La búsqueda (Capítulo IV)
Después de fajar en un café, dos exalumnas llevan a su exprofesor a un motel. ¡Qué trío ocurre entonces!.
Isa salió a la calle con pasos rápidos y confiados. La seguían Mario y Moní, metros atrás, callados y con los ojos en el piso.
Por supuesto, todos estaban bastante excitados por el faje que habían tenido en aquel café oscuro, pero vivían esa excitación de formas muy distintas. Isa se había asegurado de tener un rol completamente activo, casi podríamos decir “servicial”, y sus compañeros sólo la habían tocado sobre la ropa. Su excitación era una excitación de ver y de tocar, y de raspar leve y frustradamente sus piernas en busca de un contacto.
Moní y Mario estaban en un caso muy distinto, y salieron del café como borrachos. Así como a los borrachos el aire frío del exterior los despierta a la fuerza, pero al mismo tiempo renueva su embriaguez y hace que piensen “estoy peor de lo que pensé, ¿ahora cómo voy a caminar?”, justo así el brillo fresco de la tardenoche golpeó a Mario y a Moní. Él tenía problemas para seguir el paso de Isa, puesto que llevaba una erección notable; Moní, que había tenido dos orgasmos, sentía doblarse sus rodillas y, ahora, en el exterior, se daba cuenta de su cansancio.
Nadie recordaba bien cómo habían quedado en dirigirse a un motel llamado Atman-Artha, que quedaba al final de esa calle, dorada por los últimos rayos del sol. Moní pensaba que ni Isa ni ella solían ir a moteles. Ambas buscaban precisamente a la clase de hombres que tienen casas propias y encuentran un gusto burgués en presumirlas a sus amantes. La propuesta, entonces, debió venir de Mario. Mario, por su parte, estaba tan ofuscado que no recordaba más que el primer beso de Moní y el momento en el que Isa le había dicho “cógetela”.
Isa caminaba varios metros adelante y cada tanto se volteaba para lanzarles miradas maliciosas. En algún momento, a varias cuadras del motel, miró a Moní e hizo con los dedos el signo de una “V”, en el que metió su lengua a toda velocidad, como si fuera un camaleón. La imagen excitó tanto a Moní que sus rodillas efectivamente se vencieron y estuvo a punto de caer. Mario le prestó su brazo para evitar que cayera, y le dio apoyo para volver a incorporarse. Moní se sorprendió de que fuera tan fuerte como para soportarla; Mario se sorprendió de que fuera tan ligera. Se miraron un largo instante, sonriendo.
—¡Por el amor de Dios! No tienen que esperar a que lleguemos para darse un beso, ¿saben? —se burló Isa, copiando el tono sarcástico de Moní.
La sonrisa de ambos se volvió risa; una risa de compañerismo, y sencillamente siguieron caminando. Casi de inmediato, Moní confesó:
—Yo no he ido nunca a un motel.
—No tiene nada de especial —dijo Mario, tratando de tranquilizarla—. Las sábanas son duras y los baños excéntricos. Poco más.
—¿Y cómo vamos a registrarnos? —preguntó ella.
—¿Cómo que “cómo”? —dijo Isa, regresando sobre sus pasos para abrazar a Moní, con un cariño burlón. —Mi amor, ¿acaso te molesta que el recepcionista sepa que vamos a hacer un trío?
—De verdad te mataría hablar más bajo, ¿verdad, zorra? —le contestó Moní a Isa, entre dientes.
Los tres rieron. Nadie le contestó a Moní su pregunta, pero ella no volvió a preguntarlo. Se encontraron de pronto frente al motel, que se anunciaba en letras grandes pero opacas, como si no quisiera ser visto.
—Pasen ustedes dos, que parecen una linda parejita —dijo Isa.
—Repítelo y te diré que pareces tú —contestó Moní con saña.
