¡Qué susto!
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Cuentero.
Hola, mi nombre es Ernesto, soy casado desde los 22 años, en estos momentos tengo 31 y quiero contar algo que me sucedió hace poco. Trabajo como contador en una empresa que se dedica a la venta de automóviles, camiones y equipos agrícolas. Junto a mi mesa de trabajo está la de la secretaria del jefe, una trigueña lo que se dice espectacular, en Cuba diríamos que es una "trigueñita de Wilson". Tiene 28 años, destila gracia por todos sus poros, pero también es demasiado "putona". Se jacta de haberse acostado con casi todos los hombres de la oficina donde trabajamos (¡y no somos pocos!), pero es más palabrería que realidad. Lo cierto es que se encaprichó en que yo me la templara y durante bastante tiempo la fui esquivando para no meterme en problemas, primero porque como es tan lengua suelta, podía llegar a a los oídos de mi esposa y lo segundo, que podría ser lo primero, porque es casada con un hombrón que mide cerca de 1,85 m, y pesa como 100 kg de puro músculo. Además, es uno de los guardias de seguridad de la empresa, por lo que porta un arma, aunque la verdad es que no le haría falta, porque además y como todos los guardias de seguridad, domina algunas artes marciales.
Pero tanto va el cántaro a la fuente, hasta que se rompe. Una noche nos tuvimos que quedar a trabajar y el resto de nuestros compañeros de oficina se fueron uno a uno hasta que solamente quedamos Constanza (que así se llama la secretaria) y yo. Al rato vino para donde yo me encontraba enfrascado en unos cálculos y comenzó a acariciarme la nuca, un erizamiento recorrió toda mi piel y a desgana le dije que no continuara con eso que a lo mejor alguien nos veía, y me contestó que hacía cerca de media hora que estábamos solos, así que no había ni siquiera la posibilidad de que alguien regresara porque se le había olvidado algo. Yo quería mantenerme tal y como había sido hasta ese momento, pero no había forma de ignorar aquellas suaves caricias, me movía hacia un lado y hacia otro tratando de huir de aquella mano, pero era imposible. A esas alturas yo estaba con una erección que se me quería romper el calzoncillo y cada vez mi voluntad por no sucumbir a los deseos de aquela beldad era menor. Ella, sabiendo que tenía ganada aquella batalla, comenzó entonces a besarme suavemente en las orejas, a pasar su lengua por mi cuello y con una mano a acariciar mi más que henchido miembro.
Entonces mirándome a los ojos y con una sonrisa de pícara en su cara, se arrodilló delante de mí y comenzó a abrir lentamente mi portañuela, luego safó el cinto, desabotonó el pantalón y comenzó a pasar su boca por mi tranca por encima del calzoncillo. A esas alturas yo lo único que hacía era gemir de placer y elevar mi cuerpo para que el contacto fuera más fuerte. Sin poderme aguantar más, tiré del elástico del calzoncillo y dijé en libertad mi desesperada pinga y la tomé por el pelo y le llevé su boca a ella. Entonces comenzó a mamar suavemente, pasando su lengua por el frenillo, saboreando el líquido preseminal que salía, acariciando mis huevos y mirándome con aquella sonrisa que me enloquecía. Se fue quitando la blusa y yo la camisa. Me bajó el pantalón y el calzoncillo y siguió con su mamadera mientras se quitaba su falda. Cuando quedó totalmente desnuda, se fue levantando puso frente a mi cara un par de tetas maravillosas, que aunque no muy grandes, si con unos pezones grandes y apuntando hacia arriba, como si se tratara de un par de antiaéreas. Comencé a chuparlas y ella se movía a un lado y otro para que mi boca estuviera alternativamente en cada una de sus dos maravillas. Mientras con mis manos acariciaba un par de nalgas que ya quisieran muchas modelos poseer, mis dedos acariciaban su raja y se detenían momentáneamente en su huequito.
Sin yo decirle nada, extrajo de su cartera, la cual había puesto sobre mi buró, un condón y comenzó a ponérmelo, lo que me producía un placer enorme por como lo iba bajando utilizando sus dos manos, pero con una suavidad que me desesperaba. Entonces, se puso totalmente en pie y pasó sus piernas sobre las mías, sentándose sobre mi pinga y comenzó a acariciármela, pues no se la metió en ese momento, pero enseguida volvió a levantarse y se la presentó ella misma entre los grandes labios y comenzó a subir y a bajar manteniéndola fuera hasta que yo no pudiendo más, bajé una de mis manos, me la aguanté en posición y se la coloqué a la entrada de su vagina y ella comenzó entonces a hacer que le fuera penetrando lentamente, aunque yo subía y bajaba mi pelvis para que acabara de entrarle, pero ella se movía a mi mismo ritmo, impidiendo que le entrara hasta donde yo quería. Con mis dos manos la tomé por los hombros e impedí que siguiera con aquella deliciosa tortura y logré que mi miembro le entrara hasta la misma base y ahí comenzó ella un movimiento de caderas como jamás nadie había hecho conmigo. Comenzamos a besarnos desesperadamente, yo la apretaba por la cintura y ella con sus brazos sobre mi cuello me masajeaba la espalda. Estuvimos así un largo rato hasta que ella comenzó a aumentar la velocidad de sus movimientos mientras yo sentía las contracciones que le hacía a mi pinga y entonces ambos, entre quejidos, gemidos y pequeños gritos tuvimos un gran orgasmo simultáneo. Continuamos por un rato los movimientos y luego fuimos aflojando los músculos y ambos quedamos totalmente relajados, con su cabeza sobre mi hombro.
