De a tres es mejor
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por barquito.
De a tres es mejor
Llevábamos mas de quince años de casados durante los cuales con mi mujer habíamos excedido algunos límites que lo que la decencia y la moral acepta y estábamos satisfechos por haberlo hecho, porque eso nos otorgaba una confianza mutua en lo cual no teníamos secretos.
Ya era habitual que en esas conversaciones nocturnas en la cama, nos confesáramos sin recato cuales o tales condiciones físicas de sus amigas me gustaban o las virtudes que ella suponía deberían de poseer algunos de mis amigos y no era extraño que esas conversaciones estuvieran matizadas por la actividad de nuestras manos para acompañarlas con calmosas masturbaciones que, generalmente, terminaban en una excelente encamada.
La posibilidad de un trío, ya fuera incorporando a una amiga suya o a uno mío, no escapada a nuestra morbosidad cotidiana y entonces decidí dar el puntapie inicial y convocando a Javier, uno de mis más íntimos amigos a que fuera protagonista de aquel intento, arreglé todo para que el domingo viniera a ver un partido de fútbol en mi nueva pantalla LCD.
Naturalmente y para comprobar hasta donde llegaba el tan cacareado desprejuicio de mi mujer, no le había dicho de nuestras intenciones e instalados frente al aparato y sentados en el amplio sillón con Javier, le pedí a Gabriela que antes del inicio trajera algo para”picar” y alguna gaseosa porque la tarde de diciembre se presentaba calurosa.
Mientras ella se afanaba con diligencia alrededor de la mesita baja para distribuir los platitos con los distintos entremeses, quedó justamente frente a mi y la vista imponente de su trasero que la cortísima falda dejaba casi al descubierto, hizo que extendiera mis dos manos para asirla por las caderas y haciéndola caer junto a mi, busqué su boca mientras mis dedos estrujaban las tetas por sobre la remera; instintivamente respondió al beso y la caricia pero rápidamente reaccionó por la presencia de Javier, pero cuando intentó incorporarse, la atraje nuevamente diciéndole en un susurro que esa era la oportunidad buscada y en tanto acallaba su protesta con un profundo beso, sentí como las manos de mi amigo buscaban suplantar las mías en los pechos.
Entre los dos le impedíamos cualquier movimiento y entregándose mansamente, ella se afanó en el besar a la par que las manos de Javier se hundían bajo la remera para desprenderle el corpiño y accedía a sus tetas maceradas en tantas batallas del sexo; a los treinta y cuatro años, Gabriela era poseedora de un físico delgado pero generoso en pechos, nalgas y muslos que fueran consolidados por la intensidad sexual de aquellos años y colaborando con mi amigo, tomé a corpiño y remera para sacarlos por sobre la cabeza de mi mujer, ocasión que él aprovechó para ladearla y posesionarse totalmente de los senos.
Notando que por el momento estaba de más, me levanté para sentarme en un sillón individual y así vi como ella se dejaba caer en el asiento para permitirle a él que se apoderara de su boca mientras las tetas eran estrujadas por ambas manos; era una emoción distinta ver a la mujer que había compartido mi lecho durante quince años entregarse con semejante pasión a otro hombre y esperaba ansioso que dejara aflorar toda la salvaje concupiscencia que la habitaba.
Y así fue, cediendo a la lujuria, engarfió los dedos en la cabeza de Javier y buscando con gula su boca, se entregó a apasionados besos que reforzaba con el envolver de las piernas contra sus muslos mientras daba al cuerpo un inequívoco movimiento copulatorio; yo sabía cuál sería su comportamiento una vez lanzada y ella no me defraudó, quitándole la camisa a los tirones y en tanto él se sacaba los pantalones, levantó las piernas para sacar conjuntamente a falda y bombacha y así quedar totalmente desnuda, abalanzándose hacia la entrepierna de Javier en la que la verga erecta a medias pendía como un colgajo.
Era fantástico verla hacer en otro lo que hiciera conmigo desde los dieciocho años y comprobar que mis exigencias y enseñanzas la convirtieran en la puta que me propusiera convertirla al conocerla; emocionaba el verla arrodillada en el asiento mientras sostenía entre sus dedos al naciente falo para buscar golosa con labios y lengua la base del tronco y tras ensañarse en los testículos a la vez que los dedos lo masajeaban en incipiente masturbación, envolver con los labios de costado la semierecta pija para ir ascendiendo por el tronco hasta llegar al prepucio que los dedos ya corrieran y luego de escarbar en el surco debajo del glande, abrir la boca para albergar la testa rojiza.
