barquito 13
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por barquito.
Sumida en un mar de llanto, deambulaba por la casa como un zombi y en cuanto tenía un instante de soledad, me refugiaba en la cama para, abrazada a una almohada para corporizar su recuerdo, perderme entre lágrimas y sollozos en la rememoración de nuestros momentos más felices.
Poco a poco, esas remembranzas fueron cediendo lugar a la cordura y comencé a realizar mi auto examen; aun hoy y siendo plenamente conciente de los actos realizados en casi cuarenta años influenciada por un desdoblamiento de ni personalidad y una segura psicopatía, no encuentro en ellos nada que reprocharme ya que con mi alienación no perjudiqué a nadie más que a mí misma y en cambio hice inmensamente felices ha quienes compartieron mi cama.
Leyendo mis recuerdos todos juntos, seguramente parecería que pasaba el día teniendo sexo, pero si se analiza que los protagonicé en el lapso de veinte años, no es difícil comprender que nuestro comportamiento social era el de un matrimonio normal; salíamos de compras, llevábamos a las chicas al cine y fiestitas infantiles o actos escolares, sábados y domingos socializábamos con gente amiga en asados o reuniones, practicábamos deportes y salíamos de vacaciones todos juntos durante un mes, que era lo habitual en esos tiempos.
Fuera lo que fuera lo que hiciéramos sexualmente, lo realizábamos en privado y la profundidad perversa o degradante de esos actos nos competía sólo a nosotros, quienes debíamos juzgar su inmoralidad o si casi todas las mujeres del mundo civilizado no hacen lo mismo con sus maridos creyendo que esas humillaciones forman parte del compromiso del matrimonial; en definitiva, fueron poco más de una docena quienes disfrutaron conmigo, incluido Matute.
Concluyendo que nuestra actitud desaforada sólo sirviera para consolidarnos como pareja, enfrenté ese nuevo comienzo que me proponía la vida y, aunque apocada y tristona, volví a incorporarme a la familia y reanudé mis acoples con Arturo que, sin exigirme, fue haciéndome recuperar aquella fogosidad casi masoquista para el disfrute sexual.
Arturo había ido escalando a nuevas posiciones ejecutivas y merced al reconocimiento de sus méritos, fue ascendido a director de la empresa y como tal, al cumplirse un aniversario de la revista Gente, nos invitaron a la tradicional fiesta anual y él arregló para que en nuestra mesa coincidieran dos amigos y compañeros suyos a quienes yo conocía y a un inglés, director de una empresa similar que no era competencia, con su mujer. El salón de Sheraton lucía colmado de gente y, casi escondidos en un rincón, lo convertimos en una fiesta dentro de la fiesta.
Habiendo distribuido una generosa propina antes de la cena, los mozos se encargaron de que en la mesa no faltaran bebidas y, acompañándolas con la riqueza de los platos, transcurrió la velada en medio de una alegría festiva que no disimulábamos un cierto grado de embriaguez. En esos años y a causa de esa fraternidad sexual que une a los ejecutivos en sus largos viajes al interior y noches de alcohólicas confidencias alabándose a sí mismos, parecía ser que Arturo había fanfarroneado con algunas de mis más virtuosas aficiones sexuales y aunque yo no lo sabía, tenía expectativas ciertas sabiendo que Osvaldo no me desagradaba y esperaba que, con un poco de descontrol “organizado”, cometiera un desliz.
Sin embargo, mi atención se concentró en la inglesita que aparentaba rondar los treinta y para mí, que ya miraba de reojo la cuarentena cobraba un atractivo especial; más alta que yo, rubia como sólo pueden serlo las inglesas, poseía un cuerpo delgado pero lo suficientemente equipado para ser perturbador sin exageración; lo interesante que la diferenciaba de otras esposas de ejecutivos que conociera, era su adaptación al país hablando un español fluido con un gracioso acento y un conocimiento cabal de la actualidad a la que analizaba con ese humor ácido que tienen los extranjeros para con nosotros.
Encantada por aquella circunstancial compañera, hice que intercambiara silla con su marido y pronto nos encontrábamos charlando de los más diversos tópicos a los cuales, con mi sempiterna lubricidad, fui orientando hacia temas sexuales y más específicamente, la importancia que le otorgábamos a la intimidad; por palabras, gestos, sonrisas intencionadas y referencias sin tapujos hacia la libertad de género, comprendí que había encontrado un par y en tanto comíamos y compartíamos con los hombres la alegría que nos otorgaba el alcohol, tuve la felicidad de sentir como su mano se colaba por debajo del vestido de cóctel para acariciar curiosa mi muslo.
