Amigos íntimos (I)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Alex.
Un viernes por la noche nos encontrábamos mi novia Beatriz y yo en casa de Antonio y Laura, otra pareja de novios amigos nuestros. La velada se iba animando a medida que tomábamos copas. La botella de escocés que habíamos abierto tenía ya más aire que whisky; poco antes, durante la cena, habíamos vaciado otra de Rioja, así que estábamos ya los cuatro bastante alegres, como otras veces había ocurrido cuando nos reuníamos en casa de ellos o en la nuestra.
El plan siempre era parecido: algo de comer, unas copas, unas risas, conversación distendida y poco más, hasta que nos entraba sueño y nos despedíamos marchándose a casa los que estuvieran de visita. Como digo, parecía una reunión igual que tantas otras, pero esa noche ocurrió algo que cambió por completo los acontecimientos y de paso la relación que hasta entonces teníamos con esta pareja de amigos.
Estábamos jugando al parchís, y cuando terminamos la primera partida Antonio dijo que así no tenía gracia el juego. Los demás le miramos extrañados sin entender a qué se refería. Continuó diciendo que para darle más emoción y más interés podríamos jugar al parchís pero con prendas. Los tres soltamos una carcajada suponiendo que era otra de sus bromas, pero él, con una sonrisa pícara, insistió en que hablaba completamente en serio y, a modo de reto, nos dijo que si no nos atrevíamos o nos daba corte lo comprendería, pero que a él le parecía una idea magnífica y mucho más divertido que jugar sin otro aliciente que comer fichas.
Entre nosotros había mucha confianza, pero nunca nos habíamos planteado jugar a algo así, por lo que la proposición de Antonio nos sorprendió bastante. Sin embargo a mí me producía mucho morbo la idea y también influía el alcohol que llevaba encima. El caso es que pensé “¿por qué no?,” y dije que estaba de acuerdo. Las chicas nos miraban incrédulas y algo escandalizadas, pero no podían evitar unas risitas sospechosas; parecía que la idea no les desagradaba del todo. Les insistimos un poco quitándole importancia al asunto, pues a fin de cuentas éramos amigos íntimos y no había nada de malo en pasar un rato divertido jugando a algo nuevo. Finalmente aceptaron, con la condición impuesta por Beatriz de dejarlo si la cosa se desmadraba más de la cuenta. Y así fue como empezamos una nueva partida, bien distinta a la anterior.
Las reglas eran simples: quien perdiera ficha tenía que quitarse una prenda delante de los demás, y la partida terminaría cuando quedaran sin ropa todos menos uno, que sería el ganador, aunque implícitamente dábamos por hecho que antes de llegar a ese punto alguien se echaría atrás y el juego acabaría.
Lo primero que hacíamos todos conforme íbamos perdiendo ficha era descalzarnos, pero como era verano y llevábamos poca ropa enseguida hubo que pasar a otras prendas más interesantes. Laura fue la primera víctima, y tuvo que quitarse la camiseta, mostrando sus magníficos pechos cubiertos por un precioso sujetador blanco semitransparente que le daba un toque de lo más erótico. Luego perdí yo y repetí la operación quitándome la camisa.
El siguiente fue Antonio, que al perder dos veces seguidas tuvo que desprenderse sucesivamente de la camiseta y el pantalón, quedando en calzoncillos, que eran tipo tanga y le marcaban un paquete más que notable. Mientras se despojaba del pantalón pude notar como mi novia no perdía detalle y le miraba la entrepierna mordiéndose el labio inferior. Precisamente fue Beatriz la que perdió después, y se quitó la blusa dejándonos ver sus estupendas tetas que parecían apuntarnos desafiantes desde dentro de un sugerente sostén negro.
Al cabo de un rato estábamos los cuatro sólo con la ropa interior, y suponía que alguna de las chicas, considerando que el juego ya había llegado todo lo lejos que aconsejaba la prudencia, pondría fin a la partida y todo terminaría en ese momento, pero lo cierto es que nadie decía nada y los cuatro seguíamos tirando los dados y moviendo fichas en silencio. En el fondo yo deseaba continuar, y creo que los demás también porque ninguno hizo nada por parar aquello.
Entonces le comí una ficha Beatriz. Ella puso cara de susto y se tapó los ojos como no queriendo ver la jugada, mientras le entraba la risa nerviosa. Se notaba que le daba mucho corte quitarse el sujetador, pero supongo que no quería ser ella quien estropeara la función, porque después de pensarlo unos segundos, sorprendiéndonos a todos, se levantó del sofá y procedió a quitarse el sujetador, enseñándonos sus tetas con los pezones duros como piedras, lo que delataba su excitación. Entre aplausos y silbidos, y colorada como un tomate, volvió a su sitio continuando la partida. Después perdió nuevamente Antonio, el cual ni corto ni perezoso se puso en pie y se quitó el calzoncillo mostrando una polla de tamaño considerable y en semierección.
Habíamos traspasado el punto sin retorno, ya no había vuelta atrás. Seguimos jugando y Laura perdió otras dos veces seguidas, viéndose obligada a desnudarse completamente delante de todos. Tenía un cuerpo estupendo y llevaba el coño totalmente depilado, detalle que ya se adivinaba a través de sus bragas transparentes y que ahora la hacía parecer aún más desnuda. También era evidente lo excitada que estaba, pues se le notaba un brillo de humedad entre los labios vaginales.
Después de desnudarse dio lentamente un giro completo para enseñarnos la parte posterior de su cuerpo, que no desmerecía en nada a la parte delantera, y regresó a su sitio dejándonos boquiabiertos, sobre todo a mí.
El juego estaba caliente de verdad. Pero el remate fue cuando Beatriz volvió a perder y tuvo que quitarse también las braguitas. Mi novia lleva el vello del pubis y la vagina bastante recortado, cosa que pareció agradar a nuestros anfitriones, especialmente a Antonio, que observaba el espectáculo sin pestañear. Y digo espectáculo porque Beatriz, para darle más morbo al asunto, se dio media vuelta mientras se bajaba las bragas, y después de quitárselas se inclinó hacia delante, separando las piernas ligeramente y ofreciéndonos una vista irresistible de su culo y su sexo, a dos metros escasos de nosotros.
También pudimos notar que tenía la raja muy mojada. A Antonio se le salían los ojos de las órbitas viendo a Beatriz de esa guisa, y yo tenía la polla a punto de reventar el calzoncillo. No contenta con esto, mi novia acercó una mano a su entrepierna, y en un rápido pero certero movimiento recorrió toda su raja con el dedo medio. Luego se volvió hacia nosotros y mirándonos con descaro se metió el dedo en la boca y lo chupó un par de veces. Se acercó a mí, me dio un beso en los labios y sin decir una palabra volvió a sentarse, pero lo hizo flexionando una pierna y colocándola debajo de su culo, de manera que le podíamos ver perfectamente el monte de venus y el coñito.
El juego en teoría había terminado, siendo precisamente yo el ganador, pero los cuatro sabíamos sin necesidad de decirlo que ninguno quería terminar aún. El ambiente se podía cortar con un cuchillo; nuestras caras eran la viva imagen de la lujuria, y nos mirábamos sin hablar como esperando a que alguien tomara una determinación. Entonces Laura rompió el silencio y dijo mirándome a mí:
-Alex, es una lástima que hayas ganado tú porque nos hemos quedado con las ganas de verte en pelotas-. Aquello era una provocación, y mi novia se encargó de echar más leña al fuego:
-Sí, cariño, eres el único que no se ha desnudado. Anda, sé bueno y enséñanos eso que escondes ahí.