Apretando los labios sobre el miembro, fue introduciéndolo a la boca con lenta fruición hasta que rozaron la mata velluda y entonces, casi con saña, como yo sabía que lo hacía, fue retirándose haciendo bramar a mi amigo porque los dientes acompañaban la presión de la boca y llegada a la punta del glande lo envolvió con los labios para ejecutar una serie de rápidas succiones profundas mientras los dedos masturbaba reciamente al tronco. Esa era una especialidad para ella y continuó repitiendo el proceso cada vez con mayor enjundia para hacer bramar de placer a Javier.
Sabiendo cuan honda era su excitación al cerrar los ojos del goce, quise aprovecharlo y como ya me había desnudado, me acerqué y apoyando una rodilla sobre el asiento, froté la punta de la verga por la hendidura hasta alcanzar su sexo a lo que respondió con un mimoso gruñido satisfecho y elevando la grupa para facilitármelo, por lo que repetí el movimiento hasta que el falo estuvo bien erecto y apoyándolo en la boca entreabierta de la vagina, fui hundiéndolo con morosidad.
Como de costumbre, sus músculos se cerraron alrededor ejercitando esa facilidad que tenía para manejarlos a su antojo y entonces el coito se me hizo gratísimo y en cada embate para el que tomaba envión con la pierna que permanecía en el piso, veía estremecerse sus carnes y un sordo bramido brotaba de su pecho
Así estuvimos unos momentos, con Gabriela mamando a conciencia la verga de mi amigo y yo bombeándola con tal impulso que las carnes chasqueaban por el entrechocar y los líquidos que su sexo expulsaba, hasta que en un momento, ella se retiró de mí para sentarse entre los dos y tomando nuestras vergas con las manos, las llevó hasta su boca abierta para alternar en hondos chupones y, finalmente, hacerme recostar para seguir mamándomela mientras le rogaba a Javier que la cogiera desde atrás.
Yo conocía el portento que era la verga de mi amigo y por eso lo había escogido, ya que si ella aguantaba semejante bestialidad, estaría más que contenta cuando otros fueran quienes la poseyeran y en tanto la sentía haciendo exquisiteces en mis testículos y ano, vi como Javier le separaba las rodillas a todo lo ancho del asiento y con el falo imponente en la mano, haciéndome un guiño cómplice, lo apoyó en la vagina para meter sólo la punta que, sin embargo, despertó en ella un sufriente gañido pero, al tiempo que se aplicaba a chupetear más fuerte al escroto y sus dedos estrujaban reciamente mi pija, él fue introduciéndola despaciosamente a cuyo ritmo fue creciendo el bramido de dolor.
Finalmente y cuando la pelvis de él se estrelló contra las nalgas, levanto la cabeza insultándolo groseramente a la par que lo bendecía por la descomunal verga, amenazándolo con matarlo si con eso no la cogía tan bien como ella merecía; envolviendo el glande que tenía entre los labios, comenzó a proporcionarme una de las mejores mamadas de las que disfrutara con ella mientras escuchaba sus ayes respondiendo al vaivén de Javier al que acompañaba balanceándose sobre las rodillas.
Ella mamaba profundamente mi verga haciendo que sus mejillas se hundieran totalmente por las succiones pero ejercitando una variante, cada vez que luego de cuatro o cinco chupadas retiraba la boca, sus manos me masturbaban reciamente resbalando en la saliva que ella volcara ex profeso y en tanto me hacía estremecer por la fiereza de la paja, bramando de placer, le suplicaba a Javier que fuera sodomizándola con el portentoso falo.
Preparándola porque conocía lo que semejante miembro hacía en las mujeres cuando las culeaba, él cumplimentó en parte su reclamo al ir introduciendo al ano uno de sus pulgares y cuando ella proclamó con los dientes apretados su contento, agregó el otro para distender totalmente los esfínteres; Gabriela estaba desesperada de deseo y pasión y no sabía cómo multiplicarse para mamarme la verga con esa gula que la caracteriza o si alentar fervorosamente a mi amigo, pero cuando él apoyó el glande sobre el ano, a pesar de su dilatación, ya el grosor resultó exagerado y por eso, me retiré a un lado mientras la veía alzar repentinamente la cabeza con los ojos desorbitados y la boca abierta en un grito mudo que cuando se materializó, se convirtió en un alarido que convocó lágrimas a sus ojos.
