Quisiera ver cómo te hace el amor otro (5 y último)
Se da, por fin, el ansiado deseo de mi amante de ser un cornudo, con él en primera fila. Claro, es mi marido quien se refinó a la esposa de mi amante. También, mi esposo pudo ver la lascivia con la que mi amante me trataba. Después una por una, usamos a los dos al mismo tiempo..
Llegó el día último del año. Laura trajo las viandas que acordó preparar y yo ya tenía las mías listas. Les mostramos la casa, cuarto por cuarto. “A ver qué tal nos va aquí” dijo mi esposo dando unos golpes al colchón del King size, cuando les mostramos la recámara, y todos reímos. Es importante hacer notar que, en el breve recorrido, Laura y su marido iban tomados de la mano y comentaban el buen gusto que teníamos, así como observaciones entre ellos referentes a las modificaciones que convenían en su casa.
Al finalizar el paseíto, les ofrecimos asiento en la sala. Ellos se sentaron juntos. Miguel antes de servir unos tragos nos preguntó lo que deseábamos tomar. “Yo vino blanco dulce, ya lo vi en la cava”, dijo Laura. “¡Qué bien!, a mí también me gusta y puse a enfriar una botella” dijo Miguel. “Yo quiero un escocés”, solicitó Mario y yo serví dos vasos, ofreciéndole uno a él. Mi marido regresó con la botella que sacó de la nevera y sirvió una copa para Laura y otra para él.
Nos pusimos de pie para brindar por nuestra amistad. Chocamos nuestras copas y nos sentamos a conversar de los hijos, el clima (¡pinche frío!) y cosas similares. Después de varias copas y botanas, Miguel verificó que la calefacción estuviera en orden, “Propia para no necesitar ropa” dijo y mi blusa de la cintura, la jaló hacia arriba y me la quitó. Ellos se quedaron con la boca abierta, pero Laura reaccionó rápido “Ayúdale a Gloria, le estorba el sostén”, dijo empujando a su marido hacia mí. En ese momento, mi esposo fue hacia ella y la puso de pie.
Le quitó el saco, la blusa y el brasier, dándole besos en cada momento. Laura se deshacía de gusto al sentir la delicadeza con la que los labios de Miguel le recorrían el pecho y la espalda. Lanzó un suspiro enorme cuando él le levantó el pelo para besarle la nuca, acariciándole el pecho que no era despreciable, aunque fuese copa B. “Lo que falta, por favor”, dijo ella y mi marido le desabotonó la falda. Al quitársela, lo hizo junto con el fondo de seda que ella traía y quedó en medias y zapatos de tacón, con una tanga que resaltaba las nalgas. “¡Qué belleza!” exclamó mi marido, hincándose a besarle el abdomen plano y bajó, junto con sus manos y las pantaletas de ella para que los besos llegaran hasta el triángulo denso, pero recortados los vellos a la misma altura.
Mario y yo nos desvestíamos uno al otro, pero sin dejar de mirar, celosos, cómo disfrutaban los tórtolos de las caricias. ¿Qué tanta madurez o valemadrismo de Miguel nos faltaba a nosotros, amantes con muchas cogidas ya, para no sentirnos mal al mirar la felicidad de nuestros consortes? Ofreciéndole mi pecho le grité a Mario “¡Mámamelas rico! ¡Que esos dos sientan que los cuernos les crecen como árboles! Ellos apenas voltearon para dispensarnos una sonrisa y continuaron su romance.
Cuando mi marido le dio vuelta a Laura para besarle y lamerle las nalgas, a Mario le creció el pene descomunalmente. Su esposa volteó a verlo, mostrando una cara de colegiala que irradiaba deseo, más cercana a la de una mujer que esperaba su primera vez, que a la de una puta caliente. Ella se quitó las medias y la tanga con la que hizo un trenzado y lo colocó de gorro a mi marido que lengüeteaba la panocha de Laura. “¡Estás muy mojada!”, le dijo Miguel. “Son mis ganas de ponerle cuernos a mi marido, pero también probarás algo de él. Si te llega a gustar el sabor, puedes pedirle a Gloria que ordeñe con sus tetas a Mario y te las ofrezca…”
–Vamos a sentarnos cada una en el macho de la otra, para tener un aperitivo antes de poner la mesa –dije llevando de la mano a Mario al sofá cercano a Miguel, donde senté de un empujón a éste y, en el mismo mueble, senté al esposo de Laura–. ¡Vamos, inauguremos las cornamentas presenciales! –le dije a Laura tomándola de la mano para sentarnos sobre las pijas erguidas.
