Compartiendo a mi esposa
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por robertojrz.
Conocí a mi esposa en la Universidad y antes de terminar la carrera ya nos habíamos casado.
Llevamos una relación muy buena y sexualmente ni se diga.
Tanto ella como yo tenemos 28 años y llevamos 9 de casados.
Hemos decidido no tener hijos hasta después de los 30 años, ya que disfrutamos mucho de nuestra vida en pareja y queremos seguir haciéndolo un poco más.
Durante nuestros tiempos de universidad teníamos un grupo de amigos que en los que éramos tres parejas.
De estas tres parejas solo Diana y yo nos casamos y podo a poco fuimos perdiendo contacto con el resto del grupo.
Únicamente continuamos frecuentando a Jorge quien era mayormente mi amigo aun que se llevaba muy bien también con mi esposa.
Por cuestiones laborales Jorge cambio de ciudad y teníamos más de 3 años de no verlo, pero un par de semanas atrás nos avisó que regresaría a la ciudad por unos días y le gustaría vernos.
Desde luego que accedimos, sería fabuloso recordar viejos tiempos.
Diana y yo pensamos que sería bueno venos en algún bar pero Jorge propuso que fuera en nuestra casa, para estar mas a gusto, dijo, y platicar con mas calma.
A Diana y a mi nos pareció buena idea.
El día llegó.
Eran pasadas las 7 de la tarde cuando Jorge tocó la puerta.
Lo recibimos efusivamente, de pronto era como si aquellos tres años no hubieran pasado.
Jorge trajo una botella de vino que era muy reconocido en la ciudad en la que ahora vivía y dijo que sería perfecta para beberla mientras platicábamos después de la cena.
La cena trascurrió de manera amena.
A Jorge le estaba yendo muy bien en su trabajo, seguía soltero pero aseguraba que era por mera decisión personal.
Amaba su soltería y el disponer por completo de su tiempo.
Después de finalizar la cena nos fuimos a la sala.
Diana fue por la botella de vino que había dejado enfriando y unas copas.
—Por los buenos amigos y los gratos recuerdos—brindó Jorge con teatral solemnidad.
La noche estaba trascurriendo a prisa, ya pasaban de las 11 y la botella de vino estaba llegando a su fin.
Poco a poco comencé a sentir mas calor de lo normal, por un momento pensé que estaba dándome un ataque de fiebre.
Sentía la cara caliente y me di cuenta que Diana se abanicaba con una revista.
Por su parte Jorge se notaba también extraño, aunque no tanto como nosotros.
Supuse que se nos estaba subiendo el vino y como Jorge había bebido menos su estado de ebriedad era menor.
Diana se levantó del sillón para poner música y al verla sentí una repentina oleada de excitación.
Se veía esplendida en ese entallado vestido negro.
Ya la había visto con ese vestido pero en ese momento fue como si nunca lo hubiera visto.
Note el escote de la espalda como una incitante invitación a acercarme y besar el surco que formaba su espina dorsal.
Por su parte Diana se movía con tanta sensualidad que sus caderas bailaban anticipadas a la música que iba a poner.
Yo estaba perdido en esta contemplación, olvidadme completamente de la presencia de Jorge.
Sin pensarlo me llevé la mano a la entrepierna para acomodar mi verga que ya estaba erecta y comenzaba a molestarme a la presión con mi ropa.
—Que buena se sigue poniendo Diana—.
Dijo Jorge con un tono de voz malicioso.
Desde luego que estoy acostumbrado a escuchar los piropos que mi esposa provoca, pero las palabras y el tono con que lo dijo Jorge estoy seguro que en otro momento me hubieran hecho molestar pero por alguna razón solo atiné a voltear a ver a Jorge mientras me mordía los labios.
Jorge, que estaba en el sillón opuesto al mío también tenia su mano en su entrepierna y una erección era bastante evidente.
De pronto comenzó a sonar la música.
Era muisca instrumental, una selección que específicamente Diana elegía cuando buscaba un ambiente sensual.
La vi caminar de regreso, contoneándose al ritmo de la música.
—De pronto me dieron ganas de escuchar este disco—.
Dijo ella con una voz suave mientras se sentaba muy cerca de mí y cruzaba la pierna dejando al descubierto sus muslos duros y tersos.
—Le decía a Mario que te ves muy bien, Diana.
—Específicamente dijo que te sigues poniendo muy buena mi amor—Dije yo poniendo mi mano en la pierna de Diana.
—¿Eso dijiste, Jorge?— Preguntó ella con una nota de falsa sorpresa.
