La abarrotera
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por aslex.
Soy un repartidor de coca cola y mido 1.88 m. No soy flaco pero tampoco gordo, ni siquiera rechoncho, diría que soy robusto sin llantitas. Nunca he hecho pesas pero por mi trabajo me mantengo en forma.
Mi oficio me permite conocer muchas mujeres: dueñas, esposas de dueños e hijas de dueños de pequeños negocios. Sé que a algunas les gusta mi porte, y como siempre me muestro altanero e incluso rudo he tenido la oportunidad de acostarme con más de una de ellas, aunque en realidad soy algo tímido e introvertido, pero como las actitudes que menciono me han ayudado, pues las he cultivado a propósito.
Una de las situaciones que más recuerdo fue con una pareja que tiene una tienda de abarrotes; los dos eran jóvenes y tenían un hijo pequeño por entonces. Noté de inmediato que le gusté a ella ya que se ponía roja cuando me tocaba entregarle las cajas de refrescos y bajaba la vista mientras me pagaba. Ella es chaparrita, quizá de 1.55 o 1.60 a lo mucho de estatura, pero está bien formadita ya que sus caderitas son grandes y si cinturita es pequeñita.
En realidad me daba un poco de flojera, o hueva como decimos acá, andar buscándole a la ñora ya que en esos días yo traía a una divorciada muy sabrosa también dueña de una tienda, pero las cosas sucedieron porque ellos, la pareja, fueron quienes me buscaron a mí, me explico, como al año de que les surtía la coca me invitaron a una fiesta de cumpleaños de él. Se me hizo un poco raro porque a los repartidores casi no nos invitan a esos eventos los dueños de los negocios que atendemos, y más raro porque solo me invitaron a mí y sin que mis compañeros oyeran. Mi mente estuvo trabajando de más los días previos, ¿qué se traían estos?, pensaba, ¿por qué me invitaron solo a mi?, ¿será porque soy el que siempre les llevo las cajas?
Llegué a la fiestecilla y me senté en un rincón mirando a los demás platicar. La ñora se veía muy rica, con unos pantalones de mezclilla muy pegaditos y con tacones, aunque no muy altos. El esposo de ella muy atento aunque algo nerviosillo cuando me ofrecía cerveza y ella volteando a verme de vez en cuando. Comprendí a donde iba la cosa cuando él la miraba, luego de entregarme una botella, y ella le devolvía la mirada con cierta intensidad y después me miraba como asustadilla o algo inquieta durante un instante.
Bailé un rato con una ruca y luego me senté de nuevo aparentando que estaba muy serio. Ella me miraba con más frecuencia y durante más tiempo, “ella quiere que me la coja hoy, y él está de acuerdo” pensé con júbilo, aunque traté de no mostrarlo. Luego que comenzaron a irse los invitados yo aun dudaba un poco reflexionando que quizá la bebida me hacía imaginarme esas cosas, pero luego que despedían a los demás y que no me miraban ni siquiera para señalarme que ya era hora de partir, me convencí que definitivamente había plan. La verga se me puso mucho más dura, aunque aún me quedaba cierta duda, pero ya con 10 cervezas encima me era fácil aplacarla.
Cuando ya no había nadie, y ya estaba pensando en retirarme ya que me había quedado solo un par de minutos en el patio donde había sido la fiesta, salió él y me preguntó si es que deseaba un vaso de brandy con gaseosa, “si”, le dije mirándolo fijamente, “pásale a la cocina”, me contestó con la cara toda roja y con la garganta un poco atorada”, ya esta, pensé, ojala éste no sea el que quiera acción, pero si me pasa a su vieja, hasta a él me lo cojo.
Me senté en una silla del comedor y me apoyé en la mesa, estaba muy nervioso aunque trataba de no mostrarlo, lo miré fijamente a la cara mientras me daba el vaso. Sus ojos se desviaron y luego la miré a ella. Su cara estaba rojísima y me miraba casi sin aliento, estiré el brazo, la tome del suyo y la acosté boca abajo sobre mis piernas. Luego le comencé a sobar las nalgas por encima del pantalón. ¡Puta!, pero que nalgas tan duras, me temblaban las manos pero no dejaba de mirar al marido quien fijaba la vista en las nalgas de su mujer, estúpidamente dije, ya que no venía al caso: “me la voy a coger”
Él solo asintió varias veces con la cabeza, le dije a ella que se pusiera de pie y que se quitara el pantalón, ella me obedeció sin chistar, luego la puse otra vez sobre mis piernas y de nuevo a magrearle las nalgas mientras bebía del vaso con la otra mano, “¿quieres más?”, me preguntó él, luego agregó, como si quisiera evitar un malentendido: “¿brandy?”