“¡Ah!”, fue la expresión que se escuchó cuatro veces casi simultáneamente. Como coreografía ensayada, Las damas comenzamos a subir y bajar nuestras vaginas por los palos bañados de nuestros jugos, ayudados de las manos que se afirmaron en nuestras tetas. Laura y yo nos lanzábamos miradas arrechas y divertidas al ver cómo aplastábamos los huevos de nuestros amados; los orgasmos nuestros fueron los primeros, casi seguidos de las eyaculaciones de ellos, hasta que quedamos tranquilos y besando lo que se podía del dueño del pene que teníamos adentro y que poco a poco salía de su refugio.
Tomé de la mano a Laura diciéndole “Vamos a acomodar la mesa”. Nos retiramos y dejamos a los hombres reposando, con los ojos entrecerrados atentos al meneo de nalgas de nuestro caminar.
Desnudas subimos la cena a ellos, quienes también seguían encuerados. Comimos al lado del consorte de la pareja no propia, metiéndonos mano entre platillo y platillo. Servimos el postre y el café lo tomamos en la sala entre besos y caricias. Vamos a descansar en la cama, dijo Mario y nos levantamos todos, llevando de la verga al esposo de la otra.
–Se antoja un postrecito. Acuéstense así, encontrados, que sus falos y huevos queden juntos, con las piernas como tijeras –dije y los acomodé–. Ahora sí, Laura, ¡tomemos nuestro postre!–. le indiqué a Laura, tomando los dos palos en mis manos.
Laura no se hizo de rogar, como pudo, se metió los dos glandes a la boca y yo chupé alternadamente las cuatro bolas. Al poco tiempo, me tomó Mario y me puso en cuatro en una esquina del colchón. En la otra, en la misma posición mi marido se ensartó a Laura, quien empezó a remolinear las nalgas y hacer el movimiento del mete y saca. Mario no perdía de vista la escena y me dio con mucha enjundia las estocadas transmitiendo el movimiento a las chiches, haciéndolas oscilar de atrás hacia adelante. “Aunque no estén tan grandes las mías, ¡muévemelas así de rápido, papacito!”, gritó Laura a mi marido en medio del notorio orgasmo que tenía por la fornicada tan rápida que le daba mi marido acoplando la sincronía del vaivén de mis tetas con las ensartadas que él le daba a Laura, quien no dejaba de lanzar gritos agudos, entrecortados por los espasmos que sentía en el vientre por las culminaciones seguidas que le daba el bombeo de Miguel. ¡Yo estaba igual, gozando mi trenecito de orgasmos!
Casi simultáneamente, los machos lanzaron ronquidos guturales y eyacularon profusamente para quedar sobre nosotras, que por el peso muerto en nuestras espaldas tuvimos que extendernos y quedamos cara a cara, llorando de felicidad y nos tomamos de las manos.
Durante varios minutos sólo se escucharon resoplidos que trataban de compensar el oxígeno que había requerido el esfuerzo tan intenso. No pude evitar besar el hermoso rostro de Laura y ella me correspondió. Nuestros esposos, cansados y con el disminuido temple de sus penes aún dentro de nosotras, sólo miraban yertos y sonrientes, la caricia lingual que nos dábamos.
Al separarse de Laura, mi esposo fue a mi vagina para abrevar el atole que hice con Mario y éste fue a chuparle la cuca a su mujer. Laura metió su mano bajo mi cuerpo para acariciar mi pecho. “Tu marido coge riquísimo”, susurró. “El tuyo también”, contesté en el mismo tono y le di un beso más, que se pasó a ser muy candente por las mamadas que nos daban nuestros cornudos satisfechos y volvían a provocarnos éxtasis.
Al rato, Laura se levantó para servir y traer copas de Brandy, pero en cuanto ella salió, me fui a lamer el pene de Mario. A Miguel de le despertó la libido, al ver la escena y allí mismo me abrió las piernas y no pudo meterme la verga en la panocha, por tanto, sin dejar de chupar, flexioné las rodillas para levantar la grupa y mi marido pudiera cumplir su deseo. Cuando regresó Laura, dejó la charola con las copas en el peinador y se puso a lamer el tronco de mi marido, le bastó poner la lengua al lado de mis labios y el pene pasaba por su lengua en cada viaje de entrada y salida; después de unos metros recorridos por las papilas gustativas, ella se incorporó y besó a Miguel con nuestro sabor. A Mario, cuando veía el trabajo lingual de su mujer, se le puso más duro el pene. Decidí hacer un intermedio para tomar el Brandy.
–Brindo porque este año haya más momentos de dicha como éste –expresó Miguel– ¡Salud!
–¡Salud! –respondimos a coro.
