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Intercambios / Trios, Sexo con Madur@s, Voyeur / Exhibicionismo

Mi madre resulto buena para los negocios y para follar

Mi padre sufrió un accidente y mi madre y yo nos tuvimos que hacer cargo del negocio familiar.
Me llamo Alejandro y tengo 20 años. Estudio en la universidad y vivo con mis padres en una casa cómoda en las afueras de la ciudad. Mi madre, Laura, tiene 40 años y es una mujer muy atractiva. Tiene el cabello teñido de rubio, que siempre lleva bien peinado y con un estilo moderno. Su cuerpo es esbelto pero con curvas en todos los lugares correctos. Tiene unos senos grandes, de esos que siempre llaman la atención y que ella sabe cómo resaltar con ropa ajustada. Su trasero es redondo y voluptuoso, de esos que no pasan desapercibidos y que hacen que más de uno se gire a mirarla cuando pasa. En resumen, mi madre es toda una hembra que cualquier hombre pagaría por montar.

Mi padre, Roberto, tiene 45 años y es un hombre trabajador y dedicado. Juntos, mis padres tienen un negocio familiar donde venden muebles, principalmente de oficina, pero también de hogar. El negocio ha sido una fuente constante de ingresos y ha permitido que vivamos cómodamente.

Una tarde, mientras mi padre estaba en el almacén, sufrió un accidente. Todo pasó muy rápido. Mi padre estaba revisando unos muebles pesados en un estante alto cuando, de repente, el estante entero se desplomó sobre él. El ruido fue ensordecedor y, cuando llegué al almacén, lo encontré atrapado bajo una montaña de muebles. Los empleados y yo rápidamente llamamos a una ambulancia y comenzamos a mover los muebles para liberarlo. Lo llevaron de emergencia al hospital, donde los médicos determinaron que necesitaba pasar por una serie de pruebas y cirugías para estabilizarlo. Mi madre y yo acudimos al hospital tan pronto como nos enteramos, preocupados y ansiosos por su estado.

Al día siguiente, mi padre fue internado en el hospital para someterse a las cirugías necesarias. Mi madre y yo nos hicimos responsables del negocio, asegurándonos de que todo funcionara sin problemas mientras mi padre se recuperaba. Fue un momento difícil, pero sabíamos que teníamos que mantenernos fuertes por él y por el negocio que tanto había costado construir.

Pasó una semana y mi padre seguía internado. Su estado era grave, pero estable. En el negocio, las cosas estaban pesadas. Solo mi padre entendía el control que llevaba en su computadora; había cosas que ni mi madre ni yo entendíamos. Sin embargo, como podíamos, pagábamos a los proveedores y enviábamos los muebles que habían sido comprados. En el trabajo había seis empleados que ayudaban a cargar los muebles, ya sea los que llegaban como los que salían. Entre ellos estaban Luis, el más experimentado; Carlos, siempre dispuesto a ayudar; Pedro, el más fuerte; Miguel, el más joven; Diego, el más organizado; y Fernando, el más amable.

Yo estudiaba en la universidad por la tarde, así que por la mañana me la pasaba en el negocio ayudando a mi madre. Por la tarde, acudía a mis clases universitarias. A pesar de la carga de trabajo, buscaba la forma de no comprometer mis calificaciones. En ocasiones, hacía mis deberes en el negocio, aprovechando cualquier momento libre que tuviera.

Una mañana, mientras estábamos en el almacén, mi madre se acercó a mí con una expresión preocupada. «Alejandro, no entiendo cómo hacer este pedido en la computadora. Tu padre siempre se encargaba de eso.»

Le di una palmadita en el hombro. «No te preocupes, mamá. Lo resolveremos juntos. Vamos a llamar a uno de los empleados que pueda ayudarnos.»

Llamamos a Luis, el empleado más experimentado, quien nos guió paso a paso para completar el pedido. Aunque fue un proceso lento y complicado, finalmente logramamos hacerlo.

«Gracias, Luis,» dijo mi madre con una sonrisa de alivio. «No sé qué haríamos sin ti.»

«Para eso estamos, señora Laura,» respondió Luis con una sonrisa. «Cuente conmigo para lo que necesite.»

Con el tiempo, mi madre comenzó a llevarse bien con los empleados. Se integró tanto que parecía una más del grupo. Albureaba y la albureaban, se hablaban a veces con groserías pero desde el respeto de la camaradería.

«Oye, Laura, ¿ya te pusiste la crema?» preguntó Carlos con una sonrisa pícara mientras cargaban un mueble pesado.

