Servicio completo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por balbina.
Servicio Completo
Zulma tenia sólo veintiún años pero ya estaba a punto de recibirse de enfermera matriculada con lo que el nivel de su clientela se incrementaría, pero estos dos últimos años le habían servido para pagar sus estudios trabajando a domicilio en una empresa de medicina prepaga que daba internación domiciliaria, es decir que el paciente recibiría los mismos servicios que en un sanatorio u hospital pero focalizados en esas dolencias, para lo cual había médicos, enfermeras y fisiatras de todas las especialidades.
A ella le encantaba ese trabajo porque, además de cumplir con una vocación, eso le permitía conocer a personas muy disímiles, pero en general gente agradecida por la atención a su familiar.
Como ese era un trabajo profesional y la empresa prohibía cualquier manifestación de confianza excesiva con los pacientes o familia y estéticamente obligaba a guardar similar actitud en la apariencia; Zulma trataba de no llamar la atención y llevaba el cabello estirado para formar una pequeña cola de caballo baja y su rostro, de rasgos delicados, mostraba unos hermosos ojos negros que se complementaban con el encanto de una nariz pequeña, apenas aguileña y la exquisitez de sus labios daban marco a una sonrisa espléndida y todo eso equilibrado por un suave matiz color canela en la piel, fruto de su madre boliviana.
No era muy alta, medía aproximadamente un metro sesenta y cinco y pesaba, según la estación, entre cuarenta y ocho y cincuenta kilos, lo que no impedía que su cuerpo, que ella trataba de disimular con los clásicos ambos de algodón profesionales, tuviera la delicadeza de una figulina; sus pechos eran plenos y sólidos pero no abultaban exageradamente y su vientre chato daba lugar que sus caderas tuvieran la medida justa para no llamar la atención, sosteniendo a lo que era su orgullo y mantenía a fuerza de Pilates, la redondez consistente de sus nalgas.
Aquel día, no tenía en la mañana otra prestación que la de un paciente que la turbaba, no sólo por él sino también por la actitud a veces descomedida de la esposa; se trataba de un futbolista retirado, hasta ahora director técnico, que en un accidente de moto quedara parapléjico salvo en la parte superior del torso.
Su función era curarle eventuales escaras que se le produjeran por la postración y higienizarlo día por medio; eso quería decir que debía desnudarlo totalmente y con unas toallitas jabonosas especiales, lavarle prolijamente todo el cuerpo y la cabeza; a pesar de la pérdida de masa muscular, el hombre que tenía treinta y siete años, era fornido y debería medir cerca del metro ochenta, con lo que, para una muchacha de su corpulencia era bastante difícil de manejar, pero lo que más la desasosegaba era la limpieza de sus genitales, ya que el hombre era poseedor de un miembro de regular tamaño, que durante el manoseo propio del lavado iba cobrando volumen hasta mantenerse semirrecto, con lo que a su incomodidad, se agregaban los comentarios a veces procaces de su mujer, haciendo referencia a pasadas experiencias venturosas.
La mujer merecía un capitulo aparte porque, en consonancia con el otrora atlético cuerpo de su marido, estaba orgullosa de su cuerpo delgado, de su metro setenta y nueve y de poseer atributos que empequeñecerían los de muchas mujeres; de largo cabello rubio y lacio, tenía un rostro de hermosas proporciones en el que destacaban sus ojos gris verdoso y una enorme boca de labios bien delineados que se abrían permanentemente en una eterna sonrisa para exhibir su esplendida dentadura; pero era su actitud desenfada la que inquietaba a la joven, ya que si bien estaba en su casa, en los días calurosas, sólo vestía una larga remera que cubría escamente la mitad de sus nalgas y era evidente que debajo de la prenda sus pechos zangoloteaban ostensiblemente sueltos.
A las diez de la mañana de ese día de enero, la temperatura ya rondaba los treinta grados y eso parecía poner de un humor especial a Silvina que, mientras ella trataba de abstraerse por la forma con que la verga exhibía una natural tumefacción y la limpiaba cuidadosamente. Debido al ancho de la cama ortopédica, Zulma debía apoyar una rodilla en el borde para alcanzar el centro donde descansaba el hombre y la voz de la mujer relatándole como en un sonsonete las virtudes que supiera tener su marido en una cama mientras deambulaba por el cuarto, no sólo la perturbaban mas, sino que sentía como en sus entrañas y a pesar suyo, se gestaba la inquietud de la excitación.
