La Zorrita va de Casting
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Desde que entré en la habitación, todo transcurrió muy deprisa. Era un cuarto pequeño, con un sofá y dos butacas. En el centro había una cámara filmadora, y en las esquinas dos reflectores. En la silla más alejada de la puerta estaba un hombre de cerca de cincuenta años, y en la otra se hallaba su secretaria.
—Pase adelante, disculpe la espera — dijo él.
Cuando entré, supe que el momento de arrepentirse había quedado atrás. Cerré la puerta tras de mí, dispuesta a enfrentar todo lo que viniera. Ocupé el sofá, que era lo único disponible, y esperé a que comenzara la acción.
—Romina, me gustaría que habláramos de porqué viniste a tomar el casting. Sé que tuviste la oportunidad de ver al resto de las chicas, y ambos sabemos que en nada se parecen a ti. Es más, te confieso, dejé que esperaras todo este tiempo para asegurarme de que te arrepentirías, y asunto arreglado. Pero veo que eso no te amilanó.
—Bueno, pero bien por mí. Pongamos la cámara a rodar, y esperemos que todo salga de lo mejor. Hoy nos acompaña Liana, que aparte de mi secretaria es una amiga de muchos años.
Fue así como encendió la filmadora, ajustó los equipos, y me hizo una señal aprobatoria. Todo había comenzado. La seguridad me abandonó de a poco, hasta no quedar casi nada. Deseaba regresar a casa, pero a la vez quería tomar la prueba y ganar. Había visto a las otras chicas, y sin presunciones, no eran de lo mejor. La mayoría eran prostitutas que ya habían tenido su época, otras lo hacían por dinero, y un último grupo había perdido la batalla contra las dietas. Había una sola jovencita, pequeña pero de buen cuerpo. Era muy bonita y en su paso ligero y despreocupado se apreciaba que lo sabía. Ese era el contrincante a vencer.
—Sí, me llamo Romina, y vine a tomar el casting.
— ¿Y que te animó?—preguntó Liana. Resulta extraño ver a una joven linda y sencilla por esta oficina.
—Siempre fui muy sexual. He probado mucho, me encanta sentirme gozada y hacer que los demás gocen. Tengo 29 años, y todos los días me levanto con el mismo sueño: participar en una película para adultos, hacer una escena memorable, para luego verla en mi cuarto mientras me masturbo como loca.
Dije todo esto sin pensarlo. Estaba convencida de ello, y Andrés y Liana supieron que no había ni un ápice de mentira en la afirmación. Los tres nos reímos un poco del comentario final, y rompimos el hielo.
—Esta bien, eso es lo que queremos, personas que hayan soñado con hacer realidad sus fantasías.
—Ok Romina, por sobre tu ropa se aprecia que tienes un lindo cuerpo, pero como entenderás, necesitamos y "deseamos" verlo. Por eso quiero que te quites la ropa y lo muevas un poquito para mí—dijo Andrés.
Yo sabía con lo que contaba. La naturaleza me había dado un rostro angelical y un cuerpo muy sexy . Piernas fuertes, culo grande, tetas firmes, y una cintura pequeñita. Todo eso, sumado a una personalidad sexual, y un deseo insaciable. Ya no tenía miedo, nadie me iba a ganar. Solo éramos Andrés, Liana, y yo. Me encargaría de hacerles ver cual era la decisión que debían tomar. Con voz clara y audible, dije mi nombre a la cámara, la edad, ocupación, y lo que venía a hacer. Ese fue el comienzo.
La primera tajada que les di a probar fue de glúteos. De espalda a las butacas, me levanté la falda hasta la cintura, dejando al descubierto todo el culo. Atravesado por las tangas, se veía delicioso. Era grande y redondo, con la piel rosada, sin marcas ni vellos. Los dejé observarlo, mientras bailaba un poco las nalgas, luego volteé para que vieran al frente. Había escogido unas tangas mínimas. De color negro, con encajes morados que hacían juego con los sujetadores. Ese mismo día me había depilado por completo, y eso pareció encantarle a Liana, que no quitaba su vista de mi pubis. Quise que se relamieran un poco, antes de pasar a la siguiente etapa.
