La Elecución de Elena
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por alizziam.
Hola, Maribel.
Gracias por todo tu apoyo, sin él no hubiera podido salir adelante aquella noche del Año Nuevo. Voy a tratarte de explicar todo con detalles que aún tengo frescos en mi memoria. Considero que te lo debo: es la historia de una mujer asustada y sumisa hasta el final, pero con orgullo desafiante. Te explicaré todo lo que allí me sucedió… y lo que me deparará el futuro con toda probabilidad, al final lo leerás.
Salí de casa sobre las 11 de la noche, tras dejar a mis nenas, a mis dos soletes, en casa de mi madre. No sabes el hartón de llorar que me hice al dejarlas allí, tenía la certeza que nunca más las volvería a ver. Y es que durante toda la semana previa a la ceremonia, mi marido me hizo firmar papeles notariales, cuentas bancarias, declaraciones juradas, poderes personales, escrituras de propiedad, etc. ‘por precaución por si alguna cosa salía mal, pero que no me preocupara en exceso ni que pensara mucho en lo que estaba por venir, aunque iba a ser muy duro y penoso’
También mantuvo relaciones conmigo a diario, furiosamente, como si fuera el preludio de mi despedida y según decía ‘para satisfacerme y tranquilizarme’. Usó y llenó todos mis orificios, me masajeó de lo lindo y me dominó con fuerza y sin concesiones. Pero precisamente este uso sexual tan intensivo y placentero de mi cuerpo más todo el papeleo que te he comentado, disparó todas mis sospechas sobre lo que me podía esperar realmente.
Como vestimenta sólo llevaba encima un mini azul brillante, muy ajustado, sin ropa interior ni nada debajo, aparte de mi abrigo y unos zapatos altos de plataforma plateados. Iba como me lo habían impuesto. Tampoco llevaba joyas ni adornos, mi marido insistió en que no debía llevar ningún detalle ‘que pudiera identificarme después’. Agarraba bien las solapas del abrigo porque si se abriera, el mini apenas cubriría mi desnudez, pese a que a mi marido le excitaba la idea de mostrarme tan provocativa.
Cuando llegué a la mansión, me recibieron como a una heroína, pero yo aparte de estar blanca y asustadísima a pesar del maquillaje, estaba avergonzada porque con el mini y las plataformas parecía una prostituta (que creo que es lo que querían) y como soy tetona, debía subirme el escote continuamente. Las mujeres alabaron la sencillez y sensualidad del conjunto, y alguno de los hombres comentó sin ambages que era una excelente ‘profesional’
Y como tengo las piernas largas y musculadas por años de natación, se debía ver todo por debajo también, porque el mini iba cortito, por eso me lo regaló mi marido por Navidad: ya estaba todo preparado y pensado, estoy convencida, para preparar una atmósfera excitante y propicia y hacerme aparecer como la víctima ideal, vestida sexy y atractiva, para posteriormente verme desnuda, sometida y resignada a mi destino. Nada más sensual que el cuerpo desnudo y castigado de una sumisa…..
Como madura mujer cuarentona (46 años encima ya), no estaba nada mal, lo sé y ellos también lo sabían, y buscaban una mujer voluptuosa y sensual para la ceremonia. Y también les excitaba verme asustada y temerosa, reflejándose en mi cara la angustia de imaginarme mi próxima ejecución y el final de mi carrera de sumisa, de esposa, de madre.
Cenamos, y yo bebí mucha agua (unos 3-4 litros), la mujer del grupo que era médico, me dijo que debía hacerlo para orinar el máximo posible mientras estuviera colgada durante mi ejecución, a fin de mantener el sistema excretor en marcha ante la falta de aire que me esperaba, para aliviar la tensión y para perder algo de peso (cada gramo marcaría la diferencia). Además, orinar me relajaría mucho.
Me fijé en el trato que esta mujer me daba, distante y hostil, como si fuera mi rival. Es una mujer guapísima, rubia, alta y esbelta, de ojos azules y con gafas minimalistas que le daban un aire superior, altivo e inteligente. Llevaba un vestido negro brillante, largo, con tiras, un escote por la espalda que le llegaba a la cintura y que le realzaba su larga y hermosa cabellera, que la caía por detrás como una cascada de fuego dorado.
Noté que mi marido no le quitaba ojo de encima en todo el rato. Y es que yo, que estaba sentada al lado de ella, debía parecer una vulgar ramera comparada con ella. Además bastante apuro pasaba para evitar que los pechos se me salieran del mini, los hombres me miraban excitados y las mujeres con aire entre divertido y lascivo, y algunas con pena en sus miradas, como si fuera una despedida; esto me alarmó mucho.
Cumplí la promesa que te hice y no bebí gota de alcohol para estar en forma y consciente, a pesar del miedo que llevaba encima. Además no quería hacer pasar vergüenza a mi marido ni pasarla yo y que me vieran como una borracha cobarde. Tampoco comí casi nada por no irme del cuerpo de puro miedo y pasar vergüenza ante todos, en los momentos críticos cuando que me situarían en el patíbulo y en el clímax de mi ejecución, justo en el momento culminante en que debería terminar el rito programado.
Celebramos las uvas y el cambio del Año Nuevo (yo poca cosa tenía para celebrar, estaba muerta de angustia), pero empezamos la ceremonia ritual de la aplicación de mi sentencia a la horca enseguida, porque la hora fijada para mi ejecución era la una, como sabes bien, y el horario se debía cumplir estrictamente, ya que según la doctora, en caso de desenlace desfavorable se necesitaría tiempo para disponer el destino de mi cuerpo: lavado, traslado, sepelio o incineración, etc.
En el comedor mismo, me obligaron a desnudarme; todos los demás (cinco parejas contándonos a nosotros dos, de las cuales tres estaban casadas y dos libres, pero yo como única sumisa) también lo hicieron pero vistieron una especie de capas rojas abiertas por delante, pero sin nada debajo, y máscaras del mismo color cada persona, excepto un varón robusto y alto, muy guapo, que llevaba una máscara negra e iba completamente desnudo.
Me dijeron que actuaría de verdugo, que me conduciría desnuda a la horca y que debería asegurarse del cumplimiento íntegro del tiempo fijado, y anunciar el final de la ejecución en un sentido….. u otro. Una mujer me dijo que como era muy fuerte, descendería mi cuerpo de la soga una vez finalizada la ceremonia. Pero lo dijo como si mi cuerpo ya no estuviera con vida al final del ritual.
La médico también me tomo la tensión y me auscultó, pero dijo que estaría colgada los 31 minutos estipulados aunque fuera ‘hasta el final’…. Yo estaba desesperada porque siempre tuve la sensación de que aquello era una perfomance, sí, pero que si se convertía finalmente en una ejecución real, quizá era lo que deseaba íntimamente toda aquella gente en su interior, y más considerando todos los comentarios y alusiones que iba oyendo.