Moní no quería imaginarse como pareja de Mario. Él era mayor que ella, y de una clase social con la que ella no quería identificarse. No era objetivamente atractivo (si es que existe algo así), ni podía ser para ella algo más que una “búsqueda”, una aventurilla semanal. Es cierto que ahora efectivamente quería tener sexo con él, pero eso era sólo por la manera en la que se habían dado las cosas. Precisamente por eso, no le iba a permitir a su amiga que ilusionara a Mario de esa forma. Otra cosa era Isa, que enloquecía a Moní completamente. No la quería llamar “su novia”, porque Moní se sentía heterosexual… o algo así. Pero aún así se preguntaba con cierta tristeza “ay Isa, ¿por qué no quieres que nos registremos juntas?”.
—Ustedes pasen. Yo después —insistió Isa, acercándose a Mario y dándose un profundo beso. —Queen.
—Como gustes —dijo él.
El recepcionista no estaba, por lo que Moní y Mario dedicaron unos segundos a explorar el diminuto recibidor. Había tres sillas de mimbre, compactas y resistentes, a los lados de una mesa de vidrio. Dos fuentecitas atravesaban un pequeño jardín zen de arena fina, manchado con piedras y musgo. El agua de las fuentes se encontraba en el centro del jardín; allí abajo debía haber una bomba que reciclaba el agua para reiniciar el ciclo. Dos libreros, extrañamente cerca de las fuentes, tenían títulos que ni Marío ni Moní habían visto nunca. Desde arriba de los libreros, estatuas dioses desconocidos los veían con ojos pícaros.
Moní acercó su dedo meñique a la mano de Mario, quien rozó la mano de ella. De roce en roce, se tomaron las manos, mientras admiraban ese cuarto extraño, donde sólo se escuchaba el flujo del agua.
—Buenas noches —dijo el recepcionista, con un tono de cortés impaciencia.
—Muy buenas —dijo Mario, con una voz respetuosa y divertida, que Moní sólo le había conocido como profesor. —Disculpe, no notamos que usted hubiera regresado, queremos…
—¿A qué se refiere con “regresado”?
—Oh, es que cuando llegamos, usted no estaba.
—No. Cuando llegaron, yo estaba. No puede ser de otra manera. Yo siempre estoy aquí.
El recepcionista, que estaba sentado detrás de un vidrio grueso, debía medir un poco más que ella y un poco menos que Mario. Profundamente moreno, delgado y de ojos vidriosos, usaba una poblada barba de candado que resaltaba sus labios gruesos. El traje azul marino resaltaba el color de su piel. Lo extraño del diálogo hizo intervenir a Moní, quien además se sentía llamada por el atractivo de aquel desconocido.
—No, de verdad. Vimos la recepción: usted no estaba.
—Debo insistir en que no es posible. Yo siempre estoy aquí.
—Muy bien: le reconocemos muchísimo su trabajo —concluyó Mario. —Queremos una habitación.
—Elija usted el tipo —dijo el hermoso recepcionista, señalando un cartel en el que venían los tipos de cuarto y sus precios
Mario se sintió muy preocupado: no encontraba uno con la cama queen size, como quería Isa. El exprofesor de pronto sintió que toda la noche se frustraría si no encontraba el cuarto adecuado.
—Allí —le señaló Moní con una sonrisa.
Mario respiró aliviado, le respondió al recepcionista y pagó la cantidad indicada. Recibió las llaves y agradeció.
Mario y Moní, aún de la mano, empezaron a caminar a la habitación asignada. Oyeron abrirse nuevamente la puerta automática. Isa entró a toda prisa, y cruzó la recepción sin inmutarse.
—Señorita, ¿a dónde va? —preguntó el recepcionista, visiblemente preocupado.
—Voy con ellos —dijo señalando a Mario y a Moní.
—Viene con nosotros —dijo Moní rápidamente.
—Espere… —siguió el recepcionista, aún preocupado.
—¿Quiere venir también? —dijo Isa, deteniéndose y guiñandole el ojo. —Porque por mí lo invitaría…
—No. No es posible. Yo siempre estoy aquí —dijo el recepcionista. Su tono empezaba a ser maquinal otra vez. —¿Qué hora de salida les había dado?
—Pagamos por noche, no por hora —dijo Mario. —Salíamos a las 7.