Yo había ganado la partida y tenía derecho a negarme, pero la excusa resultaba de lo más infantil según estaba el ambiente. Además, qué diablos, lo estaba deseando. Incluso me sentía un poco incómodo con mis ridículos calzoncillos verdes mientras los demás estaban desnudos. Pero especialmente me excitaba que Laura me viera en bolas. Ya iba a acceder sin más a la petición de las chicas y quitarme la prenda que me quedaba, cuando se me ocurrió una idea mejor. En otras circunstancias jamás se me hubiera pasado por la mente proponer algo así; de hecho me preocupaba el rumbo que podían tomar las cosas si los demás aceptaban, pero pudo más la excitación del momento y, después de pensarlo un poco, finalmente dije:
-De acuerdo, yo me desnudo, pero con una condición: que sigamos jugando…
Casi no me creía lo que yo mismo acababa de decir. Era como si una fuerza interior hubiese hablado por mí. Laura, que parecía la más interesada en mi propuesta, preguntó cómo haríamos para seguir si ya no quedaban prendas que quitarnos, a lo que yo respondí que cada vez que uno perdiera debería obedecer un mandato que le pondría quien le hubiese comido la ficha.
-Pero ¿qué clase de mandatos?-, preguntó Antonio haciéndose el ingenuo.
-De la clase que todos estáis pensando-, contesté, y añadí: -Si no os gusta la idea, nos vestimos y damos por concluido el juego. Como vosotros queráis…
Laura dijo que a ella le parecía bien; su novio también estuvo de acuerdo; Beatriz se quedó pensativa un instante, como sopesando las posibilidades que ofrecía aquello, y finalmente aceptó también. Así pues, me levanté del sofá, me bajé los calzoncillos y sin más ceremonia los lancé con un pie hacia mis espectadores, cayendo en las manos de mi novia que haciéndome un guiño se pasó la prenda por la cara y los pechos. Luego me acaricié la polla mirando hacia las chicas y volví al sofá para reanudar aquella alucinante partida de parchís.
Con mi ocurrencia la situación había dado un giro de 180 grados. Lo que empezó como un simple juego de prendas, más o menos atrevido pero inocente hasta cierto punto, llevaba trazas de convertirse en una orgía si nadie lo paraba, cosa que ninguno parecía dispuesto a hacer; antes al contrario, se notaba bien a las claras que los cuatro deseábamos continuar con todas las consecuencias.
Empezamos a jugar de nuevo, todos desnudos y a cuál más caliente. Beatriz le comió una ficha a Laura, y sin vacilar le ordenó:
-Agarra la polla de Antonio y mastúrbale durante cinco minutos.
Sin duda mi chica había entendido perfectamente a qué me refería cuando expliqué las nuevas reglas del juego. Laura se sentó junto a su novio y empezó a hacerle una paja al tiempo que le pasaba la lengua por las tetillas y le acariciaba los huevos con la otra mano, mientras Beatriz y yo observábamos atentamente la operación. Antonio gemía de placer, cada vez más excitado, pues hay que reconocer que su novia sabía hacer una paja como manda el reglamento. Sujetaba la polla de su hombre firmemente aunque sin apretarla demasiado y movía la mano con una cadencia lenta al principio pero acelerando progresivamente. Pasaron los cinco minutos y Beatriz mandó a Laura detenerse justo a tiempo de evitar que Antonio le llenara la mano de semen. El pobre se quedó al borde mismo del orgasmo, con la polla palpitando en el aire y el glande impregnado de líquido preseminal. Era un poema su cara de frustración por no haber podido correrse cuando estaba ya en puertas. Incluso hizo ademán de terminar el trabajo con su propia mano, pero resistió el impulso, pensando quizás que le venía bien reservar fuerzas y que pronto tendría ocasión de resarcirse con algo mucho mejor que una simple paja.
Volvimos a la partida.
El siguiente en perder ficha fui yo, a manos de Antonio. Supuse que me pondría un mandato sencillo, como masturbarme o hacerle algo a mi novia, pero él tenía otros planes:
-Quiero que le comas el coño y el culo a Laura y no pares hasta que se corra en tu boca.
Uf…, eso sí que era jugar fuerte. Demasiado, pensé, para lo poco sorprendida que parecía Laura. De hecho en aquel momento vi claro algo que venía sospechando desde hacía rato: seguramente ellos habían planeado todo el juego con antelación. El tanga de Antonio y el espectacular conjunto de lencería de Laura no parecían lo más habitual para pasar una tranquila velada en casa, ni desde luego conjuntaban mucho con la ropa cómoda y algo usada que ambos se habían quitado poco antes. Tal vez querían tener con nosotros una experiencia de sexo en grupo o un intercambio de parejas, y al no atreverse a proponerlo directamente pensaron en crear una situación propicia con la excusa del parchís y las prendas, para ver si Beatriz y yo entrábamos en el juego. Sea como fuere, me alegré de la feliz idea que habían tenido nuestros amigos, sobre todo ante la perspectiva de disfrutar del apetecible cuerpo de Laura, por orden expresa de su novio. Se me hacía la boca agua de pensarlo, y ella me miraba con cara de gata en celo.
Antonio concretó el mandato diciendo que debía cumplirlo tumbado boca arriba en la alfombra y con su chica arrodillada sobre mi cara y mirando en sentido contrario a mi cuerpo. Laura trajo un edredón grande y lo extendió sobre la alfombra, luego nos situamos en la posición indicada y, sujetándola por la cintura, comencé a comerme la depilada entrepierna de Laurita, que no podía estar más húmeda. El aroma a hembra caliente que emanaba me trastornó los sentidos. Su rajita destilaba líquidos en abundancia, y yo los saboreaba con gran deleite. Sin prisa pero sin pausa fui pasándole los labios y la lengua por todas partes.
Le recorría lentamente el pubis, las ingles, los labios de la vagina, que ya estaban hinchados por la excitación, el clítoris, la raja del coño, metiendo mi lengua tan profundamente como podía, y de vez en cuando dirigía mis chupadas a su agujerito posterior, llenándoselo bien de saliva y de sus propios flujos, lo que sin duda le encantaba, a juzgar por sus espasmos y gemidos de placer. Yo estaba loco de excitación. Deseaba a esa mujer con todas mis fuerzas, quería tumbarla allí mismo sin esperar más y follármela como un animal salvaje hasta reventar, pero había que acatar las reglas y dejar que el juego transcurriera según lo convenido. Después de un buen rato devorando a placer el coño y el culo de Laura, me dediqué a estimular su clítoris con lengüetazos rápidos e intensos. Eso fue demasiado para ella, pues a los pocos segundos empezó a gemir más fuerte y a agitarse, hasta que le sobrevino un orgasmo tremendo que la dejó exhausta y a mí con la cara inundada de su néctar, desde la nariz hasta la barbilla, y una calentura insoportable. Pero se suponía que estaba cumpliendo un castigo, de modo que, resignado, salí de entre las piernas de Laura que me miraba con agradecimiento por el placer que acababa de darle, me incorporé y regresé a mi sitio.
A continuación tuve una jugada de suerte. Primero le comí una ficha a mi novia, pero fue con un seis, y al volver a tirar le comí otra a Laura. Se me ocurrió ponerles un mandato que sólo de imaginarlo me ponía a cien, pero no creía que ellas aceptaran. Aún así, teniendo en cuenta cómo estaban las cosas, decidí probar suerte, ya que no tenía nada que perder intentándolo. Dirigiéndome a Beatriz, dije:
-Quiero que le hagas una mamada a Antonio mientras Laura te come el coño a ti.