—Si lo tengo que volver a repetir—habló Jorge— entonces agregaré que hoy te ves como para comerte a besos.
El descaro de Jorge no me pasaba desapercibido pero por mas que trataba de mostrarme molesto más excitado me sentía.
—¿Tu que dices mi amo? —Me preguntó Diana acercado su cara a la mía—¿Crees que si estoy como para comerme a besos?
Yo ni siquiera pude responder.
Como un loco me abalancé a sus labios y comencé a besarla con desenfrenada pasión.
Mi verga palpitaba dentro de mi pantalón.
Me dolía de lo hinchada que la tenía.
Un dejo de claridad en mi mente me hacía preguntarme que estaba haciendo, ahí estaba Jorge, separados de nosotros solo por la mesa de centro.
Por su parte Diana correspondió a mi arrebato pasional de igual o mejor manera.
Sentía su lengua explorando mi boca y luego poso su mano sobre mi verga erecta y con total descaro y un largo suspiro dijo:
—Mmmm… que rica.
La tienes muy dura.
No fue un susurro, lo dijo a plena voz, Jorge debió oírla, pensé.
Y en ese momento volteé a verlo.
Jorge seguía sentado pero si antes solo tenía su mano sobre su entre pierna, ahora se sobaba su erección sin vergüenza alguna.
—Mamasela, Diana—le dijo Jorge como si el tuviera autoridad para dar cualquier orden y mucho menos una de este tipo.
Sin embargo a Diana parecía importarle poco que la orden viniera de un amigo muto que solo había sido invitado a cenar a nuestra casa.
Sin poner objeción alguna sus manos fueron directamente al cinturón de mi pantalón y comenzó a desabrocharlo.
Yo pensé en resistirme pero no pude hacerlo y en cuanto sentí la mano de diana alrededor de mi hinchado miembro perdí uso de la razón.
Con algo de esfuerzo Diana logró liberar mi vega del ajustado espacio.
No creo recordar otra ocasión en que mi verga me hubiera parecido mas gruesa y dura.
La cabeza se veía tan hinchada y tensa que parecía que en cualquier momento la piel no soportaría tanta tensión.
Diana lanzó un gemido que casi parecía de dolor.
Se hincó y sin ninguna reserva se metió mi verga a la boca.
Siempre ha disfrutado mamandome pero en ese momento lo hacia con tal desesperación.
Sus caderas se movían y con cada movimiento la falda del vestido se iba subiendo más.
Yo estiré mi mano para alcanzar sus nalgas.
Ella levanto la cadera y puede acceder a su sexo.
La ropa interior estaba empapada sin pensarlo un momento la hice a un lado y sentí la cálida, húmeda e hinchada textura de sus labios.
Esa panochita ya estaba lista para recibir mi verga, y la humedad que comenzaba a escurrir por sus piernas lo gritaba.
Jorge tenia una vista privilegiada que aquel espectáculo.
Con Diana levantando las caderas y yo apartando su ropa interior y abriendo los labios de su depilada vagina le dejaba ver a Jorge todo con claridad.
Yo ya ni siquiera pensaba en que Jorge lo viera, en realidad yo mismo había comenzado a hacerlo con la intención de que lo viera.
Jorge ya había sacado su verga del pantalón y se la jalaba mientras nos veía.
Se notaba tan dura e hinchada como la mía.
Yo nunca había estado en presencia de un hombre excitado.
Claro que he visto pornografía y he visto a compañeros en las regaderas del gimnasio, pero nunca un hombre se había masturbado frente a mi.
Diana seguía mamando, haciendo todo lo posible por meterse mi verga hasta el fondo.
Gemía como loca.
De pronto se detuvo.
—¡Cogeme! —Gritó con desesperación.
Yo la tomé con brusquedad y le di la vuelta y en un solo movimiento la empalé hasta el fondo.
Ella dio un grito de profunda satisfacción.
Estaba tan húmeda que de inmediato comencé a sentir como sus jugos escurrían por mis huevos.
Diana ya había bajado la parte de arriba de su vestido y se estrujaba las tetas mientras daba brincos sobre mi verga.
Jorge ya se había quitado toda la ropa y se seguía jalando su durísima verga.
—¿Te gusta? —Preguntó Jorge.
—Si—respondió Diana sin poder controlar el volumen de su voz.
Yo supuse que se refería a la forma en que la estaba cogiendo.
—¿La quieres? —Preguntó Jorge.
—¡Siii¡—Gritó Diana.