Nunca había visto en su cara esa expresión de sufrimiento y tampoco imaginado la profusión de ese llanto enronquecido por el dolor; resollaba fuertemente al tiempo que se ahogaba con las lágrimas y la saliva pero, extemporáneamente, su rostro fue adquiriendo un gesto de tal vileza y lujuria que denotaba su yo verdadero y en tanto insultaba groseramente a Javier al tiempo que lo alentaba a sodomizarla más y más de esa manera; con una mueca entre trágica y risueña, y ya con toda la verga traqueteando dentro de ella, se apoyó en los codos con los antebrazos cruzados sobre el asiento y apoyando en ellos la frente, mandó su mano derecha a estimular insistente al clítoris.
Para mí era todo un espectáculo lo que estaba sucediendo, viendo a mi mujer con la cabeza clavada en el sillón y su poderosa grupa alzada oferente a la culeada que le efectuaba Javier, aferrándola por la caderas y arqueando el cuerpo para que cada remezón fuera aun más fuerte que el anterior; sorprendentemente, ninguno había eyaculado, tal vez por lo emocionante de aquel acto único o porque la misma pasión que poníamos no dejaba lugar en nuestras mentes sino para someterla y ser sometida.
A esa altura, Gabriela estaba francamente encantada por la soberbia sodomía y en tanto alababa eufórica la fortuna de contar en su vagina con tan inmensa verga, ya se penetraba a sí misma con tres dedos en la vagina; diciéndome que ya era tiempo, me aproximé a la pareja y diciéndole a mi amigo que se recostara pero sin sacar el falo de dentro de mi mujer, ayudé a esta a ir acompañándolo y cuando estuvo con el torso derecho, comprendió mí idea y asentando los pies sobre el asiento con las piernas encogidas, fue flexionándolas para iniciar un lento galope sobre el inmenso falo y después de tres o cuatro de esos remezones en que su sexo se estrellaba sobre la mata de vello púbico de Javier y la punta de la verga golpeteaba rascando la fina capa del endometrio, fui haciéndola recostar contra mi amigo quien, sosteniéndola por las axilas, la hacía mantener un arco perfecto y la separación necesaria para que él la sodomizara con violentos empellones de su pelvis desde abajo.
Con los brazos echados hacia atrás, ella colaboraba con la culeada a la vez que entre sollozos, gemidos, groserías, elogios y agradecimientos a nosotros y a Dios, sacudía la cabeza al aire con desesperación, ocasión que aproveché para ponerme acuclillado sobre ella y después de sobar y estrujar sus senos oscilantes, chupar y mordisquear los pezones al tiempo que con una mano bajaba a estimular su sexo totalmente empapado de jugos lubricante; ella parecía haber enloquecido por semejante trato y no sólo expresaba su ferviente asentimiento sino que nos suplicaba la rompiéramos toda y nosotros no la defraudamos.
Reacomodándome entre las piernas estiradas de Javier y las de ella, que formaban un arco con los pies, emboqué la verga en su vagina y encontrando el lugar necesario, fui penetrándola hasta que sus gritos de jolgorio y dolor me marcaron el punto exacto y ajustándome al ritmo de mi amigo, inicié una fantástica doble penetración que Gabriela agradeció con vehemencia; mientras expresaba jadeante que de haber supuesto que una doble penetración fuera tan satisfactoria lo hubiera pedido antes, ahora era ella quien se proyectaba adelante y atrás para sentir mejor los dos falos en tanto mascullaba sobre la inminencia de su orgasmo.
A pesar de ciertas urgencias, todo lo hacíamos en cámara lenta para disfrutarlo más y en tanto Javier martirizaba con las manos las tetas de mi mujer, yo estimulaba con mi pulgar su clítoris arrancándole vehementes y repetidos sí hasta que en un momento dado, tal como lo conviniéramos, yo me recosté hacia atrás arrastrándola conmigo con la colaboración de Javier y pronto sus tetas rozaban mi pecho a la vez que ella meneaba la grupa al ritmo de los rempujones de mi amigo quien a una indicación, sacó al falo bestial del ano para acoplarlo junto al mío e ir penetrando la vagina despaciosamente.
Nuevamente el alarido estridente rasgó la calma del cuarto y junto a los sollozos ella nos decía que éramos unos hijos de puta al cogerla de esa forma, pero cuando la dos vergas estuvieron paralelas dentro de la vagina dilatada como para un parto e iniciaron un sincronizado ir y venir, sus insultos se convirtieron en bendiciones y así, sintiendo todos bullir los volcanes de nuestras entrañas, nos entregamos con infinito placer a tan exquisito coito hasta que, casi al unísono, manifestamos nuestras venidas y nosotros eyaculamos en el saco que inundaban las cálidas mareas de su orgasmo.
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