—Que sea a las 11, ¿les parece? Algo me dice que necesitarán más tiempo —dijo sonriendo el recepcionista.
Mario se quedó sin palabras, y sólo pudo hacer una extraña reverencia con el cuello. Moní e Isa imitaron burlonamente esta reverencia, y los tres se adentraron en el motel, riendo.
—¡Dios mío, guapo y generoso! —dijo Isa en voz alta —Permítanme, que me derrito.
—En verdad era muy guapo —dijo Mario. Las amigas compartieron una mirada de extrañeza. ¿También su profesor era bisexual, después de todo?
—Es muy guapo. Es mi orgullo —dijo una voz, que salía de un cuarto abierto
Los tres saltaron asustados, pero se recuperaron pronto. En realidad era solamente una anciana, cuidadosamente arreglada, enfundada con un vestido morado brillante. Detrás de ella, lo que parecía ser un cuarto adaptado, tenía una especie de pequeña tienda.
—Servicio a la habitación, o las cosas que necesitan antes de llegar. ¿Seguros de que tienen todo lo que hace falta?
—¿Tenemos? —dijo Moní.
—No, no tenemos —dijo Mario, y pidió condones, pasta y cepillo de dientes.
—¡El caballero piensa en su boca! Parece que hoy va a beber de las fuentes de leche y miel, como dicen las Escrituras. —dijo la anciana; aunque era un chiste, la situación más bien los asustaba.
Cuando les entregó los condones y lo demás, y ya se iban, la anciana tomó a Isa por la mano y le susurró.
—Isa, Isa. Apuéstale a Moní, a Moní. Entre más le das gusto al profesor, más se fija ella en él. ¿Lo notas, verdad, mi niña? Como dice el dicho: “Dos caballos bien herrados, corren más felices juntos”.
—¿Qué dijo? —contestó Isa, mortalmente asustada de que la desconocida supiera sus nombres.
—Digo que el servicio a la habitación es más caro —contestó la anciana. —Si esto ya está caro, ¡imagínense que se los lleve allá arriba y me tengan que pagar por verles las nalgas!
Isa no se quedó pensando en eso. ¿La anciana había hablado sobre su encuentro con Mario y con Moní? Neh. Isa más bien se lo atribuyó a su imaginación, a cualquier desvarío que pudiera tener la anciana, y a alguna cosa que ella misma estuviera pensando. Subió feliz con Mario y con Moní por unas escaleras de caracol, hasta el piso donde una puerta verde y alta los dejó entrar al cuarto.
Moní se imaginaba sábanas, cortinas y decorados de color rojo sanvalentín, con una tele enorme para poner porno y un sillón que, con forma de escultura vanguardista, invitara a practicar las posiciones más antinaturales. No parecía haber televisión; la cama era de color crema, el resto del cuarto era café y plateado. Diminutos jardincitos zen adornaban los burós, el lavabo, y hasta el interior del ropero. Todo eso era muy intimidante, porque Moní quería tener sexo con alguno de los dos (o con ambos, no estaba segura), pero el lugar más bien parecía adecuado para una noche en calma.
—Parece que necesitas ayuda —dijo Isa, llegándole por la espalda.
Le pasó el brazo por el abdomen, abrazándola justo debajo de los pechos. Se agachó para estar a su misma altura, coló su cabeza por sobre el hombro de Moní, y besó su mejilla. Antes de que Moní se hubiera dado cuenta, Isa ya estaba besando y lamiendo la cima de su oreja.
—Tú estabas triste. Necesitabas una amiga… una amiga que te tocara y que te hiciera sentir especial —dijo Isa, mientras Moní sentía sus cabellos rubios hacerle cosquillas en la oreja —Pero, ¿y yo? ¿Te diste cuenta de que no me tocaste nunca? Desde que estábamos en el metro te veo verme. Sé que te gusta mi cuerpo. Te siento erizarte cuando me acerco a ti, ¿y aun así esperas que sea sólo yo quien “te trabaje”?
Isa besó el espacio detrás de la oreja, y Moní dejó escuchar un gemido. Entonces Isa la soltó, sin importarle nada, y fue con Mario. Moní se quedó desolada, parada en seco, sin saber qué hacer, sintiendo que se iba a caer nuevamente.
