Familias Complementarias
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por jgiglia.
Premisa: Los apellidos son de conveniencia para el relato, pero se apegan al origen español e italiano de los protagonistas. Los nombres también son ficticios por “si las moscas”.
Los Seoane: Mariana y Fabián, tienen su departamento, un piso más abajo del nuestro, los Gigliardi: Soledad y Juan.
Ellos tienen tres hijos: un varón y dos nenas, nosotros: una nena y dos varones.
Podríamos decir que somos familias complementarias, en número y género de sus integrantes.
Y lo cierto es que, a nivel de los adultos, sin duda alguna, nos complementamos:
• Soledad hace el amor con Fabián. No sé cómo, ni con qué frecuencia, “arman” sus trampas, pero que las hacen, las hacen.
• Mariana, si a la ocasión se le superpone el impulso sexual, coge conmigo. Claro que si el impulso se da antes, ella o yo, proponemos la ocasión.
En el diccionario de la Real Academia puede leerse:
Complemento = “Cosa, cualidad o circunstancia que se añade a otra para hacerla íntegra o perfecta”
Lo dicho una familia es complemento de la otra con el mutuo beneficio de la calidad de vida (sexual y de la otra).
¿Cómo llegamos a la complementación? Fueron procesos espontáneos, paulatinos e independientes el que llevó a Soledad a la cama con Fabián, el primero cronológicamente, y el que hizo que Mariana me recibiese entre sus piernas.
Ambas mujeres sin llegar a merecer el calificativo de hermosas, son lindas y tienen todo lo necesario para despertar la codicia masculina: estatura superior a la media, esbeltas, largos cabellos dorados, (artificiales Mariana, naturales Flavia), rasgos agraciados, senos y colas impecables, piernas largas y bien torneadas. Por añadidura son inteligentes, sociables y extrovertidas.
Ya antes de que, los Seoane, se domiciliasen en el edificio, durante el reacondicionamiento del departamento que adquirieron, entablamos relación de amistad que se fue profundizando una vez que se instalaron. Los cuatro somos profesionales independientes, con horarios de tareas variados y ausencias de la ciudad bastantes frecuentes. Esta circunstancia favoreció, y continúa favoreciendo, los encuentros a solas, de las dos mujeres, de los dos hombres y cruzados: de mujer con el hombre de la otra. A partir de que el último de los nenes entró al pre escolar (salita de 3 años) cuando se daban los contactos cruzados fueron realmente a solas si los respectivos conyugues estaban ausentes. No es difícil imaginar que, progresivamente, la atmosfera en los lugares de reunión (un departamento o el otro, por lo general) se fuese tiñendo con la atracción sexual.
No sé cómo Soledad cedió a los avances de Fabián. Sé que fue antes de que Mariana aflojase conmigo, porque por un descuido mi esposa no borró, de su casilla de emails enviados, un correo, explicito, intercambiado con Fabián quien, primero se deshacía en alabanzas a la fortuna de tener los favores de ella:
“…una mujercita deliciosa que, con perdón de la palabra, me da unas cogidas que me dejan con los ojitos dados vuelta…”
y, al final, le proponía un encuentro en el centro de la ciudad. Soledad, respondía aceptando la cita y, pregustando las “mieles” venideras, soltabas frases del tipo:
“..me apena, cuando nos encontramos en presencia de familiares, amigos o conocidos, no poder besarte como te mereces y deseo…”
“….desde que crucé la delgada línea roja no veo la hora de estar a solas contigo…”
“….adoro tus caricias y sentirte adentro mío…”
¡Sí que la calentó la perspectiva de revolcarse con el vecino del 4C!!!
¡Aahhh! El correo en cuestión lo vi, de casualidad, al instalar en la notebook de mi mujer una aplicación (Cuidado inteligente de su PC de WinZip) para optimizar sus prestaciones que adquirí por Internet.
Como ya tenía, en avanzado estado de maduración, mi operativo para coger con Mariana me “tragué el sapo” que me sirvió Soledad. Sólo cuando llevaba consumadas un par de trampas con la señora vecina, le hice saber que sabía. Omito el, inicialmente tenso, diálogo, los intentos de negar lo innegable, etc.. No tuvo más remedio que reconocer sus escapadas. Entonces le blanquee que me había acostado con Mariana. El “empate técnico” favoreció que conviniéramos que, si ella no “hacía drama” por mis encuentros ilícitos, yo no haría cuestión por los suyos.