Mario se acercó a mí con su copa, me tomó una teta y la introdujo a su copa y la agitó bañando una buena porción de mi chiche. El líquido no se podía salir con el meneo porque la carne sellaba bien el filo del recipiente. Quitó lo copa y se puso a mamar “Alguna vez soñé con hacer esto, ¡está rico el Brandy!”, le dijo a Laura. Ella se acercó a mí e hizo lo mismo que él. Los tres estábamos hincados en la cama y Miguel, de pie a nuestro lado, miraba complaciente cómo me chupaban. Tenía yo prendidos a los dos y me puse muy arrecha, así que levanté mi copa hacia el pene de mi marido y lo mojé de licor para degustarlo. Bonita escena que gozaba mi marido… Al terminar de mamar, Laura y Mario se besaron.
–Me prometiste un sándwich –le dijo Laura a Mario quitándole la copa para ponerla sobre el buró.
Mario volteó a ver a Miguel con un signo interrogante que fue correspondido por mi marido con un asentimiento de cabeza. Abrazó a su esposa y rodaron en la cama, quedando ella encima. Él le acomodó el falo en la vagina y le dijo “Levanta las nalgas, nena”. Laura obedeció. Miguel me dio su copa y colocó sus rodillas al lado de las piernas de los tórtolos para inclinarse a chuparle el ano a Laura preparándola. Aprovechó para lamerle las nalgas y magrearla a gusto. Se puso en cuclillas y dirigió su mástil al culito que palpitaba anhelante. Yo dejé las copas sobre el otro buró y me acerqué para mirar cómo se hundía mi marido en esa bella hembra, quien gemía de amor al ritmo en que los machos la bombeaban.
–¡Los siento a los dos! Resbalan muy rico al entrar. ¡Denme más rápido! –exigía y ellos le daban gusto que ella mostraba con sus gritos y, casi simultáneamente explotaron en coro.
“¡Eres una mujer muy rica, Laurita!”, exclamó mi esposo al eyacular en su intestino. “¡Toma, puta! ¡¿Esto era lo que querías?!” Profirió Mario al descargar sus chorros de amor. “¡Sí, es más delicioso de lo que pensaba, mi amor!” gritó ella con voz aguda, como de trompeta, en un orgasmo que parecía interminable. Yo miraba extasiada cómo el sudor de mi marido salpicaba la espalda de la rubia, mientras ella besaba a su marido queriendo devorarle la lengua y deseaba una pronta recuperación de los garañones para recibirlos al unísono en mi turno.
Quedaron los tres descansando en un perfecto emparedado. Miguel salió primero y cayó de bruces hacia el colchón. El semen que salió del ano escurría hacia la vagina, aún taponada por el exangüe falo de Mario y me puse a saborear la miel de los tres para dejar limpia a Laura. Recordé que alguien me había comentado “caliente es caliente” cuando expresé que dudaba hacer eso de lamerle la concha a una mujer; “Sí, caliente es caliente”, me decía a mí misma al sentir las ganas de lamerla.
Al reponernos, volvimos a tomar nuestras copas y decir “salud” mirándonos entre todos con una sonrisa cómplice hasta terminar con nuestros tragos. Nos metimos bajo las cobijas, ellos a la orilla acomodándose de cucharita abrazándonos por la cintura y nosotras, acariciando el pecho de la otra, y besándonos el rostro. Dormimos con una sonrisa de felicidad satisfecha.
Tres horas después, desperté con un macho adelante y otro atrás: tocaba mi turno para el trío. Laura estaba sentada, mirando hacia el espejo cómo se comportarían dos caballeros con una dama…
Les propuse que se costaran otra vez en tijeritas. Tomé ambas vergas, ya repuestas en buen tono muscular y me fui sentando en ellas, ambas por la panocha. Me moví como quise y veía el gesto de calentura que tenían los machos al tallarse los penes entre sí con las oscilaciones que les imprimía con la cadera. Laura se acercó a mirar detenidamente el trabajo que les hacía a los esposos y me acarició las tetas antes de mamar la más cercana a su cuerpo. ¡Me vine pronto!, pero ellos no. Le dejé el asiento a Laura que se ensartó emulando mis movimientos.
Le orecí mi pecho que aceptó gustosa y se movió sin cesar hasta que ellos eyacularon en su concha. Casi desmallada del esfuerzo y el placer, la acosté en la cama, le abrí las piernas y me puse de rodillas a chuparla. “¡Feliz año Nuevo!” dijo Mario antes de agacharse a chupar mi raja. Miguel, poniendo su falo en la boca de Laura, húmedo aún con el atole, dijo también “¡Feliz año Nuevo!” al momento que Laura lo deglutía por completo, pues estaba amorcillado, y le jalaba los huevos alternadamente.
Volvimos a dormir, cada una dando el frente a nuestro consorte para besarnos enamorados, y las nalgas en contacto. En la mañana, puse el yacusi para Laura y Miguel, y Mario y fuimos a la ducha.
–Anoche me quedé con las ganas de cogerte por el culo –dijo Mario abriéndome las nalgas.
–Pues satisface tus ganas bajo el agua –le dije al empinarme.
