El Ladrón Gentil
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por balbina.
El ladrón gentil
Sabiendo que esa noche su marido llegaría tarde y para compensarlo después de un día tan largo de trabajo; Erica se había esmerado en prepararle un muy buena cena; después de darse una ducha a causa del calor de la noche que parecía haberse concentrado en la cocina, vistiendo un liviano vestido portafolio que por su cruce en el escote le permitía prescindir del corpiño y junto a su hijo, se sentaron a esperarlo en uno de los sillones del living comedor, conversando de las dos materias que el muchacho tendría que rendir en marzo.
Al escuchar el ruido del portón corredizo que permitía la entrada del auto a la cochera, ella se dirigió a la cocina para ir llevando las cosas al comedor mientras su hijo se encaminaba a la puerta para recibir a Miguel pero escuchó la voz de los dos un poco alteradas y también distinguió la de un tercero que no acertaba a definir; pensando que su esposo pudiera haber llevado algún amigo o que hubiera sucedido algo, volvió al living justo para verlos entrar.
Tranquilizándola, Miguel le dijo que no se alarmara pero el hombre era un ladrón que, si accedían a darle lo que quería, no les causaría ningún problema; sabiendo que su marido no era hombre de alarmarse porque sí y que si le aseguraba que no se preocupara, así debía serlo, le preguntó al hombre que era lo que quería.
Dándose cuenta de que ella era quien en realidad llevaba las riendas, le dijo que no era un ladrón de tantos y si cooperaban con él no sólo no les iba a pasar nada sino que terminarían agradecidos por sus modales; cuando Miguel le hizo un gesto de asentimiento, se serenó todavía más y obedeciendo al hombre, lo guió hasta el dormitorio donde estaban las cosas de que él reclamaba.
Siguiendo sus indicaciones, juntó las pocas joyas que tenía, el Rólex que su marido le regalara al cumplir quince años de casados y de un pequeño tesoro, extrajo los cinco fajos de diez mil dólares que Miguel guardaba celosamente para poder enviar a Damián el año siguiente a una universidad en España; después de verificar en otros cajones que no le ocultara nada, la hizo mostrarle que en el dormitorio de su hijo tampoco escondían cosas de valor, tras lo cual la hizo descender al living comedor.
Pidiéndoles perdón porque ciertas cosas eran necesarias en un asalto, la hizo sentar en una silla como a su marido e hijo y les ajustó las manos al respaldo con precintos de plástico pero a ella le dijo que seguramente, como mujer, había presentido y sabía que no iba a desperdiciar la ocasión de hacerla suya y que había dos maneras de hacerlo, por las malas, en cuyo caso ella sería la perjudicada o por las buenas, consintiendo en todo cuanto le ordenara, ya que nadie sabía de su presencia allí y eso no la perjudicaría.
Erica, como buena hija de suecos, siempre se había preciado de su frialdad para enfrentar los hechos más terribles y ahora demostró ese atributo al contestarle al hombre que, si ella, ni su marido y menos su hijo, sufrirían físicamente daño alguno, tenía la edad y la experiencia para realizar todo cuanto le pidiera; asombrado ante tamaña displicencia, ratificó si había entendido que se refería a mantener relaciones sexuales extremas y pasmado, la escuchó decir no se anduviera con remilgos y le dijera qué quería de ella.
Haciéndola sentar en una silla frente a los hombres y demostrando su habilidosa maña, desató el moño en la cadera para luego abrir el vestido que quedó enganchado a sus hombros y cuando descubrió su desnudez casi total, le dijo que realmente le iba a estar muy agradecida de su conducta; como preparando el terreno para no ser interrumpido, recorrió la casa cerrando ventanas y apagando las luces, salvo la de una lámpara que acercó a ellos.