Silvina se agachó junto a ella y mientras continuaba relatándole casi junto al oído épicas batallas con ese verga, apoyó familiarmente un brazo sobre sus hombros al tiempo que le insinuaba si no le gustaría conocer su verdadero tamaño y tal vez previendo su reacción, tomó la coleta en la nuca con una mano y cambiando radicalmente el tono de sus palabras por el una ronca y colérica orden, le empujó la cabeza hacia el miembro exigiéndole soezmente que lo lamiera y chupara.
Zulma trató de levantarse pero cuando inició un movimiento de huida, la mujer la empujó por las caderas desde atrás con todo el peso de su cuerpo e inevitablemente, la chica cayó de bruces sobre la entrepierna, ocasión que aprovechó Silvina para hacerle restregar la cara sobre el pubis peludo del hombre y levantándole la cabeza nuevamente por la coleta, con su otra mano dirigió la punta del falo en busca de su boca,
La chica mantenía cerrados los labios tratando de esquivar el contacto pero la fortaleza de la mujer era mayor y soltando la coleta, apretó entre sus dedos la nariz de la muchacha y finalmente, cuando sintiéndose ahogada abrió la boca, Silvina la empujo vigorosamente contra el falo y una vez adentro, inmovilizada pero consciente de que era un paciente inmóvil, no quiso lastimarlo; Zulma tenía que admitir que aquella refriega, más los olores masculinos sumados a aquello que humedecía su bombacha y que no era sudor, ponían un ramalazo de deseo en su mente y cuerpo y abriendo obediente los labios, chupó delicadamente la verga y ahí toda prudencia la abandonó.
Notando su relajación, Silvina aflojó la presión de sus manos y entonces, liberada de ese yugo, Zulma se quitó los guantes de látex y mientras aferraba al tronco de la verga con los dedos para enderezarla completamente, alojó su boca en la base casi sobre el escroto para chupetear los ácidos humores y luego, la lengua empalada inició un lento subir y bajar desde allí hasta la monda cabeza ovalada..
Contenta de su reacción, que además era la esperada, porque sus aparentemente inocentes preguntas a la chica, le indicaban que carecía de pareja e imaginaba el grado de excitación a que debían conducirla sus diarios manipuleos a la verga; por eso y para completar lo planeado con su marido, se despojó de la larga camiseta y prestamente elimino la pequeña tanga de su entrepierna; viendo el entusiasmo con que la muchacha lambeteaba la verga que ante eso crecía ostensiblemente llevándola a su definitivo y desusado tamaño, levantó la corta falda de algodón para descubrir las redondas nalgas de Zulma y encantada por su aspecto, terminó de llevar la pollera hasta la cintura y en ese mismo movimiento, enganchó los delgados bordes de la trusa para bajarla decididamente hasta las rodillas de la chica.
Zulma era consciente de lo que la mujer estaba haciendo en ella, pero la atracción de la verga fue mayor ya que hacía más de un año que no tenía contacto con un hombre y mucho menos con semejante miembro, ya no se limitaba a lamer la verga sino que abriendo los labios, los aplicó de costado sobre el tronco mientras sus dedos rodeaban la testa para acariciarla en movimientos envolventes; realmente el miembro era un portento, cuajado de protuberancias y venas y eso, junto a que la mujer escarceaba con su lengua en la hendidura entre las nalgas, la hicieron olvidar que era un paciente para pensar sólo en el placer que le otorgaría semejante aparato.
Lentamente, recorrió en todo el derredor al tronco y cuando la lengua de Silvina tomó contacto con su culo, haciéndola vibrar acariciante en los esfínteres, subió hasta la cabeza que los dedos enrojecieran y lamiéndola golosamente, la lubricó con saliva para luego abrir los labios e iniciar una serie de delicados chupeteos; la complacida aceptación de la chica pareció animar a Silvina quien, ya ducha en esas lides, separó las nalgas con las manos para que tanto lengua como labios se compenetraran en la deliciosa tarea de excitar y chupar al culito y obtenido el premio de una dilatación que le permitió degustar sus ácidas mucosas, siguió bajando en la búsqueda de esa protuberancia gordezuela que era la vulva, atravesada por una prieta raja.
