Me comieron los amigos de mi marido

Me comieron los amigos de mi marido en la pileta.
Era sábado, mediodía, y el calor pegaba como nunca. Christian había dicho “vengan a la pileta, asado tranqui”, así que Marcos, Javier y Luis aparecieron con una heladera portátil llena de cervezas y nada más que los shorts puestos. Yo salí de la casa con una bikini negra simple, pero mis tetas grandes (copa D, firmes) desbordaban el top y la parte de abajo se hundía en mi cola grande, redonda. En la nalga derecha, justo donde empieza la curva, tengo tatuada una flor de loto pequeña, de cuando cumplí 30. Christian siempre dice que es su “marca de fábrica”.

Los chicos se tiraron al agua sin saludar. Yo me quedé en la orilla, untándome protector, inclinándome para que el tatuaje quedara a la vista. “¡Flor, vení que te enfriás!”, gritó Javier desde el medio de la pileta. Reí y me metí despacio; el agua estaba helada y mis pezones se marcaron al instante. Christian, en la parrilla, me miró y guiñó un ojo: “Cuidado con los tiburones”.

Empezó todo sin plan. Salpicábamos, nos empujábamos. Marcos me levantó en andas para tirarme, sus manos grandes apretando justo debajo de mis tetas. “¡Bajame, boludo!”, reí, pero me dejó caer y, al salir a la superficie, Javier me atrapó por la cintura. Sentí su erección contra mi culo. “Perdón, es el frío”, dijo, pero no se apartó. Yo tampoco. El agua nos mecía, y mis nalgas rozaban su short. Christian, desde la orilla, soltó: “¡Ojo, que muerde!”. Todos reímos.

Salimos a comer. Yo me senté en una reposera, el agua chorreando por mis curvas. La parte de abajo se había corrido un poco y el tatuaje asomaba. Luis, el más callado, se acercó con una birra: “Lindo dibujo”. Pasó el dedo por la flor, apenas rozando la piel. “Gracias”, dije, y crucé las piernas… pero no para cubrirme. El ambiente estaba relajado, música baja, olor a carne.

Después del asado, todos medio dormidos al sol. Yo me tiré boca abajo en la reposera para secarme la espalda. Christian se fue adentro a buscar más hielo. Quedé sola con los tres. Marcos se acercó: “¿Te pongo protector?”. “Dale”, dije, sin pensar. Sus manos grandes recorrieron mi espalda, bajaron hasta el borde del bikini, se colaron apenas. Javier se unió: “Falta la cola”. Untó crema en mis nalgas, rozando el tatuaje. Luis miraba, cerveza en mano. Nadie hablaba.

Christian volvió y vio la escena. En vez de enojarse, sonrió: “¿Qué, ahora soy el camarero?”. Se sentó al lado, me besó el hombro. “Si quieren manosearla, pidan permiso”, bromeó. Yo reí, pero sentí la humedad entre mis piernas. “Permiso concedido”, dije en voz baja, medio en joda. Y ahí fue.

Marcos me bajó la parte de abajo despacio, dejando el tatuaje al aire. Javier desató mi top. Mis tetas cayeron pesadas sobre la reposera. Christian me acarició una, la apretó. “Mirá lo que tenés, Flor”. Los chicos se acercaron. No hubo forcejeo, solo manos, bocas, risas. Javier chupó un pezón, Luis el otro. Marcos lamió el tatuaje y siguió bajando. Christian me besaba, su lengua en mi boca mientras me abrían las piernas.

Me pusieron de rodillas en la reposera. Christian se bajó el short, su polla dura apuntándome. La tomé en la boca mientras Marcos se acomodaba detrás. “Despacio, que es grande”, susurré. Entró en mi coño de a poco, estirándome. Javier se masturbaba mirando. Luis se metió debajo, lamiendo mi clítoris mientras Marcos me follaba. El sol quemaba, el agua de la pileta brillaba a dos metros.

Christian se movió: “Quiero probar algo”. Me levantaron entre los cuatro, me llevaron al borde de la pileta. Me senté en el marco, piernas abiertas. Christian se metió en el agua, me comió desde abajo. Marcos se paró a mi lado, yo chupando su verga. Javier se untó protector (improvisado lubricante) y se puso detrás. “¿Te animás?”, preguntó. Asentí. Empujó despacio en mi culo. Dolía rico. Dos pollas adentro, el agua salpicando con cada embestida.

Luis se subió al borde, yo mamándole mientras me penetraban. Mis tetas rebotaban, el tatuaje brillaba de sudor. Me corrí fuerte, gritando, apretándolos. Marcos se vino en mi coño, caliente. Javier salió y eyaculó en mi espalda. Christian me levantó, me metió en el agua hasta la cintura y me folló de pie, mis piernas alrededor de su cintura. Los otros miraban, se tocaban. Al final, nos tiramos todos al agua, flotando, riendo, exhaustos.

Christian me abrazó por detrás, sus manos en mis tetas. “Sos una diosa”, murmuró. Los chicos brindaron con cervezas calientes. El tatuaje de la flor quedó manchado de crema, semen y agua. Nadie se cambió. Nadie se fue. El calor seguía, y la pileta… seguía siendo nuestra.