Pero sin tiempo a reaccionar, vi como ella se acercó a Andrés y le extrajo el miembro de los pantalones. Estaba erecto, era grande y grueso, pero más que todo grueso. Más que cualquiera a los que hubiese ofrecido mí vientre con anterioridad. Eso me puso cachonda. Sentía como me bajaba el flujo a borbotones. Tomó el miembro con una mano, y sin dejar de observarme lo bombeó con calma y sin apuros. Una y otra vez, subía y bajaba, dejando al descubierto una cabeza grande e hinchada en sangre, que asemejaba a un hongo.
El sexo de Andrés estaba lleno de pelos castaños y enrulados. Los testículos y la base del pene tenían múltiples vellitos. Él me observaba con detenimiento y curiosidad. Esperando mi próxima jugada.
Yo intenté no distraerme, seguía frente a ellos, me había desprendido de la franelilla, y solo me quedaba la ropa interior y los tacones. Estos me los quedé de manera intencional. Siempre vi con admiración a las actrices pornográficas que se dejaban los zapatos altos durante el acto sexual. Así quería yo que me vieran, como una zorra de lujo. De piernas largas, con el cabello suelto y arreglado, maquillada para la ocasión, y con una ropa íntima como la que llevaba puesta.
La belleza y delicadez de mis líneas, no pasó desapercibida para mis compañeros de habitación. Liana se había quitado las bragas, y el sexo se le veía por debajo de la falda. Era chiquitito y lampiño.
Por eso le gustó tanto el mío, pensé.
Ella seguía masturbando a su jefe, que ya estaba desnudo, y dispuesto para la acción. Me miraban como león a la presa. Hacía varios minutos que nadie hablaba, y yo me había vuelto a concentrar en el pene de Andrés, que aunque no lo alcanzaba a creer, había crecido un poco más.
—Eres hermosa— fueron sus primeras palabras. —De verdad que sí. Y eso que todavía no hemos visto el regalo prometido. Se sonrió de forma amenazante, y continuó: haznos el favor, a Liana y a mí, y quítate el resto de la ropa. Te queremos ver "por completo". Anda nenita, muéstrame esa cuquita rica, que estoy loco por verla… y probarla tal vez.
Yo estaba demasiado excitada. Quería que Andrés tomara mi cuerpo, y me lo hiciera por mucho rato. Pensé en lo experimentado que podía ser, y eso me provocó otro bajón de flujo vaginal. Comencé por los sujetadores. Me los quité con lentitud, dejando que las tetas bailaran un tanto. Las tenía grandes, pero firmes. Eran blancas con los pezones pequeñitos. Las moví hacia ambos lados del cuerpo, las levanté en exhibición, y al final junté el par en frente. Eran divinas. Luego le tocó el turno a las braguitas. Tomé las ligas laterales y, despacio pero de forma ininterrumpida, las bajé por las caderas. Cuando ya estaban próximas a caer, giré hasta quedar de espalda a los reflectores y, bajando el torso, las terminé de halar hasta las rodillas. El sexo cerradito y completamente húmedo se exhibió en todo su esplendor. Lo presenté unos segundos antes de erguirme, y por último, giré quedando de frente a mis evaluadores nuevamente.
Tanto Liana como Andrés, disfrutaban del espectáculo. Ahora se masturbaban mutuamente mientras me veían. Tenían la cara roja y la respiración acelerada por la excitación. Por encima se podía ver lo mucho que me deseaban.
Pero no eran los únicos. Yo nunca había estado con una mujer, pero me sorprendí deseando a Liana tanto o más que al mismo Andrés. Ella movía las caderas arriba y abajo, al compás de los dedos expertos que le masajeaban el clítoris. Era hermosa. Una morena color canela, con una edad entre la de Andrés y la mía. Con pechos pequeños y lindos, y un cuerpo que quitaba el sueño.
—Una jovencita así como tú, es exactamente lo que mi güevo necesita Romi— dijo Andrés. ¿Te gusta, no?— preguntó mientras se miraba el pene. —Lo mejor de este trabajo, es que puedo probar manjares como ese que tienes tú entre las piernitas, y aparte ganar mucho dinero.
—Quiero que descanses el pecho en el apoyabrazos del sofá y me dejes ese culito al aire— me ordenó tajante.
Había llegado la hora de la verdad, y yo estaba preparada. Liana fue la primera en entrar a la zona de grabación. Antes de pasar los reflectores se quitó lo que quedaba de su vestuario. Repito, era hermosa. Vino a mí sin agresividad, poniendo en uso todo su tacto. Primero me tomó las manos, y mirándome a los ojos, me comenzó a acariciar el cabello, los hombros, la espalda, y los glúteos. En el mismo orden. Poco a poco, sin empujar la situación. Luego, tomó mi mano y sin dejar de acariciarme, la llevó hasta sus senos. La dejó ahí unos segundos, antes de cambiarla a su sexo.