Erica deseaba que eso hubiera sucedido cuando se encontraban en la planta alta, pero ahora no sólo la humillación la invadía sino que el pensar cómo soportaría mirar a los ojos a su hijo después de aquello, la llenaba de una vergüenza que se le hacía intolerable; en ese momento ansiaba ser una señora gorda y fea y que su hijo no la mirara con esos ojos que, seguramente a pesar suyo, destilaban un curioso deseo; es que Erica no llevaba ese nombre de casualidad e hija de suecos, tenía una talla que excedía bastante la media y su cuerpo, a los treinta y siete años, lucía tan espléndido o más que cuando era una joven casadera, ya que sus pechos generosos y las nalgas prominentes se mantenían erguidos gracias al ejercicio que le hacía conservar la chatura del vientre como cuando jugaba al voley.
No era que Damián desconociera su cuerpo, ya que desde chico la había visto en bikini, pero la eliminación de esas dos pequeñas prendas la convertían en una deseable mujer desnuda que, además, seguramente iba a ser poseída ante sus ojos por el hombre; acercando al lugar dos de los grandes almohadones del sillón, y después de sacarle el vestido con la innegable intención de que no molestara, la hizo arrodillar sobre un almohadón y manteniéndole las manos a la espalda, la ayudó a inclinarse hasta quedar acostada boca abajo y encogiéndole las piernas hacia atrás, cruzó sus tobillos para que los sostuviera así con las manos.
Esa posición de hamaca le era incomodísima y no conseguía adivinar las intenciones del hombre, hasta que este la dio vuelta en un solo movimiento y entonces, al tiempo que caía en la cuenta de cuanto quedaba expuesto su cuerpo en esa posición arqueada; con el fin de evitarle esfuerzos, él tomó dos de esos pequeños almohadoncitos que llenaban en sillón para encajarlos entre la espalda y los pies y manos al tiempo que separaba sus rodillas; evidentemente y tal como le dijera, no era un ladrón común, ya que librado de la ropa, exhibió un cuerpo trabajado en el gimnasio y en su lenguaje culto, les advirtió a los hombres que se prepararan a contemplar un espectáculo que difícilmente volvieran a ver en su vida mientras que a ella, inclinándose para acariciarle el rostro, le dijo que se llamaba Miguel y que lo tuviera en cuenta para que la relación fuera realmente íntima.
Maldiciendo mentalmente al hombre por tener el mismo nombre de su marido, con lo que se le haría imposible no vincularlo con él en ese momento y cualquier otro en el futuro y que cuando nombrara a su esposo, su imagen se interpondría por siempre entre ella y los dos hombre de la casa; resollando fuertemente por la nariz a causa de la posición arqueada y en tanto de sus ojos comenzaban a surgir lágrimas silenciosas, sintió la lengua de él lamiéndole la parte superior de las rodillas como si supiera que ese era una de sus lados flacos en la sensibilidad y estremeciéndose involuntariamente, comprobó como el hombre sumaba los labios en delicados chupeteos.
No era que su Miguel la tuviera descuidada sexualmente, pero la proximidad del fin de año con los negocios de él al cierre, la proximidad de las vacaciones, más el calor agobiante de ese diciembre, habían contribuido a que no tuvieran una relación en más de veinte días y ella, en la plenitud de su fogosidad, hacía días que dormía inquieta; aunque no lo hiciera de propósito, no podía evitar los cosquilleos que labios y lengua levantaban en su arqueada columna y en tanto emitía gemidos sofocados, meneaba el cuerpo involuntariamente haciendo más estrechos los roces con el hombre.
Labios y lengua trepaban a lo largo de la tersa piel del interior de los muslos mientras las manos recias pero no callosas acariciaban con gula la musculatura de las piernas y yendo en busca de sus nalgas, tropezaron con el obstáculo de la bombacha; sin siquiera distraerse en las chupadas, Miguel la sujetó entre los dedos y sin esfuerzo, la rompió por la parte más angosta de la cintura para sacarla con prontitud y dejar al descubierto la entrepierna que la posición exponía totalmente.
