Fantasía de tres tríos
En otros foros me llamo «Vaquita». Esta es la segunda fantasía que escribo y revela mi carácter sicalíptico..
Primer trío
Segunda fantasía que escribo y revela mi carácter sicalíptico.
Cuando terminé de escribir mi primera fantasía, inconscientemente ya estaba preparando esta segunda. Aclaro que, después de que Miguel, mi marido, me dio el mañanero, me fui con Mario, un compañero muy cogedor del trabajo, para darnos gusto en el motel. Después llegué a casa y en la noche mi marido y yo concluíamos con un polvo antes de dormir y se dio el siguiente diálogo:
–Tu panocha olía y sabía riquísima. Ya me la imagino cómo la dejé ahorita, mañana en la mañana quiero chupártela. También imagino cómo te quedaría con dos o más leches distintas –confesó.
–Eso de que me coja otro sólo me lo has dicho cuando me estás cogiendo, y supongo, porque quieres calentarme con la calentura que en ese acto tienes, pero en este momento, me suena extraño. ¿De veras quieres que me coja otro junto a ti? –pregunté azorada.
–Sí, he imaginado verte cogiendo con otro, y que después de que te deje cogida, meterte la verga y resbalarme en tu pepa para darte toda la carga de mis huevos –contestó mientras me dedeaba la panocha.
–¿Y ya has pensado en quién te va a dar ese gusto? –dije jalándole el pellejo del falo.
–Sí, pero no sé si tú quisieras a alguien en particular –preguntó, abriendo otra posibilidad.
–¿Ya has hablado con el que tú pensaste? –pregunté asombrada.
–Aún no, pero si tú quieres, sugiéreme a alguno de mis amigos, o de los tuyos… –expresó.
–Mañana sábado, después de que te tomes tu atole, seguimos platicando –dije y le di un beso en la nariz, reseca por los jugos que abrevó.
En la mañana, mientras Miguel desayunaba su atole y yo gozaba de sus chupadas, también pensaba en el trío que él quería hacer. Al terminar de chuparme, volvió a la carga con el mismo asunto que dejamos pendiente la noche anterior.
–¿Quieres saber en quién pensé para que te cogiera? –preguntó cariñoso.
–Sale, dime cuál de tus amigos quieres, y después veo cuál de los míos me gustaría –dije para dejar esa puerta abierta, aunque yo ya sabía a quién se lo pediría.
–En Roberto, mi amigo desde que fuimos estudiantes –contestó entusiasmado.
–¡Achis! No es feo, pero ¿por qué él? –indagué, habiéndolo recordado.
–Siempre le gustaste. Desde que éramos novios tú y yo, él me apremiaba a que ya te cogiera, porque si él fuera el novio ya te habría convencido acariciando y mamando tus chiches, “¡Está buenísima la chichona! Si no te la coges tú, dame chance de convencerla…” –me contó algo que yo no sabía, pero sí me daba cuenta que cuando nos veía Roberto, lo primero que hacía después de sonreírme con el saludo, al besar mi mejilla, volteaba a ver la línea de mi pecho.
–Pero ya ha pasado mucho tiempo, estoy pasada de peso y mis tetas cuelgan más por lo bofas –le señalé–. Además, Roberto se divorció hace tiempo y seguramente tiene una mejor con quién coger.
–¡Será lo que quieras!, pero el otro día que estábamos tomando, y se le pasaron las copas dijo que me envidiaba porque yo tenía una mujer que se puso más hermosa y buenota con los años. “Cógetela mucho, te la mereces, amigo”, insistió.
–¿Te dijo que quería coger conmigo? –pregunté pensando en que ya lo habían platicado en plan de borrachos.
–No, pero con esos comentarios, ¿piensas que él no va a querer? –afirmó, más que preguntar.
–Pues él siempre se ha portado muy correcto conmigo, aunque sí me lo he cachado queriendo ver algo más cuando me agacho…
–Sí es buen cuate, ¡se merece que lo invitemos a nuestra cama! –exclamó entusiasmado.
–Pues si quieres compartirle a tu mujer, está bien, pero ¿qué pasa si yo quiero a otro, o a otra, para compartirte? –pregunté para apartar mi lugar.
–Si cogemos con Roberto, luego me dices a quién quieres tú –prometió y yo lo di por hecho.
Dimos una rica cogida donde Miguel me contaba lo que me estarían haciendo él y Roberto. Luego me pudo en cuatro sobre la cama y poco a poco me fue metiendo el pene en el culo.
–Le pediré que te coja así y me la jalaré viéndolos comportarse como perritos –decía cada vez que lo metía.
–Sí, mi amor, pero cuando ya te vayas a venir, me echas el semen en la cara y en la boca –le contesté.
–¡También te lo echaremos en las tetas, puta! –gritó al venirse.
Quedó quieto, montado en mí. Me gustó verlo en el espejo del peinador: su cara sudada, recargada en mi espalda y la boca abierta tomando aire a bocanadas; yacía agotado, exangüe con las manos colgando a mis costados. Su pene se salió y se dejó caer. Me acerqué y sobre su cara moví rítmicamente las tetas, él sólo sacó la lengua para que mis pezones la acariciaran. “Estas chiches les gustan a muchos, y se las daré a probar…”, me dije, pensando en Roberto, Mario y otros cuyos ojos he visto rodar por mi canalito, como bolas de boliche en un tiro fallido.
Dormimos un poco, antes de levantarnos a bañar. No hubo más comentarios respecto a la posibilidad del trío, tampoco en tres días más.
El miércoles en la mañana me dijo que vendría tarde, pues había quedado de verse con alguien. “¿Será alguna güera nalgona?”, le pregunté. “No, pero sí tiene que ver con una tetona”, me dijo dándome un beso al despedirse, apretándome ambas tetas.
Esa noche, cuando llegó le pregunté cómo le había ido en su reunión.
–Muy bien, ya te conseguí una verga más para el sábado, pero seguramente la usarás desde el viernes en la noche –me contestó y supe que había hablado con su amigo.
–¿Roberto? –pregunté después de darle un beso en la mejilla.
–¡Sí! El pobre estaba que no lo creía. Me reclamó de que lo estuviera bufoneando por lo que me había dicho la ocasión anterior sobre ti. Insistió en que no quiso ofenderme al decir que tú estabas bonita y buenota, “aunque es verdad” reiteró apenado bajando la vista.
Yo escuchaba asombrada y seguramente con la boca abierta lo que Miguel me contaba.
– “¿Quieres cogértela o no?”, le pregunté a Roberto. Él se quedó callado, temiendo ofenderme –dijo y yo imaginaba a Roberto tímido por no causar una ofensa a Miguel– “Ella y yo estamos de acuerdo en compartir contigo nuestra cama todo el fin de semana”, le dije y sus ojos brillaron, apareciendo además una sonrisa en su cara, lo cual no dejaba dudas de su alegría.
–…Y dijo que sí –concluí.
–Pues no, no dijo nada, seguía callado, no lo creía. “Es que, tal vez tú termines la amistad conmigo”, expresó por fin después que lo apremié a contestar. “No, cojámonosla, ella quiere sentir dos vergas, y qué mejor que sea la tuya pues le tienes ganas”. Después de eso, dijo “Sí, démosle duro hasta quedarnos todos dormidos”. “Cada uno mamándole una teta”, le aclaré, “pues así duermo yo” –dijo y yo me carcajeé.