Dictaminó que estaba muy sana y perfectamente capacitada para que me fuera aplicado el castigo capital ‘en su totalidad, sin interrupciones’, y sacó de su maletín un inyectable. Le pregunté si era un tranquilizante y me contestó que era un potentísimo estimulante sexual. Según ella, era ‘una dosis de caballo’ y que provocaría que estuviese muy sensibilizada y excitadísima sexualmente: ello sustituiría los nervios, la angustia y el terror propios de una condenada durante su ejecución, y facilitaría mi dominio y sumisión para llevar ‘a buen puerto el evento hasta su correcto final’, según dijo…..
También me pesó con una báscula que trajeron del baño, según ella era muy importante para calcular bien la caída por la trampilla del patíbulo para no dañar mis vértebras cervicales, ni originar daños inmediatos, pero imprescindible para garantizar una lenta y penosa agonía por asfixia lenta, y prolongar al máximo mi sufrimiento ‘y la calidad del espectáculo sexual’, según afirmo. Le pasó el dato al verdugo, que afirmó que visto mi peso y constitución corporal, y sobre todo mi tipo y mis atributos sexuales, sería aceptable y deseable la máxima caída posible para aumentar la expectación y la estimulación del público. Noté un nudo en el estómago.
Dos de las mujeres me aceitaron el cuerpo, para darle un efecto ‘mojado’ masajeándolo con fuerza, por todas partes (incluido mi sexo rasurado para más apuro mío). Se cebaron en mis pechos y nalgas, para entonces vi que todos los hombres tenían unas erecciones enormes, se frotaban y maceraban sus penes y las mujeres estaban excitadísimas, los labios entreabiertos y húmedos y la respiración acelerada; yo misma lo hubiera estado de no ser por el miedo que tenía.
Me maniataron las manos detrás con finas tiras de cuero negro, y ajustaron una atadura también de cuero negro a nivel de los codos, tensando los brazos hacia atrás, con la cual cosa mis pechos grandes aún resaltaron más, según me dijeron de forma burlona y despreciativa: oía ‘tetuda’, ‘vaya melones’, ‘verás como se bambolean y bailan’ y risitas y alusiones todo el rato, sobre todo de la médico y el resto de mujeres, para humillarme y avergonzarme y supongo que por envidia (era la más tetona de todas).
Me fijé sobre todo en cómo me miraban los hombres del grupo, mi marido incluido. Recordé las veces en que íbamos a una playa nudista y me obligaba a broncearme los pechos y el cuerpo con aceite solar, me hacía entrar en el agua y remojarme los senos a la vista de todos, de cara a playa, y siempre cuando volvía a mi toalla, había hombres que debían darse la vuelta para ocultar sus erecciones en la arena o en sus toallas, ante las miradas de rabia de sus mujeres (que les cacheteaban a ellos el trasero indignadas), y me deseaban lo peor en sus rostros llenos de envidia y celos.
Llegó la hora de bajar a la cámara de ejecución, se formó la comitiva liderada por el verdugo, que se frotaba su falo sin disimular, ni dejar de mirar mis pechos con deseo. Bajamos lentamente al sótano, donde sabía que había una especie de cava antigua, de piedra, iluminada de forma indirecta y tenue y donde me dijo mi marido que se había emplazado el instrumental para aplicarme el ‘castigo definitivo’. Que él mismo, mi amo y esposo, dijera estas palabras me heló el corazón.
Delante iba el verdugo, me llevaban de los brazos las dos mujeres que me aceitaron, detrás venía la doctora, por si desfallecía y debía reanimarme durante el trayecto, y luego los otros hombres, incluido mi esposo. Las mujeres que me sujetaban por los brazos, me susurraban palabras de ánimo, deseando que aguantara y mostrara dignidad y valor ante la muerte, que estaba muy hermosa y sensual, que mi ejecución sería recordada por su voluptuosidad y cosas así, que me generaban miedo y placer a la vez.
El roce con el suave raso de sus capas pero sobre todo el de sus muslos a cada escalón, más el efecto cada vez más evidente y potente del afrodisíaco, provocaban que cada vez estuviera más excitada. A cada paso de bajada, mis pechos rebotaban y se cimbreaban, cada vez estaban más hinchados y mis pezones los notaba duros como rocas. Jadeaba casi de placer. Las mujeres guardianas, que lo notaban, me acariciaban disimuladamente mis senos, aumentando mi excitación y mi deseo.
Además, la escalera era muy empinada, y ello provocaba que con mis altas plataformas destalonadas, tuviera que cimbrear las caderas, y esforzarme a cada escalón, con lo que el sexo se entreabría y el roce con la cara interna de mis muslos me enardecía e inflamaba mis zonas genitales. Estaba húmeda y ansiosa pero aún sentía temor y mi corazón latía desbocado.
Uno de los hombres llevaba una cámara con trípode para grabarlo todo, y oía como decía (para mayor terror mío) cosas de cómo disponer de mi martirizado cuerpo desnudo tras la ejecución, lo hermosa que estaría durante y sobre todo después del proceso de aplicación de la pena capital y cosas así. No sabía si hablaban de usarme tras la ceremonia o de sobre cómo deshacerse de mi pobre cadáver…..
No perdía la esperanza de que al final todo fuera un juego y acabara en una violación masiva, integral y colectiva, donde yo fuera la victima y el objeto sexual. Aunque no había sido penetrada por otro hombre más que el mío en muchos años, ya desde mi noviazgo y mi feliz matrimonio, ansiaba que todo el ritual fuera solamente el preludio de mi utilización como esclava sexual y ser objeto de múltiples y violentas penetraciones vaginales, anales y bucales y cunnilingus, así como felaciones forzadas e ingestas de esperma, y no fuera la puesta en escena verídica de mi sentencia de muerte.
Llegamos ante la pesada puerta de madera, que abrió el verdugo. Observé el interior de la cámara de mi suplicio. Había una alfombra roja en el suelo, a lo largo de la cava: parecía como si todo estuviera preparado para una boda, pero yo sabía que era para una cita con la macabra ceremonia de mi tormento y castigo que quizá conduciría a mi final. Había velas que iluminaban tenuemente la estancia, emitiendo un agradable y excitante aroma, y otras velas rojizas al lado de la mullida alfombra, ribeteando el camino hacia el lugar de mi suplicio.
Ví que en la cava, había unos asientos para los asistentes, pero caí de rodillas, de miedo, al fijarme en el patíbulo: una alta plataforma de madera con una escalerilla delantera adosada para subir, y el travesaño de la horca sobre pilares, todo ello de madera barnizada, con un nudo corredizo grueso de cáñamo blanco ribeteado de negro colgando en el centro, meciéndose suavemente, sobre la trampilla sonde me situarían.
Me eché a llorar histérica y desolada al ver que al lado del patíbulo había un sencillo ataúd abierto de madera de pino sobre unos caballetes, la tapa llevada rotulada una pequeña inscripción con pintura negra estarcida, y decía: ‘Elena – Sumisa / Fecha Ejecución 01-01-2010’. No sabes qué horror sentí al imaginar mi cuerpo desnudo, yaciendo inmóvil en aquella caja tras mi larga, dolorosa y penosa ejecución, expuesto y profanado, a la vista de los participantes en la ceremonia.