Terminaréis cuando uno de los dos llegue al orgasmo.
Estaba convencido de que se negarían a cumplir ese mandato, y ya empezaba a pensar en otro menos osado cuando Laura se puso en pie muy decidida y dijo mirando a mi novia con cara de vicio:
-Vale, vamos a hacerlo. ¿Por qué no? Beatriz nos miró incrédula, pero se notaba que le daba mucho morbo, de hecho aceptó sin poner objeciones. Seguramente aquello le parecía la revancha perfecta después de verme a mí haciéndole un trabajito de lengua a Laura delante de ella. Hasta donde yo sabía, ninguna de las dos había tenido nunca una relación lésbica, sin embargo parecieron tomarlo con bastante naturalidad.
Antonio se tumbó en la alfombra, mi chica se puso a gatas mirando hacia él y Laura se tumbó boca arriba a continuación de Beatriz y metiendo la cabeza entre sus piernas. Era lo más salvaje que yo había presenciado nunca. Mi novia comenzó a dar lametones a todo lo largo de la verga de Antonio, que pronto reaccionó poniéndose dura como un palo. A ratos le pasaba la lengua por los huevos y se los metía en la boca, provocando en Antonio profundos gemidos, que aumentaron cuando mi chica le cogió la polla y se la introdujo en la boca, primero la punta y luego, poco a poco, toda entera hasta tocar con la barbilla en sus huevos, y empezó a subir y bajar chupando aquel rabo como sólo ella sabe hacerlo. Mientras, en la retaguardia, Laura no perdía el tiempo y se aplicaba con entusiasmo a lamer y chupetear el ardiente sexo de mi novia, haciendo toda clase de ruidos y chapoteos, y con una maestría que cualquiera hubiera jurado que llevaba toda la vida comiendo coños. De paso, al tener las manos libres, aprovechó para acariciar con la izquierda las tetas de Beatriz y darse placer a sí misma con la derecha, frotándose el clítoris y metiéndose los dedos en la vagina.
Ni que decir tiene que yo, con semejante escena, me estaba poniendo otra vez como un toro. El anterior encuentro con la almeja de Laura me había dejado encendido, pero ver a mi Bea tragándose entero el rabo de Antonio mientras su amiga le devoraba el chocho y se masturbaba era más de lo que yo podía resistir. Como espectador disfrutaba al máximo, qué duda cabe, pero necesitaba participar urgentemente, ya no aguantaba más la calentura. Decidí que era hora de dejar a un lado el parchís y ponernos de una vez a follar los cuatro como leones. Me arrodillé entre las piernas de Laura, le aparté la mano del coño y a la vez que me llevaba sus dedos a la boca le puse la picha en la entrada de su cuevecita, que otra vez estaba empapada de flujo vaginal, y empecé a restregarle el glande por toda la raja.
Ella me recibió con ganas. Era evidente que necesitaba imperiosamente sentir dentro una polla, así que me rodeó con sus piernas y se llevó las manos al chocho para separarse los labios vaginales invitándome a que la penetrara. Yo obedecí encantado. Primero le introduje sólo la punta y se la volví a sacar; así unas cuantas veces, hasta que de repente se la metí entera de un empujón, provocándole una sacudida que la dejó inmóvil durante unos instantes. Luego inicié un mete-saca profundo, lentamente al principio para sentir bien y hacerle sentir a ella el húmedo contacto de nuestros sexos, y luego fui acelerando poco a poco mis acometidas.
El culito de mi novia a pocos centímetros de mi cara era toda una provocación, por lo que me incliné hacia delante y, ayudando a Laura, me dediqué junto a ella a la dulce tarea de comernos a medias el coñito y el trasero de Beatriz.
Ésta, al notar que había dos bocas y dos lenguas trabajando su entrepierna, dejó por un momento el pene que estaba chupando y miró hacia atrás. Supongo que vernos a Laura y a mí follando como posesos al tiempo que nos la comíamos a ella debió de ser la gota que colmó el vaso de su excitación, porque en ese mismo momento empezó a correrse con una intensidad como pocas veces la había visto. Sus gritos de placer debieron despertar a los vecinos. Al final, cayó sobre el cuerpo de Antonio, quien la atrajo hacia sí, instándola a cabalgar sobre su polla. Beatriz no se hizo rogar. Tan pronto como recuperó el aliento, se abrió de piernas sobre la verga de Antonio, la apuntó en la entrada de su coño y se la clavó hasta que sus nalgas se posaron en los testículos de su afortunado amigo, que se disponía a gozar de un polvo memorable. Al verlos, Laura y yo aceleramos nuestro erótico vaivén. Al poco noté que me acercaba al clímax y se lo anuncié a Laura; ella me dijo entre suspiros de placer que no parara, pues ella también estaba a punto. Continué penetrándola con fuerza hasta que empecé a correrme derramando toda mi leche en el interior de la vagina de Laura, que al instante se vino también en un orgasmo sensacional, a la vez que se abrazaba a mí y me besaba con gran pasión.
Mientras descansábamos de nuestro polvo, Laurita y yo observamos a nuestras respectivas parejas follando como si se acabara el mundo. La polla de Antonio entraba y salía del chocho de mi Bea a una velocidad de vértigo y ella se derretía de placer. Era cuestión de segundos que explotaran, y efectivamente, los dos se corrieron con ganas y quedaron abrazados durante un rato, mientras aquella verga salía poco a poco del sexo de mi novia, inundado por el semen de su improvisado amante.
Después de aquello el cansancio nos venció y nos quedamos dormidos los cuatro juntos sobre el edredón en medio de la sala.
II
La luz del sol me despertó a la mañana siguiente con una sensación extraña. Mis pensamientos se debatían entre el remordimiento por lo que había hecho y los deseos de repetirlo; entre la lujuria más salvaje y la punzada de los celos. Mucha gente fantasea con aventuras de sexo compartido e intercambios de pareja, pero para aquellos que nunca hayan ido más allá de la mera fantasía, creedme que no es lo mismo imaginar a tu novia follando con otro que verla haciéndolo de verdad delante de ti. Casi todos, en alguna medida, tenemos asumida respecto a nuestra pareja una cierta idea de posesión recíproca o al menos de exclusividad sexual, y os aseguro que un intercambio, sobre todo si se realiza en presencia unos de otros, no es tan fácil como parece al leerlo en un relato. Cuando todo ha terminado y se apaga la pasión y el desenfreno del momento (y, admitámoslo, cuando desaparecen los efectos del alcohol), le asaltan a uno toda clase de dudas.
Te das cuenta de que muchos de los valores y principios que creías inamovibles se han derrumbado o como mínimo se tambalean. Te replanteas seriamente el significado de tu relación de pareja, te cuestionas si de verdad amas a tu novia o ella sólo es para ti poco más que un objeto de placer, y por supuesto te preguntas cuáles son sus verdaderos sentimientos hacia ti. Todas esas consideraciones me hacía yo mientras percibía a escasos centímetros el incitante olor y el calorcillo de la entrepierna de Laura, lo cual, además de terminar de despertarme, he de admitir que vino a desvanecer casi todas mis dudas y alivió notablemente mis remordimientos. Decidí que por el momento era mejor no atormentarse y esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.