–Voy a tener dos bebitos, como si hubiese parido gemelitos –dije alegremente y me los imaginé mamando…–. Voy a preparar una rica cena para darle la bienvenida a Roberto, también yo quedaré bien venida –precisé, “Y yo también”, me aclaró Miguel.
Por fin llegó la noche del viernes. Me puse un vestido blanco muy escotado, sin sostén ni pantaletas ni medias, los pezones resaltaban pues el vestido perdía lo albo en esa zona, y en la de mi triángulo. Me sentía la puta más hermosa del burdel. “¡Hasta parece que no quieres que cenemos otra cosa! Dije ponte guapa y coqueta, pero…” exclamó Miguel al verme cuando salió de bañarse y se le paró la verga. Se veía antojable, así desnudo y de pito parado. Me agaché para tomarlo de los huevos y darle unas mamaditas en el glande. “Tú también te ves muy antojable”, contesté y me retiré hacia la cocina.
Me tocó abrir la puerta cuando timbró Roberto ya que mi marido estaba en el piso superior. Traía un ramo de rosas y una botella.
–Buenas noches… ¡Oh…! –dijo mirándome de arriba abajo, y aún con la quijada colgando por la sorpresa de mi vestimenta, me extendió el ramo que despedía su bella fragancia.
–Buenas noches –dije aceptándole las flores, las cuales olí y le di un beso en los labios.
–¡Oh! –exclamó otra vez, sorprendido por mi recibimiento, ya que después del beso lamí sus labios, y le di otro beso más.
–Además, al rato te voy a comer… –le dije agresiva y coquetamente, él sonrió, pero se enrojeció su rostro vergonzosamente pues esto último lo había escuchado Miguel quien ya había bajado.
–¡Bienvenido, amigo! –le dijo mi marido a Roberto dándole un abrazo y recibiendo la botella de licor.
Ellos conversaron un rato en la sala y yo fui a atender los últimos toques de la mesa, antes de servir la comida. La cena estuvo tranquila, aunque la mirada de Roberto iba con mucha frecuencia a mi pecho. Lo mismo pasaba con mis caderas y el regazo al pararme para llevar los platos usados y traer las vituallas que seguían. Miguel sonreía al ver cómo Roberto me seguía con la mirada y se recomponía cuando me perdía de vista. “Sí, está bien buena”, le dijo mi marido. Seguramente Roberto se apenaba, eso no lo veía yo, pero lo imaginaba, dado su carácter.
Al terminar, les sugerí que fuéramos a la sala para tomar el café y alguna copa de lo que les apeteciera. Ellos caminaron hacia allá con las tazas de café en sus manos y yo levanté los trastos que quedaban. Obviamente no los lavé, pero sí les quité los restos de comida y los puse en remojo. La tarea del lavado le corresponde a Miguel.
Yo no tomé café en la sala y me limité a colocar los vasos y las copas para la bebida, agachándome graciosamente al ponerlos en la mesa de centro. Los ojos de Roberto parecían salírsele de las órbitas al verme, pero el vaho del perfume que rebosaba del pelambre de mi panocha, lo mantenía con la verga tiesa que no lo podía ocultar. Cuando cada quien ya tenía su trago en la mano, mi marido me sentó en sus piernas.
–Tomemos, Roberto, aunque en este tugurio sólo hay una dama, vamos a compartirla como buenos amigos. ¡Salud por mi bella esposa! –dijo Miguel.
–¡Por tu mujer de belleza inmarcesible! –dijo Roberto, poniéndose de pie y levantando su copa. Ja, ja, ja, se veía hermoso con el notorio bulto que parecía una casa de campaña.
–¡Salud, por los cuernos que hoy estrenará mi marido y el fiel amigo que le hará el favor de coronarlo! –dije alzando mi vaso tequilero, vaciándolo de golpe. Obviamente no sería la primera cornamenta de Miguel, así que, en silencio, también brindé por Mario.
Todos apuramos el contenido de nuestras respectivas bebidas. “¡Pongámonos cómodos para el siguiente trago!”, gritó mi marido haciéndome levantar y me alzó el vestido para quitármelo. Yo sólo elevé los brazos para que lo lograra sin obstáculos y quedé desnuda. Roberto se sirvió más coñac, pero cuando iba a llevarse la copa a la boca, mi marido lo interrumpió.
–Para los siguientes tragos, incluyendo los de copa “D”, hay que estar encuerados –le ordenó antes de comenzar a desvestirse.
Roberto estaba impactado, no me dejaba de ver, se quedó inmovilizado y con la copa en la mano. Me acerqué a él para quitarle el coñac y dejarlo en la mesa de centro. “¿Te ayudo?”, le dije, pero él seguía mirándome y con el pito tieso. Le desabroché la camisa, le di unos apretones en el tronco del falo y volví a preguntarle “¿Te ayudo a desvestir?” No me respondió. Rápidamente, y sin dejar de mirarme a los ojos, se quitó la ropa en un santiamén y le regresé su copa. Mi marido me abrazó por detrás, y me volvió a sentar en sus piernas penetrándome limpiamente. Todos estábamos bien calientes.
Roberto se sentó para ver cómo me cogía mi esposo mientras que paladeaba su coñac disfrutando el espectáculo. Su pene chorreaba presemen y le dije a mi marido que yo se lo iría a limpiar. “Sí, mamita”, dijo, saliéndose de mí al ponerme de pie. “Ve con él”, ordenó y me dio una nalgada para animarme.
Llegué directamente a saborear el presemen de Roberto. Él me acarició las tetas con suavidad mientras yo le chupaba el glande. Como pude, me senté de frente a su cara y me metí el palo en mi mojadísima oquedad; mis tetas quedaron a la altura de su cara, tomé una y se la ofrecí. La aceptó a dos manos y se puso a mamar. Yo me empecé a mover, bañándole los huevos con el flujo que me salía en cada vaivén. Roberto cambió de teta cuando Miguel se acercó a mirar sin dejar de jalarse la verga, la cual me acercó a la boca. Se la chupé a mi marido dejándole que me fornicara por la boca. En pocos minutos, nos vinimos todos. Primero Roberto, luego Miguel, quien me llenó la boca, tragué una parte y el resto se lo di a Roberto cuando lo besé, moviéndome más rápido, viniéndome cuando él enredó su lengua con la mía para saborear mejor la lefa que yo le había dado.
Desguanzados y abrazados, nos subimos a la recámara donde la cama nos esperaba. Miguel me tumbó en ella, y abrió mis piernas que habían quedado colgando. Hincado en el piso, él metió sus manos bajo mis nalgas y se puso a chupar mi flujo con el abundante esperma que había vertido Roberto al venirse cuando me senté en éste.
Por su parte, Roberto se puso a jugar con mis tetas, masivas y blandas: las recogía desde mis costados para llevarlas al centro de mi pecho; entonces él me chupaba los dos pezones juntos, jalándolos verticalmente, y soltaba las tetas para que el peso le arrebatara de la boca las puntas; Varias veces hizo esto Roberto y yo me venía por las mamadas de panocha que me daba Miguel.