Me hice a un lado para verificar de que iba la conversación.
Jorge Tenia su verga en las manos moviéndola de arriba abajo y entonces lo entendí.
Jorge le estaba ofreciendo su verga a mi esposa y ella… ¡La quería!
Hale a Diana por el cabello acercado su oreja a mi boca y con una voz que desconocí como la mía propia dije:
—¿Eso quieres puta? ¿Quieres otra verga?
—Siii.
Me levanté sin sacarle la verga y la empiné.
Ella se recargo con sus manos sobre la mesa de centro y yo comencé a darle fuerte.
—Ya oiste a la puta—dije—dale lo que pide.
Jorge no lo dudó ni un momento, se puso de pie en un movimiento y se acercó a Diana y ella de inmediato abrió la boca para recibir lo que tanto anhelaba.
Yo la tomé de cabello y comencé a guiar su mamada.
—¿Eso querías puta?
Ella ya no podía hablar, con la boca llena de verga como estaba y por toda respuesta obtuve un fuerte gemido.
Sentí como los músculos de su vagina aportaban mi verga y como sus piernas temblaba.
La muy zorra se estaba corriendo de una manera brutal.
Jorge seguía taladrándole la garganta mientras yo hacia lo propio.
El golpe del orgasmo de mi esposa, junto a la imagen de la verga de mi amigo en su boca me dio de lleno, y sin apenas aviso comencé a correrme dentro de ella, dando fuertes envestidas que a la vez hacían que la verga de Jorge le entrada mas profundo en la garganta.
Lance un grito gutural mientras me venia y Diana nuevamente convulsionaba y gemía con su segundo orgasmo.
Continué bombeando mientras los estertores de mi orgasmo pasaban.
Saque mi verga aun muy dura mi semen escurrió entre las piernas de Diana.
Ella seguía mamando y moviendo sus caderas.
Yo seguía muy excitado.
Mi erección apenas si había perdido algo de firmeza pero seguía tan caliente como si apenas fuéramos iniciando.
—¿Quieres que Jorge te coja, putita? —Le pregunté mientras la veía mamando el tronco duro de mi amigo.
—Siii—respondio ella—¡Por favor!
—Ya oiste—Le dije a Jorge.
El tenia una cara que ya no reconocía como la de mi amigo.
Era una bestia en celo.
Jorge se aparto para dar la vuela a la mesa de centro y se fue a sentar al sofá.
Mientras Jorge se acomodaba Diana se quitó su ropa por completo.
Y en cuanto estuvo lista se sentó, de espalada Jorge y de frente a mi, tomando la verga de mi amigo para guiarla en la entrada.
Tan pronto como tuvo la punta en el punto correcto se dejo caer mentiendose aquella verga dura y gruesa hasta el fondo y dando otro grito de placer.
Yo observaba fascinado y excitado.
Ella levanto sus piernas apoyándolas sobre el borde del sillón de tal manera que sus piernas quedaba muy abiertas y podía ver claramente como la verga de mi amigo entraba y salía con cada movimiento de Diana.
Ella tenia sus manos apoyadas en el respaldo del sillón y daba brincos ensartándose la verga.
Estaba fuera de si, no paraba de gemir y por tercera vez se corrió riodosamente.
Su cuerpo se relajó y cayó hacia atrás sobre el pecho de Jorge.
Jorge tomó las piernas de Diana manteniéndolas en alto y bien abiertas mientras seguía moviéndose debajo de ella para seguirla cogiendo.
Mi excitación seguía en aumento.
Me acerqué a ellos y me arrodille entre las piernas de mi mujer y sin pensarlo comencé a lamer su hinchado clítoris mientras la verga de Jorge seguía entrando y saliendo de su vagina.
Puede sentir los huevos de Jorge golpeando mi barbilla cada vez que el daba una embestida y con los mismos movimientos el cuerpo de Diana subía y bajaba y antes de darme cuenta entre lengüetazo y lengüetazo ya estaba lamiendo el clítoris y el tronco de la verga de Jorge cuando entraba.
De pronto sentí la presión de una mano en mi cabeza que me empujaba hacia abajo.
Levanté mis ojos, era Diana.
Fui cediendo a la presión hasta que mi boca estuvo a la altura de los huevos de Jorge y no fue necesario que me dijera lo que esperaba.
Comencé a lamerlos.
Ahí estaba yo, por primera vez, comiéndole los huevos a un hombre.
Diana parecía encantada.
Me acariciaba la nuca y yo comencé a hacerlo con verdadero gusto.