Se me corrió el maquillaje en las mejillas por las lágrimas, y supliqué, pero me obligaron a levantarme, aunque yo estaba como anclada en la alfombra roja. Me dijeron serios y amenazantes que debía cumplir con mi obligación y compromiso. Las mujeres guardianas me intentaron levantar, estirándome, animándome y acariciándome con sensualidad y cariño, pero yo estaba demasiado aterrorizada: las piernas no me sostenían. Era como una adolescente asustada.
Me dirigí a la doctora pidiéndole apoyo, pero ella afirmó que aunque ella estaría allí, sólo se limitaría a certificar el final de la ejecución ‘en caso adverso’ y colaborar en disponer del cuerpo (‘de la carcasa’, dijo, para humillarme más). Lo peor fue su mirada fría y helada: supe que ella quería completar mi ejecución, era su deseo más íntimo y cruel. En ella no encontraría compasión ni consuelo, sólo veía placer ante mi padecimiento y la máxima satisfacción cuando contemplara mi bello cuerpo ejecutado.
Tomé aire, pensé en mis nenas, pensé en ti, en las largas tardes hablando contigo y exponiendo nuestros más íntimos secretos y deseos, y me levanté, sacando fuerzas de flaqueza. La vejiga me presionaba el bajo vientre, necesitaba miccionar. Hice un último intento de dilatar el momento del inicio de la ejecución pidiendo por favor ir al lavabo a aliviarme, pero los hombres, incluido mi marido, más la doctora y la otra mujer, una pelirroja muy sexual, negaron severamente. Sólo las otras dos mujeres vacilaron un momento, pero nada dijeron a mi favor. Bajaron la mirada.
El verdugo ya había subido a la plataforma y me esperaba con los brazos cruzados, desnudo, musculoso y empalmado: el miembro le latía excitado en una erección considerable. Las guardianas me empujaron suavemente la espalda y una me dio un leve y sensual cachete en las nalgas para que reaccionara, y avancé empezando a subir los elevados peldaños. A pesar de todo, no pude evitar tener una punzada de placer sexual.
Lo peor fue subir sola por la escalerilla, iba abandonada y asustada; era consciente que meneaba eróticamente las caderas a cada escalón y oía los murmullos de excitación de todos. Viéndome en perspectiva por detrás, sabía que mis pechos debían asomar globulosos por los lados del tronco, moviéndose excitante y voluptuosamente a cada peldaño. Mi piel bronceada por el sol, ligeramente tostada, relucía a la luz de las velas, y el aceite corporal que me untaba, reflejaba eróticos destellos.
No sé de donde saqué las fuerzas para no caer, ya que me sentía moralmente quebrada y sin posibilidad de recibir un indulto de última hora. Supongo la resistencia la saqué que de mi orgullo de sumisa condenada a muerte, al ofrecerles la exhibición de mi bello cuerpo expuesto y el placer de mi sexual desnudez antes de mi sacrificio en la horca. Como mujer, era mi momento culminante.
Olía el olor de la madera recién trabajada, del olor intenso a cáñamo nuevo del nudo corredizo, del aceite oloroso que recubría mi piel, de mi perfume en mis cabellos, del olor anejo y a moho de la cava, del olor penetrante y excitante a sándalo de las velas, y del suave olor de mi sudor mezclado con el aroma intenso de mi sexo, que a pesar de todo seguía húmedo y lubricado por el afrodisíaco que aún actuaba. Trataba de fijar estos últimos olores antes del inicio del ritual. Olía también mi propio miedo….
Oía el crujido de los peldaños de madera de la escalera mientras presionaba con mis incómodas plataformas al subir lentamente y con precaución, los susurros de grato asombro y placer del público ante mi dificultosa pero sensual ascensión al patíbulo, viendo mi sexo húmedo y entreabierto y mi ano dilatándose cada vez más, y la incitante contracción y flexión de los músculos de mis muslos bien torneados, y el estremecimiento de mis hombros al intentar retener mis imparables y quedos sollozos.
Fui consciente de los jadeos de impaciencia del verdugo, ansioso de recibirme, de la risa entre sarcástica y excitada de la doctora, de los gemidos del resto de las mujeres y de las interjecciones obscenas de los varones, pero sobre todo la voz de aprobación de mi marido, de ver a su hermosa mujer afrontando su destino con valor. Experimenté un legitimo orgullo.
Cuando estuve arriba, el verdugo me cogió suavemente por los hombros, me posicionó sobre la trampilla, con bisagras en su parte posterior y anclada en sus dos laterales, y que se abriría dejando el frontal expedito para que el público pudiera contemplarme en todo mi esplendor y no se perdiera ningún detalle ni instante de la ejecución, desde el abrupto y violento inicio, durante el largo, duro y angustioso proceso, y hasta la conclusión de la misma, estando yo definitivamente laxa y exánime.
Me explicó que la palanca que había al lado de la trampilla liberaría los anclajes de los laterales de la misma, y él la accionaría a la una en punto, faltaban ya sólo diez minutos. El nudo corredizo estaba ante mí a la altura de mi vientre, y me explicó que esa distancia entre mi cabeza y el vientre era que la marcaría el nivel máximo de mi caída para garantizar una ejecución prolongada, dolorosísima, lenta y esforzada para mí, pero sobre todo, enormemente excitante e innovadora para los asistentes.
Me comentó que mis pies quedarían casi al nivel del suelo, con lo cual se podría acceder fácilmente a mis zonas erógenas: nalgas, pezones y pechos, y genitales para su manipulación, excitación, uso, castigo, etc. También permitiría la perfecta observación de mi cuerpo desnudo por parte del público durante el proceso de ejecución, así como el fácil manejo del mismo, para su descenso y traslado por parte del verdugo al cercano ataúd, que me aguardaba y donde depositaría el cadáver una vez comprobado el deceso por parte de la doctora, tras el final reglamentario de aplicación de la sentencia.
Todo esto lo dijo calmadamente y en voz alta, tanto para mí, que le escuchaba boquiabierta, con los ojos abiertos y dilatados, temerosa y temblando, jadeando incrédula, moviendo el pecho con algún sollozo entrecortado, y tanto como para información y disfrute del público, que me veía con placer completamente entregada, resignada y dispuesta para el inicio del castigo.
Tras su exposición, subieron al cadalso mi marido, con una erección enorme y las dos mujeres que me asistieron; ellas me dijeron que abriera las piernas, me inclinaron hacia delante, me sostuvieron cogiéndome por los brazos y me anunciaron a mí y al público de que se procedería a dar inicio al muy excitante espectáculo de mi última relación sexual, en este caso forzada, previa a la ejecución.
Yo estaba muy húmeda y lubricada en el sexo, que se entreabrió y dilató al abrirme de piernas e inclinarme hacia delante, pensaba que mi hombre me cubriría por la vagina, cosa que era lo que más deseaba en estos momentos finales pero mi marido me tomó por detrás, por el ano, y aunque yo notaba que estaba algo dilatado, no estaba preparada para una violación anal tan durísima como a la que empezó a someterme. Su miembro se abrió paso hasta el fondo, abriéndome cruelmente mi recto y llenándomelo, y empezó a moverse rítmicamente con saña, procurando hacerme el máximo daño posible, y azotándome mis nalgas con sus duras palmas. Era la penetración final, de castigo total.