—La prefieres, ¿verdad? No me contestes. Ya me lo dijiste antes —dijo Isa a Mario, abrazándolo y poniendo sus labios enfrente de los de él.
—Yo no dije nada sobre eso —quiso decir él. Y era verdad.
—Te dije que no me contestaras —lo interrumpió ella. —Ya las dos sabemos que te la quieres coger. Pero antes voy yo.
—¡No! —dijo Moní, a la vez molesta de que su amiga la hubiera dejado con las ganas, y feliz de que se hubiera sentido celosa. —Con él no, quiero decir. Antes voy yo, pero contigo.
Isa se volteó a ver a Moní. Mario aprovechó la oportunidad y le tomó un hombro con cada una de sus manos suaves y pesadas, para que no se diera la vuelta. Moní entendió la idea y se acercó a su amiga, a la que besó parándose en las puntas de los pies. Isa se agachó para que Moní pudiera besarla sin esfuerzo. Moní tomó la cara de Isa y le zampó tres besos, breves pero intensos. Luego se juntaron sus frentes, y Moní bajó por el cuerpo de Isa, dibujando su silueta, desde sus hombros hasta sus caderas, de las que se aferró con fuerza. Un escalofrío recorrió a Isa, cuya reacción fue retroceder, no con los pies, sino con el torso. Mario estaba aún detrás de ella, y había empezado a masajearle los hombros. Cuando se hizo hacia atrás, Isa pudo sentir la erección de él en un glúteo. Ahora se sentía entre la espada y la pared, y eso le fascinaba.
Al contrario de Moní, Isa sí llevaba un brasier, del mismo color que su blusa, y que llegaba sólo hasta cubrir ligeramente el pezón. Su intención era que la prenda no se viera en lo absoluto, para no afectar la delicada apariencia de su escote garigoleado. Moní reconoció el brasier cuando recorrió el cuerpo de su amiga, y pensó que empezar por el pecho, como a ella le hubiera gustado, quizá habría sido muy complicado. Así, empezó a besar las clavículas de su amiga, y el espacio generado entre ambos pechos.
—Estamos ya algo calientes para estas cosas, ¿no? Desvísteme de una vez —le dijo Isa.
Mario estaba acariciando con las uñas la nuca de Isa, mientras le daba besitos en la cabeza. Él parecía no haberse inmutado con el comentario de la chica, que sin embargo reconoció su emoción porque el miembro le creció aún más sobre el trasero de ella.
Moní desabrochó el pantalón de mezclilla de Isa, y se lo quitó con alguna dificultad. Sus fuertes y anchas piernas se resistían. Pero Moní aprovechó ese tiempo para cubrir de besos el vientre de su amiga, los huesos que sobresalían en sus costados y el nacimiento del corto vello rubio en su entrepierna (se ve que se había rasurado hacía no mucho). Cuando el pantalón por fin calló a los tobillos de su amiga, Moní se animó a retirar hacia un lado la ropa interior de su amiga, negra como todo el conjunto, para darle un besito junto a los labios vaginales.
—¡No seas sucia! Compramos pasta de dientes. Si me vas a comer la raja, lávate un poco.
—Tú no tuviste esos cuidados hace rato, cuando me la comiste así como estabas y casi casi en público —le contestó Moní, juguetona.
—Pues si no te parece bien, ahorita que te vayas a lavar los dientes, te lavas también lo de allí.
—Ah, pero no te voy a dejar con el profe, ¿qué te pasa? —contestó Moní, dándole más besos en esa zona a Isa. —Te conozco. Si regreso en treinta segundos, ya lo vas a tener bien enfundado.
—Te prometo que no pasará —dijo Mario.
—Te tomo la promesa —dijo Moní, que había vuelto a tutearlo. —Porque si pasa algo, te quedas sin todo esto.
Y se señaló a sí misma, con ambas manos y recorriendo todo su cuerpo, tentadoramente. Un contoneo serpentino hizo que su vestido se recorriera hacia arriba, y cuando se alejó, Mario no pudo evitar seguirla con la vista, a ver si el vestido revelaba algo más que sus blancos muslos. No fue así, pero Isa pudo sentir el interés de Mario por su amiga.
