Fin de semana con nuestro buen amigo Daniel.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Como cada año cuando empieza el buen tiempo, alquilamos una casita en el campo a las afueras de un bonito pueblo madrileño cerca de las montañas. Era a principios de un junio ya bastante caluroso. Un junio de noches suaves y días en torno a los 30 grados.
Unos días antes de marcharnos nos encontramos casualmente con Daniel. Es un hombre un par de años más joven que yo al que conocemos desde hace tiempo. A pesar de su flamante sonrisa, su rostro denotaba seguir sumido en la apatía motivada por el abandono de su mujer unos 7 meses antes de nuestro encuentro. Su conversación y tono de voz parecía que por fin, Dani, había comenzado a salir del túnel de la desesperación y desorientación de su traumática separación.
Un par de horas después de tomar una cerveza con él, nosotros hablamos del tema y decidimos llamarle para invitarle a venirse al campo con nosotros. A fin de cuentas, en alguna ocasión habíamos compartido con él y su ex alguna otra excursión.
Aceptó encantado.
Los primeros días transcurrieron con total calma y normalidad. Envueltos en barbacoas y largos paseos por la montaña. Cuando caía la noche disfrutábamos de un copa en el jardín de la casita y una larga conversación intrascendente. Fue la tercera noche la que cambió todo.
Aquella noche mi marido y yo hicimos el amor. En silencio. Procurando que Dani no se enterase de nada. Al terminar, me puse un blusón y, a oscuras y en completo silencio, abrí la puerta de nuestra habitación para ir a beber agua a la cocina. Caminé despacio por el pasillo. Orientada en la oscuridad por la poca claridad que llegaba desde las ventanas del salón. Al llegar a la altura de la habitación de Dani moderé mis pasos para no hacer nada de ruido. Observé su puerta entornada. Aunque no cerrada del todo. Pues permanecía entre-abierta unos dedos. Instintivamente y sin premeditación alguna miré hacia el interior. Aunque seguí mi cauteloso caminar. Llegando a la cocina retenía en la retina de mi memoria lo que me había parecido haber visto en el interior de su habitación. O no había visto bien. O me había parecido que Dani dormía encima de la cama casi desnudo.
De vuelta a mi habitación, esta vez por mera curiosidad, oteé cuidadosamente por la pequeña rendija abierta de la puerta. Dani no había bajado su persiana, por lo que la poca luminosidad de la noche arrojaba una cierta claridad en su habitación. Vi perfectamente a nuestro amigo tumbado sobre su cama. Estaba completamente desnudo. Pero no dormía. Sus ojos sí parecían estar cerrados. Simplemente se masturbaba. No sé el motivo. Pero en lugar de marcharme fue como si me quedase pegada al suelo. Era la primera vez que era una mirona. La primera vez que espiaba la intimidad de una masturbación masculina. Centré mis ojos en el modo en que Dani manejaba su polla. Y reparé en su verga. Me pareció de un tamaño algo mayor de la media. Sobre todo en su grosor. Desconozco el motivo, porque jamás me había fijado en Dani, ni me había sentido atraída por él. Pero en aquel momento me di cuenta que había despertado algo más que mi morbo. Aunque acababa de follar con mi marido, me sentía ligeramente excitada. Supuse que más que por nuestro amigo o su buen atributo, mi excitación se debía a la situación.
Justo en el momento en que nuestro amigo se corrió, me marché en completo silencio. Entre en nuestra habitación, me desnudé y me metí en la cama. Mi marido ya se había dormido. Pero al meterme en la cama, le desperté. Se giró hacia mí, somnoliento dijo algo que no entendí y me besó. Le dije que al ir a beber la puerta de Dani estaba mal cerrada. Y que al mirar sin querer le vi masturbándose. Esas palabras o simplemente mi voz en susurros acabaron por despertar a mi marido.
– ¿Te has quedado mirando cómo se hacía una paja?
-No sé por qué…
-¿Te ha gustado lo que has visto?
-Mucho.
Al decir esto mi marido metió una mano entre nuestros cuerpos y la bajo hasta mi conejito.
-Te has puesto cachonda…
-Un poco.