A esa altura, ya Zulma estaba totalmente excitada y metiendo el ovalo del glande en la boca hasta envolver con los labios la sensibilidad del surco inferior, comenzó un vaivén por el que la cabeza entraba y salía de su boca con gozosa distensión, tal vez preparándola para el atemorizante grosor del falo y flexionó autónomamente las piernas para permitir la acción de la boca de la mujer, quien invirtió la cabeza para que su lengua tremolante azotara al ya endurecido clítoris y desde ahí fue ascendiendo por sobre los frunces de los labios menores para abrevar en la vagina, preñada de gotas diminutas de jugos internos.
Esa llevó a Zulma ya no a chupetear la cabeza de la verga sino que, cuidadosamente, fue metiéndola a la boca hasta sentir una arcada y, aunque apenas sobrepasara la mitad de la inmensa verga, comenzó a retroceder a la vez que sus labios se apretaban en un cepo carneo hasta llegar nuevamente a la cabeza y abriéndolos para tomar aliento, volvió a introducirla golosamente entre los labios; por el bramar de su marido, Silvina comprendió que el esfuerzo de la muchacha había cumplido su cometido de una erección total e incorporándose, la tomó del cuello desde atrás para hacerla dejar la verga, indicándole que se subiera a la cama para montar a su marido.
A pesar de su juventud, la atractiva morochita era ferviente cultora del sexo y adorando esa posición dominante, trepó al lecho para ahorcajarse sobre la entrepierna del hombre y la mujer fue quien se encargó de guiar la cabeza del fenomenal falo hacia la abertura vaginal, húmeda de jugos y saliva; la joven enfermera creía presentir lo que significaría tamaña verga en su sexo, pero la realidad le hizo comprender lo equivocada que estaba.
Silvina sostenía la verga contra su vulva en tanto iba empujándola por la cintura para que descendiera y allí, la dolorosa introducción del miembro al hizo gemir, porque nunca una verga había irrumpido a la vagina de esa manera, desplazando impiadosamente los músculos y ensanchándolos a medida que entraba; pidiéndoles por favor que no la lastimarán, obedeció las órdenes de la mujer y dejando que el cuerpo bajara por su propio peso, experimentó un sufrimiento sexualmente inédito porque aquello que ella tuviera gustosa en su boca, era como un ariete carneo que iba desgarrando sus tejidos; lloriqueando su dolor y deseando terminar con aquello lo antes posible, empujó vigorosamente hacia abajo hasta sentir la punta golpeando en el fondo hasta forzar un poco la estrechez del cuello uterino pero cuando Silvina la ayudó a incorporarse para iniciar el coito, junto con el alivio de sentir esa barra saliendo, algo que ella interpretó como un placer masoquista fue invadiéndola y cuando casi la punta salía de la vagina, se inclinó sobre el pecho del hombre para apoyarse con las manos y comenzó un moroso vaivén copulatorio que cada vez la satisfacía más.
Ya no hacia falta la asistencia de Silvina, quien se alejó de ellos un momento para observar a la pequeña morenita subir y bajar la grupa cada vez con mayor entusiasmo mientras su marido se cebaba en las tetitas que se sacudían aleatoriamente y entonces, despojándose de la remera y la trusa, se acercó a Zulma para hacerla erguir el torso y acaballándose enfrentada a ella con el sexo sobre la cara de su marido, mientras aquel lamía y chupeteaba su concha entusiasta, ella estiró las manos para atrapar la cartita de Zulma y posesionándose golosamente de su boca, comenzó a besarla acompasándose al ritmo, ahora más lento, que la muchacha imprimiera a la cogida que ahora le parecía maravillosa.
Todo era tan sorpresivo y novedoso como exquisitamente placentero con esa mezcla de dolor-goce que le otorgaba la tremenda verga pero a la cual le resultaba imposible abandonar e inclusive comprimir las músculos vaginales para incrementar al roce y, si a eso se le sumaba la actitud de esa mujer tan hermosa que la besaba con tanta dulzura como lascivia, creyó alcanzar la excelsitud del goce y asiéndola por la nuca pero sin abandonar el meneo sobre el fantástico falo, se entregó al beso con denodada pasión mientras las manos de Silvina acariciaban, sobaban y estrujaban sus tetitas ya sensibilizadas por los dedos del hombre; entre gemidos de reprimida angustia y mimosos gruñidos, ya sólo con labios y lengua, iniciaron un besuqueo endemoniado mientras sus manos imitaban a las de Silvina en aquellas poderosas tetas que oscilaban colgantes entre sus dedos.