—¿No le parece grosero que me haga sentir cómo Moní lo excita? —le preguntó Isa, cuando Moní ya estaba lavándose.
—Lo es, disculpa. Me alejo —contestó él.
Isa rió y opinó que Mario estaba tomándose las cosas muy en serio. Isa fue quien se alejó y, se dejó caer en la cama, para terminar de quitarse el pantalón.
—¿Qué piensa de mis piernas?
—Me gustaría tenerlas a ambos lados de la cara.
—Tsss. Mucho más prosaico de lo que imaginaba —dijo ella, y ambos rieron.
Mario se sentó en la cama también, a un lado de Isa y tocó una de sus piernas.
—Qué tersas son —opinó, mientras acariciaba con el dorso de su mano la parte superior del muslo.
Isa quería que la abriera de piernas y la masturbara, pero Mario sólo la estaba acariciando, de una manera tan tierna e inocente como hace un momento acariciaba su nuca. Así que insistió:
—Y de mis pechos, ¿qué piensa?
Mario, que para ese momento estaba viendo las piernas de Isa, volteó a ver sus ojos. Isa lo veía también. Comenzaron a acercarse y finalmente se besaron. Mario de inmediato llevó una mano al pecho de Isa. Sus dedos se colaron por las orlas de la blusa, reconocieron y exploraron las faldas de aquel monte enorme. Finalmente, aunque sabía que Isa protestaría, se internó en el brasier y buscó un pezón, que acarició con delicadeza, primero en círculos, por fuera, y luego oprimiendo ligeramente su montículo.
—¡Fuera, fuera! —dijo Isa, quitándole la mano de allí. —¡Va a hacer grande mi brasier!
Mario ya no se podía contener más. Empezó a besar intensamente el cuello de Isa, mientras tomaba el otro pecho. Isa empezó a gemir entre risas nerviosas. Mario de nuevo atacó su pezón, e Isa ya no tuvo fuerza para negárselo. Luego, Mario retiró su mano de allí y la fue llevando a la pierna de Isa. Mientras le besaba el cuello, subía a lo largo de su pierna imperceptiblemente, y se adentraba poco a poco en la cara interna de su muslo, hasta que tocó su ropa interior…
Y en ese momento Moní salió. Al ver la escena, se apresuró a toda prisa a la cama. Mario pensó que iba a molestarse, pero se sentó del otro lado de Isa, y empezó a hacerle lo mismo que él. Mientras Mario le besaba el cuello, Moní besó su boca. Ella tomó la mano que él tenía en la vagina, y la llevó al pecho de Isa, le indicó que abriera la mano y que agarrara todo lo que pudiera del pecho de su amiga. Lo forzó a apretar. Ella estaba agarrando el pecho de Isa, a través de la mano de él. Cuando sintió que los movimientos ya venían de Mario (ya eran buscados por él), Moní retiró su mano.
—Eso, eso —le dijo Moní a Mario, satisfecha. —Qué tetas, ¿verdad? ¡Pues quédate allí!
—No les digas “tetas”, suena muy…, ¡oye! —empezó a decir Isa, pero fue interrumpida.
Moní había quitado la mano de Mario, porque quería la vulva de Isa para ella. Se apresuró a quitarle la ropa interior, y tomó de lleno la vaina de su amiga.
—¿Me estás diciendo que no tienes lindas tetas, amor? —le dijo Moní, mientras ubicaba el punto exacto desde el que Isa estaba produciendo humedad. A partir de ese punto, Moní esparció el líquido con la vagina entera, en un giro grácil y pausado, con los dedos anular y cordial.
—Te estoy diciendo que no les digas así —contestó ella. —Además, ¿quién te dio permiso?
—¿Permiso? Con esta humedad, hasta puedo decir que me invitaste —contestó Moní, mientras le alcanzaba al clítoris una parte del líquido, y lo oprimía delicadamente de los costados.
