Encuentros sexuales capítulo 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
Relato 100% ficción de mi retorcida imaginación.
Si les gusta, me pueden encontrar por el mp.
Besos.
Patty:
Los siguientes días me invadió un sentimiento de culpa.
Decidí no entrar al cuarto de mis patrones para no sentirme en la tentación de ver esos videos.
Sabía que había más.
Sabía que ellos incestaban, y lo peor de todo, era que yo lo aceptaba cuando se suponía que debía de haberlos denunciado.
Necesitaba hacer algo cuanto antes para deshacerme de la culpa.
No sabía exactamente qué, pero era importante estar bien conmigo misma.
Consulté el reloj.
Se me hacía tarde y tenía que volver al trabajo antes de que me despidieran.
Así pues, me dirigí al baño para ducharme.
Nada más entrar, me recibió un chorro de agua procedente de la regadera.
Mi hermanita y mi mamá estallaron en risas.
Ambas se encontraban desnudas y en la bañera llena de espuma.
—Te mojé —dijo Lucy con una dulce sonrisa.
Tenía espuma en los hombros y en la cabeza.
Mamá, sentada en el borde de la bañera, le pasaba una esponja sobre los pechos sin florecer.
Mi mamá tenía los senos grandes, aunque no tanto como para verse monstruosa.
Sus puntas eran de un coqueto marrón claro y se mantenían firmes gracias a su buena genética.
Admiré sus muslos y la curva de su espalda.
El pelo mojado le caía sobre los brazos.
A su lado, Lucy era una muñequita de pecho plano, hoyuelos y cabello castaño.
Tragué saliva.
—Ven —dijo mamá con un guiño de su ojo café.
Apenada, cosa que era rara en mí, me desnudé frente a ellas.
—Tienes pelito —dijo Lucy, observando mi vagina con una sonrisa sin pudor.
—No me ha dado tiempo de depilarme.
—Anda, ven —respondió mamá, poniendo los ojos en blanco.
Así pues, entré y me senté en el borde de la bañera.
Mamá salió un momento y fue por el rastrillo.
De por sí nuestra familia era un poco lampiña.
No me salía mucho vello, pero odiaba verlo allí y no me gustaba la sensación de estar peluda y fea.
Lucy jugaba con una muñeca, pero su atención se fue de inmediato a mi vagina cuando mamá se acercó con la crema de afeitar y el rastrillo.
—Abre, Patty.
Separé las piernas a los lados de la bañera.
Lucy seguía jugando con su muñeca mientras mamá ponía un poco de esa crema blanca alrededor de mi vagina.
Cerré los ojos y me ruboricé.
—¿Estás bien? —rio mamá—.
No toqué tu clítoris.
¿Qué te pasa?
—Nada… creo que estoy algo sensible el día de hoy.
—¿Qué es el clítoris? —preguntó Lucy, aunque su atención se había ido de nuevo a su juego.
—El botoncito del placer.
Mira, es este.
Mamá apretó mi capuchón y yo me reí.
Ella me guiñó un ojo y Lucy se acercó para ver mejor.
—El mío es más chico —dijo con pura inocencia —¿Puedo depilarla yo?
—Vale, pero con cuidado.
—No, mamá.
Me va a…
—Oye, que tu hermana tiene que aprender a hacerlo.
Anda, abre bien.
Noté calor en el vientre cuando Lucy, metida entre mis piernas, y la cara rojita, pasó el rastrillo sobre mi vagina.
Mamá le acariciaba la espalda baja a su hija menor y le guiaba la mano.
—Tus pezones se ponen duros —dijo mamá, frunciendo las cejas—.
¿Por qué estás excitada?
—No… no lo sé —suspiré.
Mamá puso los ojos en blanco, y para mi sorpresa, dejó a Lucy seguir jugando con mi entrada.
Así pues, mi hermana se encargó de dejarme limpia.
Mamá fue su guía en todo momento.
—¿Ves que ahora luce más bonita la vagina de tu hermana?
—Sí.
Se parece a la de un bebé, aunque está… un poco grande.
Mamá lanzó una carcajada, y yo, avergonzada, cerré las piernas y me metí al agua.
Lucy se me tiró encima con un abrazo de oso.
Sentí su piel mojada en contacto con la mía.
Era tan tierna, delicada y refinada.
Su cuerpo infantil resultó un bálsamo que me dio un toque de blasfemo placer.
Me estremecí de miedo al ver que me producía gozo tener a una niña de diez tocándome con su desnudez.
Mamá seguía lavando la espalda de Lucy y le restregaba jabón con sus manos.
También le lavó el pelo y después le pidió que se parara.
Lucy lo hizo.
Su vagina, cerrada y diminuta, estaba tan cerca de mí, que tuve que agarrarme la mano antes de tocarla.
Vi que mamá le lavaba las nalgas a la pequeña mientras esta mantenía una cara neutral.
La verdad era que mamá era la mujer más maternal que habíamos conocido.
Estábamos acostumbradas a que nos tocara.
Admito que a veces me daba cosquillas cuando sus manos me depilaban, pero era raro que me sintiera con deseos sexuales.