Un rato después se levantó y en mi computadora puso una pieza musical y comenzó a hacer una danza parecida a las árabes, con abundante movimiento de caderas y brazos, pero a un ritmo lento, muy sensual. Al verla, mi miembro comenzó de nuevo a elevarse y yo me retiré el condón, lo anudé por el extremo abierto y lo tiré al cesto de la basura e inmediatamente me puse otro. Yo me limitaba a mirar aquel maravilloso espectáculo y ella fue bajando poco a poco su postura hasta que se acostó sobre la alfombra del suelo y con señas me indicó que me acostara sobre ella. Yo, ni corto ni perezoso así lo hice y entonces fui yo quien comenzó a pasarle la picha por su raja, pero si llegar a metérsela, frotándole el clítoris con la cabeza y permitiendo que saliera disparada hacia arriba. Eso la fue volviendo como loca y quería agarrármela para metérsela, pero le aguanté sus dos brazos y se los llevé sobre su cabeza mientras continuaba con aquel juego, el cual también me iba desesperando cada vez más y cuando no aguantaba más, se la metí hasta el fondo de un solo golpe. Ella hizo de su cuerpo un arco haciendo que se metiera (si era eso posible) un poco más y volvimos a movernos con un ritmo lento, pero metiéndosela hasta los mismo cojones en cada una de mis embestidas. En eso estábamos, cuando siento sobre mi nuca el frío de un arma y una voz potente que dice -así quería sorprenderlos. Ella dio un grito y cuando quise sacársela, una fuerte mano me empujó por las nalgas hacia abajo y me dijo, -si no continúas haciéndolo, hasta aquí llegó tu vida.
Increiblemente, en vez de perder la erección producto del susto y los nervios, sentí que se me endurecía aún mas y con un miedo terrible, continué en mis movimientos, aunque ella se quedó quieta como una estatua y de nuevo la potente voz le ordenó que siguiera moviéndose, lo que hizo de inmediato. El frío del arma sobre mi nuca desapareció y entonces sus manos comenzaron a tocarme las nalgas, pero solamente un momento, porque inmediatamente pasaron a mis huevos y continuaron hacia abajo hasta que hicieron contacto con mi rabo, el cual continuaba entrando y saliendo de aquel volcán ardiente. Durante un rato sentí como me la acariciaba, ya yo no sabía qué pensar, y de nuevo la voz me ordenó que se la sacara y que me diera vuelta. Cuando lo hice, ví que el guardia se había despojado de su ropa y estaba totalmente desnudo y sin mediar otra palabra de su parte, bajó su cabeza y comenzó a darme una mamada de campeonato, mientras con una de sus manos se dedicaba a acariciar el clítoris de su esposa, que lo miraba con cara entre sorprendida, asustada y no sé cuántas cosas más. Me ordenó que me pusiera de pie, lo cual hice de inmediato, se puso en cuatro patas y me dijo que se la metiera. Jamás había tenido contacto sexual con otro hombre, pero no tenía otra alternativa, además mi picha, a pesar del susto, continuaba erguida a más no poder, así que me pasé a su espalda y dándole un escupitazo entre las nalgas, comencé a empujar y a metérsela poco a poco, mientras él bajaba su cabeza, subía más sus nalgas y comenzaba a mamar a su cónyuge. Ésta, pasado ya en parte el susto, comenzó a disfrutar de aquel momento, emitiendo fuertes suspiros, mientras yo había logrado metérsela completamente a aquel hombrón. Su culo era bien caliente y ya una vez en aquello me dije que lo que tenía que hacer era disfrutar de aquel momento y ver si lo dejaba satisfecho para que se olvidara de los propósitos que tenía cuando llegó, bueno, si es que realmente tenía la idea de matarnos a ambos, o a lo que había llegado era a que yo me lo templara aprovechándose de la situación.
Girando lentamente, ella se colocó de manera que su cabeza quedara entre las piernas de él y comenzó a mamarle su gran morronga, la que no tenía muy dura, sino solamente sarazona. Y así, mientras ellos dos hacían un sesenta y nueve, comenzó a acariciarme a mí los huevos, a tocarme la picha cada vez que la sacaba parcialmente del culo de su marido. Estuvimos en esa posición durante un buen rato y entonces los tres tuvimos un gran orgasmo casi que a la misma vez. Por la posición que ella tenía, casi se ahoga con el gran chorro de semen que su marido le disparó casi que en la garganta, yo tuve una descarga de semen también enorme y alla después que mucho quejarse, quedó relajada. Por último se la fui sacando poco a poco a aquel que había hecho que yo tuviera mi primera y única relación homosexual. Los tres nos fuimos al baño y nos dimos una buena ducha. Ellos dos abandonaron la oficina y yo quedé solo en la oficina por primera vez en aquel día y entonces fue que comencé a temblar como una hoja mecida por el viento y no pude concluir el trabajo que tenía que hacer esa noche, prometiéndome a mí mismo, que jamás tendría otra relación con aquella pareja y que a la primera oportunidad, me iría para el primer trabajo que me apareciera lejos de allí.
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