—Sólo no me metas los dedos —dijo Isa gimiendo, esperando que Moní hiciera precisamente eso.
Dicho y hecho, Moní deslizó sin ninguna dificultad los dos dedos dentro de la vagina de Isa. Apenas habían entrado, los sacó. Luego repitió varias veces. Quería sentir como Isa se contraía un poco en cada nueva penetración. A veces los dedos permanecían afuera un momento, acariciando los labios de la rubia, mientras la muñeca de Moní empujaba el clítoris. Finalmente, los dedos se introdujeron casi enteros, de un solo golpe.Esto no era extraño, puesto que Isa estaba muy húmeda y puesto que Moní llevaba ya unos minutos metiéndole la punta de los dedos . Isa gritó:
—¡Por fin te dignaste!
—Yo tengo técnica, mi amor. Técnica y fricción. Si lo que quieres es llenarte con algo, no soy yo a quien necesitas.
¡Mario! Isa en ese momento recordó a Mario, que le estaba besando aún el cuello y le amasaba un pecho con fiereza. Debía estar a reventar, el pobre. Isa intentó llevarle la mano al miembro: quería sacarlo y masturbarlo para que se integrara a la acción. Pero no pudo, apenas llevó su mano al pantalón de él, se quedó paralizada. Moní empezó a mover su mano intensamente e Isa ya no podía pensar ni hacer nada más. Isa se puso completamente roja y empezó a dar grititos agudos.
—Me estás cogiendo con la mano —dijo Isa.
—¡Qué tonterías dices! —contestó Moní, a pesar de que el diálogo de su amiga la halagaba mucho y la invitaba a acelerar la velocidad.
Entonces, Mario le quitó a Isa la blusa. Le desabotonó los tres ojales que la blusa tenía debajo del pecho y se la quitó por la cabeza. Isa lo aceptó sin prestarle mucha atención, pero este movimiento permitió a Moní empezar a besar otra vez el vientre de Isa, sin dejar de masturbarla. Como pudo, Moní se puso de rodillas frente a Isa, que aún estaba sentada en la cama, y comenzó a hacerle sexo oral. Mario le recogió el cabello, y Moní empezó con una maravillosa rapidez. Sus labios apresaban los pliegues de Isa, y su lengua se deslizaba por los labios menores de ella. El clítoris emergía, brillante, rosado y perfectamente redondo de entre sus pliegues carnosos, dejándose besar por Moní, que cada tanto lo succionaba y lengueteaba. Mientras, sus dedos entraban y salían de la vagina vigorosamente. El olor a mujer la embriagaba. Para ese momento, Mario sostenía a Isa entre sus brazos, mirándola a los ojos y sonriendo con compañerismo.
—A ti te gustaría que, en lugar de sus dedos… —le dijo Isa a Mario varias veces, pero sin poder terminar el comentario.
Por un momento, Moní dejó de hacerle sexo oral a Isa.
—¿Estás listo? —le preguntó Moní a Mario, sin hablar, sólo moviendo los labios.
—Yo también debería hacerle sexo oral —contestó él con la misma técnica, ayudándose de cierta mímica.
Moní hizo una mueca, ladeando los labios fruncidos. Esa mueca quería decir “ahora o nunca”. Con toda delicadeza, Mario dejó que Isa cayera sobre la cama. Isa cerró los ojos y dejó que Moní continuara. Ella por fin dejó de masturbarla, se subió a la cama con Isa, separó completamente sus piernas y la tomó fuertemente de las nalgas, desde abajo. Así, empujó el cuerpo de Isa contra su boca y, mientras acariciaba su lindo trasero, le metía la lengua, o hacía movimientos circulares a todo lo largo de la vulva.
Mientras tanto, Mario se había quitado el pantalón y la ropa interior, se había puesto un condón y se había acercado a las amigas. Moní lo sintió acercarse, se giró un momento, y puso una mano fuertemente sobre el miembro de su exprofesor. Mario creyó que Moní iba a masturbarlo, pero parecía solamente estar comprobando que la dureza fuera suficiente.
—¿Qué pasa? —preguntó Isa, contrariada de que Moní hubiera dejado de besarla.