Saber que su hijo estaba contemplando el promontorio gordezuelo del Monte de Venus totalmente mondo y en consecuencia la hinchazón de la vulva con su raja, no hizo sino incrementar su impotencia y como si adivinara esos sentimientos, casi protegiéndola, él acercó la cara y olisqueando ansioso los efluvios de la sudoración más el almizcle netamente femenino, extendió la lengua para que su punta afilada recorriera los labios mayores de arriba abajo con repetido afán.
La posición de los brazos y las piernas le eran dolorosas pero, tal vez subjetivamente, el trabajo de la lengua sobre los labios parecía calmar el sufrimiento y cuando Miguel los separó con dos dedos para dejar al descubierto la intrincada masa retorcida de los labios internos sobre la que pasó la lengua empalada varias veces, por primera vez se sintió complacida.
Fascinado por la frondosidad de los tejidos que se plegaban en carnosos pliegues, el hombre fustigó reciamente los labios con la lengua para luego introducirlos a la boca en una falsa masticación en la que los estregaba con la lengua contra el interior de los dientes; él se daba cuenta de que la mujer respondía instintivamente a las caricias y diciéndose que tal vez había encontrado una fuente de placer inesperada, separó también estos labios para investigar en el hueco ovalado de reflejos nacarados y encontrando al agujero del meato, lo escarbó concienzudamente para luego bajar a explorar al agujero vaginal.
El agujero parecía ser mucho menor del esperado en una mujer mayor bastante baqueteada; las nalgas apoyadas en los talones elevaban la entrepierna unos quince centímetros del almohadón y eso le permitió seguir descendiendo. Allí, entre las nalgas apretadas y justo debajo de un cortísimo perineo, se destacaba el rosáceo agujero ennegrecido del culo; un deseo irrefrenable lo llevó a estimularlo suavemente con la punta de la lengua y al cabo de unos momentos en los que alternó el lengüeteo con la succión de los labios, los esfínteres cedieron blandamente en clara invitación aunque del pecho de la mujer saliera un exaltado y reprimido bramido.
Erica se había crispado cuando el hombre se dirigió al culo y por instinto defensivo, contrajo los músculos anales, pero la acción de la lengua y los labios la condujeron a disfrutar del placer; los músculos se distendieron para permitir que ese otro Miguel fuera introduciendo despaciosamente y bañado en su saliva, el dedo mayor en el culo.
No sabiendo de que manera ocultar a su marido e hijo cuanto estaba disfrutándolo, cerró los ojos y solo el hondo resollar por la nariz daban evidencia de su agitación mientras las tetas colgando hacia atrás se sacudían por los remezones del jadeo contenido; quien comprendió que esa hermosa mujer estaba disfrutándolo fue el hombre que, en tanto socavaba en redondo los esfínteres con el dedo en un moroso vaivén, atrapó con los labios al clítoris para chuparlo con tanta vehemencia que, aun inmovilizada como estaba, comenzó a menear la pelvis en un exaltado movimiento copulatorio; sin abandonar el ano, él suplantó a ese dedo por el pulgar de la otra mano y llevó al mayor junto con el índice a penetrar la vagina.
A pesar de la situación, Erica no podía evitar sentir lo que sentía y el juego de los dedos y la boca fueron inervándola, haciéndola modificar el gutural ronquido de la garganta en agudo gemido de excitación y cuando el hombre traspuso suavemente el vestíbulo para encorvar los dedos y buscar al tanteo la callosidad del punto G, comenzó a pujar tal como lo hacía en sus mejores cogidas e inevitablemente, sintió como el útero comenzaba a dejar fluir las mucosas lubricantes que rápidamente alcanzaron los dedos y entonces, ese Miguel agregó otro dedo al dúo; con esa cuña se esmeró en una agradabilísima masturbación que junto a los chupones de la boca al clítoris, fueron elevando el nivel de su disfrute hasta que en medio de los bramidos sofocados, eyaculó abundantemente sobre los fantásticos dedos.
