeché muy pronto que la muy zorra estropeaba a propósito la antena para que yo acudiese a su casa pues notaba que me miraba con lujuria y detenía su mirada lasciva en mi entrepierna tratando de adivinar lo que escondía aquel paquete.
Cuando llegué aquella tarde, el esposo estaba de muy mal humor pues llegaba la hora del partido España-Alemania y el televisor no tenía señal. El hombre se cagaba en lo humano y en lo divino, y llegó a insultarme llamándome inútil e hijo de puta por no arreglar de una puñetera vez el aparato.
Era pleno verano y hacía un calor de mil diablos. Doña Tere me esperaba con un pantaloncito corto y semitransparente que dejaba entrever un coño rasurado y carnoso. La blusa, muy sugerente y desabotonada en parte, mostraba unas tetas grandes y turgentes para su edad; los pezones parecían pedir guerra ya que la mujer tan pronto me vio se recalentó como una perra en celo.
Empecé mi trabajo en el enchufe de una habitación próxima al salón donde estaba sentado el paralítico en su silla de ruedas. El hombre no perdía de vista la pantalla encendida esperando impaciente que se arreglase la avería. No tardó doña Tere en aproximarse a mí aparentando interesarse por mi trabajo. Yo, agachado en cuclillas, intentaba localizar la avería. La mujer se acercó por la espalda, se descalzó un pie y lo introdujo por detras del culo hasta alcanzarme los huevos. Me excité sobremanera y volví extrañado la cara hacia atrás. Allí estaba ella, sonriendo descarada, y con los pechos al descubierto. Instintivamente busqué con la mirada al marido: el pobre cabrón seguía en el salón, de espalda a nosotros, dándole sin cesar al mando del aparato, cagándose en mi puta madre, en la marca del televisor y en calor que hacía.
Doña Tere hizo que me incorporara en silencio, me cogió de la mano y me llevó al dormitorio matrimonial. Se sentó al borde de la cama y me bajó la cremallera del buzo de trabajo. Yo llevaba puesto solamente un slip, que ya estaba a punto de reventar por la excitación. Me lo bajó, agarró mi polla y se la metió de golpe hasta las amígdalas. Creí enloquecer de placer con aquella mamada espectacular: su hábil lengua recorría con delectación desde los cojones hasta la punta del capullo.
La hice tumbar sobre la cama , le separé las piernas y dirigí mi boca a su concha, lamiéndole las bragas empapadas de jugos. La mujer empezó a jadear y las separó hacia un lado para que mi lengua accediera directamente a aquella vulva hinchada y carnosa que demandaba un buen cipote dentro. No me hice de rogar …
Ya el marido se impacientaba:
– ¿Cuánto va a tardar esto en funcionar, me cago en la ostia?
Doña Tere sacó fuerzas para gritar:
– El chico hace lo que puede, querido. Yo estoy ayudándole a sujetar las herramientas. Ten paciencia.
Empecé a bombearla sin piedad. Mi poronga entraba y salía en aquel coño hambriendo, mientras ella arqueaba su cuerpo para sentir bien adentro las embestidas. De vez en cuando susurraba suplicando "más, más, más …"
Aquella situación extraña y morbosa me ponía a mil. Pensar que el pobre cabrón estaba a pocos metros mientras me follaba a la puta de su mujer me excitaba como nunca me había ocurrido. El paralítico seguía protestando.
Doña Tere empezó a perder el control de la situación y tuvo una serie de orgasmos seguidos que la hicieron gritar como una posesa. Con una mano le tapé la boca y con la otra le pellizcaba los pezones de forma tan violenta que casi los hago sangrar.
– ¡Goza, gran zorra, mientras ese cornudo se caga en mi madre!- le decía yo entre otras lindezas que a ella le hacían enloquecer de gusto.
A punto de correrme, el inválido gritó:
– ¡Tere, ven, que se me ha caído el mando al suelo!
La muy zorra se convulsionaba de tal manera que tuve que quitarle la mano de la boca por temor a que se ahogara:
– ¡¡¡Ya voy, amorcito, ya voy, ya voy, ya voy …!!! Y la muy furcia claro que se fue … por enésima vez.
A punto de explotar, quité mi verga del coño y se la llevé a la boca, allí me vacié. Las ráfagas de lefada fueron engullidas con un apetito voraz por aquella zorra, sin dejar fuera ni gota.
Nos recompusimos con la máxima rapidez, yo volví a mi trabajo y doña Tere solícita y aún chorreando fluidos por su vagina fue junto a su marido:
– Ya estoy aquí, cariño.
La tele empezó a funcionar al rato. El pobre inválido era el hombre más feliz del mundo animando a la Roja. Doña Tere me despidió en la puerta dándome un ardiente beso en la boca al tiempo que introducía en el bolsillo de mi mono un billete de 500 euros. Aún tuvo el valor de decirme:
– Tengo la corazonada de que el domingo España jugará la final. Si la TV se estropea de nuevo volveré a llamarte.
Un Mundial inolvidable para mí, sin duda. No sólo el gol de Iniesta hizo historia.
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