Yo ignoraba que Arturo lo había planeado todo y conocedor del efecto que las bebidas hacían en mí predisponiéndome sexualmente tanto como de la bisexualidad de la mujer de su amigo, mientras se ocupaba que mi copa no estuviera vacía, no pudo dejar de advertir los chisporroteos en nuestras miradas y los juguetones toques de nuestras manos que lo pusieron en alerta.
Anticipándonos a esas especulaciones y aunque estábamos bastante achispadas por el champán, luego de los postres y tras pasar un largo rato en el toilette en el que nos limitamos acariciarnos y manifestar nuestra calentura, volvimos recompuestas pero tambaleantes para proponer por qué no salíamos todos juntos a tomar unas copas finales; sabiendo cuál sería su papel, los otros hombres apoyaron calurosamente la iniciativa y al rato estábamos acomodándonos en el amplio Torino de Arturo
Volcando hacia adelante la butaca que permitía el acceso al asiento trasero de la cupé, me recosté mareada contra el respaldo mientras Osvaldo y Jill me acompañaban. Con Sammy en el asiento delantero, Arturo bajó lentamente por la explanada curva del hotel para dar la vuelta a la Plaza de los Ingleses. A esa hora de la madrugada, el clima característico de Buenos Aires había colocado sobre el pavimento una brillante pátina de humedad que se manifestaba en los jirones de una espesa niebla, obligándolo a manejar con prudencia el poderoso Torino y cuando tomó por Libertador en dirección hacia el Norte, se dio cuenta del súbito silencio que había reemplazado a la algarabía anterior.
Al mirar a través del espejo retrovisor, vio como aun con los ojos cerrados y una complacida sonrisa en mis labios, aceptaba mansamente el silencioso asedio la muchacha quien, sin apenas moverse, conducía mi laxa mano para que confirmara la consistencia de sexo a través del vestido de gasa. Entornando los ojos y aun con la mirada turbia perdida en el techo del auto, deslicé en toques exploratorios los dedos sobre la comba y su prominencia me entusiasmó y, tras recorrerla a lo largo, se ciñeron contra la tela para iniciar un manoseo muy parecido a una masturbación. Ella se había acercado para pasar cariñosamente un brazo sobre mis hombros e inclinándose, picoteaba apenas en la boca entreabierta con mínimos besos húmedos.
Yo había correspondido a los silenciosos embates de Jill con indecisos lengüetazos a la par que la mano buscaba ciegamente levantarle el ruedo para acceder ala carnosidad de la entrepierna. Profundizando el calor de los besos, me abrió la corta chaqueta Chanel y desabrochó con presteza los pequeños botones de la blusa. La costumbre había hecho que no usara corpiño, sorprendiéndolos cuando las manos separaron la seda y mis tetas surgieron desafiantes a la vista de todos.
Ronroneando mimosamente, había recostado regalona la cabeza sobre su hombro y, en tanto que me aferraba a su nuca para incrementar la fuerza de los chupones, encogí una pierna de lado para que la mano que dejara al descubierto los pechos, descendiera por debajo de la falda a excitar mi sexo casi expuesto. A pesar de la lentitud de la marcha, ya habíamos llegado a las cercanías de la Facultad de Derecho y, observando como Arturo tomaba un desvío junto al Centro de Exposiciones, condujo el coche hasta dejarlo estacionado en la calle posterior, lejos de cualquier lugar transitado.
Sin dejarme distraer con esa maniobra que me decía que podría gozar tranquila del sexo comprobé la diferencia que puede existir de una a otra mujer con un simple beso; los de la espigada pero excelentemente bien formada muchacha poseían una enérgica insolencia que los acercaba bastante a los bríos masculinos y en tanto encerraba mis labios para mordisquearlos con fogosa insistencia, los dedos acudieron directamente a la entrepierna para rebuscar bajo el elástico de la bombacha y ubicar el húmedo comienzo de la raja.
Colocado a mi lado, Osvaldo también acercó sus labios para que las tres bocas y lenguas se trenzaran en un combate desigual en el que las dos, atacaban y sojuzgaban a la mía que, no obstante la novedad de ese beso múltiple, me aplique en recibir y fustigar a las invasoras con goloso deleite.
Posiblemente incitada por esa mansa aceptación, Osvaldo despegó su boca para hacerla deslizarse a lo largo del cuello, chupeteando y lamiendo los sudores que ya habitaban los huecos de las clavículas y aquel triángulo entre ellas, mientras sus manos se daban maña para sacarme la chaqueta. Después, morosamente, casi con desgano, la lengua tremolante se escurrió sobre la rubicunda urticaria del pecho y precedida por una mano que atrapó el seno, ascendió perezosamente teta que la dejaría junto a la aureola.