Por lo pronto, la escena que formábamos los cuatro acostados y desnudos sobre la alfombra, entre un montón de cojines, era como para despertar la libido de una estatua. Mi novia estaba hecha un ovillo, acurrucada sobre el pecho de Antonio, que descansaba boca arriba. Laura, también boca arriba y situada detrás de Beatriz, tenía una mano en la cintura de ésta y la otra en mi cabeza, que reposaba entre sus muslos ligeramente separados. Ante tal espectáculo no pude contener una erección inmediata, sin embargo preferí quedarme quieto hasta que los demás se despertaran, pues los tres parecían dormir plácidamente.
Al cabo de un rato mi chica se incorporó y yo hice lo mismo. Me dio un beso de buenos días, me acarició levemente la verga haciéndome un guiño y sin decir nada se fue al aseo. Yo me quedé sentado en el sofá y enseguida se despertaron también Antonio y Laura. Se abrazaron y besaron tiernamente, me dieron los buenos días y sin más se fueron juntos al otro cuarto de baño que hay al lado de su dormitorio.
Después de ducharnos y desayunar, salimos a dar un paseo para despejarnos y de paso hablar un poco de lo ocurrido, pues todos estábamos algo abrumados por la situación. Nuestros amigos confesaron que, en efecto, el juego de las prendas y en cierto modo lo que vino después, lo habían planeado antes de invitarnos a su casa. De hecho nos dijeron que fantaseaban desde hacía tiempo con la idea de tener una experiencia erótica con nosotros y finalmente se animaron a intentar ponerla en práctica de alguna manera, aunque los resultados superaron ampliamente sus expectativas iniciales. En principio pensaron en algo como un striptease, o tal vez algún juego de caricias y besos entre parejas, para terminar haciendo el amor cada uno con la suya delante de los otros, pero sin llegar necesariamente al intercambio.
Primero porque, aunque esa posibilidad les excitaba mucho, no sabían si llegado el momento serían capaces de hacerlo, y segundo porque ni siquiera tenían claro que nosotros quisiéramos tomar parte en esa clase de juegos. Temían ofendernos y poner en peligro nuestra amistad si nos lo planteaban abiertamente, y concluyeron que, para evitar situaciones desagradables, lo más aconsejable era ir poco a poco, crear un ambiente que invitara a iniciar el juego y al tiempo pareciera casual, espontáneo, algo no premeditado. La opción del parchís y las prendas resultaba muy conveniente: si nosotros aceptábamos, el primer paso estaba dado y a partir de ahí podríamos llegar hasta donde quisiéramos los cuatro. Y si no aceptábamos o reaccionábamos mal, siempre podrían salir del paso diciendo que todo fue una broma.
Por nuestra parte, Beatriz y yo también teníamos fantasías parecidas, aunque sólo hablábamos de ello algunas veces mientras hacíamos el amor con el propósito de excitarnos, pero sin personalizar en nadie y mucho menos en Antonio y Laura. Sin embargo, en el fondo yo sí pensaba en ellos. Así lo reconocí y Beatriz confesó que también fantaseaba con nuestros amigos. Los dos admitimos que cuando Antonio sugirió lo de las prendas la idea nos excitó tanto como a ellos, y sólo nos preocupaba que nuestra amistad o nuestras respectivas relaciones de pareja salieran mal paradas si el juego llegaba demasiado lejos.
El juego llegó tan lejos como habéis leído más arriba, y aún avanzó mucho más, pues los cuatro, una vez hechas las aclaraciones pertinentes, decidimos continuar esa misma tarde. Todos deseábamos seguir explorando el territorio que acabábamos de descubrir, y esos deseos eran más fuertes que los temores que aún teníamos. Pensamos que sería buena idea proseguir con nuestras aventuras sirviéndonos del juego ya conocido del parchís y los "castigos" de contenido sexual. Para ello nos comprometimos a obedecer sin excepción todos los mandatos que se nos impusieran, siempre que no entrañasen dolor físico ni resultaran ofensivos o humillantes.
Beatriz y yo invitamos a comer a Laura y Antonio en un restaurante cercano, y desde allí nos fuimos a nuestra casa para reanudar los juegos.
Ya en casa, serví unas copas y puse algo de música mientras las chicas iban al aseo para retocarse el maquillaje y, supongo, para hablar con intimidad. Regresaron al rato y los cuatro nos acomodamos en el sofá y los sillones a charlar tranquilamente en espera de acontecimientos. Media hora y un par de copas después, en vista de que nadie se decidía a romper el hielo, Beatriz se levantó del sillón, sacó el tablero de parchís de un cajón y lo puso en la mesita; luego fue a buscar un edredón y, extendiéndolo sobre la alfombra, dijo:
-Juguemos…
Los tres nos miramos con una media sonrisa que lo decía todo, luego nos quedamos viendo a mi novia, que seguía de pie con los brazos en jarras, y soltamos una sonora carcajada.
Como no era cuestión de repetir entero todo el ritual de las prendas, decidimos empezar la partida vestidos sólo con la ropa interior, no tanto porque a esas alturas tuviéramos el menor problema en comenzarla desnudos, sino más bien para darles a las chicas una pequeña ventaja inicial, y también, puesto que no había ninguna prisa, para disfrutar el siempre estimulante espectáculo de vernos unos a otros despojarnos de ella.
Al cabo de unas cuantas tiradas sólo faltaban por desaparecer las braguitas tanga de Laura, que disfrutaba como una chiquilla de esa momentánea victoria. Luego ésta le ganó otra ficha a mi novia, quien, al no tener más prendas que quitarse, debía pagar con una penitencia. Beatriz respiró hondo esperando el mandato con ansiedad. Laura se quedó pensativa un momento, y dijo:
-El castigo que te pongo es… que mi novio te depile la entrepierna, siempre que él esté de acuerdo, claro. ¿Tú qué dices, nene?- Y, claro, qué iba a decir el "nene"… pues que sí, naturalmente.
Beatriz hizo un poco de teatro. Fingía no querer someterse al castigo, pero todos nos dábamos cuenta de lo excitada que estaba. En alguna ocasión se lo había hecho yo y puedo asegurar que se pone a cien. Y más cuando luego le doy el "visto bueno" al trabajo comiéndomela hasta que se derrite literalmente en mi boca.
Después de hacerse rogar y protestar un poco, Bea se tumbó en el edredón dispuesta soportar la "penitencia". Entretanto fui al baño a buscar una maquinilla de las que usa ella para esos menesteres, junto con un bote de espuma de afeitar, un barreñito pequeño con agua templada, una esponja, una toalla y una crema hidratante. Le entregué a Antonio todo el instrumental y me senté a ver la operación de rasurado de mi novia. Antonio le abrió las piernas completamente y humedeció toda la zona con agua, empleando sus propias manos. Luego le echó una buena cantidad de espuma y la extendió por el pubis y la vagina. Cogió la cuchilla y comenzó a afeitarle el pubis y las ingles hasta que no quedó ni un solo pelo. A continuación y con mucho cuidado repitió el mismo tratamiento en los labios mayores. Para evitar herirla con la cuchilla, le estiraba la piel sujetando los labios y poniendo los dedos casi en la entrada de la vulva, que debido a la postura se mostraba abierta como una flor y empapada de flujo vaginal. Cuando terminó por los dos lados, mojó la esponja y retiró los restos de espuma que quedaban. Luego la secó con la toalla y le aplicó la crema hidratante dándole un suave masaje en toda la entrepierna. A esas alturas Beatriz se encontraba en pleno éxtasis y movía las caderas adelante y atrás como si la estuvieran penetrando. Antonio captó el mensaje y, ya sin disimulos, se puso a masturbarla en toda regla. Restregaba los dedos mojándolos en el chorreante coño de Bea y a la vez le frotaba el clítoris. Mi novia se estremecía moviendo todo su cuerpo y aullando de placer. En pocos segundos anunció a gritos: -¡Me corroo!-, y acto seguido se vio sacudida por un violento orgasmo que casi la hace desmayarse. Los demás nos excitamos hasta límites insospechados y nos entraron unas ganas enormes de seguir jugando.