Mi marido me lo hace a menudo de esta forma, nos gusta a ambos, con mucho lubricante, y siempre se porta bien y suavemente, pero esta vez entró con fuerza, abriéndome y haciéndome gritar de dolor, para humillarme ante todos. Su pene (muy grande, al que he amado y jugado con él tantas veces) me martilleaba y me desgarraba el ano. Sólo se había puesto un mínimo de lubricante en el glande para favorecer su entrada en mi recto, pero era insuficiente para aliviar mi intensísimo y punzante dolor.
Al inclinarme hacia delante, mis grandes pechos habían quedado caídos y fláccidos, más hinchados que de costumbre, con los pezones apuntando al suelo, que latían rítmicamente por efecto de la excitación artificial del afrodisíaco, pero con los movimientos violentos de la salvaje penetración, se bamboleaban adelante y detrás con fuerza, golpeándose entre ellos.
Lloré de tristeza recordando las veces en que me penetraba así, a cuatro patas, con suavidad, acariciándome y subiéndome los pechos, susurrándome palabras dulces y excitantes, entrándome con cuidado y amor. Ahora se limitaba sólo a violarme, rápida y eficazmente, sin ningún atisbo de ternura: sólo me estaba usando, agarrando mis caderas y manoseando salvajemente mis nalgas y mi espalda.
Yo tenía la soga justo delante de mi cara, olía su excitante aroma, me rozaba y a través del círculo del nudo, cuando abría los ojos, contemplaba avergonzada entre mis lágrimas la expresión extasiada del resto de los asistentes, la mirada de triunfo de la doctora, y vi a la otra mujer, la pelirroja sensual, que se había desnudado completamente, acuclillada ante su hombre, practicándole una intensa felación hasta el final. Me fijé que acabó ingiriendo completamente el esperma de su hombre, que gritaba desaforadamente de placer, sobre todo porque me veía llorar como a una niña herida y asustada.
Las mujeres que me sostenían, me internaban animar en medio de mis gritos de dolor, susurrándome que aprovechara el máximo la sensación y que recordara cada momento, ello sería útil y me aliviaría durante la ejecución, y me recomendaban sin parar que apretara el ano fuerte para conseguir la eyaculación de mi macho y acelerar así su orgasmo. Una de ellas me musitaba palabras cariñosas y de elogio al oído, y la otra me estiraba suavemente los pezones para intentar también conseguir mi satisfacción sexual, que a pesar de su noble intento no llegaba. Sólo había sufrimiento, asco y vergüenza: ahora sí que me sentía como una auténtica prostituta de un solo uso y desechable.
Cuando mi marido terminó, se corrió dentro de mí, noté su pene hinchado latiendo y expulsando mares de semen muy caliente; luego se retiró sin despedirse ni animarme, ni mirarme siquiera (eso me partió el corazón). Las dos ayudantes me animaron con un pequeño apretón en mis brazos y una mirada de apoyo y conmiseración, y luego bajaron todos menos el verdugo: ya era casi la una de la noche, la ejecución iba a dar comienzo, pero yo ya estaba muerta síquicamente.
El verdugo se acercó, me ajustó la posición casi con cariño cogiéndome suavemente por la cintura con sus manos ardientes (por un instante tuve un intenso ramalazo de placer) mientras me aleccionaba diciendo ‘los pies bien juntos en el centro de la trampilla, la cabeza alta y erguida y el cuerpo un poco arqueado hacia atrás para realzar tus bellas tetas, hermosa princesa mía’, cosa que hice corrigiendo mi postura, mientras le miraba a los ojos con dulzura y le musité bajito ‘gracias’. Me miró con respeto y mucho deseo, asintiendo levemente. No le originaba problemas ni dramas durante esos preparativos.
Me colocó en la cabeza una gruesa capucha de algodón negro, ya sólo vi negrura a partir de aquel instante. Noté como deslizaba la cuerda por mi cabeza, instintivamente la bajé para facilitarle la tarea. Como muestra de agradecimiento y en señal de apoyo, me colocó bien los cabellos de mi melena que sobresalían de la negra capucha a lo largo de mi espalda. Notaba la suavidad de sus dedos mientras alisaba y ordenaba mi rubio pelo sensualmente. Era todo un hombre, fuerte y viril. Y era mi ejecutor, pensé excitadita y algo enamoradita como una adolescente en su primer encuentro sexual.
Noté como ajustaba y ceñía al máximo el nudo a mi nuca, suficiente para evitar daños cervicales, pero no para evitar la asfixia y la muerte lenta. Capté como me rozaba intencionadamente mis prietas nalgas con su pene erguido, y mojado ya el glande con semen, al situarse a mi espalda para el ajuste final de la soga. Me estremecí de deseo animal, de placer y de temor, completamente dominada por él.
Respiré hondo, y expulsé el aire con un quejido, un gemido sensual y entregado, similar al que solía emitir al tener un orgasmo profundo: ya estaba preparada. El lo sabía y me dio un fuerte azote en el culo, que resonó en la sala y noté la sensación de calor en la piel donde la zona del impacto. Sin duda me habría dejado la marca con los cinco dedos. Con ello sellaba mi destino.
Sólo oía los jadeos y murmullos de los participantes, esperando el momento en que se abriera la trampilla. Yo temblaba, no veía nada, las lágrimas mojaban la capucha y no paraba de tener imágenes de mis hijas, y de pensar cómo serías tú, Maribel, y si estarías allí para ayudarme con tu fuerza. Recé, recé y recé, esperando un milagro e imaginando que estábamos juntas desnudas en una playa desierta, por fin conociéndonos cara a cara. Alargando las manos de una hacia las de la otra……
Oí como la médica confirmaba la hora de inicio al verdugo diciéndole ‘es la hora, cumple con tu deber’, él anunció en voz alta que se iniciaba la aplicación de la sentencia de muerte a la prostituta sumisa condenada. Respiró profundamente, aguardó un instante y accionó la palanca con un ‘clic’ que llegó a mi corazón. Oí el chasquido del mecanismo que liberaba los anclajes. La trampilla vibró un momento, mi corazón dio un vuelco, con la esperanza que no funcionara o se hubiera atascado.
Pero de inmediato se abrió violenta y bruscamente bajo mis pies, grité agudamente de terror, caí por el hueco unos instantes para mí interminables y noté como llegaba al final de la carrera con un terrible tirón. Mis pechos rebotaron, primero lanzados hacia arriba y luego cayendo con fuerza, entrechocándose. Las areolas de mis pezones se dilataron y endurecieron súbitamente, pensé que los pechos me estallarían, por la súbita presión de la irrigación sanguínea que experimentaron de golpe.