–¡Abran la puerta!, quiero verlos cogiendo así –gritó Miguel desde la tina, donde ya tenía empalada a Laura–, también estamos haciendo lo mismo.
Abrimos la puerta de la ducha y vimos la espalda de Laura, con las piernas fuera de la tina. No estaba recostada porque mi marido le mamaba las chiches. Sólo veíamos los ojos de mi marido, atentos al bamboleo de mi pecho. Mario me dio más rápido para que mi esposo gozara con el movimiento. Laura, entre gritos, salpicaba el agua fuera de la tina por la manera en la que cabalgaba dándose sentones en el palo de Miguel. Yo también me puse a gritar por lo delicioso de los orgasmos. Ellos gritaron uno seguido del otro y nosotras suspiramos al sentir la lefa tibia dentro de la cola.
Salimos y nuestros respectivos maridos nos secaron y cubrieron de besos. Luego los secamos y les chupamos el pito que no creció, por lo visto se habían vaciado completamente.
Ellos lavaron los trastos de la noche anterior y nosotras comenzamos a recalentar lo que habíamos dejado para el desayuno. Comimos alegremente y al terminar, bailamos encuerados. Miguel y Laura seguían viéndose como borreguitos a medio morir y se besaban tiernamente; nosotros, Mario y yo, veíamos que se trataban como adolescentes enamorados y sentíamos celos, pero también nos abrazamos y nos besamos como ellos, pero seguíamos pareciendo inexistentes en su mundo.
Mario y yo entendimos que ya había sido suficiente y nos comenzamos a vestir. “Déjenos dar un último trago”, dijo Miguel, y se la llevó a la recámara para disfrutar un sabrosísimo 69 el cual miramos expectantes, tomados de la mano.
–¡Eres fantástico, Miguel! –gritó Laura al tener un orgasmo.
Se vistieron uno al otro, entre besos y caricias. El año estaba iniciando y sabíamos que Laura tendría también un amante…
¡Vaquita, todo te sale mejor de lo que planeas! Además, «Caliente es caliente». Te dije que no te limitaras.
Deja que Laura y Miguel se vean cuando quieran, él está en buenas piernas…
Bueno, no todo sale como yo quisiera, o mejor. Cierto es que me gustó mi fase «bi» revelándose una sensación lésbica que no quise retener, cierto es que «Caliente es caliente». Pero siento que perdí algo al ver tan entusiasmado a mi esposo con Laura, y en ésta era aún más notorio el enamoramiento. Sé que ya no hay marcha atrás. Pero así dije cuando me tiré a Mario y yo estaba feliz… ¡A seguirle!
¡Qué rico lo relatas, Vaquita! No me resistí y hasta salpiqué la pantalla…
¿Cuándo me tocan tus cariños a mí?
Deja reponerme de la impresión. Sí me gustó esto, pero a Miguel también. No tengo claro qué hacer: un trío con Miguel y Mario (sin Laura), o un trío con Miguel y otro. Creo que voy en el camino de Tita…
¡Síii quiero hacer un trío con ellos…! y tú también, claro.
¡Ja, ja, ja! Tu puedes planearlo con dos de tus amores… ¿o acaso quieres mamar tetas? ¡Es rico pensarlo…!
Delicioso…
Sí sabes cómo hacer el amor, Vaquita.
No dejarás de sentir celos cada vez que tu marido se tire a Laura, pero así es la vida. Yo tampoco sé cómo Saúl, mi marido, pueda ver con mucha calma que yo coja con otros. Así es la vida…
Hola mi esposo también disfruta mucho que otros hombres me cogan y comerme después de ellos, ¿Alguna vez te a dicho por qué le gusta eso?
Quiero mostrarle a Miguel que sí puedo tener varias vergas, pero sé que eso le daría estímulos para que él tenga varias panochas. Quizá eso no sería tan malo…, tal vez así no se amarraría tanto con Laura.
¡Hola, Fernanda 7575! A mí sí me lo ha dicho muchas veces mi marido: le gusta cómo sabe mi venida porque mis amantes me hacen venir mucho. Lo mismo me dicen mis amantes, que mi sabor es mejor cuando me hacen venir. Asimismo, la leche de otro le pone un sabor adicional, diferente, al que ellos me dan.
Sí, ya lo he dicho. Estas prácticas vulneran la identidad sexual, o más bien permiten que afloren los complejos de la orientación sexual. Tú, siguiendo lo dicho por Ber, de que si uno se calienta mucho, porque «caliente es caliente», es capaz de mamarle el sexo a otro sin importar el género.
La verdad, intuyo que también me puede pasar a mí…
Pues sí, Mar, el día que hagas un trío MHM, por ejemplo con tu amante y la ex de él, vas a comenzar mamándole las chiches y terminarás chupándole la panocha mientras tu amante te da todo su amor en la vagina o en el culo, ya verás…