El agotamiento de ese orgasmo prematuro la hizo relajarse embargada por la modorra; manteniendo los ojos cerrados mientras paladeaba en su mente y boca las mieles de aquella mamada, se dejó estar por un momento pero el hombre parecía dispuesto a todo y en tanto se arrodillaba junto a su cabeza, abriendo los ojos, vio como él manejaba una verga tumefacta para restregarla contra sus labios procurando que los abriera.
Aun suspendida en la ensoñación de la satisfacción, iba a abrir voluntariamente los labios para darse el gusto de dar forma definitiva a eso que prometía como un soberbio falo, cuando observó de reojo como Damián estaba pendiente de su comportamiento y sin embargo, casi como un desafío, abriendo la boca dejó que él hiciera penetrar la floja masa de la verga y cerró los labios sobre el grueso pellejo. Ella era verdaderamente una experta en mamadas y a pesar de los casi veinte años que practicaba el sexo, sólo había conocido la verga de su marido pero la de este nuevo Miguel le demostraba que cualquier cosa puede ser superada, ya que el bulto que crecía entre sus labios prometía ser enorme.
Desde lo más hondo de sus entrañas, un duende maligno la hacía desear tenerla entre sus manos, pero superó ese inconveniente ejerciendo una especie de masticación y aplastándola con la lengua contra el paladar, se dio cuenta que sus esfuerzos no eran en vano; por la posición de la cabeza invertida a causa de su arqueamiento, la verga entraba perfectamente a la boca y viendo su voluntariosa entrega por lo afanoso de las chupadas, el hombre aferró al falo entre los dedos para luego penetrar la boca como si fuera una vagina.
Entendiendo la idea, ella puso sus maleables labios a ejercer una succión que se ajustaba al entrar y salir del falo, ciñendo y aflojándolo alternadamente. Encendida hasta perder conciencia de con quién y cómo estaba haciéndolo, resollando fuertemente por la nariz, Erica se esmeró en la mamada hasta que en un momento determinado, cuando esperaba recibir prontamente el premio del semen, Miguel se alzó y haciéndola parar, la condujo hacia uno de los sillones.
Acomodándola para que quedara con las rodillas separadas sobre el asiento y la grupa apuntando hacia él, le aconsejó que pusiera la cabeza de lado sobre el almohadón y entonces sus hombros y senos soportaron todo el peso del cuerpo; imaginando de qué se trataba, separó cuanto pudo las rodillas y en tanto las tetas rozaban duramente contra el áspero tejido, volvió a sentir al presencia de su lengua escurriéndose desde la zona lumbar hasta la hendidura a la que penetró en delicioso tremolar mientras los dedos de Miguel separaban las nalgas y de ese modo se deslizó hasta establecer un nuevo contacto con la oscuridad rosácea del culo.
A Erica le costaba disimular cuanto le gustaba aquello e impedida de manifestarlo, dio expansión a su pecho con hondos ronquidos que parecían ir destinados a su marido y su hijo; después de terminar con los chupeteos en al húmeda boca dilatada de la vagina, la estimuló con dos dedos por un momento para luego incorporarse y endureciendo a la verga en una fuerte masturbación, apoyarla contra la concha.
En parte porque realmente temía la presencia de la verga portentosa y en parte como una actuación, le suplicó al hombre que no la cogiera así y que si lo hacía evitara lastimarla; diciéndole en una extraña alabanza de que no le causaría daño porque ella le había demostrado ser una señora, Miguel la tomó por las caderas y despaciosamente el falo fue adentrándose en la vagina.
Verdaderamente, el grosor le resultaba insoportable y en tanto rugía y bufaba por el dolor y el goce, notó que en su cuerpo se producían insólitas revoluciones que conllevaban placer y en su mente una suave iluminación rojiza se vinculaba con sus más extravagantes fantasías y cuando finalmente el largo falo rascó reciamente la boca del cuello uterino aplastando el espeso moco cervical, ya que terminaba de menstruar dos días antes, gimió hondamente conmovida.