El contacto me estremeció. Era suave y húmedo, y estaba calentito. Un movimiento de su mano me dio a entender que ahí debía permanecer hasta que ella lo ordenara, y así fue. Retiró su mano dejando la mía, y se acercó hasta mi rostro, besándome de una forma cálida y sensual. Nunca olvidaré ese cúmulo de sensaciones, era la dicha de sentirse poseída con una pasión agresiva y total.
Yo, sin pensarlo, me vi agitando los dedos en torno a su sexo. Con movimientos circulares, atacaba toda la zona. Labios, clítoris, ano; todo, todo tuvo su parte. El vaivén de la pelvis de Liana regresó, y con él pequeños gemidos de excitación.
Entre tanto, el beso se hacía interminable, y cada vez más erótico y húmedo. Mi lengua exploraba su boca, frotando los dientes delanteros y las encías. Nos chupábamos las lenguas, y en ocasiones una de ellas salía expelida hacia el interior de la cavidad bucal de la otra. Que rico, de verdad no lo podrían creer, que rico.
Pero justo cuando pensaba que la situación no podía mejorar, sentí el tibio roce de los labios de Andrés en mi propia vagina. Fue como una corriente de choque. El hilo recorrió todo mi cuerpo, desde mi sexo hasta mi cabeza en un solo segundo. Era todo un experto en el sexo oral, y lo estaba demostrando al máximo. Primero con lamidas cortas y tímidas, y luego con lances que abarcaban toda la rajita.
Estaba siendo gozada al máximo, y lo mejor de todo es que la acción quedaría en una película. La excitación me nublaba el pensamiento racional. Quería pasar todo lo que quedaba del día en el ese cuarto, con Andrés y Liana al mando, y yo sumisa obedeciendo a sus órdenes. Ella seguía hurgando en mi boca, y su jefe hacía lo suyo entre mis piernas.
Todo el flujo que me bajaba por los muslos, se unía a la saliva de Andrés, y al sudor de mi propio cuerpo. Liana había cambiado su posición original, por una más cómoda y complaciente. Se situó en frente de mi rostro con las piernas abiertas al máximo. Todo su sexo abierto en invitación silenciosa. Yo no había probado el sexo oral con una mujer, ni siquiera lo había soñado, pero en ese momento no me iba a detener por nada en el mundo. Era mi oportunidad de probar cosas nuevas, y tener nuevas experiencias sexuales.
Así fue como me decidí a enterrar mi cara en esa cuquita linda y depilada. Olía a sexo puro, y estaba húmeda y jugosa. Cuando la probé, supe que ya no me arrepentiría nunca. Era demasiado rica. Me concentré en todos los puntos en los que a mi me gustaba que me dieran, y en los que el propio Andrés estaba tocando en mi cuerpo.
Los gemidos cortos y los gritos de placer no tardaron en llegar. Tanto los de Liana, como los míos propios. Andrés me lamía el clítoris y el ano de forma alternativa. Y en el momento menos esperado, comenzó a hundir sus dedos en mi chuchita. Uno primero, hasta llegar a tres. Los abría adentro, para ir haciéndole el camino a su inmenso pene. Yo recordaba todas las películas que había visto en mi vida adulta, y me maravillé de saberme protagonista de una. Liana se levantó y como si de un guión se tratase, miró a su jefe indicándole que el momento había llegado.
Llevábamos veinte minutos de juegos para cuando Andrés me penetró. Al principio sentí que todo en mi interior se desgarraba. Él güevo grueso iba abriendo mis paredes y rellenando el espacio con carne. El flujo facilitó las cosas, pero no evitó que varios gritos salieran de mi boca. Eran de dolor, pero del bueno. Todo el placer que siente una mujer que es poseída con una herramienta de semejante tamaño, iba en esos gritos. Liana lo dirigía como a un trasatlántico. Ella lo había probado ya muchas veces, y sabía que técnicas se debían utilizar.
Una y otra vez, el pene de Andrés entró en mi cuerpo. Cada vez era más placentero y carnal.
— ¿Te gusta Romi?— me preguntó.
Antes de darme tiempo a responder, me lo empujó duro, y sin contemplaciones, y me dijo que él sabía que sí.