Mi madre rio y respondió: «Sí, Carlos, pero mejor no te acerques mucho, no vayas a quemarte.»

Todos rieron y continuaron trabajando. La dinámica en el almacén había cambiado, pero de una manera positiva. Mi madre se sentía más cómoda y los empleados la respetaban y apreciaban aún más.

«Laura, ¿puedes pasar el destornillador?» preguntó Pedro

«Claro, Pedro,» respondió mi madre, pasándole la herramienta. «Pero ten cuidado, no vayas a lastimarte.»

«Gracias, Laura. Siempre tan atenta,» respondió Pedro con una sonrisa.

Mi madre se sentía parte del equipo y eso se reflejaba en su actitud y en la manera en que los empleados la trataban. A pesar de las bromas y las groserías, había un respeto mutuo que hacía que el trabajo fuera más llevadero.

Enfrente de mí, mi madre se controlaba, pero en ocasiones se le salía decir algo mal sonante o alburear. Una vez, incluso vi cómo mi madre le dio una nalgada a un empleado en forma de broma, diciendo: «Ya ves, de tanto estar sentado ya ni tienes.»

El empleado rio y todos continuaron trabajando. Yo lo dejaba pasar pues veía que mi madre estaba más tranquila y las cosas iban saliendo bien.

Una tarde, llegó un señor trajeado acompañado de dos miembros que parecían de seguridad. Estaba viendo los muebles y se acercó a preguntar si había muebles para salas de juntas. Mi madre le indicó que sí y le mostró algunos. Después de ver más cosas, el señor terminó comprando varias piezas de oficina.

«Vaya, señora, es buena para negociar,» dijo Luis, y todos se veían contentos.

Eso motivó a mi madre para decir: «Venga, hoy salimos temprano. Invito a todos a comer.»

Todos se emocionaron y aceptaron. Cerramos el lugar, pero desafortunadamente yo no podía ir porque estaba en exámenes. Le dije a mi madre que fuera con ellos, pues no creía alcanzarlos. Aunque algo triste, me entendió.

«Está bien, Alejandro. Nos vemos luego,» dijo mi madre con una sonrisa.

Ellos se fueron con mi madre. Yo tomé rumbo a la universidad a repasar los temas para el examen.

Una vez que salí de la universidad, regresé a mi casa. Me preocupé cuando vi que mi madre aún no llegaba. Le marqué, pero se escuchaba mucha música y apenas entendía lo que me decía.

«Mamá, ¿dónde estás?» pregunté, tratando de hacerme escuchar sobre la música.

Mi madre se alejó del escándalo y por fin nos comunicamos bien. «Alejandro, aún seguimos festejando. No te preocupes, llegaré más tarde.»

«De acuerdo, toma un taxi,» le respondí.

«Sí, no te preocupes,» dijo mi madre antes de colgar.

Me fui a mi habitación, terminé un trabajo de la universidad, hice algo de ejercicio, me di un baño y me cambié. Me estaba durmiendo cuando, de repente, recordé que no había mandado la factura de la compra que hizo mi madre. Me levanté deprisa y me percaté de que no tenía la laptop de mi padre. Como habían salido emocionados, la olvidó. Pedí un taxi y regresé al negocio.

Al llegar, el lugar estaba oscuro, pero dentro se veían las luces encendidas. «No puede ser, también dejamos las luces encendidas,» me dije a mí mismo. Saqué las llaves y abrí la puerta de atrás para no activar la alarma. Me dirigí al escritorio de mi padre. La laptop estaba ahí, justo donde la había dejado. La tomé y, en ese momento, escuché ruidos de risas que venían de la parte de abajo del negocio.

Bajé las escaleras sigilosamente y vi a dos de los trabajadores, Luis y Fernando, y a mi madre sentados en una de las salas de exhibición. Se veían enfiestados, con bolsas de bebida alrededor y botellas vacías esparcidas por el suelo. La mesa estaba llena de vasos plásticos y restos de comida rápida. La música sonaba a bajo volumen desde un altavoz portátil, creando un ambiente relajado y festivo.

Mi madre, con el cabello suelto y una sonrisa en el rostro, estaba recostada en un sofá de cuero. Llevaba una blusa escotada que resaltaba sus senos y una minifalda que dejaba poco a la imaginación. Sus piernas estaban cruzadas de manera seductora, y sus ojos brillaban con el efecto del alcohol.

Luis, con una cerveza en la mano, reía a carcajadas mientras contaba una historia. Fernando, por su parte, estaba recostado en otro sofá, con una botella de tequila en la mano, bebiendo directamente de ella.

