Sin bragas
Hola, me llamo Carla y estoy escribiendo este diario para mí. El otro día, un martes; se me ocurrió pensar qué pasaría si fuese al colegio sin llevar bragas debajo de la falda del uniforme y nadie lo supiera. Y menos mi madre, ¡Que si se entera me mata!.
Hola, me llamo Carla y estoy escribiendo este diario para mí. El otro día, un martes; se me ocurrió pensar qué pasaría si fuese al colegio sin llevar bragas debajo de la falda del uniforme y nadie lo supiera. Y menos mi madre, ¡Que si se entera me mata! Así que hoy me he atrevido a hacer el experimento. Primero me he vestido normal, con las bragas, porque siempre me visto cuando está mi madre, para saber qué bragas me pongo; si hasta las tiene contadas. Todas blancas, de colegiala, excepto un par de dibujitos, otras de color rosa claro, otras celestes y otras dos, para los días especiales, que mi madre no me deja ponérmelas para ir al colegio, porque dice que, como son blancas y de encaje, y a mí con once años ya me están saliendo pelitos y soy morena de pelo, “voy enseñando”. He tenido que esperar a que se fuera un momento a preparar el desayuno a la cocina, para disimuladamente, meterme otra vez en mi cuarto, quitármelas rápidamente, quedarme con el uniforme sin bragas debajo de la falda, y cogerlas y esconderlas en un cajón que tengo para guardar los libros del cole y mis cosas. He tenido que esconderlas muy rápido y casi me pilla; porque a vuelto a entrar en mi habitación, sin llamar y sin avisar para decirme que me fuera a desayunar. Me ha pillado con el cajón abierto y he tenido que improvisar una excusa, para que no mirase ella misma qué era lo que estaba haciendo. – ¡Qué haces! Se te va a enfriar el colacao. – Eeeh, ¡Nada, estaba mirando si me había dejado algo del cole…! – ¿Quieres que mire yo? (¡Casi me muero del susto! El corazón me iba a mil por hora y, a la vez tenía que disimular para que no se diese cuenta de nada). – ¿Llevas las bragas limpias? (¡Diosss! ¿es que no para nunca esta mujer? Me puse bastante nerviosa y le dije algo balbuceante que me las había puesto delante de ella; que me había visto vestirme. – ¿Y dónde están las sucias? – Y yo qué sé…; en el cesto de la ropa sucia, en el lavabo… – He mirado y allí no están; seguro que las bragas que llevas están limpias? – Terminé el desayuno a toda prisa, que casi me atraganto y salí de mi casa pitando para el colegio; pero lo suficientemente despacio para que mi madre no sospechara demasiado, que algo raro ya se olía; y para que no se me levantara la falda plisada bastante cortita, un poco menos de un tercio del muslo, a cuadros escoceses de vuelo, del uniforme y temiendo que mi madre me la levantase, para revisarme las bragas. – ¡Oye, no corras tanto y ven aquí para ver qué bragas llevas puestas! (Esta tarde, cuando vuelva, me va a caer la gran bronca seguro). – ¡Adiós, llego tarde al cole! – ¡Pero si aún es temprano, falta una hora…! – Pero el tren llega a veces con retraso y voy a buscar a una amiga a su casa… – ¿Qué amiga? – Una que no conoces… – Pero si conozco a todas tus compañeras de clase… – ¡Eeh, es de otra clase! – ¿De cual? – ¡Adiós! – !Oye, que te estoy preguntando! – Di un portazo y salí al rellano; menos mal que ya estaba allí el ascensor, que ya estaba dentro el vecino de 40 años que siempre me mira, cuando a veces subo las escaleras; para intentar verme las bragas. ¡Qué vergüenza, si se entera de que hoy no llevo bragas debajo de la falda del uniforme y que, encima ya me están saliendo pelitos! Se cerró la puerta del ascensor de la 12ª planta, justo cuando mi madre me volvía a preguntar, alzando la voz, qué bragas llevaba puestas. ¡Y el vecino ése, que es un cerdo, lo oyó todo! – ¿Así que tu madre no sabe qué bragas llevas puestas? (¡Será hijoputa!, pensé) – Noo, no sé… Llevo las de siempre; ¿y a usted qué le importa qué bragas llevo debajo de la falda? – No sé… Me gustaría saberlo… – ¡Ya está bien ¿eh?! ¡Que sólo tengo once años! (me moría de vergüenza y de gusto, a la vez; y tenía que disimular para no menearme, para darme más gusto, frotándome los muslos -tengo las piernas muy bien torneadas, aunque aún no tenga tetas y mi madre me obligue a llevar el pelo muy corto y sin dejarme ponerme pendientes ni maquillarme). ¡Y qué despacio iba el puto ascensor! Se me hizo eterno el viaje del ascensor, era una finca antigua y los ascensores eran lentos, había dos. Sentía su respiración pesada detrás de mí, y como, a veces, como por descuido, una