Cuando me excito, mis aureolas que cubren variedad de quistes sebáceos a tienen la peculiaridad de alterarse, alzándose prominentes a imitación de otro pequeño seno para exhibir en su centro el largo, rosado y grueso pezón. Observándolo con gula, el hombre envió la lengua engarfiada para recorrer el montículo en toda su extensión y en tanto que índice y pulgar comenzaban a retorcer la mama del otro pecho, los labios atraparon la excrecencia mamaria para comenzar a sorberla delicadamente.
Ya no disimulaba el placer que estaba obteniendo y en tanto sujetaba firmemente la nuca de Jill para reforzar el vigor del beso, con la otra mano busqué y acaricié la cabeza del quien la satisfacía de esa manera. Ese goce tan nuevo y tan distinto me obnubiló pero no tanto como para no percibir como la mano que no está sometiendo al seno, se desliza a lo largo del vientre para terminar alzar el ruedo de ka pollera hasta la cintura y finalmente, escurriéndose por debajo de la breve trusa tomar contacto con el leve triangulito velludo del Monte de Venus. Tras explorarlo como para comprobar su consistencia, se aventura a lo largo del sexo en acariciantes toques de las yemas.
Los dedos poderosos poseían una habilidad especial que se manifestaba en una tenue fricción individual contra los tejidos y así, en tanto que unos se encargaban de separar los labios mayores de la vulva los otros se dedicaban estregar el interior en un subir y bajar que los llevó desde el alzado clítoris hasta el mismo agujero de la vagina, verificando el húmedo barniz que exudaban las glándulas.
Recibí esa caricia con un estremecimiento que me indujo a menear casi imperceptiblemente la pelvis en imitado coito, dejando que mi boca pronunciara enfervorizados asentimientos en medio de los chupones y lengüetazos que me propinaba con voraz lujuria a la boca apremiante de Jill, quien, dejando de besarme, desalojó a Osvaldo para continuar con el chupeteo y manoseo de los senos en tanto que este se desplazó hacia abajo para que su cabeza quede encima del sexo.
En tanto corría a un lado la entrepierna de la bombacha y separaba mis muslos, inclinó aun más la cabeza para que la lengua empalada tomara contacto con el clítoris y desde allí se deslizara hacia abajo en procura de la apertura vaginal. El suave y tibio contacto colocó un escalofrío en mi columna vertebral y, aunque era es uno de los mejores placeres que me proporcionaba Arturo, la consistencia de la lengua conllevaba una sensación inédita que me hizo desearla con angustiosa necesidad.
Jill lo había suplantado con ventaja para mí, ya que le vehemente inglecita no se contentaba con chupetear los pezones, sino que, mientras los dedos apretujaban las carnes en duro maltrato, hizo que los dientes se confabularan con los labios y, en tanto aquellos succionaban fuertemente la mama, estos establecían un deliciosamente insoportable raer que cobraba aun mayor protagonismo cuando los dedos que sojuzgaba al otro seno, clavaron en el pezón los filosos bordes de sus uñas en martirizante retorcimiento.
Hacía años que el dolor y el placer formaban en mí parte de una misma sensación y podía reconocerlos cuando aparecían, por eso es que mi boca dejaba escapar los hondos suspiros satisfechos que me inundaban mientras alentaba fervorosamente a la pareja para que me llevaran a la cima del éxtasis.
La lengua tremolante fustigó los colgajos que formaban mis labios menores cuando la excitación los nutría de sangre para que luego los labios de Osvaldo los ciñeran en goloso chupar de la saliva mezclada con mis jugos en profundas succiones. Casi de manera inconsciente, mis manos buscaron a la otra muchacha y con la vista nublada por las lágrimas que el goce colocaba en mis ojos, vi como su cuerpo encogido acuclillado en el asiento me permitía acceder a la entrepierna.
Sin la protección de prenda alguna, los dilatados labios humedecidos por el tibio flujo parecían invitarme y mis dedos los separaron para establecer un delicado restregar que puso un gruñido satisfecho en es boca que sometiera tan deliciosamente mis tetas.
Como si estuviera divirtiéndose conmigo, después de la probada inicial de mis labios Jill volvió ha cambiar de posición y desplazándome para que quedara en forma oblicua al asiento apartando nuevamente a Osvaldo, se acuclilló en el piso entre mis piernas. Tras quitarme la bombacha, colocándome la pierna izquierda abierta encogida contra el respaldo, separó la otra que estaba asentada sobre la alfombra y con esa dilatación del sexo, hizo que la lengua iniciara un vibrante periplo desde el clítoris hasta la depresión anal, en la que escarbó sutilmente provocándome aquellos conocidos escozores en la zona lumbar.