Noté una fuerte tensión y algo de dolor en la parte posterior de mi cuello, que se desvaneció en seguida, aunque pareció como si me explotara una luz en mi cerebro. Experimenté una tremenda contractura y espasmos musculares por efecto de la súbita frenada en mi caída. Me dolió todo el cuerpo y abrí y cerré con fuerza y desesperación los dedos de mis manos, atadas a la espalda. Las tiras de cuero negro que me inmovilizaban los brazos y las manos se tensaron y crujieron, pero no cedieron.
Mis esfínteres, dilatados hasta el momento por el efecto del potente afrodisíaco, se cerraron de forma automática espasmódicamente, noté mi útero comprimido y mi ano contraído dolorosamente. Pero un instante después, al relajarse por el efecto contrario, se abrieron aún más, y noté mi esfínter anal completamente dilatado, del que brotó un hilo del semen inyectado durante la larga posesión anal y fuerte eyaculación de mi hombre, goteando y empapando la cara posterior de mis muslos.
Mi sexo también se entreabrió de golpe tras el efecto de contracción inicial del impacto brutal de la caída, salpicando fluido vaginal en abundancia, y empapándome en seguida las piernas. Noté los labios vaginales abiertos, latiendo calientes, y el clítoris duro como una roca. Latía ferozmente y parecía a punto de explotar. El público debía de ver hasta el interior de mi sexo irritado y enrojecido.
La cuerda se cerró en mi cuello y empezó la asfixia lenta. En ese momento, que duró sólo unos segundos, recuerdo claramente que solamente se oyó en el silencio expectante de la sala de ejecución mi alarido de desesperación al caer libremente, el trompazo de la trampilla al golpear los travesaños de la plataforma, el chirrido reiterado de los goznes de la misma, el crujido de la cuerda al dilatarse debido al ajuste de mi peso, el ruido sordo de mis plataformas al caer al suelo al resbalar de mis pies, y mis leves gemidos al llegar al final del recorrido, que pronto se convirtieron en estertores angustiados al iniciarse mi largo martirio de falta de aire y torturante anoxia, camino ya de mi muerte….. La adrenalina bombeaba en mi organismo y mi tensión arterial debió dispararse hacia valores límite.
Al principio pateé, buscando un punto de apoyo para izarme, mis largos muslos se movían sin control fruto de mi desesperación. Estaba descalza al haberme salido despedidas las pesadas plataformas, sentía las piernas ligeras, pero noté con terror que a cada movimiento la cuerda se cerraba más, e intenté mantener la calma estando bien quieta y pensando en ti y tus consejos acerca de permanecer lo más inmóvil posible, mientras jadeaba y tomaba el poco aire que mi oprimida garganta permitía entrar.
Tensé mis músculos, alcé mi pecho, erguí la cabeza bajo la pesada capucha y junté mis piernas con fuerza, activando cada tendón disponible. Noté cómo empezaba a sudar a chorros. Oí gritos de placer y exclamaciones de satisfacción del público. Oí la voz del verdugo expresar su aprobación ante mi actitud de sumisa voluntariosa y complaciente. Me sentí como la protagonista valiente de una película.
Notaba mi corazón martilleando en mi pecho, yo levantaba la cabeza presionando el nudo de la nuca (así se mantenía menos cerrado) pero cada vez estaba más agotada. Mis enormes pechos descendidos, que tanto placer habían dado y de los que me sentía orgullosa como mujer, esta vez me traicionaban, tirándome hacia abajo por gravedad y haciendo que el nudo de la soga cerrara más mi tráquea.
Boqueaba bajo la capucha que ya estaba empapada por la saliva que no podía tragar, y húmeda por mi sudor. Me dolían los senos hinchados, notaba mis pezones inflamados por la presión sanguínea y el esfuerzo, el sexo rasurado, entreabierto, caliente y húmedo…No pude más y me oriné abundantemente separando las piernas todo lo que pude. Oí los gritos de satisfacción y excitación del grupo, una mujer gritaba como si estuviera posesa en pleno orgasmo, y seguramente era lo que sucedía.
Expulsar la orina me alivió sin embargo. Cerré las piernas y me relajé (es un decir, cada vez me entraba menos aire) y seguí colgada, meciéndome suavemente, suspendida de la crujiente soga, y en medio de mi oscuridad…. Empecé a mover rítmicamente las caderas adelante y detrás, notando como mi vulva ardía de placer. El verdugo, según creí oír, anunciaba al resto del grupo que a partir de este momento se iniciaba el período de mi ejecución en que la semiinconsciencia me haría experimentar furiosas sensaciones sexuales y orgasmos intensísimos, y que mi cerebro generaría alucinaciones.
Al cabo de no sé cuanto (poco seguramente pero me parecía una eternidad), empecé a perder la conciencia y desfallecer, los oídos me zumbaban, veía luces de colores, tenía una sensación cálida en mi vientre (como si estuviera muy y muy excitada sexualmente). Estaba estremecida de angustia pero al mismo tiempo notaba mi sexo latiendo, imaginaba escenas eróticas y obscenas, mezclando sumisión, dolor y placer. Mi cuerpo se iba balanceando, oscilante en la soga azotado por orgasmos o eso imaginé. Mi mente alterada empezó a generar escenas atormentadas, brutales, sexuales…..
Escenas de sumisión como mi cruel violación colectiva por un grupo de guerreros musculosos con armaduras de piel; como mi crucifixión en las afueras de una ciudad romana, con todo mi cuerpo flagelado y violada previamente; como mi tortura sexual en un castillo medieval, en donde unos monjes me aplican en una mazmorra una pera vaginal que dilata mi sexo mientras estoy tensada y estirada al máximo en un potro de tormento, con mis generosos pechos brutalmente prensados, comprimidos e hinchados por mordazas metálicas, soportando el castigo durante horas, sin descanso alguno, mientras los monjes me requieren mi confesión de brujería, ensañándose en mis desnudeces.
Escenas escabrosas sobre mi muerte, como mi ejecución en la hoguera, tras mi declaración como bruja, encadenada a la estaca, desnuda y humillada a la vista de todos, untada con aceite y azufre para arder mejor cuando apliquen las llamas a la leña; como mi violación en una sórdida celda por parte de un bruto encapuchado, atada desnuda boca arriba a la plataforma de una guillotina, sabiendo que cuando el verdugo llegue al orgasmo y se corra dentro de mí, lanzándome su simiente ardiente, soltará la cuchilla y la veré caer desde lo alto, y seccionará mi fino cuello acallando mi último grito de terror.
Y finalmente imaginaba otras más sensuales e íntimas, mis deseos ocultos y nunca realizados: mi lengua en tu sexo, mi sexo en tu lengua, y acariciándote tus senos que imagino suaves como de terciopelo, mi amada Maribel…. Estamos juntas en un hotel de las islas griegas, bañándonos, abrazándonos desnudas en una piscina en lo alto de los acantilados, en un pequeño apartamento, que ha conocido atardeceres en que hacíamos el amor y jugábamos las dos, ávidas y lujuriosas, juntando nuestros pechos con fuerza y finalmente nos dormíamos entrelazadas, con los cuerpos empapados de sudor y fluidos sexuales. Ya no había más dolor, ni castigo, ni ejecución: desaparecían con tu recuerdo.