—El profe te quiere coger. ¿Cómo vas? ¿Prefieres eso, o sigo?
Con este diálogo, Isa se puso de pie rapidísimo. Todo lo que pasó entonces fue torpeza. Los tres estaban demasiado excitados como para pensar con claridad. Isa abrazó a Mario, lo besó con rudeza y lo puso contra una pared. Allí empezó a masturbarlo sobre el condón, e intentó introducírselo, sin mucho éxito. Entraba el glande, pero Isa era demasiado alta como para que la posición funcionara bien.
—Ayúdame —le pidió a Moní.
Moní se agachó y, tomando el miembro de Mario, lo llevó hasta la vagina de Isa. Lo frotó una y otra vez, para molestarlos.
—¡Mételo de una vez! —le dijo ella.
Moní sabía que no iba a entrar así. Se levantó. Hizo que Isa se diera la vuelta, para que quiera la espalda a Mario. La reclinó, poniendo las manos de ella sobre sus propios hombros. Entonces, Isa sintió como el miembro de Mario entraba desde atrás, inundando su vagina. La entrada había sido perfectamente fluida, y a partir de ese momento comenzaron una serie de embestidas, que Isa sentía intensamente, detenida por el cuerpo de Moní y por los brazos de Mario.
Isa sintió cómo su amiga dirigía su mano nuevamente a su clítoris desnudo y expuesto. La empezó a masturbar, mientras Mario entraba en ella. El efecto fue inmediato: su vagina se cerró, y la penetración, de golpe, descendió de ritmo, pero aumentó en intensidad. Mario necesitaba más fuerza para cogerse a Isa, pero la nueva estrechez lo presionaba en cada centímetro de “su ser”, y eso era delicioso. Isa, por otro lado, sentía cómo se contraía entera. La contracción creada por la masturbación de pronto se transformó en un orgasmo.
Cuando Moní vio los ojos perdidos de su amiga, y notó que tenía problemas para mantenerse en pie, le indicó a Mario que parara. Isa se recostó en el suelo, con la piernas abiertas. Moní vio a Mario con una sonrisa maliciosa, y le hizo un gesto con la cabeza en dirección a Isa, para indicarle que se la siguiera cogiendo. Él se acostó en el suelo, sobre ella, y la penetró misioneramente. Isa se gimió y no dejó de gemir, hasta que, uno o dos minutos después, dijo casi imperceptiblemente:
—Más rápido.
Moní se sentó en la cama y vio por varios minutos cómo seguía la acción, masturbándose. Mario intentaba acelerar el ritmo cada vez que Isa se lo pedía —y lo pidió varias veces. En ocasiones no podía, y trataba de compensarlo penetrándola de forma más profunda o más sensible, dibujando ochos; besándole el cuello, los brazos, el nacimiento del pecho. Esos momentos parecían gustarle mucho a Isa, que agarraba las nalgas de Mario y las empujaba contra ella, clavándoles unas uñas cortas, pero agudas.
Isa ya estaba sensible y llegó sin problemas a su segundo orgasmo antes de que Mario terminara. Bufó profundamente, con un tono que a Mario le recordó el sonido de los búhos.
—Estoy acabada —dijo ella, aquejada por la fricción y por el cansancio.
Mario ayudó a Isa a levantarse y la llevó a la cama. Tenía una erección en su mayor momento, y Moní temió que intentara penetrarla en el acto, ahora que su amiga estaba noqueada. Pero no fue el caso.
—Si quieres, puedo ir a lavarme, para hacerte un poco de sexo oral —dijo él.
Moní lo vio con una sonrisa.
—No. Quiero que me ruegues, como habíamos dicho —dijo ella.
—Moní… Por favor, quítate el vestido.
Mario, pues, bajó su cierre. Moní se quitó el vestido.
Salieron los pechos blancos, de pezón compacto, erguido
por la noche, que era fresca, y por el deseo, encendido.
Mario le besó los pechos, atrapado en un hechizo,
como se besa lo santo, diciendo para sí mismo:
«Ni los blancos alcatraces tienen un pezón tan vivo».