En tanto que Jill se adueñaba del clítoris para sorberlo y mordisquearlo con angurria, Osvaldo, ya sin pantalones, se colocó de costado cruzando una pierna sobre mi pecho mientras buscaba mis labios con la húmeda cabeza de la verga; acomodándome mejor, lo aferré entre mis dedos y comencé a succionarlo en forma tal que el hombre pareció enloquecer. Llevaba tiempo sin chupar otra verga que no fuera la de mi marido, que él solo sentirla dentro de la boca me sacó de quicio y, lamiéndola con furia, chupé golosamente cada trozo de la piel, corriendo bruscamente el prepucio hacia atrás e instalé la serpiente errática dentro del surco que rodeaba al glande, haciéndolo estremecer de placer.
Sintiendo la boca de la inglesita haciendo maravillas en mi sexo introduje la cabeza de la verga en mi boca hasta sentirla sobre la lengua y cerrando con fuerza las mandíbulas, inicié un lento vaivén, succionándola con poderosas chupadas; yo sentía que algo en mi interior iba a estallar y mi cuerpo ondulante recibía complacido los embates de la boca mientras la mía se esmeraba en la succión y los dedos en la masturbación del falo. JiIl esparció los jugos que manaban de la vagina por la raja entre las nalgas y un dedo prudente tentó la fruncida apertura del ano que ya dilatado por el goce, permitió la entrada del dedo en su interior.
Mis gemidos angustiosos llenaron el auto y mientras sentía derramar hacia el sexo las riadas calientes de los fluidos, recibí en la boca el baño espermático. Trémula pero no saciada sexualmente, resollaba fuertemente por las narinas con los dientes apretados, cuando ella decidió terminar lo iniciado y colocándose sobre mí de manera que su entrepierna quede directamente sobre mi cara; depilado totalmente, no existe el menor vestigio de pelo en toda la entrepierna incluyendo el ano. Como un feraz jardín de corales surgiendo entre los labios mayores, los arrepollados tejidos del interior colgaban frente a mi boca, cubiertos por una brillante pátina de jugos y la misma entrada a la vagina aparecía dilatada como una boca hambrienta.
Un deseo salvaje me provocaba para que ya no sólo fuera mi boca la que los buscara y labios y dientes sometieron al clítoris; índice y pulgar aferraron las aletas de los pliegues para estregarlas entre sí y cuando mi pelvis se estremeció con incontrolables sacudimientos, hizo penetrar índice, mayor y anular al canal vaginal para iniciar un movimiento de rascado al encogerlos y estirarlos sobre los tejidos.
Enajenada por el placer y las narinas dilatadas por las tufaradas que emergían del sexo femenino, extendí la lengua en cuidadosa inspección. La punta se engarfió para alcanzar los colgajos, pero al momento de sentir las papilas gustativas invadidas por ese inefable gusto que de agridulce tornaba a un néctar inexplicablemente delicioso, me aferré a los muslos de Jill y hundí la boca toda en la succión al sexo.
Ella hizo que sus dedos ya no sometan únicamente al punto G, sino que imprimió a la mano un movimiento de vaivén semejante al de una cópula mientras daba al brazo un movimiento basculante que llevaba las uñas a rastrillar en interior en ciento ochenta grados.
Aquel era uno de los más significativos, excitantes y placenteros acoples múltiples que protagonizara y manifestándolo en hondos bramidos que sacudían mi pecho y, rogando vivamente por la inminente llegada del orgasmo, les supliqué que me condujeran a él. Osvaldo se inclinó junto a la boca de Jill que entonces se apoderó del clítoris mientras él metía tres dedos a la vagina en un exquisito rascado que fue transformándose en un vigoroso vaivén; ya no podía controlar los movimientos espasmódicos de mi cuerpo que ondulaba autónomamente y sintiendo cómo cedían los diques de la satisfacción, hundí la boca en el sabroso sexo como si quisiera devorarlo y así, como fundidos, nos debatimos en un furioso acople que culminó con el envaramiento de mi cuerpo y en medio de voraces chupeteos al sexo de Jill, solté los escupitajos del orgasmo entre los dedos de Osvaldo que fue reduciendo lentamente la velocidad del brazo hasta que los líquidos cesaron de manar.
Disfrutando de la magnífica fatiga que proporciona hacer un buen sexo oral a otra mujer y recompensada por aquella lechosa eyaculación, esperé ansiosa la continuación del verdadero acople con los hombre quienes, ante una seña de Arturo, hicieron correr al asiento delantero a la muchacha para que el inglés, ya desnudo, se sumara a Osvaldo, quien terminara de hacerlo conmigo
Colocándome en el medio del asiento, Osvaldo se arrodilló frente a mi y me separó las piernas para que la lengua vibrante escarbara sobre la diminuta flechita peluda para luego estimular serpenteante al tubo que se erguía en el nacimiento de la vulva.