Para descansar, los acosté juntos y me puse a mamarles la verga: iba de uno a otro, hasta que les dije “júntenlas”, me voy a meter las dos. No se pudo. Me metí entre ellos y les dije que quería que me hicieran sándwich. Miguel me lo metió en la panocha y Roberto empezó a trabajarme el ano para que ingresara su palo: metía un dedo dentro de mi panocha, acariciando el tronco de mi marido y al sacarlo lo metía en mi ano, luego hizo lo mismo con la otra mano. Sacó los dos dedos de mi cola y comenzó la penetración del falo.
¡Sí! se sentían los dos entre mis paredes de intestino y útero. Se movieron bastante, porque me dejaron mojada de sudor antes de que todos diéramos constancia líquida de nuestros orgasmos. Dormimos como yo quería: uno en cada teta.
Al amanecer, Roberto, simplemente se subió en mí, se agarró con firmeza de mis chiches y se movió hasta venirse. Yo me desperté desde que sentí encima su cuerpo y adentro su miembro. A las primeras oscilaciones, comenzaron mis orgasmos que concluyeron con el de Roberto que acompañó con un grito: “¡Estás buenísima!”
–¿Te gustó la chichona puta? –dijo desde la puerta mi marido, quien traía una charola con una jarra de jugo y unos vasos.
Mi marido nos sirvió el jugo en las mesas de servicio en la cama, diciendo “Voy por lo demás”. Regresó con unos huevos guisados con tocino y frijoles refritos, los cuales puso también en las mesas. “¿Se les ofrece algo más a los cogelones?”, preguntó. Nosotros sólo negamos con la cabeza y él salió a terminar de lavar los trastos de la noche anterior y a desayunar algo. Después regresó para llevarse los trastos y pronto estuvo de regreso. “Quiero atole” dijo y me destapó para ponerse a chupar mi vagina y darme verga en la boca. Roberto no dejaba de jalarse la verga mientras nos veía. Estuvimos en la cama hasta el mediodía que bajamos a preparar algunos bocadillos para la comida.
En la tarde, Miguel puso música bailable en el aparato de sonido y la bailamos de cachetito y vientres pegados. Roberto se puso atrás de mí para penetrarme, pero tuve que agacharme para chuparle el pene a Miguel. Cada golpe de pubis en mis nalgas, se reflejaban en un tirón de chiches, y en una lanzada a la campanilla de la garganta. Además de recibir mucho semen por ambos lados, terminé mareada y con arcadas. “Putos, deberían tratar mejor a una dama, aunque ésta sea muy puta” expresé al acostarme en el sofá. Prendieron la TV en un canal porno “para ver qué nos faltaba de hacer”.
En la tarde y noche se hicieron todas las ocurrencias que tuvieron para cogerse a una chichona y yo quedé feliz, aunque muy adolorida: por el único lugar que no pude tener dos al mismo tiempo fue en el ano, por más que lo intentaron.
El domingo a las dos de la tarde, después que bañé a mis dos “niños”, quienes a la menor provocación me mamaban las tetas como bebés hambrientos, nos despedimos de Roberto asegurándole que en esta casa sería recibido con mucho gusto y, con amor si también estaba yo…
Segundo trío
Hasta que pasó una semana de la cogida que me dieron Miguel (mi marido) y Roberto (su amigo), hubo manera de platicar sobre otra acción similar pies nos sentíamos tan unidos y amorosos que nada más había en el ambiente. Vamos, ni se me antojó tirarme a Mario. Pero más bien, fuera de unas sonrisas y comentarios lascivos entre ambos cuando él me acorralaba en el estacionamiento o en las escaleras para presionarme las tetas o abrazarme por atrás para que sintiera su erección, nunca hubo ánimo de acordar otra cogida; entre otras cosas porque no teníamos tiempo.
Un día me habló Rosalía, mi cuñada, la única hermana de Miguel. Ella se divorció hace algunos años y no le conocemos alguna otra pareja, a veces va a reuniones acompañada de alguien, pero lo presenta como “un amigo” y no siempre es el mismo. Se me ocurrió preguntarle sobre algún novio que ella tuviera en ese momento, “porque siempre andas con alguien”, precisé refiriéndome a quienes lleva a las reuniones. “¡Ay!, qué más quisiera yo, Goya”, me contestó con el mote que siempre me ha dado, en relación a mi nombre. “La verdad, hace más de un año no me encamo a nadie, y estoy desesperada”, dijo sin pudor, “Si quieres, mañana vienes a mi casa y platicamos de eso, porque por teléfono no se debe”, concluyó. Así que al día siguiente llegué a la cita que habíamos acordado.
–¡Encantada que hayas venido! –me dijo, y pasamos a su sala.
–¡Cómo iba a perderme de chismes sicalípticos! Desembucha –le urgí mientras ella servía el café.
–Al rato seguimos con las bebidas de los dioses, y diosas. ¿Por dónde quieres que empiece: Por los cuernos que le puse a mi ex; por los amiguitos que creí me darían alegría, pero me fallaron; o por los que me quiero tirar, pero ellos no lo saben…? ¿Por dónde?
Yo le contesté que por donde ella quisiera, y comenzó su historia por su ex, quien fue el primero en su vida sexual, aún antes de casarse. Los motivos que ella tuvo para corresponderle a las infidelidades de él, además de restregarle que así estaban satisfechos ambos, recordándole a su marido “la cata de diversas uvas nos da la felicidad, aunque vaciemos los odres propios cuando no hay mosto o caldo ajeno”.
–Es decir, ¿ustedes consentían a los amantes del otro y aún así se querían? –pregunté un tanto asombrada.
–Ya verás que Miguel te seguirá queriendo, aun cuando te tires a uno que otro sólo por placer, y viceversa –precisó y yo asentí recordando lo de Roberto y lo de Mario, movimiento que percibió, seguramente incluidas las evocaciones de momentos de la semana pasada que estallaban en mi cabeza–. Pero el machismo de mi marido no soportó que él no fuese el único visitante de mi útero. Así que terminamos –dijo enfáticamente
Sus palabras me hicieron pensar seriamente en saber si yo resistiría que Miguel se cogiera a otra. De aquí para allá, yo lo justifico, pero ¿al revés? A pregunta expresa, Rosalía siguió con los “amigos” que ha tenido, los cuales hemos conocido a casi todos.
–Tú nos has presentado a varios caballeros como tus “amigos”, ¿has hecho el amor con alguno? –interpelé directamente.
–Sí, a todos los que conoces, y a otros más, me los encamé, pero tuvieron un mal desempeño amoroso. Supongo que a mi ex le ha pasado igual, al grado de que a veces nos vemos sólo para coger, pero, al concluir el coito volvemos a pelear.
–No puedo creer que, acabando de coger se puedan pelear. Es el momento de descansar plácidamente una sobre el hombro del otro, o uno sobre las tetas de la otra –ejemplifiqué.
–Así serán Miky y tú, que sí tienes tetas grandes, las mías son normales, soy tan normal como mi hermano, quien tiene pito regular pero que tira, o tiraba, mucha leche –dijo haciendo una mueca de haberse ido de la lengua.
