Las hermanas de mi novia V
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Xander_racer2014.
Las Hermanas de mi Novia V: En la Variedad Está el Gusto
Hacía rato que el alcohol corría por mis venas.
Y me alegraba de ello, si no, aquella noche habría sido demasiado larga.
Me encontraba a la mesa junto a Cristina y varios de sus familiares: unos tíos, la abuela y varios de sus primos, o al menos eso decían ser.
Personalmente, no los había visto ni oído mencionar en mi vida.
Al comienzo de la noche la mesa no era tan triste, las hermanas de Cristina estaban allí por lo que, a parte de subir el caché, también aumentaba el interés de las conversaciones.
Se habían levantado de la mesa hace rato.
Una con su novio, la otra a ver qué pescaba por ahí.
La boda era de una de las primas de mi novia y para mi suerte la muchacha en cuestión y su familia tenían dinero.
El salón de celebraciones era enorme, con capacidad para varias bodas simultáneas, cada una en un piso diferente.
Aquella noche solo estábamos nosotros.
Cansado y aburrido, le sugerí a mi novia Cristina que fuéramos a la zona de la discoteca.
No me apetecía mucho bailar pero cualquier cosa era mejor que el coñazo de gente que se había quedado en la mesa.
Ella accedió y juntos nos dirigimos a donde la fiesta continuaba.
Nos costó llegar al sitio, no porque no supiéramos el camino, sino porque empezamos a tontear.
Le sobé el trasero (el gran culo de mi novia, del que espero hablaros en próximos capítulos), y ella me siguió coqueteando entre risitas.
Ya en la discoteca eché un vistazo a la multitud.
Vi a Ana, mi aventura, con su novio bailando tímidamente, aunque más que bailar se tambaleaba por la bebida.
Durante la cena no había podido quitarle el ojo a su escote, que dejaba ver más de la cuenta la suave piel de sus pechos.
Llevaba un vestido de una sola pieza ceñido al cuerpo, sencillo pero elegante, acompañado con su cadena de oro.
Cada vez que la veía alrededor de su cuello se me ponía dura al recordarla de rodillas, colocando cuidadosamente mi polla entre sus tetas.
En la barra localice a Carla, la pequeña, con su vestido que estilizaba su figura, que terminaba en falda, sin escote pero marcando sus tímidas formas.
Se disponía a pedir más bebida.
A una distancia muy poco prudente se encontraba un chico alto y atractivo al que no conseguía reconocer, lo que no me hizo dudar ni un segundo de que él iba a por ella a muerte aquella noche.
Intentaba besarle en el cuello mientras la agarraba por detrás.
Ella se resistía.
La sonrisa de Carla la delataba: aquel juego le encantaba.
Mi novia y yo nos pusimos a bailar con gente conocida de una edad similar a la nuestra.
La noche siguió avanzando, y cada vez bebíamos más y más.
Le dije a Cris que tenía que ir al aseo y me retiré.
Tenía ganas de mear, pero también me apetecía salir un rato de aquel ambiente y despejarme.
La cola en la puerta de los baños era inmensa, ni de coña iba a esperar tanto tiempo.
Así que me escabulli por los pasillos, buscando otros aseos en el edificio.
Di con unos en la planta superior, junto a otro salón vacío.
La música en aquella planta sonaba amortiguada, lejana.
Las luces tenues de las salas vacías junto a todas aquellas vacías creaban un ambiente tétrico.
A pesar de ello, la tranquilidad se agradecía en aquellos momentos.
Finalmente entré al baño.
Frente a las cabinas de los retretes me encontré unos carritos con perchas de las que colgaban los uniformes de los camareros.
Al parecer estaban usando aquel lugar como guardarropa al no haber ninguna celebración en esa planta en aquel momento.
Pasé a su alrededor y entré.
Mientras hacía mis necesidades, mi cabeza voló de nuevo al vestido de Ana, de ahí a su escote, rememorando una vez más el polvo que habíamos echado en mi casa.
Se me puso dura al instante.
¿Por qué no aprovechar el momento? Me apoyé en la pared y dejé volar mi imaginación.
Tras haberme acostado con ella tantas veces, hacerme una paja pensando en Ana no tenía tanta gracia, pero aun funcionaba.
Recordé lo que había disfrutado follándole la boca, probablemente era una de las cosas que más me gustaban al tener sexo con ella.
Estaba a punto de correrme cuando unos pasos rompieron mi concentración.
"Seguro que es un camarero que viene a recoger algo de aquí o que me ha visto subir a esta planta, ¡puta casualidad!" Pensé.
Conforme se iban acercando me di cuenta de que no era una persona, sino dos, y que una de ellas llevaba tacones.
-¿Ves? Te he dicho que aquí no había nadie.
– Dijo una voz de hombre.
-No te he dicho que iba a haber alguien.
Te he dicho que no deberíamos estar aquí.