De forma totalmente involuntaria, mis reflejos condicionados hicieron que colocara una pierna encogida sobre su hombro y separara aun más la otra mientras flexionaba la rodilla y de esa manera facilitar el camino a los hombres que hundieron sus bocas en la entrepierna, uno en el sexo y otro sobre el ano. Involuntariamente mi cuerpo ensaya un corto adelante y atrás que se acentúa cuando ellos alternan los lambeteos y chupones con la introducción de sus gruesos dedos en ambos agujeros en una masturbación conjunta que extravía mis sentidos.
El vaivén se convirtió en un verdadero traqueteo en la medida en que yo incrementaba el flexionar de las piernas y ellos la penetración con el auxilio de otro dedo. El conjunto de los cuatro dedos era semejante al de verdaderos falos e, inconscientemente, de mi boca salieron histéricas súplicas de penetración sexual. Evidentemente aguardaban esa reacción mía, ya que, obedeciéndome, aproximaron sus vergas aun no del todo erectas para, guiándolas con sus dedos, iniciar un frotar externo a ambas hendiduras, provocando histéricos sí en mí y con el roce sobre los húmedos tejidos se produjo la rigidez definitiva de los falos.
Sentado a mi lado y rodeándome el talle con sus grandes manos, Sammy me alzó como a una pluma para después hacerme descender el cuerpo e, indicándome que abrazara sus caderas con las piernas, penetró hondamente la vagina. Todavía no me reponía por el tránsito inicial de la tremenda verga, cuando fue Osvaldo el que acomodó el cuerpo para que su falo embocara y penetrara despaciosamente el ano.
Todas la dobles penetraciones que sufriera y disfrutara hasta el momento habían marcado el momento cúlmine de los acoples y cuando el cuerpo ya se encontraba relajado con sus órganos dilatados como para recibir las penetraciones, pero esa me encontró sin otra preparación que el anterior sexo oral y manual. Ya fuera por tamaño, forma o dureza, la verga que se hundía en el sexo, aunque su glande rozara despiadadamente el fondo vaginal, fue haciéndoseme más cómoda y colaboré con él alzando el cuerpo y dejándome caer, pero la que en verdad me hacía sufrir era la que metía Osvaldo al ano.
En tanto que Sammy me sostenía con sus dos manos separándome las nalgas, Osvaldo se aferraba a mi cintura para darse impulso con la flexión de las piernas y en ese ángulo casi vertical, la introducción del falo al recto me lastimaba. Mis ayes doloridos parecieron conmover a los hombres y haciéndome descender, me sentaron arrodillada en el borde del asiento mientras ellos se colocaban a cada lado con las espaldas rozando en techo de auto y, sacudiendo las vergas humedecidas por mis jugos, me exigían que las chupara.
Acomodándome mejor para que mis glúteos se apoyaran también en los talones, me incliné primero hacia Sammy y la conocida fragancia de mi vagina me hace recuperar el humor. Acariciando los genitales oscilantes, mi boca buscó el glande del falo para, después de dos o tres pequeñas chupadas, enviar la lengua a recorrerlo glotonamente. Unido al aroma, el sabor familiar de mis mucosas hicieron que escurriera la boca a lo largo del tronco hasta los mismos testículos que sobé cuidadosamente para después ascender en voraces lamidas y chupeteos e introducir la cabeza en la boca, ejecutando un corto meneo que me hacía tragarla por entero, ciñendo apretadamente los labios contra la sensibilidad del surco.
El placer que expresaba el rostro del inglés, hizo que Osvaldo me tomara del cabello para hacerme dar vuelta la cabeza y enfrentar a su miembro. En ese preciso momento, resolví que si los demás habían decidido convertirme en una maquina sexual, asumiría con gusto ese rol pero como protagonista principal, no más como un instrumento pasivo.
Sin que mi mano dejara de masturbar a Sammy, hice que la lengua recorriera el glande y una vez que mi saliva cubrió toda la cabeza, la mano se hizo cargo de encerrarlo en cortos y rápidos movimientos envolventes, liberando a la boca que, con sañudos chupeteos, descendió hasta la base, succionó el escroto y volvió a ascender cubriendo de saliva al tronco y, tornando a tomar posesión del vértice, lo introduje sobre la alfombra de la lengua mientras índice y pulgar formando un aro, ceñían reciamente al falo para deslizarse arriba y abajo sobre la saliva.
La gula me domina por completo y en tanto recibía jubilosa la verga que se introducía hasta el fondo de la garganta, seguí masturbando a Sammy para, luego de un momento, sacudir la cabeza para liberarme de las manos y emprenderla nuevamente con el falo del inglés. Yo sentía como en la entrepierna y vientre crecía el fuego de ese volcán que me habita desde siempre y cuya erupción me lleva a obtener las mejores eyaculaciones y orgasmos de mi vida.