Esperamos a que Beatriz se recuperara y volvimos al tablero de parchís para continuar la partida. Transcurrieron varias tiras sin que nadie perdiera, hasta que mi novia me comió una ficha y al contar veinte hizo lo propio con otra de Antonio. Entonces saltó alborozada en su asiento, miró a Laura con cara de perversa y ésta le respondió con un guiño de complicidad, sonriendo satisfecha. Era obvio que tramaban algo, por lo que empecé a preocuparme, al igual que Antonio que las miraba sin decir nada pero con cara de susto.
-Muy bien, chicos, ésta es la jugada que Laura y yo estábamos esperando-, dijo mi novia corroborando nuestras sospechas sobre una conspiración femenina, y continuó: -Como los dos habéis perdido simultáneamente, vais a cumplir vuestras penalizaciones, por así decirlo, en equipo. Uno de los dos masturbará al otro y, a continuación, el que fue masturbado le hará al primero una mamada. Cada castigo durará cinco minutos, pero si alguno de los dos siente que se va a correr, avisará al otro para que se detenga el tiempo necesario y continúe luego hasta completar los minutos que le falten. Para decidir quién de los dos masturba y quién chupa, lanzaréis un dado cada uno y hará la mamada el que saque la tirada más baja.
Antonio y yo escuchábamos a mi novia sin terminar de creer lo que decía y moviendo enérgicamente la cabeza y el dedo índice en señal de negación. Nos levantamos del sofá diciendo que de ninguna manera íbamos a cumplir semejante mandato. Les ofrecimos hacer cualquier cosa, salir desnudos al balcón, bañarnos en pelotas en una fuente pública o lo que quisieran, excepto eso. Pero ellas, ya en abierta alianza, se mantenían firmes. Alegaron, con toda la razón, que la noche anterior ellas habían realizado sin protestar el numerito lésbico que yo les mandé. Insistieron diciendo que por la mañana se acordó llevar adelante nuestros juegos sin restricciones, lo cual también era cierto.
Para qué engañarse, no teníamos ninguna defensa. Los argumentos de las chicas eran inatacables y lo sabíamos. Nosotros sólo podíamos negarnos a cumplir el castigo sin más justificación que el mero hecho de que no nos apetecía. Era innegable que, tanto Antonio como yo, habíamos aceptado las reglas y en ellas nunca se excluyó el sexo entre hombres. Si no estábamos dispuestos a ello, debimos haberlo advertido en su momento. En mi caso debo reconocer que pensé en ese particular cuando se habló de las reglas a seguir, pero no quise mencionarlo: confiaba en que a nadie se le ocurriera introducir mandatos de esa clase y, además, no quería arriesgarme a que las chicas se negaran también a tener sexo entre ellas, lo cual habría sido una lástima pues me excitaba enormemente. Beatriz y Laura amenazaban ya con abandonar los juegos para siempre si persistíamos en nuestra negativa. Y para demostrar que hablaban en serio, empezaron a vestirse.
-Chicos, es lo justo. Nosotras ya lo hicimos ayer y bien que lo disfrutasteis, ¿no es cierto? Bueno, pues ahora deseamos veros a vosotros haciendo algo parecido-, señaló Laura mientras se abrochaba la falda. -Lo hemos hablado Beatriz y yo hace un rato y las dos tenemos esa fantasía; nos da mucho morbo y nos excita una barbaridad la idea. Venga, no seáis tontos, si sólo es un juego. No vais a dejar de ser hombres por hacerlo. ¿Es que nos vais a negar ese capricho? Después de hablar Laura se hizo un silencio tenso e incómodo. Las chicas observaban desafiantes y Antonio y yo nos mirábamos como si fuéramos víctimas propiciatorias dispuestas para el sacrificio. Estábamos vencidos y lo sabíamos. Si no hacíamos lo que nos pedían, todo terminaría ahí, y ésa era una opción que no nos gustaba a ninguno.
Lo pensé despacio y llegué a la conclusión de que, aunque no me agradaba hacerlo, tampoco era tan grave darle unas cuantas sacudidas con la mano a la polla de Antonio. Lo de la mamada se me hacía inconcebible, pero las posibilidades de librarme eran del cincuenta por ciento. Así que finalmente acepté, confiando en el azar. Y supongo que Antonio se hizo las mismas cuentas, pues también decidió arriesgarse.
Contuve la respiración y crucé los dedos mientras lanzaba el dado a la mesa. Salió un 3. Ya me veía chupando la polla de Antonio, aunque él tampoco parecía tenerlas todas consigo. Tiró el dado y sacó un 2. No pude evitar un resoplido de alivio. Miré a Antonio como pidiéndole disculpas y, encogiéndome de hombros, le dije:
-Lo siento, amigo, esto me hace tan poca gracia como a ti, pero se han empeñado estas dos arpías y no hay más remedio que complacerlas.
-Vale, vale, déjalo…, mejor no digas nada-, respondió Antonio avergonzado.
Beatriz tomó otra vez el mando de las operaciones, indicando que debíamos cumplir la penitencia sobre el edredón y que el primero en actuar sería yo, masturbando a Antonio. Así que éste se recostó con las piernas extendidas y apoyándose en los codos, y yo me situé a su derecha. Tenía el miembro totalmente flácido, y yo pensé que su estado no cambiaría por más que yo lo estimulara con mi mano, de manera que me planteé hacerlo sin el menor entusiasmo, más bien de un modo mecánico. Beatriz me mandó empezar mientras ponía en marcha el cronómetro. Tragué saliva y me dispuse a sostener en mi mano por primera vez una verga que no era la mía. Se la cogí tímidamente y empecé a mover la mano despacio. La sensación era extraña, pero no desagradable. Además, me consolaba pensando que eso era una tontería comparado con lo que más tarde le esperaba a él. Al cabo de un minuto, como aquello no se enderezaba, Laura me pidió que le diera más ritmo y más arte a mis movimientos. "Házselo como te gusta que te lo hagan a ti", fueron sus palabras exactas.
Obedecí de mala gana. Aumenté el ritmo y la presión de mi mano, y el cambio surtió efecto, pues la polla de Antonio comenzó a cobrar vida entre mis dedos. No sabría decir si eso me satisfizo o me avergonzó más de lo que estaba, pero lo cierto es que al poco rato Antonio tenía una erección completa y su respiración evidenciaba que estaba empezando a excitarse.
-Vaya, vaya, eso está mucho mejor-, dijo Beatriz entusiasmada. Las chicas, que de nuevo estaban desnudas, se relamían viendo la escena y acariciaban sus cuerpos dando rienda suelta a sus instintos. Pero lo peor fue cuando noté que mi polla también empezaba a ponerse dura sin remedio. Intenté dejar la mente en blanco pero era inútil. Me estaba excitando, y cuanto más hacía por evitarlo, mayor era mi erección. Laura se percató de ello y le dijo a mi novia en voz alta:
-¿Qué te parece, Beatriz? Tanto protestar hace un momento y mira ahora cómo están los dos. Apuesto a que si les mandas parar no te obedecen.