Pero mientras tanto, mi ejecución seguía su curso fijado, era totalmente real e imparable. Notaba el semen de mi hombre resbalando cálido y acuoso por los muslos, también me notaba mojada en el sexo y la entrepierna, por la orina y por el abundante fluido vaginal (la doctora me había advertido que eso podría pasar y que seguramente experimentaría orgasmos forzados por la constricción sanguínea y que la caída de flujo por mis piernas sería imparable) Notaba el goteo incesante desde los dedos de mis pies al cercano suelo. Mi sentido hipersensibilizado del oído lo captaba con morbosa claridad.
Mientras me iba yendo lenta pero inevitablemente , noté como me auscultaban el pecho, y oí como decía la doctora ‘aún sigue con vida, desafortunadamente, aunque no obstante, el corazón le late rápida y descompasadamente, por lo que el final exitoso de la ejecución está sin duda al caer….’. Creo que volví a orinarme a chorros y noté medio inconsciente cómo me separaban las piernas y las ataban por los tobillos, dejándome abierta de piernas, expuesta, entregada, humillada y explotada como simple y vulgar objeto sexual. Alguien, un hombre, dijo que ahora estaba más hermosa que nunca.
Alguien me manipuló el sexo metiéndome los dedos, dilatándolos en mi vagina, lo que provocó una reacción mía automática de fuerte contracción de las paredes vaginales alrededor de los dedos. Siguieron acariciándome la vulva, estirándome los labios mayores y menores y pellizcándome el exageradamente inflamado e hinchado clítoris. Ese alguien, a continuación me comprimió los hinchados pezones, me estrujó y masajeó con fuerza los senos: creo que tuve algo parecido a un nuevo orgasmo, primitivo e intenso. Deseé que fuera el atento y amable verdugo, sería mi regalo para él.
Aún colgada y casi ya finalmente ejecutada, me estremecí en medio de fuertes sacudidas. Me contorsionaba arqueando el cuerpo, intentando abrir al máximo mis piernas atadas, movía mis caderas rítmicamente. Alguien se reía, diciendo: ‘mira los melones, como le bailan…’ Era cierto, notaba mis pechos bailoteando en una especie de acto ritual, previo al final de mi ejecución, cuando ya quedarían inmóviles y fláccidos finalmente….. Mi boca estaba completamente abierta, jadeando, y tensaba el tejido de la capucha, que debía marcar visiblemente mis facciones angustiadas y agonizantes ante la satisfacción del público. Mis ojos también estaban desorbitados, lo debían notar seguro.
La asfixia era ya intensa, los cambios corporales y hormonales se precipitaban ante el colapso final de mi torturado organismo y la cercana proximidad de la inminente y certera muerte acabó de hinchar totalmente mis pechos (los notaba enormes y pesadísimos, la acumulación de sangre debía ser tremenda) y aceleró el proceso de expandir del todo los esfínteres, dejando mi sexo y mi ano completamente separados y abiertos, palpitando de forma violenta, goteando líquidos corporales y fluidos sexuales, una mezcla de jugos míos y de los de mi hombre.
Al dilatar tanto y relajar mi musculatura, volví a vaciar mi vejiga con fuerza y creí oír gritos y aplausos de nuevo, mientras alguien (el verdugo, supongo) me magreaba las nalgas y me las separaba por detrás abriéndome el ano con los pulgares. Los restos de esperma de mi marido acabaron de salir, goteando por mi dilatado esfínter anal, y cayendo al suelo junto con mis jugos vaginales y la orina expulsada. Debía de haber un extenso charco de líquidos en el suelo, bajo el cadalso.
Noté el impacto de un chorro de semen caliente salpicando en las nalgas y introduciéndose parte de él en mi recto. Sonreí bajo la capucha, medio ida ya, y en mi semiinconsciencia pensé tontamente que el verdugo era un hombre generoso al reponerme el esperma momentos antes de mi final, para que pudiera despedirme del mundo regada e inundada en semen. En mi delirio pensé que eso me haría quedar hermosa y atractiva en mi ataúd, todos me verían como una hembra sensual que provocaba orgasmos a los hombres. Seguro que mi expresión dentro de la caja de madera sería de satisfacción, con una plácida sonrisa luciendo en mi faz, sobre mis pechos generosos, caídos a cada lado del cuerpo.
Oí la voz de la doctora dando una orden con voz tajante: ‘abrid más sus piernas al máximo ya’. Noté como tensaban más las ataduras que retenían mis tobillos, abriéndome los muslos al límite y descendiendo unos centímetros mi cuerpo desnudo, tan martirizado ya. Ello trajo como consecuencia que la soga se cerrara más sobre mi cuello, finalizando prácticamente la escasa entrada de aire por mi garganta, que hasta ahora estaba en unos mínimos. Era sin duda una maniobra para impedirme completamente la respiración y ayudarme a morir y terminar la ejecución satisfactoriamente y con un sello de calidad excitante y sensual.
Recordé que en la cena, la doctora me dijo burlonamente que eso sería lo que harían cuando vieran que sólo me quedaban unos instantes de vida antes de fallecer: para que muriera con un último orgasmo y abierta de piernas a la vista de todos, ‘como debe dejar este mundo una vulgar sumi’, dijo con desprecio (toda mi desgraciada vida he acabado abierta de piernas de un modo u otro, Marisa). Además se vanagloriaba que sería ella la que ordenaría esta última fase de la ejecución para garantizar la certeza de la muerte de ‘esa meretriz viciosa y sucia buscona tetuda, que tiene un marido que no se lo merece’.
Esto me dio las últimas fuerzas, recuperé algo de conciencia y me centré: pensé en mis nenitas, en sus risas y sus cabelleras rubias al sol, pensé en ti, en los momentos buenos, en los sensuales mails que hemos leído una y mil veces, en las veces en que nos masturbamos juntas chateando ante las pantallas de nuestros ordenadores, y cogí fuerzas de no sé dónde. Me icé esforzadamente sobre mis piernas abiertas y atadas, como apoyo, eché la cabeza hacia atrás de nuevo, presionando el nudo corredizo y aguanté unos momentos más con el cuerpo tensado como un arco. Oí gritos de ánimo y algún aplauso.
Y oí alguna exclamación de contrariedad de una voz femenina, que creí reconocer, ya que alguien veía con frustración cómo mi cuerpo desnudo pasaba de estremecerse con los estertores, calambres, contracciones sin control y espasmos finales que marcaban el inicio de la agonía clínica irreversible a una actitud de heroica resistencia numantina. Roncaba jadeante bajo la capucha, aspirando un mínimo de aire, insuficiente a todas luces y próxima ya al colapso y a punto de dejarme caer, abandonada y rendida definitivamente. Había hecho lo que pude, estaba orgullosa, excitada y lista para partir.