–Bueno, mis medidas se pueden ver a simple vista, no necesitan encuerarme, pero lo del tamaño del pito y, más aún, lo lechudo de mi marido… A ver, ¡explícamelo! –le solicité.
–¡Ay, perdóname! No quise ofenderte. Se nota lo de las tetas, bien formadas, y es por eso que Miky se prendó de ti. Lo demás tiene su explicación, pero no sé qué tan correcto sea que lo conozcas –me advirtió.
–No te preocupes por mí, yo soy de mente amplia. Pero si hablar de eso te perturba…, dejémoslo ahí –dije y me arrepentí pues seguramente quedaría cancelada esa vía.
–Gracias, quizá después lo haga. Bueno, en realidad comenzó en la adolescencia y son cosas de muchachos calientes –dijo mostrando nerviosismo.
–¿Ustedes dos tuvieron sexo a esa edad? –pregunté con asombro.
–¡No, sexo no! –exclamó –En fin, te lo platicaré, aunque quizá no deba… –Dijo y me platicó lo que yo ya sabía y me había contado Miguel–, pero no paró en la juventud, pues varias veces lo he visto espiándome y yo… Yo me caliento y sigo posándole encuerada –concluyó.
–¿Él se da cuenta que le posas en esas ocasiones? –pregunté, porque esa parte yo no la sabía.
–No creo, pero lo que me doy cuenta en las cámaras de seguridad es que suelta más leche que otras veces –dijo con mucha seguridad.
–¿Cámaras de seguridad…? –pregunté interrumpiéndola y sintiendo mi cuca mojada.
–Cuando me divorcié, quise tener mayor protección y coloqué ocho cámaras. Uno de los días que vino Miky para llevarme a tu casa, me di cuenta que subió a espiarme mientras me arreglaba, tal como lo hacía de joven. Por eso coloqué otras dos en sitios estratégicos uno acechando la entrada de mi recámara y otro en el sanitario de abajo, incluidos los micrófonos –explicó.
Aunque lo sospechaba, me confirmó el porqué de esos sitios y lo que Miguel hacía: jalársela mientras la veía y masturbarse en el sanitario. Rosalía lo contaba con una arrechura que me calentaba, y yo, disimuladamente, me apretaba las tetas y me sobaba el pubis. Luego pasó a contarme sobre otros prospectos, pero sin muchas esperanzas en los resultados ya que ellos no parecen entusiasmados. Pero también dijo estar dispuesta a pagar por sexo ya que lo necesitaba y las masturbaciones ni los dildos le daban el cariño que deseaba. Aunque dijo que algunas fantasías mientras se masturbaba le dieron orgasmos muy placenteros, particularmente cuando veía los videos de Miguel husmeando y jalándose el pene, le surgió una en que ella le pedía que pasara a terminar de masturbarse dentro de su recámara.
–Oye, ¿cogerías con mi marido? –le solté sin más, ella se puso ansiosa sin saber qué y cómo contestarme– Él quiere coger contigo, por lo que me has contado, y tú con él – ¿Por qué no hacerlo?
–No sé… ¿Y tú? ¿No te molestaría? –preguntó seriamente.
–Si me invitas a ayudarte a sacarle la leche, ¡sería ideal! –le dije alegremente.
A partir de ese momento todo fluyó entre nosotras. Comentamos cómo le haríamos y qué le haríamos. Yo no dejaba de meterme la mano en la concha y apretarme las chiches, saboreando las escenas que imaginábamos. Planeamos el encuentro. Ella nos invitaría a festejar su cumpleaños, que estaba próximo, lo emborracharíamos y allí nos quedaríamos a dormir. En la noche, ella entraría a tomar mi lugar, una vez que yo lo hubiese calentado.
Todo salió como esperábamos, Miguel no tuvo opción. Cuando se le estaba bajando la borrachera, su hermana lo estaba cabalgando y yo le daba teta.
–¡Me van a dejar seco, par de putas borrachas! –protestaba por tanto uso, ya que nos turnábamos su verga y le dábamos panocha o chiche para que chupara, pero nos seguía cogiendo.
Obviamente, nosotras no habíamos tomado tanto como él y lo dejamos dormir a ratos.
–Mira, manita, esta puta tiene unas tetas divinas –le dijo mamándome una e invitando a Rosalía a mamarme la otra.
Ellos me mamaban y se acariciaron uno al otro. Rosalía le estimulaba los huevos “para mejorar la producción”, decía. También, para ayudar a lo mismo, le chupamos una bola cada una y le dimos lamidas simultáneas por todo el tronco. Las mejores, para mí, eran cuando Miguel le sacaba la verga a Rosalía llena de sus jugos. No creo equivocarme que ella también disfrutaba cuando le limpiaba mis babas de la misma manera.
Amanecimos abrazados y nos tocó biberón a cada una, porque Miguel se despierta con la vara dura. Nos retiramos felices ya avanzada la tarde.
Sé que, desde entonces, Miguel le da mantenimiento a su hermana periódicamente. Ella me incluyó en su testamento, “por si las dudas, no le vaya a salir lo machin a Miky”, me dijo mostrando su sororidad.
Tercer trío
Ya habían pasado varios meses de que Rosalía y yo nos tiramos a mi marido. Sin nada que lo relacionara, al terminar de comer, Miguel me dijo que iría a ver a Rosalía, su hermana, pues ya hacía dos semanas que no la visitaba. Es decir, era claro que tenía que atenderla. Yo sólo hice un mohín de resignación.
–No te enojes, volveré temprano… –me dijo abrazándome por atrás y sus manos pasearon sobre mis tetas– Quiero cogerte y al mismo tiempo mamarte esto –completó apretándome los pezones.
–Ojalá que también te alcance el amor para darme un bibi de leche –contesté poniéndome seria–. Lo malo es que yo sólo tengo un usuario a quien atender… –expresé pasando mis manos hacia atrás y le apreté el pene sobre el pantalón, que ya lo tenía duro con el franeleo que me daba.
–Es mi hermanita, además, la fortuna de ella será para nuestra hija pues somos su única familia –dijo en plan conciliador.
–¿Lo haces por el dinero? Pensé que, al menos, te gustaba coger con ella –dije en tono de reclamo.
–No, yo también la amo, desde aquellas pajas que me hacía al espiarla bañándose, o vistiéndose. También te amo a ti y agradezco tu comprensión–concluyó y se preparó a partir.
–¡Cómo me gustaría tener otro palo para usar!, aunque yo no lo amara… –dije alejándome de su alcance.
–¿Quieres que le diga a mi amigo Roberto que venga a atenderte? –preguntó refiriéndose a su amigo con quien hicimos el primer trío.
–No es necesario, creo que yo puedo seducir a alguien para que te dé apoyo conmigo…
Se regresó, me dio un rico beso, mientras me sacó una chiche. Al ponerse a mamar me metió los dedos en la panocha, la cual se humedeció de inmediato. “Te entiendo, mi amor. Te prometo que en la noche hablaremos de ello, en tanto, piensa con quién te gustaría que te compartiera”, dijo al dejarme temblando de ganas. Al irse, me sentí falsa e hipócrita después de que me acarició de esa manera. ¡Claro que yo tengo con quien coger!, pensé y no se lo he contado porque… ¿para qué?