Concluyeron los cinco minutos y por suerte Antonio logró aguantar sin correrse, aunque después me confesó que no hubiera resistido ni veinte segundos más.
Ahora venía la parte más difícil, sobre todo para Antonio. Aquí podría deciros que la situación me molestaba o me producía rechazo, pero mentiría. La verdad es que, por más embarazosa que fuera la idea de que me la chupara un hombre, sentía una extraña excitación que ni yo mismo podía entender. Tenía la verga dura como una barra de acero y sólo deseaba que Antonio cumpliera su castigo. Pero eso no era todo: Antonio exhibía una polla tan tiesa o más que la mía y, viendo su cara, costaba trabajo creer que aquello le desagradara, sino más bien lo contrario. Nadie hablaba, ni siquiera las chicas, que ahora nos observaban con una expectación morbosa. Acaso dudaban que Antonio fuera capaz de cumplir su delicada misión y preferían no ponérselo más difícil con sus comentarios jocosos. O quizá la calentura que las invadía no les dejaba articular palabra.
Me senté en la misma posición que antes había adoptado Antonio y separé las piernas para dejarle espacio. Entonces él se arrodilló delante de mí y observó mi tranca, que para entonces no sólo estaba increíblemente erecta sino que ya empezaba a expulsar por la punta una gruesa gota de líquido transparente. Antonio parecía haber entrado en una suerte de trance hipnótico. Se inclinó lentamente atrapando mi polla con su mano derecha. Lo que hizo a continuación nos dejó a todos estupefactos. Comenzó a presionarla con los dedos desde la base hasta la cabeza, provocando que saliera un reguero de líquido transparente por el orificio de mi amoratado glande. Entonces acercó su boca y le dio varias pasadas con la lengua hasta dejarlo limpio. No me había recuperado de la impresión cuando vi mi verga desaparecer entre los labios de Antonio, que la engulló hasta donde pudo de un bocado y la retuvo un instante dentro de su boca presionando el tronco con los labios. Volvió a sacarla lentamente pero manteniendo la presión, y cuando sólo le quedaba dentro la punta sentí la caricia de su lengua recorriendo por todas partes la cabeza de mi polla. Repitió la misma operación al menos cinco o seis veces, pero con una lentitud que me permitía sentir plenamente cada uno de sus movimientos y me hacía delirar de placer, aunque intentaba disimularlo a duras penas. Antonio se sacó mi verga de la boca y procedió a pasarle la lengua varias veces, como si fuera un helado. Luego me la inclinó hacia atrás y se entretuvo un rato chupando mis testículos y metiéndoselos en la boca, para volver después a mi polla. A esas alturas ya no me importaba si aquello me lo hacía un hombre, una mujer o un extraterrestre, sólo podía pensar que me estaban dando una mamada de película.
Era claro que mi amigo, por la razón que fuera, se había propuesto hacerme gozar al máximo, y casi me parecía una descortesía permanecer impasible y rígido en lugar de exteriorizar el placer que estaba sintiendo, así que me relajé y empecé a gemir y a mover la pelvis al compás de las chupadas de Antonio, el cual, ya lanzado, subía y bajaba cada vez más a prisa a lo largo de mi verga, metiéndosela hasta la garganta en cada movimiento.
Cuando faltaba poco más de un minuto para cumplirse los cinco, sentí que me acercaba peligrosamente al orgasmo y se lo avisé a Antonio antes de que fuera demasiado tarde:
-Antonio, no sigas que me voy a correr-, le dije entre jadeos de placer. Aminoró un poco la velocidad de sus chupadas y pensé que se iba a parar, pero en vez de eso continuó subiendo y bajando lentamente. Con ello evitó que me corriera, sin embargo consiguió mantenerme estable en ese punto inmediatamente previo al orgasmo. Las chicas no daban crédito a lo que veían. Se levantaron del sofá y se sentaron junto a nosotros para no perder detalle del increíble espectáculo que les estábamos brindando. Yo no sabía cuál era el propósito de Antonio, pues volví a pedirle que lo dejara y él siguió a lo suyo como si no me oyera. Comprendí que estaba decidido a terminar el trabajo. Efectivamente, me sujetó de las caderas y continuó chupando despacio pero presionando mi verga con los labios cada vez más fuerte.
En vista de ello, incapaz ya de oponer más resistencia, me dejé ir y en pocos segundos llegué al orgasmo vaciándome en la boca de Antonio, que siguió mamando hasta el final. Cuando notó que había terminado de correrme, sacó lentamente mi polla de su boca manteniendo dentro todo el semen recibido, que era abundante. Se incorporó, se volvió hacia Beatriz que estaba a su derecha mirándolo alucinada, la sujetó por la nuca, acercó su boca a la de ella y le dejó caer toda mi leche entre los labios. Mi novia recibió la descarga reteniéndola a su vez en la boca y se puso a lamer la lengua y los labios de Antonio, llevándose las últimas gotas de mi semen y de su saliva. A continuación tragó una parte de lo que tenía en la boca y luego se inclinó hacia mí para compartir conmigo lo que quedaba, dándome un morreo tan húmedo y caliente que consiguió excitarme otra vez.
De nuevo nos quedamos los cuatro en silencio, supongo que cada uno trataba de asimilar lo ocurrido. No es fácil describir lo que pensaba y sentía yo en aquel momento. Soy persona de mente abierta y nunca he tenido prejuicios en lo tocante al sexo, y aunque por la imaginación de uno pueden pasar y pasan toda suerte de situaciones, incluso algunas realmente fuertes, puedo asegurar que nunca me había planteado seriamente la posibilidad de participar en algo como lo que acababa de suceder, porque sencillamente no me atrae. Tengo muy claro que soy heterosexual, pero no es menos cierto que acababa de recibir una de las mejores mamadas que recuerdo, y me las han hecho muy buenas.
Cuando Antonio comenzó a chupármela yo estaba tenso e incómodo; mi mente rechazaba aquello y no conseguía disfrutar. Pero al rato decidí relajarme y tomarlo como lo que era: una experiencia nueva, uno más de nuestros juegos. Me concentré únicamente en mi propio placer y me dejé llevar por las sensaciones que estaba experimentando, lo que me permitió gozar de un excelente trabajo oral.
Pero entonces, ¿por qué me sentía así? ¿Qué era lo que me preocupaba? Enseguida lo comprendí. Nuestras aventuras apenas estaban empezando, y si Antonio me había hecho semejante homenaje, no es difícil suponer que muy pronto alguien me mandaría a mí corresponderle del mismo modo. Y cuando llegara esa ocasión, que llegaría sin duda, ¿con qué cara iba yo a negarme? De todos modos procuré apartar de mi pensamiento esas preocupaciones, ya decidiría lo que fuese en el momento oportuno. Entretanto, Laura rompió el espeso silencio que reinaba en la habitación:
-Joder, tíos, es lo más morboso y salvaje que he visto en los días de mi vida. Me habéis puesto más caliente que un volcán.
-Pues no te cuento cómo estoy yo, querida-, dijo Bea-. Me he mojado hasta los muslos viendo el espectáculo que nos han dado estos chicos. Vamos a seguir jugando, a ver si tengo suerte y consigo que alguien me alivie pronto esta calentura.