Totalmente fuera de mí, quise acelerar esa explosión y que fuera el semen el mejor extintor; en un enloquecido juego de labios, lengua y dedos, succioné rápida y vorazmente los falos, alternándome con los dedos en la masturbación hasta que, en medio de angustiosos gemidos y pedidos de que me llenaran con su leche, los hombres comenzaron a eyacular en contenido orden para volcar el esperma en mi boca.
Deglutiendo con fruición la perfumada cremosidad de cada uno, mantuve erectos los falos con lentas masturbaciones y la boca golosa inició una ronda final de succiones para eliminar hasta la última gota que manara por la uretra, tras lo cual y agitada por el productivo esfuerzo, me dejé caer boca arriba en el asiento.
Sammy se arrodilló y tomándome por las piernas, la atrajo hacia el borde y colocando mis pies sobre sus espaldas, dejó que la boca se alojara sobre el sexo. La lengua empalada recorrió el trecho entre el clítoris y el ano en lerdas lamidas que contribuyeron a incrementar la dilatación de los labios mayores para que la abundancia de mis fruncidos labios menores aflorara en todo su esplendor.
Con la colaboración de los labios, la lengua vibrante realizó una deliciosa carnicería en la entrepierna, sojuzgando, lamiendo, chupando y mordisqueando cada oquedad o saliente del sexo para enfocarse luego en la irritante introducción del clítoris a la boca, sometiéndolo entre labios y dientes al tiempo que dos dedos encorvados se introducían a la vagina en cadenciosas penetraciones.
Osvaldo no permanecía inactivo y dejaba que su boca y manos recorrieran en deliciosos vagabundeos todo mi cuerpo y, en la medida en que avanzaba se dedicó a un seno, sobando, lamiendo y succionando primero las aureolas y luego los irritados pezones a los que chupaba y mordisqueaba tan lentamente que provocó nuevos y particulares cosquilleos en mi columna y nuca.
Finalmente, siguió estimulando los senos con los dedos mientras introducía la verga todavía tumefacta entre mis labios. Una de las cosas que más me excita es convertir al flojo pellejo de un pene en un verdadero falo y, tomando entre mis dedos aquel despojo carneo, lo introduje en su boca casi en su totalidad, macerando con lengua y dientes la tierna blandura.
Para mí era un disfrute sentir como el tierno colgajo iba cobrando consistencia y en la medida que eso se producía, lo sostuve con los dedos mientras la lengua tremolante lo recorría por entero hasta los mismos genitales. Tanto lo que hacía Sammy en mis pechos y boca como el increíble trabajo que ejecutaba Osvaldo en el sexo, me hicieron volver a sentir la necesidad no sólo de acabar, sino de saborear los acidulados jugos de los hombres; esa inquietud se vio satisfecha de alguna manera, ya que ellos iniciaron un carrusel, alternándose para hacer lo mismo que el otro.
El disfrute de albergar distintas vergas en mi boca y el trabajo de dedos y bocas en mi sexo me hicieron vibrar de pasión en medio de mimosos gemidos con los que expresaba mi contento, hasta que Sammy tomó entre sus manos mis piernas a la altura de las rodillas para alzarme la pelvis hasta el nivel de su falo, penetrándome en un ángulo tan distinto que el glande pareció querer perforar mi vientre, pero fue ese mismo sufrimiento el que me elevó un grado más allá de la cordura y atacando al falo que en ese momento tenía dentro de la boca, prácticamente lo mastiqué para sorber los jugos que había generado y cubrían toda su extensión.
Aunque había alcanzado el orgasmo o por lo menos eyaculado un par de veces, los hombres parecían no conseguirlo y cansados de tanto esfuerzo, se sentaron uno a cada lado y tomando un objeto que sacara Jill de su bolso, me pidieron que los gratifique ejecutando para ellos una buena masturbación.
Las masturbaciones formaban parte de mi cotidianeidad y siempre, en algún momento del día, me satisfacía manualmente con distinto grado de excitación y profundidad con lo cual obtenía una tranquilidad que compensaba las tensiones del día; acomodándome semi reclinada contra el respaldo, comencé por un nuevo sobamiento a los pechos que la actividad de las bocas habían sensibilizado hasta el punto que el menor roce de la palma de la mano sobre ellos me sacudía como estuviera realmente herida. El vaho ardiente de mi pecho había resecado los labios de tal manera que dediqué a la lengua a refrescarlos con la humedad de saliva y, cuando una de mis manos recorrió presurosa el vientre para excitar en repetido estregar al clítoris, la histeria del deseo hizo que hundiera el filo de los dientes sobre el labio inferior.
Apoyándome en un codo, llevé los dedos a un exquisito roce en toda la vulva e introduciéndome dentro del óvalo, aferré las barbas carnosas para friccionarlas entre sí y mientras jadeaba como una bestia en celo, introduje dos la vagina en una furiosa búsqueda del punto G.