Miguel regresó después de medianoche. Yo estaba acostada, desnuda y fingiendo que dormía. Lo escuché llegar, entrar a la alcoba, desvestirse completamente antes de ponerse a mamarme para dormir como él acostumbra.
–¿Me vas a dar mi biberón? Yo también quiero chupar y saborear la lechita –imploré
Miguel se puso de rodillas para poner su verga al alcance de mi boca. De inmediato me calentó el olor a sexo consumado y mamé el pene con sabor a semen y jugos. Chupé y chupé, le acaricié las bolas, le jalé el escroto durante mucho tiempo y sólo se le paró un poco. Quizá, si usara Viagra, nos podía atender a ambas… Miguel se dio cuenta que no lograba hacerlo venir, aunque ya estaba crecido el miembro.
–¡Pinche Rosy, es muy puta!, me dejó seco –decía entre jadeos por los orgasmos que sentía con mis mamadas.
–La próxima vez que vayas con ella, pasa antes a mi cama… –le dije después de soltarlo–. Vamos a dormir.
Al amanecer del día siguiente, sentí en mis labios su falo durísimo. “Querías leche, tómala, mi amor” me dijo mi esposo y yo abrí la boca. Bastaron unas cuantas caricias en el pubis y en los huevos para que me diera una descarga de su riquísimo néctar. “Ahora te va una venida más. ¿por dónde la quieres?” Le abrí las piernas y le di un beso en la boca como respuesta. Miguel paladeó en mi lengua y dientes su lefa cuando recorrió el interior de mi boca con su lengua. En poco tiempo sentí el baño de tibieza en mi interior. Sí, es muy lechudo… pero ahora ha aumentado la producción, hay el doble de estímulo y yo recojo la mayor parte.
–¿Ya sabes a quién vas a seducir? –me preguntó cuando ya había reposado un poco.
–Sólo hay dos o tres en mi mente. La verdad, la reduje a dos que alguna vez me lanzaron alguna indirecta. Pero sólo he de escoger a uno para evitar que me lleguen a ver como a una casquivana –le dije mirando hacia el techo, como viendo a los “candidatos”, aunque en mi mente sólo existía Mario para ese propósito.
–Elige al más discreto. Te lo coges y ya que esté enganchado, te lo traes a casa para que te demos amor entre los dos –me dijo, volviendo a su fantasía favorita–. ¡Quiero ver cómo te coge alguien que te guste! y darte mi verga mientras él te revuelca.
–El lunes empiezo el asecho con el primero que se me atraviese, ambos son compañeros de trabajo –le dije.
–Tú puedes ser puta, mi amor, tienes con qué –contestó juntando los pezones de mis tetas y se puso a chuparlos, dándole movimiento trepidante a mis masas con sus manos.
–Principalmente a esto que te gusta tanto se han referido cuando me echan sus piropos –le aclaré acariciándolo del pelo para presionarlo más hacia mi pecho.
Llegó el lunes y a la hora del descanso, aprovechando que todos habían bajado a las máquinas de bocadillos, yo le acariciaba el pene a Mario sobre el pantalón. En ese momento decidí hablarle por teléfono a mi marido para avisarle que tenía una invitación para comer algo, además de platicar mientras tomamos un café o una copa al salir de la oficina, “por lo tanto, no haré de comer”, concluí. “Bueno, me invitaré a comer con Rosalía”, contestó antes de las despedidas mutuas. Todo eso ocurrió, frente a Mario, a quien yo había invitado a comer.
–¿Se enojó? –me preguntó Mario con curiosidad.
–No sé. Me dijo que iría a comer con su hermana. Espero que sea cierto… –le dije mostrando yo una mueca de supuesta desconfianza.
Fuimos a un restaurante de comida rápida y el café nos lo llevamos para platicar en una banca del jardín cercano. Nos absteníamos de mimos para no exponernos a que nos viera algún conocido de Mario.
–¿Qué es lo que me quieres decir? ¿Quieres que ya no nos veamos para hacer el amor? – preguntó algo temeroso, pero confundido por los mimos y manoseos que nos hicimos en la oficina, además del beso que le di antes de que regresaran los compañeros.
–No, es al contrario. Quiero saber si podemos pasar juntos más tiempo, incluso pasar una noche los dos y no sólo vernos de vez en cuando –le aclaré.
Obviamente lo tomé de sorpresa, porque una cosa era cogerse a la puta chichona cuando hubiese oportunidad, y otra era tener que abrir espacios entre la vida familiar, para coger más regularmente. Es decir, establecer una relación más formal de amantes. Además, habría que añadir el servicio que él le daba a su hermana Bertha (casualmente, el mismo tipo de mantenimiento que mi marido le daba a la suya).
–¡Me encantaría!, pero no sé cómo hacerlo sin que se dé cuenta mi esposa –expresó titubeante.
–¿Cómo haces para que no se dé cuenta cuando te coges a tu hermana? –pregunté tratando de ver una posibilidad.
–Mi hermana me tiene contratado, y recibo un sueldo, para darle mantenimiento a los equipos de cómputo, comunicación de voz y video electrónicas al negocio de su hijo y a la casa de mis padres, donde ella vive y “acudo cuando ella me necesita” –explicó.
–¡Qué cosas! ¿Eso lo inventaron como coartada para coger? –pregunté asombrándome de la idea.
–¡Es real! Mi profesión es la de ingeniero en electrónica con especialidad en comunicaciones. No se requiere tanto tiempo, aunque sí hay imprevistos que requieren soluciones rápidas.
–¿Aceptarías otro trabajo similar para atenderme a mí? –pregunté zalameramente.
–¡Con gusto!, pero hay un problema real: mi esposa es quien lleva la contabilidad de mis ingresos… –dijo con tristeza–, y se daría cuenta que es ficticio el trabajo al no haber contrato ni ingresos.
–El jueves, avísale a tu mujer que irás a hablar con un posible cliente –de inmediato, maquiné una idea con el fin de tirármelo la tarde de ese día– ¿Cuánto cuesta mensualmente el mantenimiento anual a una residencia que usa 10 cámaras de seguridad, más los etcéteras que se usan en una vivienda?
–Equivale más o menos a la tercera parte de tu sueldo, pero requeriría de dos o más visitas mensuales para respaldar la información –me dijo con una mirada como si pensara en que se me estaba ocurriendo la idea para mi casa.
–Hecho, haz un contrato con todos los formalismos, para mostrarlo al cliente, aún sin datos del cliente, pero sí con montos y el texto convincente –le solicité a Mario–, y recuerda que el jueves me tienes que convencer como convenciste a tu hermana.
–¿Serás capaz de pagar porque te coja? Eso puedo hacerlo gratis y yo pago el hotel, ¡me gustas! –expresó, tratando de desistirme y resignarse a no tener coartada.
–Yo no puedo pagarte, y sí me gusta cómo me coges, ¡que el cornudo o su familia paguen! –dije, pero más que un gesto de festejo, lanzó uno de enojo.
–¡No me presto para que hagas eso con tu marido! –dijo poniéndose de pie.
–Pero bien que te coges y le chupas las tetas a la mujer de mi marido, tomas el semen que me deja y le dejas tu leche para que se resbale en el atolito que hacemos tú y yo –le conteste con una sonrisa sardónica.