Estaba temblando completamente en tensión cuando oí que el verdugo: ‘se ha cumplido el tiempo’. Me ciñeron por los brazos, me levantaron y retiraron el nudo, me sacaron la capucha, jadeé angustiada y tomé una gran bocanada de aire fresco, me desataron y me reclinaron en el suelo sobre la roja alfombra. Alguien me levantó la cabeza y me dió agua muy fría, eso me alivió la dolorida garganta, y me fui serenando y cogiendo aire de nuevo. Vi caras excitadas que me rodeaban y jaleaban.
Oía aplausos de los participantes, mi marido me cogió en brazos como a una muñeca (en mi confusión le abrazaba agradecida, él es fuerte y varonil), subimos las escaleras abandonando la cámara de ejecución y me llevó a la ducha, entre él y una de las guardianas (que me acariciaba suave, admirada) me ducharon con agua calentita, me masajearon, me asearon y me secaron con frazadas calientes. Noté la fuerte tensión del miembro erecto de mi hombre, pero no me entró durante esa noche.
Me llevaron en volandas a una cama, yo estaba destrozada. La doctora vino y me inyectó un sedante (me miró de forma fulminante) y dormí sin parar hasta la mañana siguiente. Supongo que hubo jaleo en la casa porque todos andaban excitados antes, durante y tras la ceremonia, pero a mí me dejaron dormir (me lo merecía). No sé que hizo mi marido ni con quién, aunque a la mañana siguiente la médico me miraba con respeto, envidia, celos y desafío y hasta algo de odio. Prefiero no saber….
Cuando me desperté, fui literalmente violada por mi marido, brutalmente y sin contemplaciones, casi con desprecio, como si fuera una molestia entre él y alguien. Tardó mucho en correrse, se había puesto crema retardante: se aseguró que durara, me doliera y yo no tuviera ningún placer, ya que salía de vez en cuando, y me secaba el sexo con un kleenex para aumentar el rozamiento y mi dolor. Nos vestimos en silencio y bajamos a despedirnos de los asistentes, la gente me besaba y abrazaba como si hubiera sido una fiesta de Año Nuevo como otra.
Estaba en el lavabo maquillándome un poco para disimilar las ojeras y la rojez de mis ojos llorosos cuando se coló dentro la doctora, y me ordenó que me desnudara ante ella, en un último acto de dominación. Lo hice, no podía oponer resistencia a su voluntad, yo estaba rota, y ella había dirigido mi ejecución. Tenía todo el control sobre mi, era su esclava sexual, su concubina. Pidiera lo que me pidiera, yo obedecería sin resistirme. Empecé a quitarme el mini, ella me dijo ‘hazlo despacio, de forma sensual, pues es un strip-tease para mí sola’.
Ralenticé el movimiento, primero descubría mis grandes pechos, que rebotaron al bajar el borde superior de mi mini, deslicé lentamente el vestido por mis caderas, descubrí mi sexo, y lo hice resbalar por mis muslos, hasta que cayó a mis pies. Me ordenó que me diera la vuelta, para admirar mi trasero, Incliné las caderas con las piernas entreabiertas para recogerlo y me di la vuelta de nuevo.
Una vez con el mini azul, en la mano, me exigió que se lo entregara, como ‘recuerdo’. Lo olió, aspirando con fruición, y me miró con fijeza, examinándome el cuerpo. Yo por pudor, al principio me tapé los senos y el sexo, pero era una acción sin sentido, ella ya conocía mi cuerpo desnudo y al límite: bajé las manos y cerré los ojos, avergonzada. Notaba su mirada, escrutándome aprobadora e inquisitiva cada centímetro de mi piel, la oía suspirar suavemente y jadear muy quedo. Asintió fascinada con la cabeza, sonriendo dominante, como mi legítima ama que ya era desde esa noche.
Ella me dijo: ‘Eres muy, muy hermosa y muy sensual. Pero tu cuerpo me pertenece, lo sabes. Algún día, muy cercano, lo espero y lo deseo, completaré tu ejecución, y te examinaré a fondo, antes de depositarte en el ataúd baratucho que te espera, como te mereces. Eres solo una zorra callejera, una prostituta vulgar, y haré que afrontes tu destino inevitable. Tu cuerpo ejecutado, colgado e inmóvil en la horca, ha de ser mi regalo de bodas y el sello de alianza con mi hombre’. Dio la vuelta y desapareció de mi vida, por ahora, dejándome allí sola, desolada, llorando humillada y desnuda.
De vuelta ya, mi marido me dejó a mí antes en casa: como yo iba desnuda sin nada bajo el abrigo, no podía presentarme en casa de mi madre así. Mi marido me hizo salir del coche en la acera, a dos manzanas de casa, con la estricta prohibición de abrocharme el abrigo: debía ir con éste entreabierto hasta mi portal, a la vista de todos. Hay quien me vio los senos y las vergüenzas al aire y se rió, señalándome, burlándose y diciéndome groserías. Fue la última humillación. Mi esposo fue a buscar a las niñas, y volvió al cabo de un rato, mientras yo me adecentaba y vestía.
No sabes como qué fuerza las abracé y lloré, no paraban de decirme ‘Mami, estás muy guapa’. Estuve agarrada a ellas minutos y minutos, fue lo mejor del mundo. Pensé en ti, en decirte lo que sentí, tu fuerza, tu presencia. Gracias, Marisa. Ojalá me dejes abrazarte íntimamente tú también y acariciar tu piel lánguidamente. Ojalá me dejes probar el sabor del líquido de tu cálido y amoroso sexo abierto.
Mi marido, mientras las nenas estaban hoy en casa de mi madre abriendo los regalos de Reyes, me ha entregado después de una sesión integral de flagelación de castigo y una muy dura de electrotortura en los pezones y el clítoris (todo mucho más cruel de lo habitual) dos cosas: un precioso collar de oro blanco con esmeraldas engarzadas. Es un regalo de la gente de la fiesta, por mi entrega total y por mi valor, y por el episodio sexual y de castigo extremo que les ofrecí.
Hemos visto la grabación muchas veces, me he visto a mi misma luchando y esforzándome en la agonía desde todos los ángulos, mi sufrimiento, cómo me orinaba, las erecciones de los hombres y los orgasmos de las mujeres mientras contemplaban mi suplicio. He visto mi cuerpo aceitado y sudado, ya entregado, abierto de piernas, iluminado voluptuosa y suavemente, brillante con la tenue luz, hermoso y esplendoroso, excitante.
He visto los estremecimientos de mis orgasmos forzados (que apenas recuerdo ya), mis pechos bamboleándose, eróticos, y mi última lucha resistiendo con tu fuerza y tu energía, que notaba que me llegaba a oleadas en medio de mi cruel suplicio, ayudándome con tu pensamiento y mientras imaginaba yo conocerte de verdad muy pronto. Eso me dió la energía final, la última resistencia.