—Desde que entraste supe que eras una putica—. Ustedes las de alta sociedad son las peores, les encanta que las cojan, son más putas que ninguna, y lucen como si no partieran un plato— dijo.
Yo no podía creer lo que ese bastardo decía, y me sentía avergonzada de lo mucho que sus groserías me habían calentado la cuca. Luego se dirigió a su secretaria y con voz cortada por la excitación le preguntó lo que debían hacerme. Ella respondió que a las zorritas así les encantaba que las cogieran por detrás, y más con un güevo grande y grueso como ese que me estaba entrando por delante.
— ¿Eso es lo quieres, Romi, quieres que te rompa ese culito paradito que tienes?
Cualquiera sabría que una respuesta negativa era la única opción disponible, pero ahí, excitada y un poco avergonzada por lo mucho que me gustaban las groserías de ese par, ni siquiera tuve que responder. La experiencia me enseñó que acostada sobre la espalda era la mejor postura para recibir un buen pedazo de pene por el culo. Y sin mediar palabras me acosté en el sofá mirando hacia el techo, abrí las piernas al máximo, separé las nalgas, y me mojé con saliva el ojo del culo.
No había nada que decir. La cara de felicidad de Andrés lo resumía todo. Liana se montó en el respaldo del sofá y puso su sexo en mi cara. Tenía el doble propósito de taparme para que no viera cuando el pene se aproximara, y aparte no quedar fuera en el final del juego.
Sólo puedo decir que cuando la cabeza pasó por el ojo del culo, quedó incrustada. A mi me habían dado ganas de defecar, de llorar, de parame y salir corriendo. Dos gritos intensos se me escaparon sin poderlos contener. Quedé paralizada de la cuca para abajo. No obstante, la fogosidad era tanta que los espasmos me recorrían toda la zona pélvica. Él empujaba poco a poco hacia adentro, y Liana me apretaba la cara contra su sexo. Los tres gemíamos como locos, y yo sabía que la explosión final se acercaba. Andrés intentó batir un poco el miembro adelante y atrás, pero de inmediato constató que eso sería en otra ocasión. La cosquilla que precede a la eyaculación ya había empezado, y esta vez no habría forma de pararla. Empujó por última vez sólo para ver como el pene se deslizaba por completo adentro del recto, llenando toda la zona. El prepucio se replegó hacia atrás y la carne entró hasta la base del culo a una velocidad mínima.
Yo solté un último grito al sentirme atravesada por semejante miembro, y casi de inmediato me invadió un látigo de corriente que inundó mi cuerpo, y me hizo olvidarme de todo alrededor. Estaba acabando con furia. Pequeños hilo de flujos salían expelidos de mi sexo y se estrellaban contra el abdomen de Andrés. Liana se había aparatado a un lado y disfrutaba del espectáculo, mientras se frotaba el sexo en búsqueda del resabio del orgasmo.
Andrés se separó de mi cuerpo, sudado y agotado por el esfuerzo físico. Apenas extrajo el pene, del ano comenzó a brotar un hilo de semen que corría por nalgas sin prisa alguna. Liana se acercó a mí y comenzó a acariciarme el cabello.
—Estuviste excelente, la película debe haber que dado genial— dijo ella.
Eso me hizo sentir mejor todavía. Estaba exhausta pero feliz. Aunque el ano me dolía horrores, la sensación de haberlo logrado no me abandonaba. Hubiese sido feliz haciéndolo de nuevo, pero el deber llamaba. Me levanté y agachada me salió buena parte de la leche del culo. Las cámaras no habían parado, y la escena quedó espectacular. Yo lucía de lo más zorra, y el cuerpo se me veía mejor que a cualquier estrella porno actual.
—Eres la próxima protagonista—dijo Andrés.
Yo tenía ganas llorar, gritar, abrazarlo, correr, de todo, en realidad de todo. Pero me contuve, y adoptando una posición más profesional comencé a vestirme.
Quiero que vengas mañana para que hagamos otras pruebas, vas a conocer a tu coestrella, y alguno que otro colaborador mío.
Con esta nueva idea salí a la calle. Del culo todavía me manaba la leche de Andrés, mezclada con unas gotitas de sangre, me dolía increíblemente, pero yo iba más feliz que nunca. Al día siguiente tendría otra sesión de sexo salvaje y nuevo. Estaba excitada y quería que las horas pasaran volando…
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