Se puso rojo de ira y se notaba su semblante pleno de contradicciones. Me encantó el talante perturbado que tenía, me hacía ver que yo no sólo “le gustaba”. Ya se habían encendido las tenues luminarias del parque y su luz invitaba al romance. Me puse de pie y lo hice caminar tras unos arbustos donde lo besé metiéndole mi lengua en su boca para enredarla con la suya; me pegué para frotar pubis contra pubis y tetas contra pecho. “También ‘me gustas’ tú”, le dije antes de irnos de allí.
–¡Hola! ¿Cómo te fue en la comida con tu hermana? –le pregunté a Miguel después de besarlo, quien escuchaba música en la sala mientras esperaba mi retorno.
–Bien, sólo comimos y platicamos. Te manda saludos y cuando le comenté que te habían invitado una copa, me sugirió que no me pusiera celoso. “No vayas a resultar tan machín como mi ex. Déjala que tenga sus aventurillas, se nota que te ama”, me dijo ella. ¿Y cómo te fue a ti?
–Igual, sólo comimos, pero sí, hubo toqueteos y un par de besos –dije y fingió una sonrisa–. ¿De verdad te pusiste celoso? o ¿por qué fue la llamada de atención de Rosalía? –y su semblante cambió a uno más apacible ante mi pregunta.
–Te amo –dijo acercándose hacia mí–. Me doy cuenta que es distinto pedirte que alguien conocido te coja junto conmigo a que tú te quieras coger a otro, desconocido para mí –señaló abrazándome y comenzando a desnudarme–. ¡Te amo! –insistió abrazándome, y comenzamos a bailar con la música.
–Mañana te mando su foto para que lo conozcas, no es tan guapo como tú, pero sí es un tipo confiable –le dije bailando y desvistiéndolo. Esa noche cogimos riquísimo.
Al día siguiente, me acerqué al escritorio de Mario. “¿Ya estás bien?”, le pregunté en alusión a su enojo de la noche anterior. “Sí, con el beso que me diste, me desarmaste”, contestó. “¡Perfecto! A ver, una sonrisita” le pedí encuadrándolo con la cámara del móvil. Mario sonrió, tomé la foto y se la envié por WhatsApp a Miguel. “No olvides que el jueves tienes que darme un contrato”, le recordé.
Al regresar a casa, pregunté a Miguel:
–¿Qué te parece la presa que elegí? Se llama Mario, es casado, con hijos, muy formal, pero siempre ha movido los ojos al balanceo de mis tetas.
–Se ve bien, parece de mi edad –me dijo.
Me acerqué a mi marido, lo besé con pasión y le acaricié el pene por encima del pantalón.
–Es mayor que tú por unos años, pero, al parecer, calzan del mismo tamaño –expresé moviéndole el tronco a través de la tela de casimir.
–¡¿Ya te lo tiraste?! –gritó, y noté que su pene dio un respingo.
–¿Cuál es tu prisa? Hoy no hubo cogida, pero el jueves no habrá comida en casa… –dije con claridad para que se enterara– Tú me llevarás al trabajo y él me traerá a la casa. ¿Quieres que te mande fotos de su herramienta o video de cómo la usa? –le pregunté al tiempo que le bajé los pantalones y la trusa.
–Como tú quieras… –dijo en voz baja, pero con la cara iluminada viendo cómo le movía el prepucio.
–Bueno, le preguntaré si me deja tomárselas para tener un recuerdo –señalé ante de meterme a la boca el glande que ya estaba escurriendo presemen.
Cogida en la sala, brindis por mis encantos que emboban a los hombres y a acostarse para seguir en el placer de ser hombre y mujer…
El jueves también me fue bien, tres veces. La primera, ordeñé a Miguel, quien me dio mucha leche. Se mantuvo con la verga parada para echarme dos palos seguidos. El primero fue el clásico despertar, pero cuando me estaba cogiendo le recordé “Hoy no habrá comida” y se le puso más grande que de costumbre, me zangoloteó diciéndome “Llévale mis saludos al sancho” y eyaculó bastante, pero no se salió de mí. Se dio le vuelta para que quedara yo encima, me enderezó un poco y se puso a mamar.
–Con éstas nos embobas a todos, ¡qué bueno que duermo con ellas! –gritó y lo cabalgué.
–¿Estás celoso porque hoy se van a coger a la puta de tu esposa? –pregunté pasando mi mano hacia atrás para tener en ella a sus huevos.
–¡Puta, sí, mi esposa puta! –exclamo junto a un aullido que me calentó el útero cuando soltó otros dos chorros de semen dentro de mí.
Quedamos exhaustos, pero felices. A los pocos minutos nos metimos al baño. Le enjaboné el pito, pues yo quería metérmelo por el ano, pero ya no se le paró. Desayunamos y partimos al trabajo. Me puse una blusa con escote pronunciado, que fue muy celebrado por los compañeros que me lanzaban piropos. Mario veía todo de lejos y sonreía. caminé hasta que llegué a su escritorio.
–¿Trajiste el contrato? –pregunté agachándome un poco.
–¡Qué lindas chiches! –dijo en voz baja, y me extendió unas hojas.
–Al rato, en el receso, te daré una probadita, está fácil sacarlas y guardarlas. –le prometí coquetamente.
En el receso, nos fuimos a la zona acostumbrada, donde no hay cámaras y me mamó. “A la salida habrá más. De todo…” le di mi palabra.
En el hotel, uno cercano al trabajo, me dijo que me tomaría unas fotos. “Bueno, yo también a ti”. Cuando estábamos desnudos, me hizo posar desnuda para él y yo le tomé unas fotos acostado y también una con el celular apuntándome, pero también se le notaba la verga apuntando hacia mí. Le pedí que me enviara la mejor de las que él tomó. Sonó mi WhatsApp, la vi y se la envié a mi marido, junto con la de Mario y el siguiente mensaje “Comenzamos, ya no estoy para nadie más”. Sonó otra vez el celular. Era un video de la verga de Miguel, con una mano femenina haciéndole una paja; el texto fue “Mi amor, te amo puta” y sonreí.
–No quiero que te distraigas, apaguemos los teléfonos. Tenemos mucho que hacernos –reclamó Mario.
–Sí, también qué decirnos –le respondí y me puse a hacer un 69 donde me chupó riquísimo, dándome un tren de orgasmos.
Después, mirándome en in espejo lateral, me senté en su erección viéndome cómo cabalgaba a mi macho. Me volví a venir y, aún bien ensartada, me acosté sobre él para besarlo. Me acarició la espalda y las nalgas mientras yo reposaba.
Nos amamos como nunca pues tomamos fotos y videos usando los muchos espejos de la alcoba. Un video que estuvo muy bien, se lo envié a Miguel. Yo acostada boca arriba abrazando a cuatro extremidades a Mario quien se movía y me mamaba una teta. Encima de la cama había un espejo. Yo acariciaba la cabeza de Mario con la mano izquierda y con la derecha sostenía el teléfono móvil. Al hacer el envío, apagué el aparato. Mario sacó otro video donde con un par de espejos laterales se muestra una infinidad de imágenes de nosotros: Yo en cuatro patas, Mario cogiéndome de perrito (de vaquita, perdón) y mis tetas bailando rítmicamente mientras se escuchan nuestros gemidos y mis gritos por los orgasmos que me sacaba. En realidad, Mario aguantó mucho antes de venirse y con la verga erguida por la pastillita azul que había tomado antes (en el video se ve cómo entra y sale su falo).