Sollozante en parte por el sufrimiento y mucho por la dicha que le proporcionaba la presencia de la verga en su interior, cuando él fue retirándose para luego comenzar con un lerdo hamacar del cuerpo por el que la verga entraba y salía del sexo como por un conducto natural, involuntariamente, soltó los tobillos y sacó las piernas para envolverlas en la cintura de su sobrino w imprimió al cuerpo un balanceo que hacía más completa la cogida y entonces sí, ya dominada por el placer, fue murmurando embarulladas frases por las que le pedía que la cogiera bien cogida como nadie lo hiciera antes.
En verdad, tal vez esa verga no fuera tan excesivamente grande, pero ella sentía dentro suyo como el roce iba lacerando la piel y ante esos desprendimientos, el roce con su carne viva le aportaba un sufrimiento masoquista que la hacía gozar como loca; sus ayes y gemidos se entremezclaron con sus fervorosos asentimientos y, con los ojos cerrados por el placer, disfrutaba como nunca lo hiciera en un acto sexual, cuando Miguel sacó la verga del sexo para apoyarla contra el culo y sin dudar un instante, empujó con fiera determinación.
Aunque era una fiel cultora de las culeadas, el tamaño y el vigor de la penetración la paralizaron y no pudo evitar lanzar un estentóreo y enronquecido sí que pareció un aullido que en la medida que la verga iba metiéndose, fue convirtiéndose en un bramido que, después de que sus nalgas recibieran el choque con la peluda pelvis y él iniciara el movimiento de vaivén copulatorio, se transformó en un mimoso aliento para que no sólo no cejara en tan deliciosa culeada sino exhortándolo para que pusiera mas fuerza y enjundia en los rempujones.
En su fuero interno tenía que admitir que nunca su marido le había proporcionado tanto goce culeándola y que esa verga se movía espléndidamente dentro del recto; por eso y en tanto le expresaba con su lenguaje cotidiano más grosero los placeres que le hacia experimentar, ya no sólo le rogaba sino que le exigía la sodomizara más y más, una y otra y otra vez.
Asombrado porque aquella belleza que indudablemente estaba bien servida por el marido, se manifestara tan ansiosamente necesitada de gozar aun más y notando que en él ya se presentaban los síntomas de una inmediata eyaculación, Miguel sacó la verga del culo para volver a penetrarla por la concha y al cabo de cinco o seis remezones, descargó la abundancia de su semen.
Boquiabierta por aquello y pareciendo recobrar parte de su cordura, Erica lo increpó soezmente, recriminándole que no se había conformado con hacerle todo lo que le hiciera sino que ahora le acababa dentro como para dejarla preñada; a Miguel lo extrañaron los reproches de esa mujer que se había liberado de las barreras morales tan entusiastamente, tan sólo por una acabadita y decidiendo darle un ejemplo, salió de ella y tras limpiarse la verga con su vestido, la hizo parar para conducirla frente a su hijo y haciéndola arrodillarse, le ordenó que se la chupara.
Horrorizada ante la sola idea, también cobró conciencia de con qué desinhibido entusiasmo había disfrutado del sexo oral y de las penetraciones a su concha y culo, así como ahora de la perversa lascivia que la habitaba surgiendo espontáneamente y; aunque seguía sacudiendo la cabeza negativamente y los hombres bramaban de ira, en su fuero interno anhelaba hacer lo que el otro Miguel le pedía; tuvo la suficiente lucidez como para seguir sollozando como parte de su actuación y sorbiendo los mocos, hipando todavía, pidió perdón a su hijo y marido para luego inclinar la cabeza y buscar con la boca el fláccido pene del muchacho que, por la posición de las piernas, estaba totalmente expuesto ante sus ojos.