de sus manos me rozaba ligeramente la falda, (¡Puto sobón!). De repente, el muy cerdo, dejó caer unas monedas al suelo del ascensor, para tener una excusa para agacharse y verme las bragas. ¿Qué hago para disimular, no hacer ningún movimiento extraño, que le haga sospechar que no llevo bragas? Me la jugué, me quedé muy quieta y muy tiesa, sin acabar de cerrar las piernas; el muy cabrón se agachó detrás de mí y cogió muy lentamente cada una de las moneditas que se le “habían caído”. Cuando se puso de pie otra vez, lo miré de reojo y lo vi muy serio y muy sofocado, temblando casi, muy tenso; y con un bulto enorme en su pantalón. El resto del viaje en el ascensor, estuvimos los dos en silencio; él, detrás mío, respirando muy fuerte, casi se ahogaba, respiraba entrecortadamente; hacía mucho calor dentro del ascensor, una fina línea de sudor me bajó de la entrepierna, por el muslo izquierdo… hasta el calcetín blanco y corto de encaje. (Nos obligaban a llevar zapatos con un poco de tacón, un poco cuadrados y con hebilla). Yo estaba muerta de vergüenza, sabiendo que ése… me había visto el chocho por debajo de la falda y que, seguramente, después se haría una paja pensando en lo que había visto… Estaba furiosa y cabreada conmigo misma, y con él, claro; pero, a la vez, me moría de gusto y casi me corro, cuando, otra vez, una de sus manos volvió a rozarme ligeramente la falda… Por fin llegamos abajo, las puertas se abrieron y salí atropelladamente del ascensor, notando su caliente respiración detrás mío y, a la vez el frío de la portería de la finca entre mis piernas. Yo estaba temblando, muerta de vergüenza y balbucí un torpe “adiós”; él soltó un gruñido, casi, muy bajo, detrás de mí. Yo caminaba mecánicamente hacia la puerta de la finca, tratando de no hacer ningún movimiento brusco que levantase mi liviana falda de vuelo, plisada, de cuadros escoceses, del uniforme del cole. Una vez en la calle, seguí caminando, casi como una autómata, estaba muerta de vergüenza, casi me estaba arrepintiendo de haber salido sin bragas; tenía la rara sensación de que todo el mundo se estaba dando cuenta de que no llevaba bragas debajo de la falda del uniforme del colegio. Notaba el frío en mi chocho; lo cual me excitaba aún más y me ponía más nerviosa y eso dificultaba aún más que yo andase “con normalidad”. Llegué a la parada del autobús que tenía que tomar, para llegar a tiempo a la parada del metro. No me atreví a sentarme, por miedo a enseñar el chocho por debajo de la falda. Había una madre con un niño de unos 4 o 5 años, que se estaba tirando y revolcando por el suelo, a mi lado, y detrás de mí; y me estaba poniendo de los nervios, pensando que el niño podría llegar a ver “algo” y decírselo a su madre gritando y dejándome en evidencia, delante de todo el mundo. Por fin llegó el autobús y, muy “caballerosamente”, para mirarme las piernas y “algo” más, unos hombres me dejaron subir la primera a las escaleras del autobús, no pude negarme, para así disimular. El primer escalón era bastante alto, y yo tuve que subir mucho una rodilla e inclinarme un poco hacia adelante, para poder subir; como hacía siempre. Pero hoy muy nerviosa, de forma algo torpe, que me hizo tropezar y caer hacia atrás contra el hombre que tenía detrás, que aprovechó, muy disimuladamente, para tocarme el culo por encima de la falda, para evitar que yo me cayese sobre él y, a la vez, empujarme hacia arriba. Noté una ligera vacilación, como si al palpar el culo hubiera adivinado que no había “nada” debajo de la falda… Yo estaba roja como un tomate y me temblaban las piernas, de la vergüenza, los nervios, el miedo y la excitación de ir sin nada debajo de la falda. Al ir a pagar, como se me olvidó la tarjeta de transporte que llevaba siempre, debido a mi “decisión”, tuve que quitarme la mochila, abrirla, agachándome como pude hacia adelante, en lo alto de las escaleras del autobús, y palpando el fondo de la mochila; ¡No había nada! Se lo dije, casi llorando (mi madre me mata si se entera) al conductor del autobús y, el hombre que me había tocado el culo por encima de la falda del uniforme, disimuladamente, dijo que no había ningún problema, que no pasaba nada y que él me pagaba el viaje. Le di las gracias, ruborizada y me costó mucho cerrar, levantar la mochila y ponerme de pie dentro del autobús. (No podía ir dentro del autobús con la mochila colgada a la espalda, porque estorbaba al resto de pasajeros; tenía que llevarla entre las piernas. El