-Le respondió una voz de chica, y me resultaba familiar.
Era Carla.
Salí de la cabina del retrete y me quedé detrás de los uniformes de los camareros.
En cuanto vi que se acercaban agaché la cabeza.
-Lo que sea, tú relájate mujer.
– Decía él fastidiado mientras traspasaban el umbral del baño.
Se escuchaban besos sonoros de boca contra boca, y de boca contra piel.
Tras unos pasos precipitados, sus cuerpos chocaron contra el mármol de los lavabos.
En aquel momento me atreví a asomar la cabeza y echar un vistazo.
Allí estaban los dos, Carla y el chico de la barra.
Mientras él besuqueaba su cuello, ella le quitaba la chaqueta, la corbata, y botón a botón le desabrochaba la camisa.
Tenía un torso fibrado, brazos anchos y fuertes, capaces de dominar a aquella y a cualquier mujer.
La tomó del trasero y la subió sobre la piedra, dejándola a una altura perfecta para penetrarla.
Todo estaba ocurriendo aceleradamente.
El alcohol les hacía sentirse ansiosos.
El siguiente paso fue meterle las manos bajo la falda del vestido.
Sus piernas eran largas y suaves a la vez que fuertes, sabía que eran muy bonitas y sexys.
Por ello no usaba medias, y por ello a él no le costó nada quitarle el tanga que llevaba puesto.
Inmediatamente el chico se puso en cuclillas y empezó a hacerle un cunnilingus apresurado.
Más que hacer disfrutar a Carla, lo que pretendía era humedecerla para poder penetrarla más fácilmente.
Así que en menos de medio minuto ya estaba en pie desabrochandose los pantalones.
Había que reconocer que el tipo calzaba bien, ninguna mujer tendría queja si fuera su amante.
Carla, viéndolo que iba a metersela, se incorporó y le advirtió:
-¡Ni se te ocurra meterla sin condón! – La manera en la que se lo dijo me hizo identificarla como la hermana de mi novia, la persona a la que ya conocía varios años.
Reconocí ese genio propio de ella.
De repente me sentí un poco mal por estar allí espiándola en un momento tan íntimo, pero como suele ocurrirme, el morbo pudo con el sentimiento de culpa.
Él no dudó ni un momento y sacó del bolsillo de su pantalón, que andaba por sus tobillos, un condón.
Lo tenía preparado, pero había intentado conseguir echar un polvo a pelo.
Lástima por él.
En cuanto se lo puso, agarró a Carla por la espalda, la atrajo hacia él y la penetró sin ningún reparo.
Los gemidos de dolor de ella duraron unos breves instantes, cambiando el tono a otros mucho más placenteros.
El polvo comenzó a un ritmo alto, intenso, sin pausas.
Carla no miraba a su amante a los ojos, a pesar de que él si la miraba a ella, buscando un gesto de aprobación, de agradecimiento.
Lo único que rompía el silencio de aquella planta del salón de bodas eran los gemidos y suspiros de la pareja mientras unían sus cuerpos.
El chico aprovechó la posición de sus manos para bajar la cremallera del vestido de Carla, que en aquél momento luchaba por seguir en su sitio tras las embestidas.
Ya suelto, le retiró la tela de los hombros y dejó directamente sus pechos al descubierto, no llevaba sujetador.
Estaban un poco separados entre sí, no tan pequeños como podrían parecer a primera vista, con unas aureolas rugosas terminadas en unos pezones prominentes.
Se movían levemente acompañando la penetración.
La visión de los pechos de Carla motivó aun más a su amante, que aumentó el ritmo.
Unos instantes después, la tomó en brazos sin parar de penetrarla y la apoyó en la pared, aguantando casi todo su peso en sus brazos.
Para aquel entonces, Carla ya se encontraba rendida, con los ojos cerrados,abrazada a su hombre y emitiendo un gemido agudo continuo.
Me sorprendió lo similares que eran las hermanas al tener sexo, ambas comenzaban intentando dominar la situación, marcando el ritmo del asunto, para más tarde caer rendidas a los placeres del hombre que las folla.
El orgasmo llegó rápidamente, de la misma forma que había comenzado el polvo.
Al ver que su amante iba a correrse, Carla trató de acompañarle clavando sus uñas en la espalda de él, mientras le susurraba al oído que se corriera para ella.
Sus palabras le derritieron, y con un fuerte gemido llegó al orgasmo.
No sabría decir si ella también se había corrido, pero su cara transmitía satisfacción.
Él la dejó en el lavabo, y sin casi intercambiar palabras se vistieron y dejaron el lugar.
Cuando se marcharon me di cuenta de que yo todavía la tenía fuera, dura como una piedra.
Había disfrutado tanto como espectador de aquello que no había reparado en tocarme.
Sin dudarlo, volví al retrete, me senté y comencé a hacerme una paja.
No tardé mucho en correrme.
Continuará.
Espero sus comentarios saludos
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