ASISTENCIA EN CARRETERA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Yo tengo 45 años, mi mujer 42 y tras más de 22 años de matrimonio me cuesta mucho encontrar la excitación y el deseo por mi mujer. Ella es morena, bajita, pero tiene un culo carnoso y bien formado y unos senos muy grandes y tiesos. Pero lo cierto es que estaba pasando una mala racha y llevaba días sin ganas de tener relaciones con ella, lo cual motivaba sus constantes reproches. Los 40 minutos de espera sirvieron para enfadarnos más y para que nos zampáramos una botella de ginebra entre los dos.
La cuestión es que, una vez llegado el gruista mi mujer, mitad por fastidiarme, mitad por efectos de la ginebra comenzó a insinuarse al empleado de la grua, un chico alto, un poco grueso, de unos 25 años.
Algo me dice que este chico venía puesto de “algo” pues no es normal que entrara tan rápido a las provocaciones de mi mujer y a mis retos. “A que yo le puedo gustar a cualquiera” preguntó al desconocido. No tuvo respuesta. “¿A qué ni loco te lo harías con esta mujer?” pregunté yo. A esto tuve una respuesta inesperada…………
El gruista apoyó a Amanda en el coche, bajó las tirantas del vestido de mi mujer y comenzó a comerle las tetas. El alcohol, la sorpresa y el deseo me paralizaron. Amanda, lejos de indignarse, comenzó a acariciar el pelo del chico y a gemir, apoyada en el capó. Tras unos minutos, observé los pezones completamente en punta de mi mujer y la deseé con locura. El gruísta abrió su mono, levantó el vestido de Amanda y ensartó su polla en mi mujer, supongo que “burlando” sus braguitas, porque no se las bajó. En ese instante empezó un frenético “metesaca”.
Mi esposa gemía, abierta de piernas mientras el amable operario la follaba a todo trapo y sin contemplaciones. Los senos de Amanda se bamboleaban rítmicamente y era un espectáculo verla gemir con las bragas puestas, el vestido veraniego en la cintura y la cara desencajada por el placer. Acabó pronto. El gruista se ve que estaba caliente y se corrió entero dentro de mi hembra a pesar de un último intento de ella por despegarse para evitar el semen. Pero una vez notó el chorro cálido en sus entrañas, Amanda no se quejó, más bien gimió como una loca. La voz no salía de su boca, salía de su pecho, ronca, queda….
Amanda se quitó el vestido y las bragas y se arrodilló frente al operario comenzando a chupar el pene de éste. Casi de inmediato volvió la erección al muchacho. Yo ya no podía más, estaba excitado y desconcertado. Me acerqué a los dos amantes y ordené al gruista que la penetrara por detrás. La eché sobre una aleta lateral del vehículo e invité al muchacho a que poseyera lo que nunca antes yo había tenido. Amanda se quejó e intentó levantarse pero la cogí por el cuello y le dije “tú te estás quietecita y te callas”. Él no vaciló y situándose a su espalda clavó como un puñal su enorme polla en el culo de mi mujer. Todavía escucho el grito de dolor al sentir como era desgarrada. Amanda lloraba y el cabrón del gruista gozaba sin parar, le decía puta, guarra, te voy a desangrar por el culo…….y a fe que la polla salía de mi mujer ensangrentada. En ese instante le pedí que parara. Separé a Amanda del coche lo suficiente para ponerme delante de ella apoyado en el coche ahora yo, conseguí penetrarla por el coño, no sin cierta dificultad. Así estuvimos los 3, la hembra llena de carne por todos sus agujeros, los machos acompasando el ritmo. Una vez que el gruista y yo empezamos a compenetrarnos, el ritmo se fue haciendo mayor y Amanda parecía que empezaba a gozar, aunque era evidente que la estaban partiendo, literalmente, el culo. La pobrecilla no aguantó la presión de la polla sobre su esfínter y se meó entera encima mía. Ello me hizo explotar de placer y me corrí, gozando como un loco, al unísono con la madre de mis 3 hijos.
Quedó derrengada encima de mí y tuve que aguantarla unos minutos más mientras el muchacho de la grua se corría como un mal nacido gritando incoherencias y porquerías. Mi esposa quedó sobre el capó del auto rota de dolor y placer. De su ano empezó a resbalar un hilo de sangre y semen.
Y entonces pasó. No sé bien por qué pero me quité la ropa que me quedaba (la camiseta y los bóxers que tenía en los tobillos) y me apoyé sobre el capó, cerca de mi mujer, boca arriba. El gruista entendió a la primera y se echó sobre mí, restregando su polla contra la mía. El contraste era grande. La mía había vuelto a estar erecta y la suya todavía morcillona. Casi sin pensar abrí los labios y recibí la lengua de mi amante, tratando de llegar a mi campanilla. Rodee sus hombros con sus brazos y noté toda la tensión de su cuerpo que empezaba a cansarse.
Su polla pasó a pollón. No me había fijado pero la tranca que tenía sobre mí medía no menos de 23 cm. “Fóllame a mí también, le pedí” y obediente me penetró el culo sin miramientos. “ella es mía y tú también” me dijo y empezó a bombear su trozo de carne dentro de mí, mientras me chupaba mis senos (no llegan a la talla 110 de mi mujer, pero son grandes y tiernos). Yo no sabría decir si estuvimos haciendo el amor una hora o un minuto pero la mezcla de dolor, escozor y placer formaron un cóctel explosivo. Mientras estaba siendo poseído, mi mujer posó sus labios en los míos y comenzó a besarme. Era demasiado para mí y terminé corriéndome y meándome al mismo tiempo. El adonis que me penetraba también se corrió inundándome de su leche.
Pasaron días, años, que en realidad fueron minutos. “¿Te ha gustado?” pregunté a Amanda embargado por la vergüenza y el placer. “SÍÍÍÍ” fue su respuesta, sonriéndome.
Desde ese día hemos gozado en varias ocasiones del chico de la grúa y de algún otro.
Y se acabaron los reproches.
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