—Bueno, no tarden, niñas.
Alba salió de baño envuelta nada más con una toalla.
Lucy se colocó entre mis piernas, de espaldas a mí.
De esa forma, mis pechos estaban en contacto directo con la piel de su espalda y mi vagina, con sus nalgas.
—¿Crees que mamá es vieja? —me preguntó, echando su cabeza hacia atrás.
Moví mis manos para, delicadamente, cerrarlas alrededor de su vientre.
Tenía la piel calientita y su pelo, cerca de mi nariz, olía delicioso.
—¿Por qué lo dices?
—Porque mientras la peinaba, le vi una cana.
Dijo que se estaba haciendo vieja.
—Mamá es una mujer madura —abracé a Lucy con fuerza.
Estaba cediendo a su piel de porcelana.
Ella no pareció darse cuenta de que me gustaba tenerla tan próxima.
—Mmm.
No quiero que se ponga vieja.
—Descuida —comencé a darle muchos besitos en el cuello y la atraje más hacia mí.
De repente se levantó.
Creí que se había molestado.
Sus nalgas quedaron frente a mi boca y, traviesa, las mordí cerca de la línea que las dividía.
—¡Hey! —rio Lucy y me golpeó la cara con su trasero.
Después tomó una toalla y salió bromeando con su muñeca.
Aquello me había dejado con demasiado calor.
Cerré la puerta del baño.
Me sequé perfectamente y abrí la gaveta.
Allí había dos consoladores.
Uno, el más grande, era de mamá.
El pequeño era mío.
Lo lubriqué, y sentándome en la taza, abrí las piernas y me introduje el juguete hasta el fondo de mi útero.
No resistí más.
Tenía que sacarlo de mí lo más rápido que pudiera.
Pensé en los pechos de mamá, en las nalgas de Lucy y en su boca de fresa.
Imaginé a ambas lamiéndome y sus dedos penetrando mis orificios repetidas veces hasta que un orgasmo empapado y morboso se apoderó de mí.
Luego, vino la culpa.
Alba:
No es que me moleste ser madre.
Lo amo.
Es mi trabajo.
Adoro a mis hijos como loca; pero de vez en cuando no estaría mal que ellos pusieran de su parte para que la casa funcionara perfectamente.
Hacer la cena, por ejemplo, sería de gran ayuda.
Pasé por el baño y escuché las risitas de mis hijas.
Sonreí.
Ambas eran mis amores y verlas juntas me llenaba de ternura maternal.
Mi hijo, Eric, era más callado que todos los demás.
Así pues, me resultaba un poco complicado comunicarme con él.
Se la pasaba encerrado en su cuarto y no hablaba con nadie.
Dejé que las nenas siguieran bañándose y jugando a descubrir sus cuerpos.
Fui a ver a Eric.
Por mero instinto entré sin llamar.
Entonces lo vi.
Fui testigo de algo que a cualquier madre dejaría en shock: Eric tenía la polla fuera, erecta por supuesto, y frente a la pantalla del ordenador.
—¡Mamá! —gimió y se quedó quieto, con la mano todavía alrededor del glande rojo.
—Yo… ah…
Y eyaculó.
Una abundante cantidad de semen salpicó la pantalla de la computadora y el teclado.
Inclusive bajó por su mano y goteó el suelo.
—¡Lo siento! —grité y salí rápidamente de ese sitio.
Yo no era tonta.
Sabía que mis hijos se masturbaban.
A Patty le había comprado un consolador, y cuando bañaba a Lucy, le solía tocar un poco el clítoris porque le causaba cosquillas traviesas.
No estaba mal que disfrutan su sexualidad.
Eran humanos al fin y al cabo.
Estaba acostumbrada a las vaginas de mis hijas.
Eran sus tesoritos más preciados.
El pene de Eric, por otra cosa, era algo que no se veía todos los días.
Después de cenar, nos fuimos a dormir.
Mi marido, Carlos, ya estaba desnudo y en la cama.
Jugaba con su pene, inspeccionándolo y sobándose los huevos.
Era un hombre dotado y atractivo.
Yo le quería mucho y me había enamorado de su perversión y ternura.
Se acoplaba perfectamente a mí.
—Vi a Eric masturbándose —me acosté a su lado y ocupé mi puesto para mamarle la polla.
Él se relajó mientras mi lengua recorría su falo con naturalidad y bañaba sus huevos con saliva.
—Es normal en los chicos de su edad.
Oh… qué bien lo haces, mujer.
—¿Me monto?
—Hazlo.
Sonriendo, tomé su pene y dejé que se metiera dentro de mí.
Fue una sensación mágica y morbosa.
Me apoyé en su pecho para mantener el equilibrio.
Mis sentones le hacían gemir y me tomaba de las caderas para marcar la velocidad con la que quería que me penetrara.
En ese momento la puerta del cuarto sonó.
Era mi pequeña Lucy, y quería entrar.
No tardé mucho en desprenderme de mi marido.
Me puse una bata transparente y abrí.
Él se tapó el pene con una almohada.
—¿Qué pasa, amor?
—Nada… ¿qué hacen?