Lamia los huevos de Jorge, los chupaba y luego deslizaba mi lengua por ellos, subiendo, pasando por el tronco de su verga que seguía entrando y saliendo de Diana y continuaba hasta el clítoris de mi esposa donde me quedaba chupando un rato hasta después volver a bajar.
En un momento Diana se levantó más hasta q la verga Jorge salió completamente, brillosa por los jugos de Diana mezclados con el semen que yo había depositado entro de ella.
Nuevamente las palabras no fueron necesarias.
Tome la verga de Jorge y me la lleve a la boca.
Diana lanzón un sonoro gemido al verme hacerlo.
La mano de Diana seguía en mi cabeza, alentándome a seguir con la mamada a mi amigo.
Yo me sentía fuera de mi.
Nunca, ni siquiera en la mas locas de mis fantasias me había imaginado haciendo eso, y ahí estaba, con la verga de mi amigo en mi boca mientras mi esposa me observaba hacerlo.
Diana se volvió a levantar para volver a meterse la verga hasta el fondo.
Yo seguía lamiéndolos a ella y a Jorge hasta que mi mujer levantó mi cara para que la viera mientras me decía:
—Metemela tu también.
Me puse en pie.
Mi verga estaba nuevamente tan dura como al principio y la apunte a su vagina, justo entre la verga de Jorge y su clítoris y fui haciendo presión.
Y no sin algo de esfuerzo fue entrado.
Sentía el rose de la verga de Jorge contra la mía y la vagina de Diana muy húmeda.
—Tienes dos vergas adentro—.
Le dije viéndola a la cara y esto bastó para que Diana llegara al orgasmo nuevamente.
La presión producto de su orgasmo y el ser yo mismo consiente de las palabras que le había dicho a mi propia mujer me excitaron tanto que sentí que me venia nuevamente.
Tras unas ultimas envestidas también Jorge se comenzó a mover mas bruscamente hasta que en un grito anuncio que se venia.
Otro hombre estaba dejando sus mecos dentro de mi esposa, casi de inmediato Diana se levanto dejando escurrir mi semen y el de Jorge sobre la verga de este, se dio la vuelta y comenzó a chupar la mezcla de las dos leches.
Yo me acerque a ella y comencé a ayudarla en la tarea, lamiendo cada rastro de esos jugos.
Entre lengüetazo y lengüetazo ella y yo nos besábamos mientras Jorge nos veía hacerlo, con una cara de completa satisfacción.
Pasaron unos minutos hasta que Diana y yo pudimos detenernos.
Algo en nosotros no nos dejaba libres de esa excitación.
Poco a poco fuimos retomando el control de nosotros mismos mientras nos veíamos a los ojos, respirando pesadamente, con la verga ya flácida de Jorge entre los dos.
—Siempre quise hacer esto—Dijo Jorge satisfecho—, desde que estábamos en la universidad fantaseaba en lo que seria hacerlo junto a ustedes, aun que la verdad nunca me imaginé que Mario fuera a hacerlo de manera tan activa… Supongo que será culpa de lo que puse en el vino—.
Y rió.
Por un momento me sentí burlado.
Todo había sido un plan de Jorge y Diana y yo caímos completamente.
Diana se levantó y se fue a dar un baño mientras yo recogía nuestras ropas.
Me puse la ropa interior y de pronto caí abatido en el sillón, agarrándome la cabeza con las manos.
Pesaroso de lo q había pasado.
Por su parte Jorge se ponía la ropa en silencio.
—Mario, yo… La verdad no esperaba que pasara así tan de pronto.
Pensé que solo nos podría un poco entrados para sacar temas y ya después, quizá no hoy mismo, pues hubieran dado pie a algo más
Yo no decía nada.
Aceptaba que había sido muy excitante pero me daba miedo como iban a ser las cosas con Diana de ahí en adelante.
Al verla salir tan apresurada supuse q estaría arrepentida.
—Bueno, creo que es mejor que me vaya—dijo Jorge con cierto pesar en la voz—, supongo que será la ultima vez que los vea.
Se disponía a marcharse cuando la voy de Diana desde el otro lado de la sala se oyó:
—¿A donde vas Jorge? —Recien bañada solo con un sexi conjunto de ropa interior en color negro nos observaba de pie—.
¿No te quedas a dormir? Ya es tarde…
Nuevamente comencé a sentir mi verga creciendo dentro de mi ropa interior, aunque ahora sabía que no era por acción de ningún vino adulterado.
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