hombre, muy amablemente, me siguió y me guió hasta un sitio un poco al fondo del autobús. Él, muy astutamente, se sentó primero al lado del pasillo; lo que me obligó a rozar el culo de mi falda contra la parte delantera de su jersey. Pasé delante de él muy nerviosa y avergonzada y me senté a su lado, en la ventanilla, en el estrecho y duro (que noté frío, pues la parte trasera de mi falda se enganchó con algo, un tornillo del asiento, quizás, y tuve que sentarme muy pegada a él y con el culo directamente sobre el frío asiento); no pude evitar un “¡Oh, qué frío está!” que me salió de forma automáticamente y sin pensar. Yo me quería morir de la vergüenza; pues “¿cómo sabía o notaba o podía notar que el asiento estaba frío si se suponía que llevaba las bragas puestas, y encima la falda?” Él debió notar o sospechar “algo”, pues me sonrió con algo de malicia, me puso una mano directamente en mi rodilla izquierda y golpeándola suavemente, como un maestro comprensivo que riñe cariñosamente a su alumna favorita; me dijo: “ya lo notarás más caliente dentro de un ratito”. Yo seguía muerta de vergüenza y rígida como estaba, no acertaba a cerrar del todo las piernas, ni me atrevía a levantarme para colocarme la parte trasera de mi falda por debajo del culo; por temor de que se viera mi chocho o, peor aún, que se rasgara mi falda si estaba enganchada con algún saliente. Debía verse alguna cosa, alguna “sombra oscura”, pues el chico, de unos 25 años, que estaba sentado frente a mí, empezó a tener una terrible erección. El chico estaba tenso y serio, mirando sin disimulo a mi entrepierna. Yo empecé a ponerme húmeda entre las piernas y me dio mucha vergüenza, que, al levantarme, el asiento estuviese mojado y pringoso de mis juguitos de niña de once años… El hombre que estaba a mi izquierda, se dio cuenta de la terrible erección que el chándal del chico no podía disimular y subió muy ligeramente su mano derecha sobre mi muslo izquierdo. Yo no podía dejar de mirar, como embobada o hipnotizada, la entrepierna abultada del chico que tenía delante mío, rígida, muerta de vergüenza, sofocada y sin poder mover las piernas, que seguían estando un poquito abiertas, sin yo queriéndolo, pero no atreviéndome a moverme de la vergüenza y la excitación. Sin querer, empecé a sofocarme y a tener mucho calor entre mis muslos. Sin poder evitarlo, los abrí ligeramente y el chico de delante pegó un ligero y breve respingo, mientras se tocaba ligera y disimuladamente su entrepierna. Yo solté sin poderlo evitar un chorrito de jugos de mi entrepierna, que estaba muy caliente y húmeda; solté un ligerísimo gemido de placer, que oyeron tanto el chico que tenía delante; cuya entrepierna pegó un ligero estertor, mientras crecía ligeramente; y el hombre de mi izquierda subía muy poco a poco su mano derecha sobre mi muslo izquierdo, hasta llegar al borde de mi falda. Yo quería levantarme, pero no me atrevía. Estaba muerta de vergüenza y excitación. Seguía mirando fijamente la entrepierna del chico, mientras él la rozaba ligeramente y con disimulo. Tuve que ahogar un grito de excitación cuando el hombre de mi izquierda se atrevió a meter ligeramente su mano derecha por debajo de mi falda, sobre mi muslo izquierdo. Después no sé que pasó; creo que levanté ligeramente el culo, mientras el hombre de mi izquierda puso su mano derecha debajo de mi culo, coló un dedo o dos entre mis muslos y empezó, muy disimuladamente a masturbarme. El chico de delante mío, se sujetó de pronto su entrepierna, con ambas manos, muy tenso y muy rojo, mientras miraba como la mano del hombre de mi izquierda se movía entre mis piernas. Me metió un dedo en mi rajita, ya completamente mojada; me dio todo igual, miré un momento la cara y la entrepierna del chico de delante, cerré los ojos… ¡y reventé de gusto! Nunca en toda mi vida, masturbándome (me masturbaba desde que tenía uso de razón), había tenido un orgasmo tan brutal. Sentí a la vez, moviendo el culo sin poderlo evitar, aunque lo más disimuladamente posible, para que sólo se dieran cuenta de ello el joven de delante y el hombre de mi izquierda; el más terrible de los orgasmos y la más horrible de las vergüenzas; todo a la vez: placer insoportable y vergüenza horrible. Quería gritar, pero no me atrevía. Quería que el hombre de mi izquierda me desvirgara, que me violase allí; no sé lo que quería. Durante unos instantes que me parecieron años, aquello no paraba; me ahogaba de gusto, me moría de vergüenza