Moní lo empujó en la cama. Sus muslos humedecidos
le pusó en torno a las piernas, y al erecto miembro quiso
presionarlo con su concha y frotarlo entre sus lirios.
El cabello de Moní parecía, a la luz, cobrizo,
y mientras Moní fingía montar a Mario, éste dijo,
viendo cómo por su pecho fluían sus rojos rizos:
«los empavonados bucles le brillan como dos ríos»
Moní casi llora al escuchar ese diálogo. Para evitarlo, puso cara de molestia, y tomó el miembro de Mario, que condujo hasta la entrada de su vagina.
—Vuelva a decirlo, si se atreve, profesor.
—“Los empavonados bucles…” —empezó Mario, pero Moní se introdujo el miembro de golpe, y se empezó a coger a su exprofesor atléticamente.
Mario no pasó mucho tiempo recostado. Vería los pechos de Moní describir círculos hermosos al botar y se alzó de la cama para estrecharlos y besarlos. Luego, puso sus dos manos a los costados, y las usó como apoyo para empujar su cadera al ritmo que le marcaba Moní, quien a su vez, se había reclinado hacia atrás, en una postura parecida a la de él, para que Mario pudiera verla mejor.
Entonces Isa, que hasta entonces había parecido estar dormida, se levantó e hizo lo mismo que Moni había hecho con ella: empezó a masturbarla. Mario no pudo con la estrechez adicional que eso le dio al sexo de Moní, y su pene salió proyectado fuera.
—¡Isa! —se quejó Moní.
—Ya lo regreso, amor. Ya lo regreso.
Isa siguió masturbando a Moní, pero también obligando al pene de Mario a entrar en ella. En la mente de Moní, Isa estaba usando el pene de Mario para cogérsela. El hecho de tener sexo con él, pero a través del deseo de ella, le daba muchísimo moríbo. Moní, que respiraba con mucha dificultad y se había puesto muy ruborizada, culpaba a Isa de su estado: la tenía enloquecida. Por eso, le desabrochó el brasier y se lo arrebató. Le empezó a lamer los pezones difusos.
—¡Ja! Hasta crees. Si el profe Mario lo tiene muy claro —dijo Isa, quitándose del pecho la cara de Moní, y agarrándola desde atrás — Las tetas de esta noche son las tuyas.
Desde atrás, Isa estrujó ambos pechos de Moní, haciéndola dar un grito, y besándole la oreja. Esta imagen fue imposible de controlar para Mario, quien tuvo un orgasmo. Sin embargo, para su enorme fortuna, se trataba de uno de esos orgasmos tras los cuales el hombre no pierde dureza y (a riesgo de romper el condón) puede seguir aún un buen rato más.
—Creo que lo mataste —dijo Isa, viendo la cara que hizo Mario en el momento del orgasmo.
—Pues yo lo siento muy vivo —dijo Moní, mientras se seguía cogiendo a Mario.
Isa tomó su celular y puso una canción con la que ella y Moní solían perrear. Moní la reconoció de inmediato y empezó a seguir el ritmo, tocándose ella misma los pechos y la cara, y revolviéndose el cabello. Mientras, miraba a Mario de forma no ya seductora, sino sucubesca.
Mario ya no pudo más. La tomó de las nalgas de Moní y empezó a llevar el ritmo: la jaló contra su cuerpo una y otra vez, ensartandola en su miembro, que salía casi completo y completo se volvía a meter. Moní, que no se esperaba eso, empezó a gemir y a arañar la espalda de Mario, de la que se abrazó fuertemente.
—Parece que el profe te va llevar al buen lugar, mi amor —le dijo Isa, refiriéndose al orgasmo.
Moní ya no la estaba escuchando. Mario la tomó en vilo, la tiró sobre la cama. Se echó sobre ella y le mordió delicadamente el cuello. El peso de Mario excitaba a Moní, que se revolvía debajo de él. Ambos acabaron al mismo tiempo.
Cuando se separaron, Isa se puso en medio de ellos y estuvo unos minutos besando a uno y a otro, pero Moní y Mario quedaron profundamente dormidos.
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