He visto al verdugo, manoseándome mis posaderas, mis genitales, mis senos, ya muy cerca del momento en que yo ya estaba rendida y próxima a fallecer, sobre los 28 minutos, ya muy cerquita del final del tiempo límite fijado para completar la ejecución con éxito. Y he visto a la médico dando la orden de tensar las ataduras de mis tobillos para garantizar la terminación de la ejecución mientras me miraba y contemplaba ávida el ataúd que me aguardaba. He visto su expresión excitada mientras ella y la pelirroja estiraban con fuerza y rabia hasta el límite los cables que ataban y separaban mis muslos, y su intenso placer al comprobar la inmediata reacción de agonía final de mi pobre cuerpo agotado.
Y he comprendido las miradas de la médico, de puro odio hacia mi y de lascivia hacia mi hombre. Y él la miraba excitado, cómplice y satisfecho. Sospecho que ellos han urdido esto, a parte de la complicidad del resto del grupo, gente adinerada y que podría tapar una ejecución real como mi ‘suicidio’ o algo así, no lo sé. Conocen a gente importante, jueces, policías, entre todos podrían urdir una trama creíble, trasladando mi cadáver a mi casa en secreto, colgándolo allí de nuevo y todo podría quedar como un ejercicio mío autoerótico que acabó mal, manipulando o destruyendo pruebas.
La otra cosa que me ha entregado es un sobre, firmado por todos los participantes. Es una sentencia de muerte en la horca redactada de forma irrevocable, una orden de ejecución en firme en una fecha indeterminada y a fijar por el grupo. No hay recurso ni revisión posible de la sentencia una vez aceptada y conformada. Él me ha dicho que puede ser la semana siguiente o dentro de 20 años.
O quizá hasta no aplicarse, aunque ya me ha dicho que esta opción no se cumplirá seguramente (no querrán) y que sí que se procederá a mi ejecución con toda probabilidad, no desea crearme esperanzas vanas. Quieren ver mi inmóvil cuerpo desnudo en el sencillo ataúd de madera, expuesto, indefenso, relajado y entregado tras el cumplimiento de mi sentencia de muerte. Sobre todo ella, la ‘otra’ de mi hombre. Ella desea manipular mi sexo, acariciar mis pechos y masajear mi cadáver tras mi ejecución.
Quizá sea otro juego, pero he visto que las normas y los pactos de este círculo de gente se cumplen siempre. Para hacer efectiva la orden de mi ejecución en la horca, en ese sótano, sólo falta mi propia firma de conformidad en el documento. Y luego llegará al eterna espera, el volverme loca poco a poco, pensando en cuándo me llegará la notificación fijando la fecha y hora de la aplicación de mi suplicio.
Y no creo que esperen mucho, porque viendo el vídeo una y otra vez, veo la excitación general y la pasión que despertó la ceremonia y esta gente no va a aguantar mucho tiempo sin repetir y verme allí colgada, sudada y rendida. Hasta mi marido habla inflamado y excitado cuando recuerda aquello y dice que ‘habrá que repetirlo pronto y urgente’…. Me insiste sobre todo cuando me penetra analmente.
Mi hombre me ha dicho que en caso de mi conformidad, nada les faltará a las nenas (aunque en casa ambos tenemos un amplio y alto nivel económico). También me ha dicho muy excitado que esta ejecución, vista mi fuerza y resistencia, se podría prolongar al menos durante una hora hasta el final, cuando la doctora certifique definitivamente la defunción (seguro que es lo que más desea ella). Harán lo que esté en su mano para que sea lo más larga posible y me comporte el máximo sufrimiento, con la fuerte carga erótica y sensual que eso supondrá.
Me ha sugerido que ella venga de visita de vez en cuando a casa, para cenar juntos, para conocer a las niñas, llevarlas al cine o al zoo…. Pero sobre todo me ha comentado que ella me enseñaría a aumentar mi resistencia, mediante técnicas respiratorias, etc. y para ensayar la futura ejecución, si firmo, a fin de poder ofrecer una sentencia a muerte larguísima y sensual, ‘llena de orgasmos y placer para mí’, según me dice….. Me ha contado que podríamos pasar fines de semana enteros en una casa aislada que ella tiene en las montañas del Pirineo, y allí efectuar simulacros en la horca cada vez más prolongados para mejorar mi físico de cara a la ejecución definitiva, a fin de dilatar al máximo la duración de la misma.
Estoy muy confusa, Maribel. Me estoy volviendo loca. Sé que eso comportará mi ejecución verídica, pero a la vez, sé que a todos nos llega la hora, y al menos yo podría escoger de qué forma me iría. O tal vez es sólo un juego y lo han disfrazado todo como si fuera real…..y yo soy parte del juego y la puesta en escena. Pero en mi fuero interno sé que mi destino ya está sellado, que mi muerte es inevitable y que me aguarda aquél ataúd sencillo de madera basta en la antigua cava, mi cámara de ejecución. Allí reposaré como vine al mundo, hallando el descanso final de mi atormentada vida.
Mi cuerpo desnudo debe ocuparlo sin demora, ya que una mujer débil y obediente, una esclava sexual sin voluntad, una sumisa entregada como yo, es lo máximo a lo que puede aspirar: dar placer a su amo, a su hombre, obedecerle siempre, le ame o no, y afrontar su final con dignidad. Así me recordará con respeto: cuando visualice el DVD de mis momentos finales, me recordará con excitación, añoranza y orgullo. Éste será mi legado: he nacido para dar placer, para provocar orgasmos, para ser ejecutada.
Quiero a mi marido, lo amo demasiado como para decepcionarle o interponerme entre él y esa mujer (se llama Mariona, él me lo ha dicho hoy, por fin). Si me opusiera, nuestro matrimonio de iría desintegrando y disgregando poco a poco, iría muriendo, y tampoco puedo permitirlo. Si accedo a sus requerimientos, me ha dicho que ella, que no puede tener hijos y es su máximo deseo, será la madre de mis hijas cuando yo no esté….. Las educará, las iniciará y las preparará adecuadamente ‘sobre todo al llegar a la adolescencia’, no sé a que se refiere. Pero ella se lo ha prometido y le creo. Y sé que él será atento y amoroso conmigo hasta el día fijado para la ejecución y me llenará de placer los días previos a ella.
Lo cierto es que yo misma me excito viendo el DVD de mi experiencia, me masturbo recordando todo lo que pasó, los detalles, los olores, las sensaciones. No sé…..estoy confundida pero deseosa y ansiosa de que me conduzcan allí de nuevo, en el fondo. Sé que es cuestión de días (o de horas) de que acabe firmando la conformidad de mi nueva y definitiva ejecución en aquella casa, en la cámara secreta de la horca de ese sótano….
Te dejo, Marisa, necesitaba explicarte todo. Te envío esta narración, guárdala para ti sola, en tu corazón. Es mi regalo por tu fuerza y tu amistad, de una sumi que te quiere. Pronto nos conoceremos, deseo mostrarme ante ti, tal como soy, con mi cuerpo, mis sentimientos y decirte todo lo que ocupa mi mente concerniente a ti. Sería mi regalo de despedida
Mientras decido ya en breves momentos si firmo o no mi ejecución, (ya sostengo la pluma en mi mano, dándole vueltas con los dedos, ansiosa) recibe un beso cálido de tu Elena.
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