Fernando se levantó y se sentó a un lado de Luis, ofreciéndole la botella. «Toma, Luis, prueba un poco de esto.»

Mi madre se levantó y se sentó en medio de los dos. Tomó la botella que tenía Fernando y le dio un trago directo. Me iba a acercar cuando noté cómo mi madre dejaba la botella en el suelo y comenzaba a acariciar las piernas de cada uno con cada una de sus manos. Ellos se sorprendieron, pero la dejaron seguir haciendo lo que quería.

«Han sido días muy estresantes. Deberíamos desestresarnos,» dijo mi madre con un tono de borracha.

Fue cuando sus manos se pusieron en la entrepierna de cada uno. «Venga, chicos, saquen a sus amiguitos,» dijo mi madre con una sonrisa pícara.

Ellos se vieron entre sí como preguntando qué hacer. «Venga, ¿qué esperan?» insistió mi madre.

Ambos se desabrocharon el pantalón, se bajaron la cremallera y sacaron sus penes. Mi madre se cruzó de piernas y tomó con cada mano el pene de cada uno. Comenzó a masturbarlos mientras ellos le abrieron la blusa y le bajaron el sostén, dejando al aire sus senos. Cada uno comenzó a chupar un seno, alternando entre besos y mordiscos suaves.

Fernando fue más lejos; bajó su mano y abrió las piernas de mi madre. Comenzó a tocar su sexo por encima de su tanga, sus dedos trazando círculos lentos y sensuales. Luego, hizo a un lado su tanga y le introdujo los dedos en su vagina. Ella se retorcía de placer, sus gemidos llenando la habitación, sin dejar de masturbarlos. Luis, por su parte, seguía chupando el seno de mi madre, alternando entre besos suaves y mordiscos ligeros, haciendo que sus pezones se endurecieran aún más.

Mi madre, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, disfrutaba del placer que le estaban proporcionando. Sus manos se movían rítmicamente, masturbando a ambos hombres con destreza.

En eso, mi madre se levantó de repente, sus movimientos llenos de una energía repentina. «Desnúdense,» ordenó con una voz autoritaria pero llena de deseo. «Quiero verlos completamente desnudos.»

Luis y Fernando, sin dudarlo un momento, comenzaron a desvestirse rápidamente. Se sacaron los pantalones y las playeras lo más rápido que pudieron, dejando al descubierto sus cuerpos desnudos y excitados. Sus penes erectos apuntaban hacia el techo, listos para más acción.

Mi madre se puso de rodillas frente a ellos nuevamente, sus ojos brillando con lujuria. Tomó sus penes con ambas manos y continuó masturbándolos, sus movimientos sincronizados y precisos. Se inclinó hacia Luis y comenzó a chupar su pene, lamiendo y chupándolo como si su vida dependiera de ello. Sus labios se movían con destreza, tomando todo lo que podía en su boca, mientras su lengua exploraba cada rincón.

Luis gemía de placer, sus manos enredadas en el cabello de mi madre, guiándola suavemente. «Sí, así, no te detengas,» jadeó, su voz llena de deseo.

Después de unos minutos, mi madre pasó al pene de Fernando, chupándolo con la misma intensidad. Sus labios y lengua trabajaban mágicamente, haciendo que Fernando se retorciera de placer.

Mi madre se levantó, les dio las espaldas y se desabrochó la minifalda. Esta cayó al suelo, dejando al descubierto su tanga de encaje negro. Luego, se inclinó hacia adelante lentamente, dando un espectáculo a ambos que no dejaban de ver el culo de mi madre. Con movimientos sensuales, se bajó la tanga, dejando al descubierto su sexo. Después, se quitó la blusa y el sostén, quedando totalmente desnuda. Se acercó a ellos, luciendo su cuerpo sin vergüenza, con una sonrisa pícara en el rostro.

Luis se levantó y comenzó a manosear su cuerpo, sus manos recorriendo cada curva con deseo. Mi madre se inclinó, abriendo las piernas, y continuó chupando el pene de Fernando mientras se apoyaba en las rodillas de él. Fernando gemía de placer, sus manos enredadas en el cabello de mi madre, guiándola suavemente.

Luis, excitado, se colocó detrás de ella. Se acomodó y la penetró lentamente, tomándola por la cintura y comenzando a follársela con movimientos rítmicos. Mi madre gemía, el sonido de sus gemidos mezclándose con los de Fernando. La habitación estaba llena de un ambiente cargado de lujuria y deseo.