Así, pues, regresamos al tablero de parchís para continuar la partida. Sin embargo, a pesar de haber 16 fichas en circulación, transcurrió más de media hora sin que nadie se comiera ninguna. Por fin la suerte cayó de mi lado y le comí una ficha a mi novia. Mi mandato fue el siguiente:
-Quiero que le comas la entrepierna a Laura hasta que se corra en tu boca, y luego, si ella no se opone, la besarás durante dos minutos para darle a probar su propia miel.
Sabía que estaba jugando con fuego pero realmente me apetecía ver a las chicas en acción y de paso cobrarme una pequeña venganza por la jugada anterior, aunque faltaba por ver si Laura accedía al beso lésbico que les estaba proponiendo. Por el momento ninguna de las dos dijo una palabra, se limitaron a tumbarse sobre el edredón, Laura boca arriba con las piernas muy abiertas y Beatriz delante de ella mirando a su coño. A una indicación mía, mi chica se inclinó sobre el sexo de Laura y empezó a darle suaves y delicadas pasadas con la lengua por los alrededores de la vulva. La afortunada se incorporó apoyándose en los codos para observar lo que ocurría entre sus piernas, y por la expresión de su rostro parecía disfrutar mucho con ello. No era para menos, porque Bea se aplicaba a la faena con gran dedicación.
Tras lamerle repetidamente las ingles, el interior de los muslos y el pubis, empezó a pasar la lengua por los labios externos, hasta que consideró que era el momento de atacar sin contemplaciones el objetivo e incrustó su boca en el sexo de su amiga, que para entonces era un lago de flujo vaginal. Mantuvo un rato los labios pegados al coño de Laura, chupando la raja a conciencia y metiendo toda la lengua en su interior. Después, aprovechando que su compañera levantaba la pelvis acompasadamente, Bea colocó las manos bajo sus nalgas, se las separó y le atacó el otro agujerito. Laura se retorcía de gusto; las caricias de mi novia la estaban enloqueciendo y sin duda la llevarían al orgasmo en muy poco tiempo.
Así ocurrió en cuanto sintió la lengua de Beatriz paseando por su clítoris. Empezó a convulsionarse y a gritar mientras se corría con toda su alma. Pero cuando el orgasmo de Laura comenzó a apagarse, mi novia volvió al ataque lamiendo su botoncito del placer y logró que enseguida encadenara otro más. A todo esto mi polla se puso dura de nuevo, y qué decir de Antonio, que aún no se había corrido en toda la tarde: tenía la verga a punto de estallar y se la acariciaba mientras miraba a las chicas completamente encendido por la lujuria.
Beatriz se separó por fin de la almeja de su amiga y nos miró visiblemente excitada. Tenía la boca, la barbilla y las mejillas impregnadas de líquido vaginal y saliva. Sin necesidad de decir nada estaba pidiendo a gritos que la follaran, pero aún no era su turno. Comenzó a gatear sobre el cuerpo de Laura y acercó su boca a la de ésta para cumplir la segunda parte de mi mandato. Antonio y yo pudimos deleitarnos viendo cómo nuestras novias se fundían en un tórrido beso de lengua, abrazándose y acariciándose mutuamente. Se lamían una a otra los labios, jugaban con sus lenguas e intercambiaban saliva y el jugo sexual de la propia Laura. Fue algo espectacular y caliente a más no poder, pero sólo tenía que durar dos minutos, transcurridos los cuales se separaron y se quedaron mirándonos con cara de viciosas. Antonio y yo no pudimos menos que ponernos en pie y prorrumpir en aplausos y silbidos de admiración.
Decidimos hacer un receso, pues los cuatro, por diversas razones, necesitábamos ir al aseo y también nos apetecía comer algo para reponer fuerzas. Luego volvimos a la mesa y esta vez no tardó mucho en llegar la acción. Mi novia me comió una ficha y se puso de pie muy contenta y sonriente. Pero su sonrisa era maliciosa. Me temía lo peor.
-Bueno, ahora vamos a montar un numerito excitante y morboso de verdad-, dijo Bea, y añadió dirigiéndose a Antonio y Laura: -, aunque hará falta vuestra inestimable colaboración para realizarlo. Ya sé que sólo ha perdido Alex, pero si no participáis vosotros no se puede hacer. Es una escena para cuatro actores que se me ocurrió antes mientras me comía el coño de Laura.
Miedo me daban las ocurrencias de mi chica, dados los precedentes, sobre todo en ese momento, pues parecía haberse apoderado de ella la lujuria más perversa. Se la veía desatada, dispuesta a lo que fuera con tal de gozar al máximo. Mis peores sospechas se confirmaron cuando nos explicó en qué consistía la escena:
-Tú, Alex, debes tumbarte boca arriba; Laura se pondrá encima de ti en la posición del 69, con su sexo en tu boca pero dejando libre tu polla, porque la necesito para mí, je, je, je… Yo me sentaré sobre ti clavándome tu verga en el coño y, a su vez, Antonio se situará detrás de Laura para penetrarla. Y ahora viene lo interesante. Por un lado, Laurita me dará placer con la lengua desde mis tetas hasta mi clítoris; yo me sacaré tu polla de vez en cuando para dársela a probar bien mojadita en mis jugos. Y por el otro lado, Antonio meterá la suya alternativamente en el sexo de su chica y en tu boca, pudiendo correrse donde él prefiera. Cuando tú estés cerca del orgasmo me darás una palmadita en el culo, entonces yo me la sacaré y se la pasaré a Laura para que ella te haga acabar y se trague toda tu leche. ¿Qué, os parece bien? Esa pregunta, obviamente, no iba para mí sino sólo para nuestros amigos, pues yo no tenía elección. Para mi desgracia, los que podían elegir decidieron prestarse a al capricho de mi novia y a mí no me quedó más remedio que aceptar lo inevitable. No se puede negar que la escena propuesta por Bea era excitante y salvaje como pocas, algo digno de una película de porno duro, pero comprenderéis que yo hubiera cambiado ligeramente la posición de los actores, y entenderéis también que a mí todo aquel invento no me hacía ninguna gracia. Sin embargo, quizá por el morbo de la situación o por la excitación acumulada, la realidad es que estaba ya muy caliente; tenía la verga totalmente erecta y deseaba que las chicas me la trabajaran a modo, y me motivaba especialmente saber que Laura me la iba a mamar hasta el orgasmo y luego se tragaría todo mi semen. Era la única compensación que podía encontrar al embarazoso papel que me tocaba desempeñar.
Me tumbé en el edredón y Laura se colocó a cuatro patas sobre mí como había dicho mi novia. De nuevo tenía el suave y cálido sexo de Laura a mi alcance, pero esta vez no tardaría en acompañarnos un visitante que no me era nada grato. Traté de no pensar en ello y concentrarme únicamente en disfrutar. Mientras Bea y Antonio se situaban en sus lugares correspondientes, aproveché el momento para hundir mi boca y mi lengua en la deliciosa raja de aquella chica que cada vez me gustaba más, al tiempo que ella hacía lo propio metiéndose en la boca y chupando con verdadera pasión mi excitadísima verga. Quizá la situación no invitaba a consideraciones de esa especie, pero en aquel instante me di cuenta de que Laura empezaba a atraerme de verdad.