Zulma jamás había estado con otra mujer pero esa manera de besar sin violencia, el acariciar esas tetas sólidas pero de una suavidad exquisita mientras sentía los dedos gentiles de Silvina juguetear en sus pezones con tiernos pellizcos y delicados retorcimientos, la hicieron entrar a un nivel de lujuria que nunca pensara transitar y murmurándole lindezas a la rubia, en medio de las chirleras de saliva que deslizaban de las bocas en finos hilos mientras se alternaban para chupar la lengua de la ora como si fueran penes, no se daba descanso en el meneo sobre la verga que parecía no amenguar en su dureza.
Y así estuvieron unos momentos más en los la enfermera también se deleitó con las aureolas y las mamas de su anfitriona hasta que esta la separó de si para bajar da la cama y mientras Zulma era atraída por el hombre hacia él para obligarla a besarlo; ese aroma de los jugos vaginales de esa mujer que la satisficiera tanto, la desquiciaron y aceptó el juego del hombre, prodigándose en besos violentos que le marcaban aun más la diferencia con su mujer y esta, tras colocarse en la entrepierna un arnés que tomara de una cómoda, se acuclillo entre las piernas separadas de su marido para que su lengua buscara en la hendidura entre las hermosas nalgas de la muchacha hasta asentarse sobre el negro orificio del culo.
El hombre, que como todos los lisiados motores desarrollan aun más la parte superior, había atrapado entre sus recias manos las tetas hinchadas de Zulma y arrastrándola por ellas hacia arriba, hacia estragos en sus aureolas y pezones con lengua, labios y dientes al tiempo que Silvina unía al trabajo de lengua y labios en el culo la actividad de un dedo que la iba sodomizando despaciosamente; ella no era virgen analmente y ese placer junto con el que el hombre le proporcionaba, hicieron que extendiera las manos para asirse del respaldo y con ese sostén, darse envión para no ceder en la cogida.
Encantado con la voluntariosa entrega de la muchacha, el matrimonio se esforzaba en complacerla y fue entonces que Silvina, aferró entre los dedos la tersa superficie del falo artificial de silicona, lo apoyó contra los esfínteres que el dedo y la lengua dilataran y empujó; ella suponía lo que se proponía la mujer pero no creyó que el grosor del pulido consolador fuera tanto y cuando sus musculitos fueron violentamente desplazados por la verga, no pudo evitar el verdadero aullido que brotó de su garganta.
Los espasmos la sacudían y ella se aferraba más al respaldo haciendo blanquear los dedos por el esfuerzo y mientras lloriqueaba e hilos de saliva caían de su boca abierta en el grito, sintió como las dos vergas iban cohabitando sus entrañas, rozándose con tal fricción que no parecía existir entre ellas separación física alguna. Y sin embargo, aquello comenzó a gustarle, ese sufrimiento se iba sublimando en un tipo de goce desconocido y cuando la mujer la tomó por las caderas para penetrarla con mayor firmeza y ritmo, ella acompasó a eso el menear incesante de la pelvis que permitía a la verga fabulosa del hombre penetrarla totalmente.
Y así entraron en una bucólica danza en la que los cuerpos se complementaban como mecanismos exactamente perfectos y en tanto los gemidos, ayes y bramidos iban llenando el cuarto y Zulma disfrutaba del sexo como jamás imaginara hacerlo, fue sintiendo en sus entrañas la revolución orgásmica y en medio de contracciones y espasmos, una fiebre quemante fue cubriéndole el cuerpo de sudor y sofocándola y jubilosa, experimento la expulsión de la riada imperiosa de sus jugos uterinos que corrieron caudalosos por la vagina para fluir entre los intersticios que dejaba la verga al entrar y salir, deslizándose por sus muslos mientras también Silvina anunciaba la llegada de su alivio amainando en los rempujones al tiempo que el hombre volcaba en ella la calidez de su esperma.
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