«Así, así,» decía Luis, sus embestidas se volvieron más profundas y rápidas. «Eres tan deliciosa.»

Mi madre, sin dejar de chupar el pene de Fernando, movía sus caderas al compás de Luis, disfrutando de la doble penetración. Fernando, por su parte, movía sus caderas, tratando de penetrar más profundamente en la boca de mi madre.

Después de unos minutos, mi madre se reincorporó, se dio la vuelta dándole la espalda a Fernando y se fue sentando sobre él mientras se metía su pene en su vagina. Comenzó a subir y bajar, flexionando las rodillas, mientras chupaba el pene de Luis. Luis la tomó del cabello, guiándola en cada movimiento, asegurándose de que su pene llegara hasta el fondo de su garganta.

«Más profundo, más profundo,» jadeó Luis, sus manos apretando el cabello de mi madre.

Mi madre obedeció, tomando más y más de su pene en su boca, sus labios trabajando mágicamente. Fernando, por su parte, comenzó a mover sus caderas, subiendo y bajando mientras penetraba a mi madre.

Luego, mi madre se inclinó hacia atrás, permitiendo que Fernando pudiera comenzar a mover sus caderas con más libertad, subiendo y bajando mientras la penetraba. Luis se subió al sillón en busca de la boca de mi madre, metiendo su pene de nuevo en su boca. Ella giró un poco su cabeza para poder succionar mejor el pene de Luis, sus labios y lengua trabajando con destreza.

Mi madre se levantó, se limpió la boca y comenzó a caminar hacia donde había unas camas. Solo llevaba sus tacones, los cuales sonaban con cada paso, creando un ritmo sensual. Se subió a una de las camas y se puso de perrito, ofreciendo una vista tentadora a ambos hombres. Luis se colocó detrás de ella y la penetró con fuerza, sus cuerpos chocando y llenando la habitación con el sonido de sus gemidos. Fernando se acercó y puso su pene frente a la cara de mi madre, quien comenzó a chuparlo con entusiasmo.

Luis la embestía con fuerza, sus movimientos rítmicos y profundos, haciendo que mi madre gimiera de placer. «Más fuerte, más fuerte,» pedía mi madre, su voz llena de deseo.

Después de unos minutos, cambiaron de lugar. Fernando se colocó detrás de mi madre y la penetró con la misma intensidad. Luis, por su parte, se colocó frente a ella y le ofreció su pene, que mi madre chupó con avidez. 

El primero en venirse dentro de mi madre fue Fernando, sus embestidas se volvieron más urgentes y rápidas hasta que alcanzó el clímax. Luego, Luis ocupó su lugar y, con fuertes movimientos, también llenó a mi madre con su semen. Mi madre subió una pierna a la cama y se abrió la vagina, de la cual fluyó el semen de ambos.

«Vaya, chicos, deberían hacer esto más seguido,» dijo mi madre con una sonrisa satisfecha.

«Sí, definitivamente,» respondieron ambos, aún jadeando por el esfuerzo.

Mi madre les respondió: «Vale, entonces así será. Pero será nuestro secreto.»

Mi madre se acercó donde tenían la bebida y continuó tomando, completamente desnuda. «Vengan, sigamos festejando,» dijo mi madre, y ambos se acercaron a ella para seguir bebiendo, también desnudos.

Yo opté por irme. No sabía qué hacer en ese momento. Me regresé a mi casa, sintiéndome confundido y abrumado por lo que había presenciado. Mi madre llegó a casa amaneciendo, se veía más borracha. Me dijo algo que no le entendí y se metió a su habitación.

Unas semanas después, dieron de alta a mi padre, pero le costaba mucho caminar, por lo cual comenzó a usar sillas de ruedas. Mi madre comenzó a llegar tarde a la casa con el pretexto de que había cosas por hacer en el negocio. Así que yo me encargaba de ayudar a mi padre cuando llegaba de la universidad. No hablé de lo sucedido ni con mi madre ni con los empleados, tratando de mantener la paz y evitar más conflictos.

Con el tiempo, la rutina se volvió más llevadera. Mi padre, aunque frustrado por su condición, se adaptó a la silla de ruedas y comenzó a participar más en la administración del negocio desde casa. Mi madre, aunque seguía llegando tarde, parecía más feliz y menos estresada. Yo, por mi parte, me concentré en mis estudios y en ayudar en el negocio siempre que podía.

 

37 Lecturas/19 junio, 2025/0 Comentarios/por lordlunatico
Etiquetas: baño, follar, madre, montaña, padre, semen, sexo, vagina
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