Sacamos unas bebidas del mini bar y descansamos, mientras nos transferíamos las respectivas imágenes. La de pose de vaquita se la mandé a Miguel y apagué el teléfono otra vez. Debo aclarar que cuando había vuelto a prender el teléfono, sonaron varios mensajes, los cuales vi.
–¿Es algo importante? –me preguntó Mario mientras yo los veía.
–No, sólo besos y saludos. Al parecer está celoso de que me hayas vuelto a invitar a tomar una copa –dije.
–¿Tu marido sabe que estás conmigo? –preguntó Mario con temor.
–¡Claro!, y ha de imaginarse, con sobrada razón dónde estamos tomando la copa… –le contesté y se quedó asombrado–. En la mañana le recordé que hoy tampoco habría comida y a cambio recibí una fantástica cogida “Me lo saludas”, me dijo al venirse –Mario sonrió, pero su semblante cambió, desconcertado, cuando le pregunté–: ¿Te gustó el saludo de mi cornudo?
–Sí, sabías deliciosa… –dijo después de recordar el 69 con que iniciamos.
Platicamos un poco del contrato y le dije que pensaba preguntarle a mi cuñada si le importaban tus servicios, pero eso será hasta el sábado, el lunes te platico.
–¿Nos bañamos? me preguntó Mario.
–Báñate tú, después de darme un chorrito más de amor. Serán tus saludos a mi marido… –le dije acostándome bocarriba con las piernas abiertas.
–¡Puta…! –me dijo amorosamente cuando se subió en mí.
–¡Puto…! –le contesté cerrando las piernas para apresar sus testículos al penetrarme.
El Viagra seguía en funciones. Me sacó varios orgasmos y me llenó la vagina de amor con su despedida. Mientras él se bañó yo me puse a mensajear con mi marido. Le envié una foto con mis vellos alborotados y brillantes con los residuos de las venidas. “También te mandaron saludos” y le gustaron los tuyos, iniciamos con un 69 que me sacó seis o más orgasmos seguidos, no los conté”. “¡Qué puta eres, mi chichona!”, contestó. “Al rato, ya que termine de bañarse, me lleva a la casa, ¿quieres que pase?”
–¡Sí, a lo mejor te damos una repasada entre los dos! –contestó.
–No, eso aún no lo acordamos, además él está en desventaja ahorita –escribí–
–Yo también estoy usado –respondió.
–Adiós, ya terminó, nos vemos en media hora dije y terminé la comunicación.
Al legar a casa, vi que el automóvil de Rosalía se retiraba. “Pasas”, le pregunté a Mario. “No sé si deba, tu esposo puede molestarse”, me objetó. “¡Que se moleste!”, dije y lo obligué a bajarse.
Miguel estaba lavando los trastos que usaron en la comida y suspendió su acción para recibirnos. Hice las presentaciones de rigor.
–Mario, además de ser compañero de trabajo, se dedica a dar mantenimiento electrónico de seguridad y de comunicación en voz e imagen a negocios y residencias –expliqué– hoy platicamos sobre eso y le pedí una evaluación.
–Sí, seguro que te la hizo… –contestó Miguel con tono neutro.
–No, sólo platicamos un poco de ese negocio, pero para eso lo traje, para que conociera el lugar y supiera cuáles son nuestras necesidades –dije en tono alegre y cambié el rumbo de la plática–. ¿Hiciste de comer? ¿Por eso lavabas trastos?
–No, mi hermana y yo pedimos que nos trajeran de la cocina cercana. No permití que ella los lavara, esa es mi tarea –contestó–. ¿Gustas una copa?
–Sí, exactamente ese es mi papel en casa. Por ello recibo comida y cama –externó Mario al sentarse, aceptando también el ofrecimiento que hizo mi marido.
–Pues aquí, ambas cosas son buenas, ya te tocará también probar la comida –le dijo mi marido con muy mala leche y Mario se cohibió un poco y pidió permiso de pasar al sanitario.
–¡Compórtate mejor con él!, sé amable después de todo, te ayudó hoy… –le dije a mi marido y él me metió la mano bajo la falda llegando a mi panocha al hacer de lado la pantaleta.
–¡Qué rico voy a cenar hoy! –dijo al lamerse los dedos, después de haberlos sacado húmedos y olerlos.
La plática transcurrió con amabilidad y se transformó en algo picante, cosa que aprovechó Miguel para abrazarme y preguntar cómo me porto en la oficina, “pues menciona que la chulean mucho”, dijo al acariciarme el pecho. Mario dijo “Pues sí, si belleza resalta a los ojos de cualquiera”. Mi marido metió la mano en el escote y dijo “Es cierto, es bella, y se duerme uno como bebé a su lado”. A Mario se le hizo un bulto en el pantalón que no pudo ocultar.
“Veo que sí te parece atractiva. ¡Salud por esa franqueza!”, exclamo levantando el brazo y haciendo un movimiento de ojos hacia el pantalón de Mario. Éste, a quien ya se le habían subido los tragos, correspondió al brindis diciendo “Por la envidia de dormir como bebé, asido a unas bellas tetas”. Miguel me sacó una teta y se puso a mamar mientras Mario veía extasiado y cada vez más caliente. “¡Cómo eres díscolo!, compórtate o, al menos, invita a mi amigo…” exclamé yo muy arrecha y algo borracha. Miguel, como respuesta, después de decir “Tienes razón”, me bajó la blusa quedando mis dos chiches al aire y se dirigió a Mario pidiéndole que se uniera: “Para eso tiene dos, acércate”.
Mario se juntó a nosotros y yo acaricié la cabeza de mis machos mamadores. Mi marido me volvió a meter la mano y ya no aguanté.
–Pongámonos cómodos –dije poniéndome de pie para quitarme toda la ropa y ellos siguieron mi ejemplo–. Vamos a otro lado –les dije tomándolos de la mano y los llevé a la recámara.
Lo primero que hizo mi marido fue acostarme boca arriba y me abrió las piernas. “Tú la atiendes con la boca en las chiches y yo tomo el atolito que hicieron”. Mario levantó las cejas, preguntándose cómo sabría mi marido que habíamos cogido. Fue un orgasmo tras otro de mi parte por las mamadas que yo recibía.
Cuando acabó Miguel con las chupadas yo me puse a limpiarle la verga aún con resabios y escamas de la cogida que le dio a su hermana Rosalía. Se le paró bastante y me la metió en un solo envión, resbaló en la panocha que rezumaba jugo con cada caricia que me daban. Miguel veía la escena y se la jalaba con mucha enjundia. “¡Tengo leche para mi hermosa y amada esposa!, gritó Miguel al venirse. “Te toca”, dijo y se levantó para que entrara Mario, quien me dio una rica cogida sacándome gritos. Miguel se acariciaba el pene mientras veía cómo me cogían.
Mario se acomodó en posición de 69 y me dijo “Mámamela para que se ponga más dura, quiero metértela por el culo”. Cuando estuvo a punto, invité a mi marido para que me hicieran sándwich. Con trabajos pudieron venirse un poco, pero yo lo gocé mientras se esforzaron.