Sabía que aquello era un espanto, que ninguna mujer en sus cabales haría voluntariamente eso, pero también que en su desmedida actitud anterior había dejado expuesta toda su incontinencia y eso mismo no la eximía de culpa por lo que ahora realizaba; a pesar de estar amarrado, Damián se sacudía como tratando de evitar el contacto, pero ella le pidió que se tranquilizara para no lastimarlo porque lo que tuviera que ocurrir sucedería; en el rostro de su hijo se evidenciaban la ira y la vergüenza, pero Erica tuvo que hacer un esfuerzo de abstracción para olvidar de quién se trataba y acercando la boca al mustio pene, hizo tremolar a la lengua sobre la blanda cabeza.
Nunca hubiera imaginado que el pequeño pene del bebé sobre el que ella bufara juguetonamente diecisiete años atrás, fuera esa verga que aun en reposo semejaba ser tan grande como la de su padre; fuera de quien fuera, de ella escapaba ese tufo característico de la entrepierna masculina, mezcla de sudores con restos de micciones y ese olor habitual a macho; aspirando extasiada ese aroma, encerró entre los labios la laxa cabeza para comenzar a chupetearla y ante ese estímulo, la respuesta primitiva fue el crecimiento natural de la verga que ya entonces pudo meter un poco más a la boca.
Poco a poco y con la ayuda de índice y pulgar, fue ingeniándoselas para meter al colgajo en la boca y ya con varios centímetros dentro y una consiguiente firmeza, todo fue haciéndosele más fácil; aun no estaba erecta pero tratando de introducirla toda a la boca, la ciño con los labios y en tanto la lengua la estrellaba contra el paladar, fue macerándola de tal forma que pronto y seguramente a despecho del muchacho, ya era una respetable verga que se mantenía erguida.
En Erica se había instalado como una especie de frenesí y ya lanzada con toda su lujuria a cuestas, lo alzó con los dedos y envolvió con los labios la base del tronco para ir ascendiendo lentamente en medio de profundas chupadas; comprobando el resultado positivo de esas mamadas, la invadió un goloso apetito por degustar esas cremosidades que suelen depositarse en el surco debajo del glande y que el prepucio recogido a medias de su hijo ocultaba. Encerró entre los labios apretados la punta de la ovalada cabeza para luego empujar los tejidos hasta arribar al deseado hueco, donde, efectivamente, se acumulaba una blancuzca materia que en el adolescente seguramente estaba alimentada por restos de eyaculaciones fruto de sus masturbaciones.
Como fuera, había alcanzado su objetivo y poniendo la lengua a hurgar en la lisura del surco, fue extrayendo la gustosa crema con reminiscencias a postre almendrado; al terminar de lamerla, degustó con fruición los restos y ahora sí, con la verga bien parada y el glande descubierto, lo envolvió entre los labios para empujar con toda la cabeza y el maravilloso falo de su hijo fue entrando a la boca.
No había estado equivocada cuando evaluara sus posibilidades y ahora se congratulaba que este fuera aun mayor que el de Miguel – su marido -; prudentemente fue metiéndolo hasta que la cabeza rozó su glotis y entonces inició el camino de regreso. Satisfecha por la textura y el grosor, se dio un instante de respiro y recuperado el aliento, volvió a meterlo en la boca pero esta vez para someterlo a un cadencioso vaivén que lograba subiendo y bajando la cabeza.
Ella esperaba continuar hasta recibir el premio del semen pero decidido a que aun satisficiera mejor a su hijo, el otro Miguel la levantó por un brazo para darla vuelta y haciéndola retroceder hasta estar sobre el falo aun erecto del muchacho, le separó las piernas y empujándola hacia abajo, consiguió que Erica sintiera la punta de la verga rozando su entrepierna; acuclillándose a su frente, el hombre sujetó con sus dedos el miembro del muchacho y lo ubicó sobre los esfínteres anales.
Desoyendo sus fingidos ruegos, al tiempo que embocaba al glande fue empujándola vigorosamente hacia abajo y ella aflojó la rigidez de las rodillas para que la fantástica verga de su hijo fuera penetrando la tripa hasta que sus nalgas chocaron con los muslos del muchacho.