y perdí el mundo de vista. Levanté mi culito dejándole meter más su mano el metió todos sus dedos en mi chocho, ¡Por dios esto se siente increíble! Me dió un orgasmo muy fuerte un chorro salió de mi chocho, me moría del placer sentía una rica sensación en mi rajita el hombre de mi izquierda saco su mano y abrió el cierre de su pantalón el saco su grande y grueso pene lo puso en mi boca y lo empece a chupar luego de un rato le dio un orgasmo y depósito su caliente y salada leche en mi boca me la trague toda, me levante y me sente encima suyo el me penetro no paraba de gemir, gracias a que no había tanta gente nadie nos eschucho. ví al hombre de adelante se estaba masturbando viendonos le dije que viniera, el me desabrocho mi blusa me desabrocho el bra y empezó a manosear mis tetitas luego empezo a pasar su pene en mis tetitas se termino corriendo en mis pequeños pechos, el otro hombre se corrió adentro de mi rajita de niñita de 11, el empezó a penetrarme duro, me terminó desvirginando senti un dolor inmeso grite de dolor pero luego de un rato se me pasó y volví a sentir el placer. el otro hombre me metió su pene en mi boca lo chupe hasta que se corrió me trague toda su lechesita, el otro hombre se terminó corriendo adentro unas 3 veces en mi rajita. Les dije que pararan ellos me arreglaron amablemente mi uniforme. Llegué a mi parada y pasé en medio de los dos, temblando de gusto todavía y de vergüenza, roja como un tomate, sofocada y sin atreverme a mirarlos. Bajé como pude del autobús, temblandome las piernas, que no me sostenían, sintiendo en mi chocho una mezcla de escozor y placer insoportable, mientras mis muslos estaban húmedos. El frío de la calle lo noté intensísimo; pero ello me enervó aún más y estuve a punto de tener otro orgasmo. Entré como pude al metro, pasé la tarjeta, que esta vez no me había olvidado y me senté en un banco del andén, Luego de un rato esperando el tren sentada con las piernas un poco abiertas. Note que había un hombre, en el andén de enfrente, que no me quitaba ojo de encima y no pude evitar cometer la travesura de abrir más las piernas. El hombre pegó un mal disimulado respingo y empezó a mirar con disimulo mi entrepierna, mientras la suya crecía muy poco a poco. ¡Qué sensación tan rara y especial; sólo un trocito de tela me salvaba de estar expuesta desnuda delante de todo el mundo! Está claro que no hay ninguna obligación de usar bragas ni nada debajo de la falda del uniforme del colegio. Se han dado cuenta de que no llevabas nada, por culpa de tus nervios y de no sentarte con cuidado; si no, cada día se les verían las bragas a las colegialas, de 11, 12 o 13 años, da igual. A esa edad son niñas pero con cuerpos de mujer y capaces de dar placer a cualquier hombre. Sabía que todos los hombres que la miraban, le querían meter mano o la polla. Ella se excitaba sólo de pensarlo y agradecía, no sabía su madre lo mucho, que la obligaran a llevar uniforme al colegio. Me encanta esta sensación de estar “desnuda” y “vestida” al mismo tiempo. De que nadie pueda decirme “nada” por ir sin bragas debajo de la falda del uniforme y por ser menor de edad. Mañana pienso repetir, si no me pilla mi madre.
Por fin llegó el metro; me esperaba poco más de media hora de viaje luego todo transcurrió con normalidad, Cuando llegué a mi estación caminé, con los muslos muy apretados por qué tuve un orgasmo pensando en lo que pasó en el autobus y sintiéndome toda pringosa. Pude llegar a las puertas del colegio, andando casi normal. Como pude, me fui al lavabo del colegio y me limpié todo el pringue de entre mis piernas. Milagrosamente mi falda estaba limpia por la parte de afuera; solo un poco sucia y sudada por la parte de dentro… Llegué a clase como pude, de lo nerviosa que estaba y de la vergüenza que sentía, después de lo que había pasado en el bus. Y además, que nunca había estado sin bragas en el colegio… ¡Qué vergüenza si alguien se diera cuenta y se lo dijeran a mi madre! También estaba muy nerviosa del gusto y el escozor que sentía en mi chocho. No se me había ocurrido masturbarme antes de llegar a clase, en el lavabo; y ahora estaba muy caliente y no paraba disimuladamente, de mover mis muslos, para darme placer. Estuve un rato así, olvidándome de la clase, hasta que la vieja harpía de la profesora me llamó la atención, por estar moviéndome todo el rato y por no prestar atención en clase.
Me encanto👅
Continuación por favor
Que rico, deberías contar más experiencias así