Al rato, ya repuestos, Mario entró al baño, se dio un regaderazo, y se fue a la sala, donde estaban sus ropas para vestirse. Cuando regresó a despedirse, le dio la mano a Miguel diciéndole “Mucho gusto en conocerte, espero que nos sigamos viendo”. “Claro que sí” contestó gustoso mi cornudo. A mí me dio un beso en los labios mientras acariciaba mi pecho. “Hasta mañana, chichona hermosa”, dijo y salió de la recámara.
Al oír el ruido de que cerró la puerta exterior, mi marido se puso a chuparme las nalgas, el periné y la pepa. luego se acomodó con la teta en la boca para dormir.
Afortunadamente, convencí a mi cuñada Rosalinda que firmara contrato con Mario. “Qué tal si también me da mantenimiento a mí… Me gusta.”, dijo, y sacó las fotos de Mario que yo le había enviado a Miguel, “pásame otras, sé que tienes más…”. Me pidió explícitamente una de cuerpo completo y de perfil.
Hacer tríos es maravilloso. Yo lo hice con Ber y mi amante. La verdad, me hubiera gustado que uno de esos dos lugares hubiese sido el de mi marido. Ni modo, a ver si un día lo concede la santísima trinidad.
¡Ah, caray!, yo no tengo cuñadas… Lo que envidio es tu imaginación y tu creatividad
¡Eres impositiva! En el tercer trío te me figuras tan autoritaria y cínica en el amor como Tita. En la realidad, ¿crees que te bastarán las tetas para manejarlos? Al menos, por lo que has mencionado en los comentarios, sí son efectivas para convencer a Mario, ¡lánzale el calzón!, perdón, el sujetador. ¡Ya pasa a la realidad, don Mario te está esperando!
Imagínalo con la verga parada, mamándote y tú le juegas el pellejo para que salgan las gotas de presemen, y terminas sentándote en esa dureza que le provocaste mientras lo besas durante todo el movimiento circular de tus nalgas sobre los huevos… Por último, sientes el calor en tu interior y una mordida leve en tu lengua porque el varón necesita tomar aire. (Confieso que no es imaginación, así les he hecho a mis amados, aunque yo no tenga volumen tan atractivo en el frente.)
¡Ja, ja, ja, cálmate…! Sí, ya vi que lo pusiste en minúsculas. Seguramente te refieres a la patrona de los tríos. Ojalá te lo conceda tu marido.
¡Ay, mira qué fácil! Apenas he dado el paso de escribir mis fantasías. ¡Claro que ha sido un buen paso!, pues al menos la de Mario quiero realizarla. Me pone muy caliente cómo me ve y las insinuaciones que me hace. Pero, a la hora de la hora, en lugar de hacer algo como tú le hiciste para tirarte la primera vez a tu amante, me retraigo. Una vez no supe qué decir: Mario tomó un legajo, mientras yo los acomodaba en el estante, pasando su brazo entre los míos y me dio un tallón entre las tetas. Además de la cara de sorpresa que puse también quedé colorada por lo caliente, pero él creyó que fue de enojo. Me miró, aún con el brazo entre mis chiches, y dijo «Perdón, no lo resistí» y lo retiró evitando el roce. Yo me quedé callada y con la piel «chinita» de deseo. Te juro que yo quería presionar su brazo con mi cuerpo Dejándolo preso entre éste y el filo de la charola y decirle «Yo también», pero mis traumas (alguien más diría «mis principios») lo impidieron.
Como ves, esta amiga es muy tonta y aún le falta algo más…
Pero hoy ya le contesté el último piropo y se quedó embobado… pero fuimos interrumpidos. Aún así, creo que pronto habrá algo, ya no me detendré.
Sí, pasa a la acción, yo te acompaño. ¡Quierooo! Vaquita, cada vez que leo cómo estás dispuesta a usar esas tetas para doblegar a cualquiera, más ganas tengo. Olvidate de Mario, aquí estoy para satisfacer esa ansia de tener otra verga diferente a la de tu marido.
Ya tengo tus datos… Mar me dio detalles gráficos. Y sí: pasas la prueba del deseo. Espero que en tu correo ya hayas visto lo que nunca me había atrevido a hacer: pose de «vaquita» frente al espejo. Si te gustó, mándame una prueba de su uso correcto
Gracias, ya te anoté, a Chicles también porque quiero hacer uno trío en la realidad. Pero primero le voy a lanzar el calzón a Mario, como dice Mar.
Vamos por pasos.
Paso 1: Tirarme a Mario.
Paso 2: Tirarme a Chicles.
Paso 3. Coger contigo.
Paso 4: Hacer un trío (o cuarteto) con algunos de los anteriores.
¿Cómo lo ves?
Buena la teoría… ¿Cuándo pasas a la práctica? En tus fantasías ya le pusiste cuernos a tu marido con dos hombres distintos, empieza con uno en la vida real, ya tienes a Mario, el prospecto, pero no lo dejas lanzarse al ruedo y ver qué tal revuelca a la vaquilla. Además, también dispones de dos cogelones (Ber y Chicles) que quieren coronar a tu marido. Ya, pasa a la acción.
Bocona yo. Ahí ando incitándote a que pases a la acción y la fantasía de tu segundo trío me cayó de golpe pues recordé que en una reunión familiar, me tocó llevar a mi cuñada, hermana menor de mi marido, a que durmiera en la recámara de las visitas. Ella estaba muy tomada y, ya acostada, antes de retirarme le pregunté «Qué más te hace falta, para traértelo». Ella contestó «Tu marido, traeme a mi hermanito que quiero coger». Me quedé asombrada y le pregunté «¿Ya han hecho el amor?», y ella contestó «No, pero desde niña lo he deseado». Lo que siguió fue tratar de averiguar por qué, pero ella ya estaba durmiendo y se lo conté a mi esposo, Saúl sólo dijo «Está borracha, déjala en paz». Pero a mí me pasó en la realidad lo del «mantenimiento a la hermana». Ya me soltó todo mi marido. ¡No lo podía creer! Mi marido accedió a que lo publicara, está como «Saúl y Denise». Mi cuñada hizo dos licenciaturas y una maestría. Yo la admiraba por eso y su sororidad. Ahora no sé…
Si bien, mi marido me ha dado el gusto de un trío, un gang-bang, y hemos tenido un intercambio, nunca he pensado en hacerlo con alguna de sus queridas, tampoco invitar a una amiga de las que le traen ganas, ¡no, me moriría de celos!
¡Basta de fantasías!, tírate a Mario.
Sí quiero pasar a lo real. Ahí está mi programa de acción, se lo puse a Ber.
Seguimos en la teoría. Con todo respeto, yo sólo he cogido con primos y tíos. Sí sé de primos y tíos míos que cogen con hermanas de ellos, y sí, siguen haciéndolo tan fácilmente a la fecha.
Eso de los tríos ha de ser difícil de lograr, pero se antoja… ¡Dos para mí solita al mismo tiempo!
¡Sí, ha de ser rico! ¿Verdad que se antoja más de uno al mismo tiempo? Bueno, yo me conformaría con un otro. ¡Quiero sentir a otro que yo también le guste!