Las anteriores cópulas lo habían inflamado y al rozarlo levemente con una uña, pegué un respingo que me hizo tomar conciencia de hasta donde podía llegar mi excitación. Tomando el artefacto que me ofrecía Osvaldo, comprobé que era un consolador cuyo tronco exhibía una sucesión de sinusoides y al acercarlo a los labios para cubrirlo de saliva que actuara como lubricante, descubrí que la superficie estaba totalmente cubierta por una capa de gránulos semejantes al de una gruesa lija y que, seguramente, estimularía de forma inédita su piel.
Sosteniéndolo por la base en tanto separaba aun más las rodillas fui metiéndolo despaciosamente a la vagina y al iniciar el vaivén copulatorio, sentirlo tan plenamente, me hizo exhalar un reprimido sollozo y con un hilo de baba escurriendo por la comisura de los labios abiertos, me auto flagelé con esa maravillosa superficie que inflamaba más aun los tejidos vaginales.
Debido a la reciedumbre de los hombres, no había podido disfrutar los orgasmos anteriores y olvidada por completo de todo lo que no fuera procurarme satisfacción, me alentaba a mí misma con groseras palabras mientras meneaba la pelvis en un imaginario coito hasta que, en medio de ayes y maldiciones, recibí en la mano los jugos que drenaba mi sexo por el tronco del falo hasta que la fatiga me venció y caí desplomada sobre el asiento.
Reclamándome que esperaban por más, Sammy me alentó a despertar sus vergas dormidas y a pesar de la capa de lágrimas, saliva, sudor y semen que cubría mi cuerpo, me sentía como renovada por esa nueva experiencia y eligiendo al azar, me aproximé a Osvaldo para tomar el pellejo que era la verga con sólo movimientos y caricias de los dedos, hice que, lentamente, recuperara su volumen.
Contenta por haberlo hecho solamente con los dedos sin necesitar de lengua y labios para lograr mi objetivo, dejé caer una respetable cantidad de saliva sobre el pene y una mano se dedicó a la masturbación al tiempo que la otra exploraba más abajo para que un dedo escarbara travieso en el ano y, solazándome con el goce que expresa sonoramente el hombre, introduje el dedo a la búsqueda de la próstata. Ubicada la glándula, incrementé la velocidad de la masturbación al tiempo que la yema estimulaba vigorosamente el bulto hasta que Osvaldo me pidió que cesara en ese magnífico martirio y lo montara.
Ayudada por él, puse mis pies en el asiento a cada lado suyo para luego flexionar las piernas e iniciar el descenso del cuerpo hasta que la punta del falo rozó los húmedos tejidos. Asiéndome del respaldo y en tanto le pedía que manoseara mis senos, fui hundiendo el falo dentro de la vagina tan hondo que lo sentí ocupar el cuello uterino y mis nalgas estrellarse en la mata peluda.
Dándome envión, cabalgué largamente al falo hasta que él me pidió detenerme porque no quería acabar todavía. Tal vez esa falta de semen en mi cuerpo me incentivó, porque, dirigiéndome decididamente a Sammy hice lo mismo, con la variante de que no me penetré con el falo dándole la cara a él sino que, de espaldas y sostenida por sus manos, me paré firmemente sobre la alfombra para agacharme y jinetear intensamente al falo, con la recompensa de que sobre el final, él me penetró con un dedo por el ano. Esta vez sí, continué hasta experimentar mi alivio y como vigorizada por la eyaculación, me dirigí hacia Osvaldo para hacerlo acabar, pero aquel no sólo no quería esa posición sino que me hizo parar frente al respaldo del asiento delantero y colocándome una rodilla sobre el borde, me excitó manualmente por sexo y ano para después introducir la verga en la vagina.
Esa postura y la proximidad con Arturo y Jill me excitó tanto que se dirigí mis dedos a estregar rudamente al clítoris que por la posición la verga no alcanzaba y, pidiéndole aun más al inglés, demostré mi elástica fortaleza, cuando fue haciéndome poner de costado y estirándome la pierna verticalmente la colocó contra su pecho.
Manteniendo precariamente el equilibrio apoyada tan solo con un brazo borde del asiento, pasé la otra mano por la nuca del hombre y así, me dejé estar en la magnífica cópula en la que el falo penetraba totalmente en la vagina. Me penetra cadenciosamente durante unos momentos tras los cuales fue reemplazado por Osvaldo que, haciéndome apoyar el torso y las manos por sobre el respaldo, me abrió las piernas para hundir su verga en el sexo desde atrás pero solamente lo hizo como para lubricarla en las mucosas y luego, separándome las nalgas, fue penetrando el ano en medio de las caricias de Jill a los senos colgantes y de mis quejumbrosos lamentos que, sin embargo, se transformaron en agradecidos jadeos por recibir tanto placer.