“Si”, le dije mirando esas ricas nalgotas y sobando ya debajo del calzón, “tráete también aceite”
“¿Aceite?”, me preguntó, “si, aceite, crema o algo para que resbale, le voy a meter el dedo a tu vieja por el culo”
“Ah, pues deja veo”, cuando se fue comencé a decirle cosas cachondas: “me gustas mucho chiquita, estas muy buena, te quiero coger todita, quieres que te coja, ¿verdad?”
“Si”
“¿Quieres que te la meta toda, putita?”
“Si”
“¿Si qué?”
“Métemela toda”
“¿Tu marido quiere ver cómo te la meto?”
“Si, quiere ver todo”
“¿Quiere ver cómo me la mamas?”
“Si”, ella ya estaba jadeando y yo ya estaba escurriendo. Él regresó sin nada, “no hay crema”, dijo, ni aceite, se veía apenado, “¿mantequilla, mayonesa?”, le pregunté con cierta urgencia, “sí, creo que mayonesa si hay”. Me entregó el bote ya sin tapa y yo metí el dedo medio para embarrarlo, “¿quieres ver cómo le meto el dedo a tu vieja?”, le pregunté ates de ensartarla, “si”, dijo apenas con un suspiro, “¿también quieres ver cómo me la cojo?”
“Si, también”
Ella comenzó a gemir y a retorcerse cuando empecé a picarle con la punta del dedo, “¿te gusta mi dedo, putita?”
“Si”, dijo ella bramando ya muy cachonda, “¿ya te la has cogido por aquí a tu vieja?”
“No” me contestó, “¿por qué?”, le pregunté.
“Es que no sabíamos que se podía por ahí”
“¿Entonces eres virgencita por aquí?”
“Si”, dijo ella entre gemidos, ya le estaba entrando la punta del dedo, “¿no te duele?”, le pregunté, “no”, contestó, “¿quieres que te lo meta todo?”
“¡Sí!”, metí la otra mano debajo de su estomago para desabrocharme la bragueta y luego de mucho batallar lo logré al fin, ya que no quería sacar el dedo de su culito. “¡hay!”, dijo con voz de niñita, “¡la tienes muy grandota!”
“¿Te da miedo?, ¿no quieres que te la meta?”
“¡No!, ¡si, métemela!”
“¿Así la tiene tu marido?”
“¡No!”, dijo quejándose cachonda, ya le había entrado la primera parte del dedo, “¿de qué tamaño la tiene?”, yo ya le estaba mojando el estomago con los jugos claritos, “más chica, ¡hay!…más chica”
“¿De qué tamaño?, ¿más grande que este dedo?”
“Así… ¡ah!…así…como tu dedo…¡ah!”
“Voy a la mitad, ¿quieres más?”
“¡Sí!, ¡más… todo!”, empujé el dedo hasta el fondo luego de sentir que su culo se aflojaba, no quería que le doliera ni lastimarla porque deseaba algún día cogérmela por ahí.
Le provoqué varios orgasmos sacándole y metiéndole el dedo durante mucho rato, yo ya estaba con la leche casi de fuera, sus gemidos y la forma en que se retorcía me quemaba; le saqué el dedo y la cargue hacía la cama, cerré la puerta detrás de nosotros ya que no me sentía a gusto con su marido viéndonos, “aquí espérate, mejor óyenos como me la cojo”, le dije tartamudeando un poco, esperando que no se pusiera necio. La acosté, le abrí las piernas y me subí encima para luego ir ensartándola poquito a poquito. Ella gritaba y se retorcía mientras le entraba, “¡hay, hay!, ¡la tienes muy grandota, ¡hay, ¡métemela!, ¡hay!”
Aguanté apenas lo justo al momento en que se vino por tercera vez.
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