Estuve tentado de pedirles a Bea y Antonio que nos dejaran solos un rato para entregarnos por entero el uno al otro en la intimidad, pues eso era lo que más me apetecía, pero obviamente no era el momento. Me sacaron de mis cavilaciones, por un lado las manos de mi novia arrebatándole a Laura su golosina e introduciéndola en su coño de una sentada, y por otro la visión de la polla de Antonio acercándose peligrosamente. De inmediato me aparté del coño de su chica para cederle el sitio y él lo ocupó de un solo empujón, penetrándola sin dificultad gracias a lo mojadísima que estaba, lo cual me permitió tener un primerísimo plano de la follada de ambos.
Beatriz empezó a cabalgar lentamente sobre mi verga presionándola con su vagina (sabe que eso me encanta) mientras su amiga, ligeramente incorporada, le comía las tetas. Después Laura se volvió a inclinar, metió la cara entre las piernas de Bea y sentí sus labios y su lengua jugando con el clítoris de mi chica, aprovechando para lamer también el tronco de mi polla cada vez que quedaba al descubierto. Quise devolverle el favor, así que acerqué mi lengua y le lamí el pubis y el clítoris durante un rato. Entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir. Mi novia se sacó mi polla del coño para ofrecérsela a Laura, que se la tragó hasta la campanilla, y Antonio, al ver la jugada, se decidió a imitarla: sacó lentamente la verga de su cálido alojamiento y me la puso en los labios. Estaba durísima y totalmente impregnada de la miel del sexo de Laura. No quise pensarlo más, pues la cosa era inevitable, de modo que cerré los ojos, abrí la boca y le dejé paso a la verga de Antonio. Él empujó lentamente hasta que la tuvo casi entera dentro de mi boca. Tenía, lógicamente, todo el sabor de su novia, por lo que no me importó tanto chuparla y degustarla.
Al mismo tiempo sentía la boca de Laura haciendo maravillas en mi polla y decidí repetir exactamente sus mismos movimientos en la de Antonio. Si ella me pasaba la lengua por el glande, yo hacía otro tanto; si ella me la chupaba adentro y afuera, yo también se la chupaba igual a Antonio. Así estuvimos unos minutos hasta que Beatriz se apoderó nuevamente de mi rabo y se ensartó en él para seguir gozando a todo galope. Antonio, que parecía estar muy próximo a correrse, imitó de nuevo la acción que se desarrollaba ante él y sacando su polla de mi boca volvió a clavarla en la vagina de Laura.
La primera en acabar fue mi novia. Se dejó caer sobre mi verga y con ella bien clavada comenzó a balancearse presionando su clítoris contra mi pelvis, hasta que alcanzó un fabuloso orgasmo entre gritos de placer que Laura intentaba ahogar sin mucho éxito besándola en la boca. Acto seguido Antonio anunció que le llegaba su turno. Yo estaba preparado para apartarme en caso de que intentara correrse en mi boca, pero no fue necesario. Tal vez porque no se atrevió a devolverme la moneda o tal vez porque simplemente le apetecía más eyacular dentro de su chica, cosa muy comprensible (yo hubiera hecho lo mismo), la cuestión es que empezó a acelerar el ritmo de sus embestidas y a gemir fuertemente mientras se vaciaba con gran placer en el ardiente y enrojecido coño de Laura, cayendo luego en el edredón completamente agotado.
Ella aún no había logrado correrse pero estaba cerca, y en esas circunstancias sólo había un modo de que lo hiciera. Puse mi boca en su sexo y volví a lamerlo sin importarme ya lo que hubiera en él. Notaba el semen de Antonio escurriendo por su abertura mezclado con los propios jugos de la chica, pero continué comiéndome ese coño chorreante.
Cuando llevaba haciéndolo unos diez minutos, en vista de que aquello ya no bastaba para hacerla llegar al clímax, decidí saltarme el guión.
Agarré a la chica por las caderas, la volteé y me giré para invertir nuestras posiciones, por lo que quedé sobre ella cara a cara. Nos miramos un instante sin hablar; Laura tenía el rostro encendido, sus preciosos ojos me pedían que la follara y me lo reiteró abriendo las piernas cuanto pudo y empujando mi trasero con las manos en busca del contacto íntimo, que era justamente lo que yo deseaba. La penetré sin contemplaciones, con furia. Como ya he dicho, su coño era una catarata de líquidos sexuales, así que no parecía probable que le hiciera daño al meterle mi verga bruscamente. Aun así, cuando la sintió entrar tan de golpe se estremeció dejando escapar un quejido gutural y me miró entre asustada y sorprendida, lo que me enardeció más de lo que ya estaba. Entonces se agarró a mí como una lapa, con brazos y piernas y juntó su boca con la mía. Yo correspondí a su abrazo rodeándola también con mis brazos bajo su espalda, y a su beso comiéndole la boca y la lengua como si me fuera la vida en ello. El contacto de nuestros cuerpos era máximo, pues mi verga permanecía completamente alojada en su coño hasta tropezar con la matriz.
Una vez acoplados, empecé a moverme lentamente, sacando la polla hasta la mitad y volviendo a meterla entera, pero después de unas cuantas acometidas aumenté la velocidad hasta el máximo. Mi polla era ya como un pistón subiendo y bajando a un ritmo enloquecido. Repentinamente, Laura tuvo un orgasmo, pero yo no me detuve, quería que tuviera al menos otro y seguí empujando todas mis fuerzas. Por suerte no tardó mucho en correrse de nuevo, pues yo ya estaba casi al límite de mi resistencia física. Laura quedó entre mis brazos, temblando de placer. Permanecimos un instante así, quietos y abrazados, y luego yo me incorporé sacando mi polla de su sexo y quedé arrodillado frente a ella. Entonces Laura se dio la vuelta hacia mí, acercó la cara a mi verga y, mirándome a los ojos, se la metió entera en la boca.
En ese momento volví a tomar conciencia de que no estábamos solos. Giré la cabeza y vi a Antonio y a Bea que nos observaban atónitos desde el sofá. Me concentré de nuevo en las atenciones que Laura le dedicaba a mi polla, que eran ciertamente exquisitas. Me la chupaba con ansia, la metía en su boca hasta casi atragantarse, luego la sacaba lentamente y la succionaba como si quisiera exprimirla. Una de las veces se la sacó de la boca y me dijo:
-Dame tu leche, Alex, quiero que me llenes la boca de semen y bebérmelo todo hasta dejarte seco.
Y eso hizo exactamente. Yo estaba a punto de venirme y con sus palabras no hizo falta mucho más. Volvió a tragársela y a succionarla con toda su alma, y en pocos instantes me derramé completamente en su boquita. Ella, al notarlo, siguió chupando aún más deprisa sin parar de succionar hasta la última gota. Cuando terminó su trabajo se incorporó quedando en la misma posición que yo y casi pegada a mí, luego abrió la boca para que viera mi semen dentro de ella, la volvió a cerrar y se lo tragó todo. Finalmente la abracé y nos dimos un interminable beso. Fue uno de los mejores y más calientes polvos que he disfrutado en mi vida, y la mamada de Laura me proporcionó un orgasmo sencillamente bestial. Así se lo dije cuando nuestras bocas y lenguas se separaron.
Con esto dimos por terminado aquel encuentro, nos duchamos, nos vestimos y nuestros amigos se despidieron hasta una nueva ocasión. Desde entonces nuestra relación ha cambiado completamente. Siempre que podemos nos reunimos los cuatro y, por lo general, terminamos haciendo locuras parecidas a las que acabo de contar, pero que prefiero dejar para próximos relatos. Por ahora, espero que éste haya sido de vuestro agrado.
Besos y hasta pronto.
Alex
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