Para completar el relato, sólo falta que, en forma sucinta, describa como alcancé “la tierra prometida”, esto es el entrepiernas de Mariana.
La primera vez que estuvimos solos, sin testigos, fue cuando bajé a su piso, a sabiendas que Fabián no estaba, para devolverles un taladro eléctrico que me habían prestado. Contrariamente a lo que había supuesto (y era lo habitual en una mujer sola en casa), ella me hizo pasar para que dejara en el “armario del lavadero” la herramienta. Nos entretuvimos conversando un buen lapso tiempo, sentados en el living, café de por medio. No se molestó con algunas frases sugerentes y ambiguas con las cuales aludí a lo bien que la veía y lo bien que me sentía, a solas, con ella. Intuí que, con perseverancia, iba a bajar “el puente levadizo” y no me equivoqué aunque insumió casi cuatro meses más de esgrima de seducción. Digo esgrima porque, si bien en mucho menor medida que las mías, las “estocadas” también las daba Mariana, para luego rehuirme exacerbando mi deseo. Por fin una tarde, decidí hacer algo más que insinuarme. Ya no necesitaba inventar excusas para ir a verla, llamé a su puerta y, cuando me abrió no reprimí el placer que me daba su cercanía:
– ¡Qué linda que estas hoy con esa ropiiiiiita!!! –
Estaba suntuosa con el cabello húmedo después de una ducha rápida, un vestidito negro ajustado y bien arriba de las rodillas que dejaba muy poco de sus hermosas piernas, para la imaginación. ¿Habrá sabido que Soledad no estaba e intuido que la visitaría?
– ¡Graaacias!!! – murmuró complacida.
Dio un giro completo sobre sí misma para mostrarse toda, se me acercó y ofreció su mejilla para el besito de saludo. Le tomé la cara con ambas manos y busque sus labios con la pasión propia de la primera vez. Segundos después era difícil decir quien besaba a quien. Mariana, vanamente quiso disimular su deseo, se entregó, como yo, en cuerpo y alma. Comenzamos a deslizarnos por una pendiente de caricias, suspiros, monosílabos, más besos, reconocimientos de nuestros cuerpos, etc.. que nos depositó en la cama matrimonial. Desnudos los dos, abrí aquellas piernas hermosas y nos sumergimos al vaivén, al entra y sale, colmado de placer y sin sombra de recato, de un alucinante polvo inaugural. Ambos nos entregamos como no lo habíamos hecho en mucho tiempo, después de todo los dos estábamos, por fin, disfrutando del fruto prohibido y deseado desde muchos encuentros a solas atrás. Al llegar el momento culminante solté con frenesí mi savia dentro de la cuevita ardiente, detonando en Mariana su mejor clímax en años. (Así lo aseguró ella una vez recobrado el equilibrio emocional) exteriorizado con impúdicos gemidos, respiración anhelosa y ronca y temblores en todo el cuerpo. Prolongamos el abrazo esperando recobrar el aliento.
Mariana con la mirada levemente opacada por el sentimiento de culpa, murmuró:
– ¿Qué hicimos, Juan?”. –
Le cerré la boca con un largo beso:
– Algo sublime de lo que no tenemos que arrepentirnos. –
Seguimos conversado sobre lo acaecido, la continuidad de lo nuestro, nuestras parejas,…..hicimos un paréntesis para higienizamos…. Aún nos quedaba tiempo: hubo un, deslumbrante segundo cuerpo a cuerpo, esa tarde.
Tuvimos varios más en los días, semanas, meses que llevamos de relación tramposa.
Mariana sabe de los encuentros lujuriosos del marido con Soledad y él está enterado que ella intercambia deleites carnales conmigo. No conozco los detalles del sinceramiento. Aparentemente en el departamento 4C, llegaron a un convenio, de no objeción, equivalente al nuestro.
Lo cierto que los cuatro somos amantes, del conyugue cruzado. Nunca lo hablamos grupalmente, es un acuerdo tácito, sin otras reglas que no sean precaución, extremo cuidado y máxima discreción para que quede entre nosotros y, para que “ante el mundo” seamos un caso más de normales matrimonios amigos.
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