Entre susurros y caricias nos masturbamos mutuamente haciendome mi marido que le contase con todo detalle lo que acababa de ver. Al poco estábamos tan excitados que fantaseamos con Dani en nuestra cama. Al final medio trazamos un plan para intentar meter en nuestra cama a Dani. Y al acabar de masturbarnos nos dormimos.
A la mañana siguiente, nada más despertarme, le pregunté a mi marido si el plan de la noche anterior había ido en serio o simplemente había sido otra de nuestras fantasías. Me contestó haz lo que desees. Puedes dejarlo en nada. O intentar llevarlo a la práctica. Reconozco que el sólo pensamiento de intentar meter a alguien en nuestra cama me excitaba bastante. Y tenía el apoyo de mi marido. Por eso creo que desde ese mismo momento, mi chochete no dejó de estar en estado húmedo en todo el día.
Nuestros planes, muy genéricos, pasaban porque yo coqueteara durante todo el día con Dani, intentara excitarle… Y al llegar la noche intentar meterle en nuestra cama.
Pero a veces los planes no salen como deseas. O en ocasiones, la vida simplemente te sorprende.
Desayunando sola en la cocina, entró Dani. Mi marido acababa de irse a la ducha. Al darle los buenos días a nuestro amigo, éste simplemente me contestó:
-¿Te gustó el espectáculo de anoche?
¿Me habría visto espiando? ¿Se referiría a eso? Debió ver mi extrañeza en la cara.
-Te vi mirando desde el pasillo…
Cuando intenté disculparme, Dani me cortó:
-No deberías ser tan cotilla….-y se rió complacido.
-De verdad que lo siento.
Se acercó a mí y me tapó la boca con la mano.
-No tiene importancia. -dijo él.-Pero dime: ¿te gusto?
Simplemente asentí.
-¿Cuánto?
-Tanto que me excité.
-Pues me alegro, porque así no me siento culpable.
-¿Culpable de qué? -pregunté yo.
-Culpable porque me excitó mucho tenerte allí mirando. Y culpable porque desde que te vi allí de pie fantaseé contigo.
En ese momento escuchamos la puerta del baño y Dani se sentó a desayunar sin comentar más del tema. Aquella pequeña conversación acabó de despertar mi excitación. Porque vi la alta posibilidad de que Dani acabara metiéndose con nosotros en la cama. La gran posibilidad de hacer, por fin, algo diferente, algo osado y atrevido.
No obstante, seguí con el plan trazado por mi marido y yo la noche anterior. Aquella mañana nos iríamos a pasear por el curso de un riachuelo. Y aunque no fuera muy adecuado mi atuendo para una marcha por el campo, sí lo era para atraer la mirada de mis dos acompañantes masculinos. Me puse una camiseta blanca de licra, muy finita y ajustada. No me puse sujetador. Y fue todo un acierto, porque no sólo mis pechos se movían alegres ante la libertad de que gozaban; sino que mis pezones con el roce de la licra se pasaron el día erectos. Completé el conjunto con unos diminutos pantalones cortos negros, muy ajustados también. Tan ajustados y cortos, que continuamente tenía que tirar de los bajos para evitar que se me saliera el culo. Aunque, claro está, sólo tiraba de los bajos después de haber enseñado un buen rato parte de mi culo a mis dos hombres.
Nos sentamos en unas rocas a la sombra de una arboleda y pegados a la orilla del pequeño riachuelo. La conversación era fluida. Dani no dejaba de coquetear con su mirada conmigo. De pronto, mi marido le hizo una pregunta muy directa:
-Desde que te has separado, ¿has estado con alguien?
-No. No he salido con nadie.
-No, hombre… Ya me entiendes… Hablo de acostarse con alguien. Si has follado con alguien.
Dani me miró y negó con la cabeza.
-¿Y a qué estás esperando?
-Supongo que a que suceda, simplemente.
-¿Qué llevas, siete meses matándote a pajas…? -preguntó mi marido.
-Más. Antes de que Sara me dejase, ya llevábamos algunos meses sin hacerlo.
La conversación se acabó con un largo silencio.