A su turno, Sammy me acostó boca arriba sobre el asiento con parte de mi grupa sobresaliendo y directamente me sodomizó en esa posición mientras sus manos se cebaban en los pechos que se movían desordenadamente al ritmo de la culeada. Demostrando su fortaleza y cuidándose de no eyacular, fue él quien se acostó boca arriba para luego sacando la verga del ano, hacerme acuclillar encima suyo para penetrarme por el sexo.
Con las manos en los soberbios pectorales masculinos, flexioné las piernas para conseguir que el falo me penetrara a un ritmo que coincidía con el de su pelvis elevándose en fuertes remezones. Y así, perfectamente acoplados nos movimos armoniosamente hasta que Osvaldo detuvo por un instante el ritmo de la cópula para apoyar una pierna sobre el asiento y de esa manera, con delicados movimientos, ir metiendo su falo en el ano.
Como en cada oportunidad, la doble penetración me obnubiló de dolor pero al mismo tiempo me introdujo a un mundo de sensaciones en las cuales me era difícil discernir cuál me procuraba mayor satisfacción, si el sufrimiento o el placer. De cualquier manera y mientras mi cuerpo se hamacaba instintivamente para amoldarse al rítmico coito-sodomía de los hombres, con los ojos cerrados por el goce, percibí como sobre mi boca abierta se apoyaba la carnadura de otro miembro.
Abriéndolos asombrada, vi que Arturo se había decidido a intervenir y me distendí complacida para dar cobijo al falo y las manos de mi marido, quien aferró mi cabeza para utilizar la boca como si fuera en sexo y someterla al cansino vaivén de sus caderas. Verdaderamente, mi goce era indescriptible con los tres falos subyugándome simultáneamente; ese placer se potenció cuando ellos fueron turnándose para ocupar un lugar sobre mi grupa y ya en el paroxismo de la excitación, obedecí mansamente a Sammy cuando se acostó boca arriba, pidiéndome que me coloque ahorcajada de espaldas a él.
Creí saber lo que pretendía y, apoyándome en mis rodillas, fui flexionando las piernas para descender hasta sentir como él me aferraba por las caderas con una mano mientras con la otra guiaba al falo que no buscó como yo suponía la traqueteada vagina sino que se alojó y penetró sin inconveniente alguno el ano ya dilatado. Complacida, di comienzo a un lerdo galope sobre el falo, sintiendo como su cabeza golpeteaba en la tripa pero él tenía decidida otra cosa, ya que aferrándome por el cabello, fue tirando de él con el propósito de que mi torso se inclinara hacia atrás.
En la medida que eso sucedía, el ángulo en que la verga me penetraba iba haciéndose cada más recio, obligándome a abrir las piernas, con lo que su flexión se tornaba trabajosa y cuando é la tomó por los hombros e incrementó la velocidad de la penetración, vi como Osvaldo se acuclillaba sobre mi entrepierna e introducía totalmente el falo en la vagina.
Nuevamente, el martirio del coito múltiple se hizo dolorosísimo pero, apretando los dientes con determinación, expresé entre bramidos de satisfacción mi anhelo de que no cesaran jamás de penetrarme. Paralelo a esas exclamaciones, Arturo se acuclilló sobre el asiento frente a mi cara e incitándome a separar los labios, los rozó con el glande. Aquella apoteosis del coito me sobrepasaba y sabiéndome sostenida por los poderosos brazos de Sammy, rodee con los dedos el tronco del falo de mi marido para que, en tanto lo introducía golosa a la boca en un verdadero festival de lamidas y chupones, lo masturbaba apretadamente.
En esa ocasión y entre el sonoro chapaleo de las carnes estremecidas, los hombres proclamaron su próxima eyaculación, lo que actuó como un disparador de la mía y enviando una mano a restregar reciamente al clítoris, incrementé las succiones al falo de Arturo hasta obtener la recompensa de su esperma llenándome la boca y en tanto lo deglutía con fruición después de saborear su gusto a almendras dulces, mi tripa y vagina recibieron la recompensa del tibio baño del semen.
Mimándome como si fuera una chiquilina y con el concurso de Jill, Osvaldo y Sammy me recostaron en el asiento y con el concurso de sus pañuelos fueron limpiándome del pringue de saliva, sudor, jugos corporales y esperma. Esperando que los estremecimientos de la excitación se calmaran para devolverme parte de mi serenidad habitual, me ayudaron a vestirme y yo los dejé hacer con mimosa complacencia mientras me recuperaba del esfuerzo y, más tarde, cuando después de dejarlos en sus casas emprendimos el regreso a casa, dice Arturo que dormí placidamente recostada en el mullido asiento trasero.
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