Manitas 5
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
anitas 5. Fin de la historia
Al día siguiente subí otra vez. Marta me contó la historia de Elena. Era hermana de su marido, se casó con un buen hombre, que en aquellos tiempos, a decir de ella, le daba unos besines, le hacía unas caricias, la excitaba, se calentaba él, se subía encima de ella, descargaba y se daba la vuelta.
Ella pensaba que era así y él tampoco iba más lejos. Un día estando de visita, entró a saludar a su hermano y vio una de las revistas verdes que compraba para amenizar nuestras relaciones. Su hermano le insistió en que se la llevara y al día siguiente la trajo por la mañana.
Yo estaba sola en casa y ella se había pasado la noche leyéndola. Se la había aprendido de cabo a rabo, incluidas las fotos y los pies de foto, lo único que no miró fueron los números de página. Venía a preguntar si su hermano leía esos cuentos y yo estaba enterada. Cuando le dije que los leíamos juntos y practicábamos lo que allí se decía y que con ellas aprendimos a follar mejor y darnos más gusto. Me confesó que ella leyéndola se tocó como decía uno de los cuentos y también se hizo una paja con la ducha flexible sentada en el bidet y que le había gustado mucho y que antes de venir, había repetido por el vicio.
Que había tenido un par de veces, cuando su marido fue muy tierno, gustos de esos y que eso la había enviciado y esperaba que su marido se pusiera más tierno para tener más, pero no lo había vuelto a tener hasta anoche, que eso lo había comentado en confesión y el cura le había dicho que eso era la compensación a hacer feliz a su marido, pero que no era un vicio, que lo normal era que el cuerpo de vez en cuando respondiera así para seguir el curso de la naturaleza y engendrar. Era graciosa, porque cada tres por cuatro decía que se había enviciado, que nunca se le había ocurrido tocarse por la vergüenza de tener que confesarlo.
La dije que se la llevara y la dejara para que la viera su marido a ver qué pasaba y que le podía prestar alguna más para que siguiera curioseando. Ufana, se marchó con tres y, a la hora me llamó para decirme que lo estaba pasando mal, porque no podía aguantar sin tocarse al leerlas, que además se había quedado sin sentido un buen rato, después del último gusto. Yo me partía de risa por dentro, era como una niña con una muñeca nueva, había descubierto el mundo.
Como las dejo por el salón, su marido nada más llegar picó y la increpó por tirar el dinero en eso, era un poco rácano pero muy buena persona. Le contó que se las había prestado yo, porque nosotros las comprábamos y las leíamos juntos y habíamos aprendido sobre el sexo con ellas. Que se las había prestado porque se extrañó al vérnoslas en el revistero y que como teníamos varias y ya las habíamos leído, se las había dado para que se entretuvieran.
El caso es que la lectura, después de comer, excitó a ambos y se pusieron cariñosos y se desnudaron y se vieron y ella le tocó el “pene” y el la “pepa” y le chupó y le besó las tetas y se pusieron a hacer los preliminares de uno de los artículos y esa tarde Marcelo no fue a trabajar porque “le sentó mal la comida y tuvo un corte de digestión” y ella tuvo hasta cinco gustos más y se vieron gozar y hasta se besaron en los genitales. Estuvieron follando de perrito y del misionero.
Samuel que tenía también su punto, dijo que ahora entendía la frase de Bernardo, el oficial, cuando a la vuelta de la luna de miel dijo que la traía en carne viva y que tenía derrengá a su mujer y que eso era la hostia, que casi se matan a polvos. Que hasta ese momento él no le había visto la trascendencia.
Tres días después vino por casa, me sacó de la cama a las nueve de la mañana. Me venía a devolver las revistas y a ver si tenía más. También quería comprar ella alguna para intercambiar, porque así no corríamos nosotros con todos los gastos y ellos solo se beneficiaban.
Le enseñé un Penthouse y un Private. Con el Private alucinó, uno de los cuentos trataba de una mujer con dos hombres. Ellos se habían besado los genitales, pero no se les había ocurrido chuparse y lamerse así como ponía en aquellas fotos. Se habían visto desnudos y se habían tocado todo el cuerpo, pero eso no lo habían imaginado.