Mi marido sentado justo delante de mí, metió una mano en el agua y me salpicó. Estaba realmente fría. Le respondí metiendo un pie descalzo y salpicándole mucho más. Pero él no se quedó quieto y me mojó la camiseta un poco. Justo lo suficiente para que casi la totalidad de mis pechos se transparentasen. Entonces entendí lo que mi marido pretendía. Sentí la mirada de Dani clavada en mis tetas. Por un momento pensé en darme la vuelta o cubrir mis pechos con los brazos. Pero era parte de nuestro plan: excitarle. Aunque yo pensé que ya estaba muy excitado. Tanto como yo.
Aquella noche una nueva barbacoa para cenar. Y después, los tres sentados con una copa en el jardín. Aunque había refrescado un poco, yo seguía con mi modelito de camiseta y pantalones cortos. Ya había perdido la guerra con mis pantalones y había dejado de tirar de los bajos. Sabía que llevaba horas con casi medio culo desnudo. Pero me daba igual. Estaba tan receptiva, tan excitada… Sólo esperaba el desencadenante final para meter a Dani en nuestra cama. Pero fue como si mi marido y yo nos quedáramos bloqueados. No supimos qué hacer ni qué decir para dar el siguiente paso. Por lo que cerca de las dos de la madrugada, decidimos poner punto y final a nuestra última noche en el campo.
Mi marido se adelantó y fue el primero en meterse en el servicio. Ahora doy gracias a esa casualidad. Porque fue el momento en que Dani aprovechó para decirme:
-¿Vas a volver a mirar esta noche?
-¿Por qué?
-Para dejar la puerta un poco más abierta, y que los dos nos veamos bien
-Si te apetece que mire, iré.
-De acuerdo, esperaré a que vengas para empezar…
En cuanto me metí en la habitación con mi marido, le conté lo que Dani me había dicho. Entonces mi marido me dijo que fuera a mirar. Que le mirase un rato. Y que después le invitase a nuestra habitación.
Muy caliente, pero nerviosa fui a salir de la habitación con el blusón que usaba para dormir. Entonces, mi marido me dijo que mejor me quitase el blusón y fuera sólo con el tanga blanco.
Así lo hice. La puerta de Dani permanecía abierta más o menos a la mitad. Me quedé quieta a la entrada. Él me sonrió e hizo un gesto con las manos como diciendo que le gustaban mis tetas. Retiró la sábana que le cubría. Se mostró nuevamente desnudo y empalmado. Y empezó a tocarse. Me miraba fijamente. Me sonreía.
De un modo mecánico, casi inconsciente, comencé a caminar muy despacio, con pasos cortos pero firmes. Me acerqué a su cama, tanto, que si alargaba mi brazo podría tocar a Dani.
-¿Por qué no te tocas tú también? -me indicó él.
Cogí la silla, y me senté muy cerca, a la altura de su pecho. De frente a él, comencé a acariciar mis tetas con una mano e introduje la otra bajo la fina y diminuta tela de mi tanga. Tenía mi coñito ardiendo y empapado.
-¿Puedo ver cómo te lo tocas…? -me dijo él.
Levanté un poco el culo de la silla y me quité el tanga. Abrí bien mis muslos, mostré a Dani bien mi coño rasurado, de carnosos labios y completamente empapado en mi flujo. Y volví a acariciarme con una mano. Con la otra pellizcaba mis pezones. Ambos nos mirábamos mutuamente. De cuando en cuando nuestras miradas se cruzaban. Había deseo. Un deseo jamás antes conocido por mí. La situación me estaba resultando la más asquerosamente excitante de toda mi vida. Un silencio entendido nos envolvía. Nos estábamos exhibiendo para el otro. Aunque tan cerca no intentamos tocarnos. Era como un código preestablecido, aunque no hablado. No quería que se rompiera la lujuriosa magia reinante. Ambos jadeábamos en silencio.
Se me habían olvidado los planes con mi marido. Pellizcando fuertemente uno de mis pezones. Con la otra mano frotando con un dedo mi clítoris y con otros dos dedos penetrando mi coño, empecé a sentir los espasmos del orgasmo. ¡Oh, Dios…! Me corrí. Fue dulce, sereno, largo y muy placentero. Pero el momento era tan… indescriptible… que continué acariciando mi cuerpo con lascivia. Seguía sintiendo placer y deseo. Seguía estando muy caliente. Era ese momento en que una mujer siente el deseo de ser poseída, de ser penetrada, ese momento en que gritas: fóllame de una vez. Pero me callé y observé como Dani se corría.