—Amm… hacíamos el amor —ella ya sabía que eso significaba caricias que sólo papi y mami se pueden hacer estando a solas.
—¿Puedo ver tele aquí?
Vestía coqueta, con sus shorts diminutos y una camisa sin mangas.
Miré a mi esposo y él dijo que estaba bien.
—Claro, pasa.
Lucy se acostó en la orilla de la cama.
Ya que esta era matrimonial, le quedaba un buen espacio.
El televisor estaba en frente, por lo que ella no despegó su carita de él.
Yo me acosté al lado de Carlos, y este se sacó el pene, que seguía parado.
—No —le susurré, señalándole a la niña.
—No lo ve.
—Mmm… loco —dije y me acomodé para mamar.
Era una sensación rara.
Cuando Lucy tenía nueve años, nos atrapó a mí y a mi esposo teniendo sexo.
Le dijimos que era hacer el amor y que lo hacíamos casi siempre.
Era una forma de amarnos, y ella lo había aceptado.
Incluso se había quedado mirándonos unos minutos, hasta que tuve que sacarla del cuarto.
Mamé y mamé del pene de mi marido, sin despegar los ojos de mi hija por si se volteaba.
Era morboso y excitante tener la boca llena.
Masturbé ese falo de carne hasta que ya no pude más, pues me había dejado llevar por la lujuria del momento.
Dejé de ver a mi hija y me concentré en chupar el miembro de mi esposo.
Sabia tan rico y era tan grande y caliente que…
—¿Mamá? —dijo Lucy, riendo con las mejillas enarboladas—.
¿Qué haces?
—Le… chupo el pene a papá —lentamente y avergonzada, me alejé y ella miró la verga de su papá en todo su esplendor.
—Deja que la toque —dijo mi marido.
—¿Estás loco?
—Tiene curiosidad —replicó él.
Miré a ambos.
Lucy no apartaba la vista de ese pene, y mi marido sonreía.
—Bueno… está bien.
Lucy, acércate, cariño.
—¿Qué es?
—Mira.
Vas a… hacer algo que harás algún día de mayor.
Este es un pene —se lo presenté, moviéndolo.
Ella se rio encantadoramente y se puso a gatas sobre la cama—.
Con esto, papá puede embarazar a una mujer.
—¿Sí?
—Sí.
Los de acá son los testículos.
Anda, tócalos.
Lentamente, guie la mano de mi hija y le hice tocar los huevos de papá.
Ella me miró, como pidiendo permiso de seguir, y yo le dije que estaba bien explorar.
Me alejé un poco, encogiendo las piernas y mirando cómo ella inspeccionaba su primera verga.
—Muévela —le dije a mi esposo, y él lo hizo.
Lucy dio un brinco de susto y se volvió a reír.
Tocó la punta del glande con un dedo y jugó con ella.
—¿Puedo… chuparla? —me preguntó.
—Ajá.
Despacio, Lucy tanteó con curiosidad infantil el glande de su papá.
Aspiró su aroma.
Yo veía la escena con ternura y excitación.
Luego, la punta de su lengua se posó en el pene.
Abrió la boca, como comprobando si le gustaba o no.
Acto seguido, se lo introdujo hasta el límite que su garganta pudo soportar.
Fue una mamada de novata.
Yo sonreí, apenada.
No sabía qué me estaba pasando en ese momento ni porqué aceptaba que esas cosas sucedieran.
Allí tenía a mi pequeña de diez años, realizando una felación.
Un viejo arte meramente femenino.
En realidad no podía afirmar si a ella le estaba gustando.
Sus ojos seguían abiertos y el pene sobresalía de la parte interna de sus mejillas.
Se acomodó, recostándose.
Eso significaba que se había adaptado y necesitaba serenarse.
Mi esposo empezó a acariciarle la cabecita castaña y Lucy le miró con algo que rayaba al más puro amor hacia un padre.
Me enternecí y también me uní a las caricias.
Le sobé la espalda para calmarla.
Había un total silencio en lo que sucedía.
Una complicidad que los tres sabíamos, no se debía romper.
Dejé a Lucy chupar, experimentar, disfrutar (esto último lo confirmé cuando cerró los ojos) durante unos quince minutos.
Ella se separó al final de ese lapso, y justo entonces el pene de mi esposo tiró una descarga de semen que salpicó la nariz de Lucy y luego resbaló hasta sus labios.
Mi marido lanzó un jadeo chistoso.
Lucy se rio y yo me apresuré a tomar una toalla y a indicarle a mi hija que limpiara.
Ella así lo hizo, cuidadosamente.
—¿Por qué quedó chico de nuevo?
—Porque así debe quedar —le expliqué, y después, la abracé con todas mis fuerzas.
—Tengo hambre —dijo entre mis pechos.
Me reí.
—Vamos.
Te haré un sándwich.
—Y quiero leche también.
—Pues acabas de desperdiciar una buena cantidad —le guiñé un ojo.
Ella arqueó las cejas.
—¿Qué quieres decir?
—Nada, nada —me reí de su inocencia, y salimos del cuarto.
Mi esposo seguía en las nubes.
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