Se calentó y me pidió ir al servicio. Le dije que yo también me había calentado y que nos podíamos tocar allí sentadas, viendo la revista. No le pareció mal y rápidamente metió su mano entre las piernas. Yo la imité y con la otra mano, mientras ella pasaba las hojas, empecé a acariciarle el pecho y el cuello, en cinco minutos le llegó el primero y se desmadejó.
La acompañé a la cama, la ayudé a tumbarse, le quite las bragas y me comí el primer coño de mi vida. La tía solo hacía que soltar leche, vaya meo, me empapó la cara y la cama, estaba espatarrada y se amasaba las tetas y movía la cabeza de un lado a otro haciendo ¡Uhmmm!, ¡Uhmmm!. Le metí un dedo y estiró las piernas con tal fuerza que a poco me tira de la cama.
Yo, hirviendo, me quite las bragas y me senté en su cara. Ella sacó la lengua y yo me refregaba en ella moviéndome adelante y atrás hasta que me corrí encima de ella. Después nos tumbamos una al lado de la otra, juntas las caritas y nos besamos de pico.
Se levantó diciendo: ¡Que marranas!, ¡Que marranas que somos!. Pero que gusto me has dado. Se metió entre mis piernas y me devolvió el favor. Me chupó, me penetró chupándome, me lamió hasta el culo mientas me corría.
Volvimos al salón y la siguiente historia era de lesbianas. Ambas concluimos que no habíamos aprendido nada nuevo, salvo lo del consolador de goma doble. Alguna vez volvimos a tener una mañana gloriosa.
A los quince días, más o menos, fuimos a visitarlos y a llevarles más material. Mientras merendábamos nos pusimos a comentar lo que estábamos viendo y los dos maridos estaban con las cañas de pescar a tope y nosotras, sin que se nos notase, ardiendo. Yo empecé a tocar a Samuel por encima y ella a Marcelo, descaradamente, y Marcelo a ella. El caso es que empezamos con los roces y los morreos y acabamos desnudos y follando cada uno con su pareja. Dos polvos que le sacamos a cada chico aquella tarde.
Tres meses después a Marcelo lo mandaban varios meses París. Para allá marcharon los dos. Un día hablando por teléfono nos dijeron que traían una sorpresa. A la vuelta resulto que habían visto un sexshop y habían comprado unos consoladores y varias revistas porno. Dos de ellas eran de “maricas” y “bolleras” y una de sexo en grupo. Es como si en Francia se juntaran mucho más para eso.
Ahí aprendimos más. Todas las semanas teníamos un encuentro nos cambiábamos de pareja, yo con Marcelo o con Elena y Samuel con Elena o con Marcelo. Todo porque Marcelo dijo. “Pues no dice aquí que, quien mejor para chupar a una mujer que otra. Si es así, ¿quien va a mamar a un hombre mejor que otro?” y se agarró a la de mi marido y además lo penetró con un dedo. Los consoladores o las pichas acabaron visitando todos los agujeros de todos. ¡Fueron unos tiempos muy felices!.
Luego nos quedamos embarazadas. Tanto llamar a la puerta, se nos abrió. Las dos tuvimos niñas y nos calmamos un montón, solo nos juntábamos en vacaciones y nos distanciamos más con la edad de las niñas. Veraneábamos en el pueblo, una casona grande en la que cabíamos todos. Los primeros años dormíamos los cuatro juntos, hasta que las niñas fueron mayores y empezamos a dormir en habitaciones separadas. De guindas a brevas los cuatro nos dábamos una fiesta. Aun así cada matrimonio tiraba cohetes tres o cuatro veces a la semana. ¡Qué tiempos!.
Éramos más que amigos, nos queríamos con locura y lo seguimos haciendo. Luego, la enfermedad de Marcelo y más tarde la de Samuel, nos dejaron a las dos solas y sin tanta gana. La pena nos alejó, aunque en vida de Samuel, Elena venía cada quince o veinte días a por un poco, hasta que empezó con la disnea.
Ya más tranquilas, de guindas a brevas damos un repaso a los viejos tiempos. Pero nada igual a una barra de carne fresca.
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