Mientras nuestro amigo se limpiaba, escuchamos a mi marido diciendo:
-¿Qué escena tan caliente…?
Dani no sabía dónde meterse. A penas le salía la voz por la garganta. Yo me giré y vi a mi marido completamente desnudo, empalmado y tocándose su polla. Empezó a andar hacia nosotros. Me levanté de la silla y me puse de frente a él.
Mi marido simplemente me besó en la boca. Su beso fue más que apasionado, lleno de desesperación. Con ambas manos apretó mi culo juntando mi cuerpo al suyo. Fue un largo y sexual beso. Sin dejar de sobarme, sólo supo decir lo cachondo que le habíamos puesto los dos. Y me preguntó si ya había tenido yo suficiente o quería más. Le dije que quería más. Me preguntó qué era lo que quería. Y recuperando el descontrolado tono lascivo de unos momentos antes, respondí:
-Quiero que alguien me folle… Quiero que los dos me folleis…Quiero que me hagáis de todo…Llevo todo el puto día caliente y deseando follar.
Mi marido me hizo subirme a la silla de rodillas. De modo que me quedé de espaldas a Dani, todavía medio tendido en la cama y sorprendido por la situación. Pero de frente a mi marido. Mi marido se puso justo delante de mí, señalando su polla. Entendí lo que quería. Por lo que me incliné un poco y comencé a acariciarla y lamerla.
-¿Quieres que Dani te toque, cariño?
Asentí.
-¿Quieres que te coma el culo y el coño?
Volví a asentir.
-¿Quieres que después te folle?
Asentí de nuevo.
-Ya la has escuchado, amigo.
Y sentí que Dani se acercaba desde atrás. Con algo de timidez al principio, comenzó a acariciar mi espalda, mis piernas y finalmente mi culo y mi coño. Poco a poco fue tomando confianza, y mientras le hacía una buena mamada a mi marido, Dani me dio un sexo oral maravilloso. Volví a correrme.
Entonces mi marido me dijo que me pusiera a gatas en la cama y que se la chupara a Dani. ¡Por fin…!, pensé. Al fin sería mía aquella polla tan gordita. Mientras se la chupaba y metía su capullo en mi boca, mi marido desde atrás me penetró y empezó a follarme con rudeza. Por fin tenía dos pollas para mí. Aquello era incluso mejor de lo que yo tanto había imaginado. Estaba fuera de mí. Gritaba, pedía más… Y volví a correrme. Fue el momento en que mi marido me dijo que si quería cabalgar a Dani. Lo hice. Mientras me follaba a nuestro amigo, mi marido me fue metiendo primero un dedo y luego dos en el culo. Me estaba preparando para mi primera doble penetración. Me puso tan cachonda…
Y justo en el momento en que, con mayor torpeza que acierto, mi marido atinó a meterme el capullo por detrás, volví a correrme. Grité como una loca. Estaba desesperada. Era como si cuanto más orgasmos tenía, más quería, más necesitaba… Nunca antes me había sucedido. Nunca antes me había sentido tan golfa…
Después de un buen rato de doble penetración. Siempre con mi marido por detrás, por el grosor de Dani… Mi marido la sacó y se corrió en mi espalda. El mismo me restregó su leche por toda la espalda. Poco después Dani me dijo que iba a correrse. Por lo que me levanté y me tumbé en la cama para que se corriera sobre mi vientre. Era su segunda corrida, por lo que fue menor que la anterior.
Dani se quedó tendido a mi lado. Mi marido, sentado al otro lado mío, en el borde de la cama, seguía empalmado. Y para mi sorpresa comenzó a extender el semen de Dani de mi vientre a mis tetas. Aquello me pareció tan guarro, pero tan excitante que jadeé. Entonces, mi marido de un solo movimiento se arrodilló entre mis muslos abiertos. Se inclinó un poco, y con Dani a mi lado, mi marido me volvió a penetrar. Esta vez me folló de un modo menos salvaje, pero muy placentero. Estaba claro que los tres ya andábamos algo cansados. Finalmente mi marido me folló hasta volver a corrernos los dos nuevamente, mientras yo me besaba y acariciaba con Dani.
Y ese fue nuestro primer trío. En nuestra última noche en el campo con Dani.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!