El que fuera su hijo, no hacía que el dolor-goce disminuyera y con los dientes apretados mientras rugía por el sufrimiento, se dio impulso a sí misma para iniciar una cabalgata que fue haciéndosele cada vez más grata y así, en un tiempo sin tiempo, bajo el estímulo verbal del hombre que la compelía a acelerar cada vez más el galope, se hamacó en la jineteada a Damián con la esperanza de hacerlo acabar, pero tal vez por la circunstancia o porque tuviera algún problema para eyacular, el muchacho no acabó; quizás pensando lo mismo, Miguel detuvo el vaivén y sacando la verga del culo, la embocó en la vagina para hacerle descender nuevamente el cuerpo.
Si bien la culeada de su hijo le resultara exquisita y le había hecho elaborar complicadas fantasías con respecto al futuro, el que la cogiera por la concha tenía otro carácter más íntimo e intensificando su representación, suplicó al hombre que no la avergonzara más, pero este parecía endemoniado y empujándola él mismo por los muslos, hizo que su vagina alojara ese falo tan deseado.
Verdaderamente el muchacho era un super dotado y aunque su sexo soportara al del hombre, este la había lastimado y sintiendo el roce infernal de la verga hundiéndose en ella, prorrumpió en ayes lastimeros que en la medida que su transito la llevaba a sentirla golpeteando contra el cuello uterino, fueron transformándose en suaves gemidos y al moverse ella voluntariamente hacia abajo y arriba, el placer fue dominándola a tal punto que ya no necesitó del aliento del hombre para flexionar animadamente las rodillas.
Viendo como Erica se penetraba con vigor, Miguel se acuclilló frente a ella y al tiempo que le buscaba la boca con ardientes besos, sus dedos palparon y estrujaron las saltarinas tetas; con la verga de Damián sometiéndola a tan magnífica cogida y su mente ya obnubilada por la pasión más encendida, aceptó gustosa los besos del hombre y en tanto empeñaba su boca y lengua en los ardientes chupones, se abrazó apasionadamente a él sintiendo la maravilla de las manos sobándole las tetas y los dedos pellizcando y retorciendo apretadamente los pezones.
Encandilada por tanto placer junto, incrementó el ritmo y fortaleza de la cabalgata al tiempo que se trababa con el hombre en una ardua batalla de caricias, besos y lengüetazos y cuando disfrutaba de los retorcimientos a los pezones, percibió que su hijo levantaba y bajaba la pelvis para también acompasarse al galope. Incapaz de soportar por más tiempo el martirio del orgasmo no concretado, lanzó un agónico bramido cuando sus entrañas parecieron desgajarse por la intensidad del alivió y al expulsar los jugos más íntimos de su ser, comprobó espantada como Damián volcaba en su interior la tibieza del esperma.
Miguel también se dio dado cuenta que el muchacho había acabado y en tanto clavaba dolorosamente el filo de sus uñas sobre los pezones haciéndola gemir de sufrimiento y placer, fue haciéndola recostar contra el pecho de Damián y entre los jadeos y la obnubilación del orgasmo, escuchó como él le decía que ahora tenía no sólo el problema de justificar ante su familia el goce prostibulario con que se entregara a las cogidas y culeadas más la entusiasta mamada a su propio hijo, sino que recordara que alojaba en su vientre la simiente de los dos.
Aun empalada por la verga de Damián, lo oyó recomendarle al salir que no llamara a la policía ya que había registrado sus momentos más exaltados con el celular y podría subirlos a Internet si le ocasionaba algún problema; todavía shockeada por todo lo sucedido y tomando conciencia de su consentida participación activa, salió del ya fláccido miembro de su hijo, y recogiendo el vestido, se dirigió adonde estaba su Miguel para soltarle el precinto de las manos y sin mirarlos en ningún momento, corrió a refugiase en su dormitorio.
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